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QUI - GALLERIA SAN CARLO MILANO

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Lo que le gusta es irritar al poder, ponerle nervioso.<br />

Y también está Fantomas como elección de Magritte, uno de los padres a los que<br />

Arroyo no ha querido dejar de lado (o al que ha tenido por fuerza que adoptar, porque<br />

también a los padres se los adopta) y que está contenido en su pintura, pero no como<br />

una caja que contiene objetos, citas postizas y en el fondo sustituibles, sino más bien<br />

como el organismo contiene la información de su código genético. Para Arroyo la<br />

dimensión de lo paterno-irónico es, en mi opinión, generativa, irónica y autoirónica;<br />

una vez, hace ya bastantes años, llegó incluso a representarse a sí mismo en brazos<br />

de Velázquez como un niño algo deforme de rostro adulto... De Velázquez a Magritte,<br />

pasando por Rembrandt (hace ya muchos años realizó una grande e infiel copia de<br />

la Ronda de noche que le llevó cuatro meses de trabajo), Goya, Picasso, Miró, Dalí<br />

(polémicamente), De Chirico, Picabia (apasionadamente). De ellos y de otros, Arroyo<br />

ha bebido, aprendido y compartido, se ha peleado con ellos y los ha “pasticheado”.<br />

No se ha detenido ante nada, empujado por una irrefrenable necesidad de citar, pero<br />

volcado al mismo tiempo a un constante ejercicio de reescritura, de descartes<br />

significativos, en una palabra, de invención.<br />

Aunque siempre atento a las crónicas y a la actualidad del arte, Arroyo nunca se ha<br />

traicionado a sí mismo ni a esa figuración que en los años sesenta tendía a llamarse<br />

“nueva” y que se identificaba con su pariente lejano, el Nouveau Réalisme, una figuración<br />

intensamente cultivada por los italianos más o menos “de París”, como Adami, Baj o<br />

Rotella y que hoy podría llamarse simplemente “a lo Arroyo”: una figuración fría,<br />

desencantada y, por ello, más penetrante.<br />

El trabajo actual del artista madrileño no pierde de vista el lado comunicativo e incluso<br />

ilustrativo, pero a menudo prefiere el enigma, el instante sin reflejo, el silencio de la<br />

suspensión, la concentración de la imagen. Así lo atestigua una figura intensamente<br />

amada y recurrente desde hace años, el personaje tan picassiano del deshollinador;<br />

y también las imágenes de las Dobles nostalgias, representadas como estrellas de<br />

rock con gafas híper pop sobre un perplejo buey marrón (superviviente, tal vez, de los<br />

antiguos toros de combate, o meditación sobre esas vacas locas que invaden nuestras<br />

mesas y preocupan a nuestros nutricionistas?).<br />

Tal vez la nostalgia sea doble también por eso, porque el significado no es nunca<br />

unÌvoco, sobre todo en esta época postmoderna en la que parece bello, y posible,<br />

decirlo todo y lo contrario de todo, perseguirlo todo, apropiarse de todo; pero en la<br />

que se ha descubierto que Arroyo -entre otros, pero no tantos- ya hacìa esto mismo<br />

desde mucho antes, tal vez sin pretensiones programáticas rígidas pero, utilizando sus<br />

propias palabras, como un ejercicio de libertad, evitando siempre las anécdotas íntimas<br />

y expresándose más bien a través de historias, estando como está dotado de la<br />

capacidad de decir cualquier cosa, de vehicular cualquier contenido.<br />

Y continúa de hecho asì, gravitando alrededor de ese punto específico y crucial en el<br />

que la paradoja cambia de signo y adquiere gravedad, en el que el sarcasmo adopta<br />

de pronto un tono terriblemente serio y la provocación adquiere el peso específico de<br />

la denuncia. Y después, una vez más, todo lo contrario, la amenaza se disuelve en una<br />

broma inesperada y la risotada que le sigue se diluye en una sonrisa lúcida... y un poco<br />

nostálgica. Y el juego vuelve a empezar.<br />

22<br />

Fantomas chez Balenciaga, 2006<br />

Olio su tela<br />

cm 130 x 97

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