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9 years ago

Departures Mexico Winter 2014

Departures Mexico 2014 Winter Edition

Un joven de la tribu

Un joven de la tribu cocodrilo a orillas del Palambei. Las marcas de la escarificación que lleva en el pecho se hacen con una cuchilla imitando la piel del cocodrilo. 84 DEPARTURES-INTERNATIONAL.COM

sobre los troncos de palma. Cuando la corriente es fuerte, el agua baja de color café rojizo. En las lagunas es de un tono azul como la noche y el horizonte se confunde como si el agua se fuera a derramar más allá de los confines de la tierra. No es posible nadar, ya que aquí los cocodrilos llegan a alcanzar los 2.7 metros de largo. Avanzamos despacio, en silencio, mientras combatimos el calor empapando nuestra piel con el agua del río. Vemos varias ibis buscando alimento entre los retorcidos manglares así como tornasolados martines pescadores. Echamos una ojeada por las orillas de los lagos donde la jungla se alza por encima del agua y la vegetación esmeralda convierte la quietud en remansos verde jade. Los brillantes colores de la naturaleza sólo se ven superados por las pinturas tribales que incluyen el negro del carbón tan intenso que parece azul, el blanco de la arcilla y el amarillo de la savia de los mangos y las limas, y se acompañan con conchas talladas, etéreas plumas y huesos pulidos. Se visten así para sus cánticos – celebraciones tradicionales que acostumbran a mostrar a los visitantes– y sus propios rituales privados que interpretan en la intimidad. Precisamente me dirijo a uno de estos sagrados eventos con el hombre cocodrilo que guía nuestra canoa hacia una tranquila laguna. El humo surge de la aldea donde los pilares de las chozas están envueltos en una baja neblina. En la aldea de Palambei se está celebrando un rito de iniciación. Nos enteramos el día anterior al escuchar una conversación; aunque las tribus no tienen televisión, sí disponen de celular. Sin embargo, mi guía no está del todo seguro de que me vayan a permitir ver la ceremonia, ya que ni siquiera sus propias mujeres pueden entrar en las casas espirituales o haus tambaran. Aunque, por otro lado, las mujeres blancas son consideradas espectros y por esta razón el guía cree que es posible que no se me apliquen las mismas reglas. El claro donde se encuentra la casa espiritual principal está empapado en rocío y es de un verde sobrenatural. El tejado, reconstruido en 1967 después de que los bombardeos de los japoneses destruyeran la anterior casa espiritual del siglo xviii, se extiende en dos enormes y altísimas alas. El sonido de los tambores nos acompaña mientras nos acercamos; es un ritmo lento y profundo ejecutado por dos hombres. Descubrimos que ya ha tenido lugar la hendidura iniciática en la que el joven miembro de la tribu cocodrilo bebe el jugo de hojas de cocotero que el hechicero ha preparado para atenuar el inevitable dolor. El “cortador” –venerado como un sacerdote y pagado con gallinas, nueces de areca y mostaza– trabaja con una cuchilla sobre el pecho, la espalda y los muslos del iniciado y sólo se detiene cuando este último se desmaya. El mejor cortador es aquel que es más rápido y el mejor iniciado es aquel cuyo cuerpo presenta la mayor cantidad de cicatrices. Adquirimos con entusiasmo figuras talladas y el dinero cambia de manos (sospecho que, a la hora de asegurarnos el acceso a la haus tambaran, estas compras resultan mucho más convincentes que mi espectral palidez inglesa). A continuación me llevan al “nido del cocodrilo” en otra de las casas espirituales rodeada de una cerca de helechos secos. En su interior, la mayoría de los últimos iniciados, de entre 18 y 25 años, están sentados en bancos. Van completamente desnudos, a excepción de un taparrabos hecho de hierba, y sus heridas están embadurnadas de arcilla. Aquí permanecerán hasta que alguien –nadie sabe decirme quién– decida