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Untitled - Revista Pensamiento Penal

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304<br />

FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ<br />

la conocida expresión de Ernst Cassirer, un “animal simbólico”, 334 un<br />

animal que habla, que vive en un universo no solamente físico, sino también<br />

espiritual, con la lengua, el arte, la religión, el mito, que conforman<br />

ese tejido plural de ideas e imágenes que contribuyen asimismo a forjar<br />

toda su existencia. Por medio del lenguaje, oral o escrito, el hombre<br />

habla, nos habla de sí mismo, habla de su ser, de sus aspiraciones, de<br />

sus miedos y fantasmas. El derecho —como expresión de esa poderosa<br />

vida cultural, en un tiempo dominado por la presencia total de ese Dios<br />

omnisciente—, fue también simbólico, tuvo una profunda carga de representaciones<br />

ideales, de ejemplos modélicos, de arquetipos por todos<br />

conocidos. Así, por eso mismo, recurrió a la pléyade de símbolos conocidos,<br />

proporcionados por las Sagradas Escrituras, mediante los personajes<br />

allí recopilados, para actuar como modelo en un doble sentido:<br />

como recordatorio de la propia historia bíblica, en voz pretérita, modo<br />

de aprendizaje rudimentario, pero efectivo; y, en segundo lugar, como<br />

amenaza del castigo ejemplar que Dios impuso en su momento a los sujetos<br />

que se rebelaron contra Él, en voz actual, presente. Creencias, si se<br />

quiere, absurdas, que daban pie a la formación de un hombre crédulo e<br />

inocente, que pensaba en Dios como una suerte de panacea, que todo lo<br />

tocaba y en todo intervenía, pero creencias que estaban perfectamente<br />

imbricadas en la concepción coherente del mundo que correspondía a esa<br />

mentalidad, que creía porque existían plurales razones para creer. Y esa<br />

fe traspasó, como hemos demostrado en el caso del aparato jurídico, el<br />

ámbito reducido de la Iglesia (el ámbito de los hombres consagrados a la<br />

religión, de los templos, catedrales y monasterios) para inundar la totalidad<br />

de las actuaciones del hombre medieval, desde las más nimias a las<br />

más osadas o avanzadas. Cuando la religiosidad ciertamente agónica y<br />

patética se atenúa, el protagonismo pasa a descansar ya en solitario sobre<br />

la persona del rey y su regia indignación. Es ésta una constante en los<br />

sucesivos momentos medievales: se han ido evaporando las referencias<br />

bíblicas precisamente desde el instante preciso en que el rey no necesita<br />

de esos aditamentos religiosos para la afirmación de su poder y le basta<br />

(y le sobra) el derecho en sí mismo considerado, su sola autoridad, su<br />

solo poder secularizado o en vías de secularización. La ira del rey reemplaza<br />

la ira divina de la misma manera que al frente del reino se ubica<br />

un monarca por la gracia de Dios, pero no Dios mismo. Ese cambio es<br />

esencial. La mentalidad política lo traslada al campo jurídico. Unos mo-<br />

334 Cfr. Cassirer, E., Saggio sull’uomo, Milán, Armando Editore, 1948, pp. 47-49.

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