AAS 80 - La Santa Sede
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1596 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale podemos, hermanos míos, conformarnos con las metas ya alcanzadas. Vosotros sois, como yo, conscientes de ello. Ciertamente lo ya reali zado es mucho, pero, al mismo tiempo, es poco, si tenemos en cuenta los dilatados horizontes de posible expansión y profundización cris tiana que se abren ante nuestros ojos. 8. Cuando se emprendió la primera evangelización de estas tierras, vuestros predecesores encontraron ante sí una geografía dura, de difí ciles comunicaciones a través de las imponentes alturas de los Andes o de selvas impenetrables. Pero el amor y la conciencia del mandato divino de hacer! discípulos en todos los pueblos prevalecieron sobre las dificultades. Hoy, como entonces, al igual que en los albores del cristianismo, pudiera parecer que los obstáculos son insuperables y los medios insuficientes. Es cierto que a las dificultades ya experi mentadas en el pasado, se unen en nuestros días otras de caracte rísticas diferentes y desafiantes. La sociedad peruana actual, que justamente aspira a conseguir objetivos de progreso capaces de elevar, el horizonte material y espiritual de todo ciudadano, se siente a veces como minada desde dentro por un inexcusable eclipse del respeto debido a la dignidad humana, por ideologías materialistas que niegan la trascendencia, por una violencia ciega e insensible a las reiteradas llamadas a la reconciliación. A todo esto se añade la pobreza cre ciente y aun extrema en que llegan a vivir tantas familias, los vicios sociales acarreados o generados por el narcotráfico, la profusión de las sectas y la persistencia obstinada de planteamientos doctrinales y metodológicos que siembran la confusión entre los fieles y atentan a la unidad de la Iglesia. Pero también hoy, como hace cinco siglos, el Espíritu de Dios nos lleva a acometer el trabajo con un encendido ardor y renovada esperanza : realizando con fidelidad las tareas pastorales que demanda el crecimiento de la Iglesia ; sobrellevando con fortaleza las angustias y dolores, que nunca faltan; prosiguiendo generosamente el camino de la Cruz 5 fuente de nuestra salvación. 4. La necesidad de una evangelización renovada trae consigo en primer lugar, una exigencia mayor de unidad. La Iglesia, como mis terio de comunión, es, en palabras del Concilio Vaticano II, « signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo 5 Cf.. Col 1, 24.
Acta Ioannis Pauli Pp. II 1597 el género humano ». 6 En el núcleo de este misterio se encuentra la comunión de los Obispos entre sí. Sois, hermanos amadísimos, legí timos sucesores de los Apóstoles y miembros del Colegio Episcopal: por consiguiente, debéis sentiros estrechamente unidos a él y entre vosotros como partes de un solo cuerpo. 7 La caridad mutua que os une debe ser el símbolo que, reluciendo ante la faz de los hombres, les impulse a acercarse a Jesucristo : (( En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os amáis los unos a los otros». 8 5. (( Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación ». 9 El primer paso de esa nueva evangelización es la ilusionada y tenaz proclamación del mensaje cristiano, en lo cual tenéis una espe cial responsabilidad. Sois, en efecto, ((los pregoneros de la fe '(...), los maestros auténticos, es decir, los que están dotados de la auto ridad de Cristo, que predican al pueblo que les ha sido encomendado la fe que ha de ser creída y ha de ser aplicada a la vida ». 10 « El misterio íntegro de Cristo » 11 debe ser en todo momento el punto central de esta evangelización renovada. Las grandes verdades de la fe, que cíclicamente nos recuerda la liturgia, deben ser pro puestas al pueblo cristiano, con adecuados métodos pastorales, para que sean profesadas con una adhesión cada vez mayor. Esto en modo alguno excluye que también el orientar sobre el recto ordenamiento de las realidades terrenas sea parte integrante de vuestro ministerio; pero es importante dejar bien asentado que la respuesta definitiva a los interrogantes que más apremian a la humanidad viene precisa mente de la fe en la gracia divina, que se difunde en la Iglesia a través de los sacramentos y demás medios de santificación. Vuestro oficio de Pastores y de maestros de la fe incluye inelu diblemente la obligación de discernir, clarificar y proponer remedios a las desviaciones que se presenten, cuando ello sea preciso. No habréis de dudar en ejercer solícitamente ese deber, si el legítimo plu ralismo derivase, a causa del error o por la debilidad humana, hacia posiciones que contradicen la fe y las enseñanzas de la Iglesia. A la 6 Lumen gentium, 1. 7 Cf. Christus Dominus, 6. 8 Jn 13, 35. 9 Me 16, 15. 10 Lumen gentium, 25. 11 Christus Dominus, 12.
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podemos, hermanos míos, conformarnos con las metas ya alcanzadas.<br />
Vosotros sois, como yo, conscientes de ello. Ciertamente lo ya reali<br />
zado es mucho, pero, al mismo tiempo, es poco, si tenemos en cuenta<br />
los dilatados horizontes de posible expansión y profundización cris<br />
tiana que se abren ante nuestros ojos.<br />
8. Cuando se emprendió la primera evangelización de estas tierras,<br />
vuestros predecesores encontraron ante sí una geografía dura, de difí<br />
ciles comunicaciones a través de las imponentes alturas de los Andes<br />
o de selvas impenetrables. Pero el amor y la conciencia del mandato<br />
divino de hacer! discípulos en todos los pueblos prevalecieron sobre<br />
las dificultades. Hoy, como entonces, al igual que en los albores del<br />
cristianismo, pudiera parecer que los obstáculos son insuperables y<br />
los medios insuficientes. Es cierto que a las dificultades ya experi<br />
mentadas en el pasado, se unen en nuestros días otras de caracte<br />
rísticas diferentes y desafiantes. <strong>La</strong> sociedad peruana actual, que<br />
justamente aspira a conseguir objetivos de progreso capaces de elevar,<br />
el horizonte material y espiritual de todo ciudadano, se siente a veces<br />
como minada desde dentro por un inexcusable eclipse del respeto<br />
debido a la dignidad humana, por ideologías materialistas que niegan<br />
la trascendencia, por una violencia ciega e insensible a las reiteradas<br />
llamadas a la reconciliación. A todo esto se añade la pobreza cre<br />
ciente y aun extrema en que llegan a vivir tantas familias, los vicios<br />
sociales acarreados o generados por el narcotráfico, la profusión de<br />
las sectas y la persistencia obstinada de planteamientos doctrinales<br />
y metodológicos que siembran la confusión entre los fieles y atentan<br />
a la unidad de la Iglesia.<br />
Pero también hoy, como hace cinco siglos, el Espíritu de Dios<br />
nos lleva a acometer el trabajo con un encendido ardor y renovada<br />
esperanza : realizando con fidelidad las tareas pastorales que demanda<br />
el crecimiento de la Iglesia ; sobrellevando con fortaleza las angustias<br />
y dolores, que nunca faltan; prosiguiendo generosamente el camino<br />
de la Cruz 5 fuente de nuestra salvación.<br />
4. <strong>La</strong> necesidad de una evangelización renovada trae consigo en<br />
primer lugar, una exigencia mayor de unidad. <strong>La</strong> Iglesia, como mis<br />
terio de comunión, es, en palabras del Concilio Vaticano II, « signo<br />
e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo<br />
5 Cf.. Col 1, 24.