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«¿S i
Espíritu Santo
una y otra vez al bebé que estaba en el asiento de atrás. N o
podía creer que los doctores nos habían permitido llevamos a
casa a un bebé tan hermoso!
El saber que el Espíritu Santo estaba viviendo en mí era
tan sorprendente, que al caminar a casa esa misma noche abría
mis brazos, miraba al cielo, y simplemente sonreía. Sentía como
si el Señor también me sonreía. Un hombre que me vio pasar
me miró como pensando que había perdido la razón. Lo miré y
le dije: “Jesús está vivo! Jesús nunca había sido tan real y mi
amor por El nunca había sido tan profundo!
A l llegar a la casa, entré en mi habitación y me senté
sobre la cama. La luz estaba encendida, y cuando simplemente
susurré, “ Espíritu Santo,” de repente, el mismo brillo de la
gloria de Dios que había llenado el autobús comenzó a inundar
la habitación.
El Espíritu Santo volvió a manifestarse, pero esta vez, fui
expuesto a la perfección de Su santidad. Rápidamente caí sobre
mis rodillas en total asombro y temor. Estaba tan atemorizado
que pensé que me iba a morir.
D e pronto, sentí como si un
manto era puesto sobre mí. Una inmensa paz inundó mi alma,
e inmediatamente el temor se desvaneció.
Mientras permanecía de rodillas, no quería moverme
porque deseaba que Su Presencia tangible no se apartara de mi.
Entonces volvió a pasar, pero esta vez un poder aún más fuerte
e intenso, que parecía como electricidad, comenzó a fluir a
través de mis brazos y piernas.
Su poder era tan fuerte que aún lo podía sentir dentro de
mis huesos al punto que pensé que se iban a quebrar. Por horas
permanecí de rodillas y por horas El permaneció junto a mí.
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