Untitled - Revista Pensamiento Penal

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434 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ para que no nos demos unos a otros deleites y gustos torpes? Y, con todo, es precepto muy saludable y verdadero: Todo lo que queréis que hagan los hombres con vosotros, eso mismo haréis vosotros con ellos. Y esto, ¿por qué, sino porque en este lugar la voluntad se usa en sentido propio, sin que se pueda tomar en mala parte? Pero, ¿no diríamos en el lenguaje más común que usamos: No queráis mentir todo mentira, si no hubiese también voluntad mala, de cuya malicia se diferencia aquella voluntad que nos anunciaron y predicaron los ángeles diciendo Paz en la tierra a los hombres de buena voluntad, porque inútilmente se dice de buena, si no puede ser sino buena? ¿Y qué alabanza hubiera hecho el apóstol de la caridad al decir: No se alegra del pecado, si no se alegra con él la malicia? En su apoyo, textos clásicos de autores que presuponían hallar la voluntad y la bondad identificadas plenamente. Cicerón, Terencio o Virgilio argumentan desde el paganismo lo que se puede identificar como la conclusión final. La necesidad de la tristeza o del dolor se configura como elemento de purificación, de modestia, de antídoto contra la soberbia: Por lo tanto, los buenos y los malos quieren, se guardan, temen y gozan; y, por decir lo mismo con otras palabras, los buenos y los malos desean, temen y se alegran; pero los unos bien y los otros mal, según que es buena o mala su voluntad. Y aun la tristeza, en cuyo lugar dicen los estoicos que no se puede hallar cosa alguna en el alma del sabio, se halla usada en buena parte, y principalmente entre los nuestros; porque el apóstol elogia a los corintios de que se hubiesen entristecido según Dios… Y conforme a esta doctrina pueden los estoicos responder por su parte que la tristeza parece muy útil para que se duelan y arrepientan de su pecado, y que en el ánimo del sabio no puede haber causa, porque no hay pecado cuyo arrepentimiento le cause tristeza, ni puede existir algún otro mal cuya pasión y dolor le contriste; porque aun de Alcibíades refieren (si no me engaña la memoria en el nombre de la persona) que creyendo era bienaventurado oyendo los discursos e instrucciones de Sócrates, que le manifestaron era miserable por ser necio e ignorante, se cuenta que lloró. Así que la necedad fue aquí la causa propia de esta inútil e importante tristeza con que el hombre se duele de no ser lo que debe ser; mas los estoicos dicen que no el necio, sino el sabio es incapaz de tristeza. Culminemos la reflexión agustinista con otro pasaje de una obra no doctrinal, sino biográfica, pero no por ello exenta de consideraciones y reflexiones sobre los lugares comunes del pensamiento de su autor: en la

LA REGLA ÁUREA EN EL MUNDO MEDIEVAL 435 descripción de su periplo espiritual, las Confesiones, Agustín de Hipona inserta en las primeras páginas elementos de su ideario. El texto tiene valor biográfico, de eso no cabe duda, pero no es menos cierto que los avatares de su formación espiritual, su constante formación, los diferentes credos y variantes heréticas que abraza permiten observar algo que va más allá de la simple enumeración de acontemientos vitales. Se trata de una indicación de los caminos que conducen a Dios, de las vías que llevan a la única creencia verdadera. Al referirse a la comparación entre la ley gramatical y la ley moral, ésta escrita en la propia conciencia directamente por la mano de Dios, podemos leer lo siguiente: Fíjate, Señor Dios, y contempla con esa paciencia tuya en observar cómo los hijos de los hombres se esmeran meticulosamente en cumplir con los cánones y normas sobre letras y sílabas que recibieron de sus antepasados, mientas, por otra parte, descuidan las reglas eternas de la vida perdurable recibidas de ti. Y esto lo hacen de tal modo que quien profesa o enseña las fórmulas clásicamente convenidas, y, en contra de las normas gramaticales, escribe la palabra ombre sin hache, desagrada más a los hombres que si, en contra de su tus mandamientos, oda al género humano, siendo él mismo hombre. Como si fuera posible que el hombre tuviera un enemigo más peligroso que el mismo odio con que se irrita contra él, o como si presiguiéndole pudieran hacerle mayor daño que el que causa a su corazón, odiando. Indiscutiblemente, no hay conocimiento de letras más íntimo que el de las escritas en la propia conciencia: Lo que no quieras para ti, no se lo hagas a otro. 127 Junto a la labor intelectual titánica del obispo de Hipona, otro pensador reformista ha de ser mencionado de forma inevitable por la indudable trascendencia de su creación jurídica. Si el cristianismo había demostrado su eficacia como camino de salvación individual, no era lejana la posibilidad de pensar que ese mismo cristianismo fuese vivido de modo colectivo y que así proporcionase los mecanismos de salvación de un grupo de personas aliadas bajo el manto protector de una regla jurídica que dispusiese los trabajos, sacrificios y oraciones para pavimentar esa ruta salvífica. Benito de Nursia y la Regla Benedictina que él mismo elabora son también tributarias, ahora en el ambiente reducido de cada uno de los claustros, de esa misma regla de oro, en tanto las comunidades monásti- 127 Agustin de Hipona, Confesiones, Madrid, BAC, 2005, lib. I, 18, 29, p. 52.

