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Untitled - Revista Pensamiento Penal

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418<br />

FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ<br />

esculpida en el corazón, accesible a la razón y testimoniada por medio de<br />

la conciencia. Por medio de esa ley de implicaciones morales puede llegar<br />

a conocer a Dios como legislador supremo y como garante de la ley<br />

natural misma, de la que Dios es causa primera mediante el espectáculo<br />

de la creación, si bien este conocimiento es oscuro e imperfecto. Es escrita<br />

por Dios en el corazón del hombre, no según las fórmulas gramaticales<br />

de las dos tablas del Decálogo, sino según el contenido de las leyes<br />

mismas. El pagano tiene una ley moral en sí y su corazón es como una<br />

tabla, una piedra viviente, en la cual está expresada la voluntad de Dios.<br />

El hombre descubre esta ley natural en la medida en que se reconoce por<br />

aquello que es y actúa en conformidad con ésta su humanidad. La conciencia<br />

da testimonio de todo esto, leyendo aquello que lleva el corazón,<br />

describiendo los principios morales básicos, pero aquélla está obnubilada<br />

por el pecado. Por ese motivo, lo que para nosotros es pecado no implica<br />

la existencia de un precepto moral explícito, como aconteció con Adán<br />

o con Moisés. Simplemente, basta el conocimiento de los principios que<br />

regulan el actuar humano, que todos los hombres poseen de forma adecuada,<br />

aunque en ellos se da el terrible dilema entre el recto conocimiento<br />

y la imposibilidad de su total cumplimiento. 79 El precepto evangélico<br />

implica la exigencia de que el hombre, todo hombre, reconozca en el otro<br />

a alguien similar, a un hermano, criterio que se acaba imponiendo por el<br />

peso específico de la idea de responsabilidad en el individuo, en la comunidad.<br />

Desaparece la diferenciación entre amigo-enemigo, entre indígena,<br />

nacional o extranjero. Todos son hijos de un mismo Dios, susceptibles,<br />

por tanto, de la mayor bondad posible, sometidos genéricamente a los<br />

imperativos de la ley divina. Entre ellos, es predicable aquel mismo amor<br />

que el Creador ha manifestado por todos. Se trata de respetar a los demás,<br />

a partir de un primer respeto a nosotros mismos, o a causa precisamente<br />

de ese respeto propio. Respetar, proteger nuestra humanidad en los demás.<br />

La conciencia de cada individuo, valorando el mal y el bien propio,<br />

es capaz de juzgar el mal y el bien de los otros que se identifican prácticamente<br />

con el propio, con él mismo. Eso lo lleva a salir de su círculo<br />

íntimo y relacionar su conducta con el efecto que la misma produciría en<br />

los demás. El criterio que se acaba imponiendo es ciertamente subjetivo,<br />

pero no egoísta, ni individualista, porque aquél procede de una entidad<br />

79 Véase Pizzorni, R., Il Diritto Naturale. Dalle origini a S. Tommaso d’Aquino, 3a.<br />

ed., Bolonia, Edizione Studio Domenicano, 2000, pp. 167 y ss.

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