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312<br />

después un caballo que se acercaba, ágil como un<br />

leopardo, con una estrella blanca en la frente. Me<br />

pidió una tropilla de caballos tan perfectos como<br />

el primero, y vio en el horizonte una larga nube de<br />

polvo y luego la tropilla. Comprendí que mi vida<br />

estaba segura.<br />

“Apenas despuntaba la luz del día, dos soldados<br />

entraban en mi cárcel y me conducían a la cámara<br />

del Doliente, donde ya me esperaban el incienso,<br />

el brasero y la tinta. Así me fue exigiendo y le fui<br />

mostrando todas las apariencias del mundo. Ese<br />

hombre muerto que aborrezco tuvo en su mano<br />

cuanto los hombres muertos han visto y ven los<br />

que están vivos: las ciudades, climas y reinos en<br />

que se divide la tierra, los tesoros ocultos en el<br />

centro, las naves que atraviesan el mar, los<br />

instrumentos de la guerra, de la música y de la<br />

cirugía, las graciosas mujeres, las estrellas fijas y<br />

los planetas, los colores que emplean los infieles<br />

para pintar sus cuadros aborrecibles, los minerales<br />

y las plantas con los secretos y virtudes que<br />

encierran, los ángeles de plata cuyo alimento es el<br />

elogio y la justificación del Señor, la distribución<br />

de los premios en las escuelas, las estatuas de<br />

pájaros y de reyes que hay en el corazón de las<br />

pirámides, la sombra proyectada por el toro que<br />

sostiene la Tierra y por el pez que está debajo del<br />

toro, los desiertos de Dios el Misericordioso. Vio<br />

cosas imposibles de describir, como las calles<br />

alumbradas a gas y como la ballena que muere<br />

cuando escucha el grito del hombre. Una vez me<br />

ordenó que le mostrara la ciudad que se llama<br />

Europa. Le mostré la principal de sus calles y creo<br />

que fue en ese caudaloso río de hombres, todos<br />

ataviados de negro y muchos con anteojos, que<br />

vio por la primera vez al Enmascarado.<br />

“Esa figura, a veces con el traje sudanés, a veces<br />

de uniforme, pero siempre con un paño sobre la<br />

cara, penetró desde entonces en las visiones. Era<br />

infaltable y no conjeturábamos quién era. Sin<br />

embargo, las apariencias del espejo de tinta,<br />

momentáneas o inmóviles al principio, eran más<br />

complejas ahora; ejecutaban sin demora mis<br />

órdenes y el tirano las seguía con claridad. Es<br />

cierto que los dos solíamos quedar extenuados. El

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