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QUI - GALLERIA SAN CARLO MILANO

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Fantomas y otras historias dibujadas Martina Corgnati<br />

No son muchos los personajes auténticos y originales de nuestra época que, creados<br />

por una pluma o por una cámara de cine, hayan sido capaces de habitar durante<br />

decenios en el imaginario colectivo. Fantomas es uno de ellos. Creado en 1911 por<br />

Marcel Allain y Pierre Souvestre, Fantomas ha dado pie a multitud de réplicas imperfectas<br />

o no del todo fieles, comenzando por el hollywoodiense Diabolik. Pero el prototipo<br />

del genio del mal sigue siendo él: heredero, en parte, de la novela gótica, este elegante<br />

señor vestido de frac y chistera merodea por un Parìs ambiguo y siempre crepuscular<br />

realizando fechorías nocturnas espectaculares, como rellenar con ácido sulfúrico<br />

aromatizado los frascos de perfume colocados en las vitrinas de unos grandes almacenes<br />

(táctica copiada recientemente por el delincuente anónimo que envenena la leche y<br />

otras bebidas en los supermercados), o el ataque a un transatlántico mediante<br />

escuadrones de ratas infectadas con la peste (tema retomado en 1922 por el Nosferatu<br />

de Murnau). Fantomas no tiene ley y no tiene límites: no duda en tumbar boca arriba<br />

a un condenado a la guillotina para obligarle a mirar en directo su propia muerte; a<br />

utilizar autobuses de línea para reventar las cajas fuertes de los bancos, a provocar<br />

choques de trenes o a deleitarse ante algún efecto típicamente romántico-decadente,<br />

como el de la carroza conducida por un cadáver de rostro lívido y ojos desencajados,<br />

o el de Hèléne, la turbadora heroína noir ligada por una atracción ambigua y fatal al<br />

que tal vez sea su hermano Jérome, el periodista enemigo de Fantomas. La de nuestro<br />

héroe es una guerra sin cuartel contra la sociedad burguesa y corrompida del París de<br />

los años anteriores a la guerra, una sociedad todavía cautivada por los mitos de la belle<br />

époque. Y, aunque sofisticado y lleno de referencias y afinidades culturales, se trata<br />

de un personaje terriblemente popular, capaz de apoderarse de la fantasía de miles<br />

de lectores de folletines y espectadores de películas de pésima calidad que, sin<br />

embargo, con el paso del tiempo se han convertido en objetos de culto.<br />

Tal vez por eso Fantomas gustaba tanto a las vanguardias: Guillaume Apollinaire, quien<br />

junto con Max Jacob fundó el “club de amigos de Fantomas” la definía como una de<br />

las obras más ricas en el plano imaginativo; para Blaise Cendrars se trataba ni más ni<br />

menos que de la Eneida moderna; Robert Desnos escribió en sextinas el Lamento de<br />

Fantomas, obra representada más tarde nada menos que bajo la dirección de Antonin<br />

Artaud, con música de Kurt Weill. También Juan Gris, ya en 1915, incluyó una novela<br />

de Fantomas en una naturaleza muerta cubista (Fantomas, periódico y pipa). Pero a<br />

quien más impresionó nuestro antihéroe fue a René Magritte, quien le dedicó<br />

composiciones como El asesino amenazador, de 1926 (cita directa de una escena<br />

de la película Le mort qui tue) y El hombre del mar abierto, que hace referencia a un<br />

fotograma de Juve contre Fantomas. El artista belga llegó incluso a realizar un retrato<br />

del misterioso asesino, semitransparente sobre una pared de ladrillo (El Bárbaro,<br />

1928), y lo utilizó en muchos otros elementos pictóricos y literarios.<br />

Estamos ante un caso, tal vez uno de los primeros, de fuerte penetración de la cultura<br />

popular en la producción de las élites, cosa todavía poco frecuente en el período de<br />

las vanguardias pero que después sucedería a gran escala, hasta el punto de caracterizar<br />

el conjunto de la producción artÌstica Pop y convertirse, finalmente, en un elemento<br />

que podríamos calificar como inevitable. No es de sorprender, por tanto, que este<br />

proceso interese a Eduardo Arroyo, artista que tras su aparente facilidad comunicativa<br />

esconde una refinada sofisticación y que desde siempre (quiero decir, desde principios<br />

de los años sesenta) ha incorporado a sus pinturas una rica serie de referencias críticas<br />

y simbólicas. Abierto a muy diferentes tendencias literarias y artísticas, Arroyo introduce<br />

en sus cuadros historias completas, sin perder por ello de vista la calidad específica<br />

de la pintura, esencialmente no narrativa.<br />

Arroyo es un brillante escritor. Su primer viaje a París lo realizó sobre todo con la<br />

intención de dedicarse a escribir. El arte visual, la pintura, vinieron después, casi por<br />

necesidad, para sobrevivir durante su época de bohemia parisina. Después el desafío<br />

se consolidó en una nueva dimensión según el código comunicativo propio de las<br />

artes visuales, diferente y poderoso.<br />

18<br />

Fantomas transexual, 2006<br />

Olio su tela<br />

cm 45 x 46

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