que ya están listos para retornar al mundo. Ya han pasado seis semanas. Los hombres están aburridos y matan las moscas en sus espaldas. Entre los jóvenes expectantes está Joseph, con sus peculiares ojos grisáceos. Me dice que cuantas más cicatrices lleve un hombre, más atractivo será para las mujeres cuando salga de la guarida. Ambos sonreímos cuando él nota que me he percatado de que es uno de los que están más decorados. Le enseño una foto de Mark que llevo en mi iPhone –la última que me envió–; está en una sala de tatuajes de Nueva York. Mientras contemplo la imagen de su antebrazo bajo la atroz luz de la lámpara de tungsteno recuerdo su irascible encanto a lo Peter Pan. Mark nunca quiso crecer; ahora está muerto. Eligió una vida de aventuras por encima de todos los convencionalismos y las comodidades de la aristocracia. Los únicos temas sobre los que se expresaba con seriedad –más bien con demasiada seriedad– eran su hermana Camilla Parker Bowles, de la que nunca hablaba indiscretamente, y sus adorados elefantes asiáticos. Le cuento a Joseph que uno de los tatuajes en el brazo de Mark es de Tara, el elefante con el que Mark recorrió la India en 1988. Le intento explicar un poco su historia, pero siento un nudo en la garganta. Dos días antes de volar hasta Papúa Nueva Guinea vi cómo su féretro avanzaba por el pasillo de una pequeña iglesia de Dorset. En la elegía, Don McCullin sólo habló acerca PARA RESERVAS CONTACTE CON EL SERVICIO DE LA TARJETA PLATINUM del amigo que había perdido, recordando sus escapadas en canoa para explorar una parte de Nueva Guinea que era mucho más salvaje y virgen que la que yo estoy conociendo ahora. En 1961, Michael Rockefeller –el hijo de 23 años del entonces gobernador de Nueva York, Nelson Rockefeller– desapareció en la misma zona. El informe oficial declaraba que se había ahogado, pero circularon rumores de que se lo habían comido los cazadores de cabezas de la tribu asmat. Los Rockefeller jamás lograron descubrir la verdad; de hecho un nuevo libro, Savage Harvest de William Morrow, afirma que su muerte fue una venganza de los asmat. Para Mark esto importaba bien poco. La ficción y la realidad siempre formaron parte de las historias que contaba mientras todos escuchábamos en reverencial silencio. Joseph asiente sin entender nada de mi mundo, de igual modo que yo apenas logro vislumbrar un atisbo del suyo. Incluso así, Mark habría disfrutado de esta tribu (sospecho que les habría pedido que le escarificaran la espalda) y del Sepik, a pesar de su probable enfado por las primeras muestras de explotación turística. Mark no era ningún esnob –su cualidad más adorable era su capacidad para entenderse perfectamente tanto con mahouts como con maharanís–, pero no había persona más elitista en cuanto a la forma de viajar. Era como si creyera que los lugares auténticamente vírgenes de la tierra sólo pertenecían a aquellos dispuestos a viajar a ritmo de elefante. Me gusta pensar que Mark también habría sonreído, quizás con ligera envidia, cuando tras cuatro días de avanzar lentamente, sentir y descubrir todo desde la canoa, decidimos no volver sobre nuestros pasos surcando este feroz y húmedo río de Nueva Guinea, sino que regresamos en helicóptero siguiendo el desmadejado curso plateado del Sepik hasta su desembocadura en las aguas turquesas del mar de Bismark, donde muere el Lejano Oriente y nace el Pacífico Sur. ♦ Justin Wateridge de Steppes Travel (steppestravel. com) organiza viajes por Papúa Nueva Guinea para explorar el río Sepik en canoa, helicóptero o barco expedicionario. Un viaje de diez noches incluyendo el Sepik, la costa y las tierras altas desde US,130 por persona, vuelo no incluido. En la página web elephantfamily.org puede hacer un donativo a la organización benéfica de Mark, Elephant Family. DEPARTURES-INTERNATIONAL.COM 85

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