Mulheres_na_Antiguidade

MULHERES NA ANTIGUIDADE - NEA/UERJ
liminar, incierta y equívoca, donde las fronteras
que separan a los niños de las niñas, los jóvenes de
los adultos, las bestias de los hombres, todavía no
están cristalizadas 309 .
Conductora del tránsito, Artemisa logra que se franqueen las
fronteras entre lo Mismo y lo Otro. Facilita la entrada al mundo de la
mismidad, plasmada en la organización de la ciudad, reglada por sus
instituciones, distribuidoras de roles y funciones. Sólo Atalanta parece
haberse quedado sin cruzar las fronteras; aferrada a una virginidad que le
imposibilita hacerse mujer, obturando el salto hacia la orilla del
matrimonio.
En cambio, las hijas de Atenea sí logran el pasaje
satisfactoriamente. Para ello, desde los cinco a los diez permanecen junto
a Artemisa, para hacerse osas, abandonar su estatuto de osas salvajes y
domesticarse junto a la artesana de los tránsitos. Son estas niñas que
siguen el camino de la osa las mejores discípulas de una Artemisa nodriza
que conoce como nadie las delicias de los cambios de registro.
Ritual y disciplina parecen ser los ejes que posibilitan el tránsito.
Alejadas de sus hogares, esto es de la condición de niña o cachorra, las
mujeres aprenden en su estadía junto a Artemisa las delicias de la vida
conyugal, instalándolas en la comunidad civilizada.
Artemisa instituye, en última instancia, la consolidación de lo
Mismo, vela por la realización del modelo instituido y cumple una
función crítica. En efecto, al configurar las consolidaciones identitarias,
despeja las mezclas y las confusiones y así discrimina, distingue,
discierne, asume el campo lexical del verbo krino, distingue entre lo
femenino y lo masculino, lo niño y lo adulto, lo animal y lo humano.
Artemisa pedagoga.
D. 3. La dimensión del parto
Artemisa se hace presente en cada lugar vinculado al tránsito. No
sólo al pasaje de estadios y registros, sino también al más contundente de
los tránsitos: el que supone el nacimiento, como tránsito hacia la vida
309 Vernant, J.P. La muerte en los ojos. p. 25.
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