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FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ<br />

para que no nos demos unos a otros deleites y gustos torpes? Y, con todo,<br />

es precepto muy saludable y verdadero: Todo lo que queréis que hagan los<br />

hombres con vosotros, eso mismo haréis vosotros con ellos. Y esto, ¿por<br />

qué, sino porque en este lugar la voluntad se usa en sentido propio, sin que<br />

se pueda tomar en mala parte? Pero, ¿no diríamos en el lenguaje más común<br />

que usamos: No queráis mentir todo mentira, si no hubiese también<br />

voluntad mala, de cuya malicia se diferencia aquella voluntad que nos<br />

anunciaron y predicaron los ángeles diciendo Paz en la tierra a los hombres<br />

de buena voluntad, porque inútilmente se dice de buena, si no puede<br />

ser sino buena? ¿Y qué alabanza hubiera hecho el apóstol de la caridad al<br />

decir: No se alegra del pecado, si no se alegra con él la malicia?<br />

En su apoyo, textos clásicos de autores que presuponían hallar la voluntad<br />

y la bondad identificadas plenamente. Cicerón, Terencio o Virgilio<br />

argumentan desde el paganismo lo que se puede identificar como la<br />

conclusión final. La necesidad de la tristeza o del dolor se configura como<br />

elemento de purificación, de modestia, de antídoto contra la soberbia:<br />

Por lo tanto, los buenos y los malos quieren, se guardan, temen y gozan;<br />

y, por decir lo mismo con otras palabras, los buenos y los malos desean,<br />

temen y se alegran; pero los unos bien y los otros mal, según que es buena<br />

o mala su voluntad. Y aun la tristeza, en cuyo lugar dicen los estoicos que<br />

no se puede hallar cosa alguna en el alma del sabio, se halla usada en buena<br />

parte, y principalmente entre los nuestros; porque el apóstol elogia a los<br />

corintios de que se hubiesen entristecido según Dios…<br />

Y conforme a esta doctrina pueden los estoicos responder por su parte<br />

que la tristeza parece muy útil para que se duelan y arrepientan de su pecado,<br />

y que en el ánimo del sabio no puede haber causa, porque no hay<br />

pecado cuyo arrepentimiento le cause tristeza, ni puede existir algún otro<br />

mal cuya pasión y dolor le contriste; porque aun de Alcibíades refieren (si<br />

no me engaña la memoria en el nombre de la persona) que creyendo era<br />

bienaventurado oyendo los discursos e instrucciones de Sócrates, que le<br />

manifestaron era miserable por ser necio e ignorante, se cuenta que lloró.<br />

Así que la necedad fue aquí la causa propia de esta inútil e importante<br />

tristeza con que el hombre se duele de no ser lo que debe ser; mas los estoicos<br />

dicen que no el necio, sino el sabio es incapaz de tristeza.<br />

Culminemos la reflexión agustinista con otro pasaje de una obra no<br />

doctrinal, sino biográfica, pero no por ello exenta de consideraciones y<br />

reflexiones sobre los lugares comunes del pensamiento de su autor: en la

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