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Untitled - Revista Pensamiento Penal

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474<br />

FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ<br />

amor, es el amor expresado en términos feudales, constituyendo aquél el<br />

molde lingüístico en donde se volcará la pasión romántica. 15 Si aquélla se<br />

articula como relación político-personal entre un señor y un vasallo, fundado<br />

en una fidelidad recíproca a ultranza, con un marcado componente<br />

militar de protección en todos los campos, personalísima e intransferible,<br />

intuitu personae, el mismo esquema es trasladado al campo amoroso<br />

donde la señora amada es, en realidad, el señor feudal, real o idealmente,<br />

y el sufriente amado es el vasallo absolutamente sometido, con un pacto<br />

que implica compromisos para la defensa recíproca, la tutela de ambos<br />

sujetos por parte de ellos mismos en perfecto sinalagma, en el que uno, el<br />

vasallo, da lo mejor de sí, todos sus buenos servicios, y el otro, el señor,<br />

ha de entregar a cambio el amor que se le reclama. 16 Pero en todo caso,<br />

hay que resaltar que el carácter artificial del vínculo vasallático implica<br />

el reconocimiento subrepticio de una verdadera realidad amorosa natural,<br />

que sería la divina. Es decir, si la relación señor-vasallo es una relación<br />

15 Cfr. Lewis, C. S., op. cit., nota 13, p. 11, añadiendo las cuatro notas que singularizan<br />

ese amor: humildad, cortesía, adulterio y religiosidad opuesta a la religión positiva<br />

dominante.<br />

16 El juego de fidelidades es más complejo de lo que a primera vista puede parecer,<br />

porque la relación “vasallático- amorosa” suele superponerse a otra relación ya trabada,<br />

de ahí que la dominación afectiva tenga por base una dominación política previamente<br />

constituida. Así, la señora lo será doblemente: por decisión voluntaria y por tradición histórica.<br />

Por otro lado, el vasallaje no es nunca unilateral: el hecho de la aceptación de ese<br />

vasallaje crea asimismo deberes para la señora, de modo que su condición de parte fuerte<br />

en la relación no es tan clara como se ha pretendido ver. Su aceptación crea un vínculo<br />

y crea una obligación de recompensar al vasallo por los servicios recibidos, recompensa<br />

que no puede tener otra forma de satisfacerse plenamente que la entrega física a aquél:<br />

“La dama es la esposa de un señor, y a menudo de su propio señor. En todo caso, es dueña<br />

de la casa que él frecuenta. En virtud de las jerarquías que gobernaban entonces las relaciones<br />

sociales, ella estaba efectivamente por encima de él, quien enfatiza la situación<br />

con sus gestos de vasallaje. Se arrodilla en la postura del vasallo, habla, compromete su<br />

fe, y promete, como un hombre sometido a vínculo de vasallaje, no llevar su servicio a<br />

ningún otro sitio. Y va más allá aún: a la manera de un siervo, hace entrega de sí mismo.<br />

A partir de ese momento, deja de ser libre. La mujer sí lo es de aceptar o rechazar la<br />

ofrenda. En ese instante se descubre el poder femenino. Para una mujer, para esta mujer,<br />

el hombre está a prueba, conminado a mostrar lo que vale. Sin embargo, si, al final de<br />

este examen, la dama acepta, si escucha, si se deja envolver por las palabras, también<br />

ella queda prisionera, pues en esta sociedad está establecido que todo don merece un<br />

don a cambio. Calcadas de las estipulaciones del contrato vasallático, las cuales obligan<br />

al señor a devolver al buen vasallo todo cuanto reciba de él, las reglas del amor cortés<br />

obligan a la elegida, como precio de un servicio leal, a entregarse finalmente por entero.<br />

Cfr. Duby, G., “A propósito del llamado amor cortés”, op. cit., nota 13, pp. 301 y 302.

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