Mulheres_na_Antiguidade

MULHERES NA ANTIGUIDADE - NEA/UERJ
deleitarnos con una acción humanizadora. La asaeteadora Artemisa
conduce la guerra, velando por ella, por su posible des-orbitancia, hybris.
Hay en ella una dimensión salvífica porque guía a los hombres para que
no caigan en la animalidad, en ese ámbito Otro; topos desubjetivante que
acarrea el mayor de los peligros, dejar de ser hombres al transgredir con
su ación el topos de la cultura, vale decir el universo pautado que hace de
la ciudad un kosmos habitable.
El salvajismo constituye un estado otro, un cruce de límites entre
lo aceptado y lo rechazado, precisamente porque retrotrae al hombre a
un estado animal que lo aleja de su dimensión antropológica. Con el
estado bestial al que la guerra puede conducir, el hombre cruza
nuevamente el límite de lo otro y así peligra su condición.
Por ello debe velar Artemisa. Mucho ha costado delimitar las
fronteras, cuidar los límites y las demarcaciones para que el furor bélico
no vuelva el universo a-cósmico. En ese sentido:
Artemisa interviene en el enfrentamiento cuando
el empleo excesivo de la violencia rompe los
marcos civilizados en cuyo interior rigen las
normas de la lucha militar, y la impulsan
brutalmente al salvajismo 311 .
Guardiana de los órdenes, Artemisa cumple, una vez más, con el
imperativo del verbo fulasso, guardar, custodiar, estar de guardia o
centinela, vigilar, estar en guardia o con cuidado, atender, observar,
proteger, conservar, mantener, tener cuidado de. Magnífico abanico
semántico, donde cada término parece impactar en las dimensiones de la
diosa gendarme. No hay constitución alguna por fuera de un dispositivo
de gendarmería: ni política, ni territorial, ni moral, ni subjetiva. La
delimitación de cualquier territorio supone la cuidadosa partición de los
elementos. Artemisa guardiana.
La batalla es el escenario propicio para una nueva presencia de la
diosa. El peligro acecha nuevamente en ese lugar liminar donde la
dimensión agonística que la batalla implica pone a los hombres en el
311 Vernant, J.P. La muerte en los ojos. p. 30.
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