Untitled - Revista Pensamiento Penal

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212 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ esta dualidad lealtad-infidelidad, al margen, claro está, del diablo, cuyo pecado mayor fue la soberbia de sentirse y operar como Dios cuando no lo era, dos son los modelos de comportamiento más reprobables que se pueden encontrar, precisamente porque abandonan de forma deliberada esa lealtad exigible, si bien por motivos distintos: la indolencia de Poncio Pilatos (no tanto su acto de traición que no es puramente acto de entrega, sino de fiel cumplimiento del deber, de su deber) y el de Judas (en cuyo caso, sí hay ya los elementos esenciales para calificarlo como violador de la relación de fidelidad, pero no una relación cualquiera, sino la suprema relación que Dios hecho hombre estableció con todos los seres humanos y con Judas especialmente, al formar parte del grupo de los apóstoles). Por ese motivo, las remisiones a la conducta de Judas serán prácticamente constantes en los documentos jurídicos medievales, puesto que aquél es paradigma de lo que no debe hacerse, es ejemplo negativo del incumplimiento de la palabra, de quebrantamiento de la lealtad y de la fidelidad más elevadas, de la traición que se efectúa no a un ser humano cualquiera, sino a la misma divinidad. Lo mismo que el diablo se había rebelado contra Dios en un supremo acto de soberbia más que otra cosa, Judas es el modelo de la infracción a esa fidelidad que debe regir toda suerte de conductas y de comportamientos. Es, por tanto, el modelo reprobable, el modelo del que hay que huir, puesto que la equiparación al mismo es tanto como igualar al hombre con un deicida. Esto es lo que hace que la documentación se refiera en numerosos ejemplos, como se verá, a Judas y a su castigo como los destinos que corresponden a aquellos que infrinjan, que violan, que rompan, que obvien lo recogido en una escritura, porque serán condenados a idéntico fin. Judas es el ejemplo. No el único. La Biblia nos proporcionará abundante material en este sentido, aunque en una dimensión cuantitativamente inferior a la de aquel apóstol traidor. La fidelidad se convierte en la base de las relaciones sociales, con sus corolarios últimos: confianza, amistad, amor, lealtad, reciprocidad y, el derecho, como elemento final aglutinador, como principio ordenador. 81 ¿Por qué esa dependencia del modelo bíblico? La Biblia contiene el orden divino, resultado directo de la revelación; es modelo de profundidad y de sabiduría y está ordenada hacia el fin último que es la salvación del hombre. No es un texto cualquiera, por tanto. Como es bien sabido, el islam diferenciaba entre la totalidad de los credos del mundo, aquellos 81 Véase Hattenhauer, H., “Minne und recht als Ordnungsprinzipen des mittelalterlichen Rechts”, SZ.GA, núm. 80, 1963, pp. 325-344.

ET CUM JUDA TRADITORE DOMINI: LENGUAJE BÍBLICO 213 que seguían o conformaban una ruta previa a la verdadera revelación, que compartían en suma con el islam una serie de profetas, valores y dogmas, luego superados por él mismo, y que les hacía objeto de un trato especial, protector si se quiere, distinto a los demás pueblos o religiones. Judíos y cristianos forman lo que se denomina las “gentes del Libro”, Libro que, obvia decirlo, es la Biblia. El cristianismo es cultura del Libro, cuya existencia gira en torno precisamente a lo que aquel Libro contiene y expresa, marca y delimita creencias, comportamientos, actitudes, formas de pensar, de ser, condiciona la totalidad de las actuaciones creadoras del ser humano, porque allí, entre sus líneas, entre sus palabras, se halla la verdad absoluta que conduce hacia la salvación. De acuerdo con García- Pelayo, la pertenencia a esta cultura implica varios elementos definitorios. Uno social, de adscripción al mismo colectivo. La vinculación entre los hombres y los grupos en que aquellos se integran depende precisamente de la común creencia en las verdades de ese Libro: la asimilación del contenido del mismo y la proclamación de la fe en ello es el motivo determinante de la conformación de unidades sociales. Otro aspecto es el intelectual y moral. En el Libro se contiene además la verdad y la nomología definitivas, decisivas, tras las cuales nada hay o nada existe; se desarrolla todo un programa de salvación; crea y fundamenta la comunidad en su periplo histórico; requiere la defensa a ultranza de su contenido por medio de la recta interpretación, lo que implica la fijación de su texto oficial, la consagración de un estamento de intérpretes para su desarrollo y la aparición de una literatura exegética, entre otros factores. 82 El documento medieval —al margen de lo en él recogido, de su contenido material y de las posibles distorsiones o corrupciones que la vida práctica del derecho ha podido proporcionar y así las partes lo hacen constar bajo el ropaje de sus plurales intereses— es, a nuestro modesto entender, un pequeño tratado teológico, con un alfa y un omega concretos. Su esquema es también simbólico, su estructuración no responde al 82 Cfr. García-Pelayo, M., “Las culturas del Libro”, Los mitos políticos, cit., nota 4, pp. 353 y 354. Con la consecuencia final que expresa el mismo autor, en p. 355: “Originariamente la creencia en el Libro se deriva de la creencia en la revelación fijada en su texto, pero el Libro, en cuanto expresión de la palabra santa, se transforma en sí mismo en santo y, en cuanto realidad material o sensible portadora de las representaciones, significaciones y valores inmateriales de una cultura, se convierte en símbolo básico de esa cultura, de modo que quien rechaza u ofende el Libro, rechaza u ofenda al mundo cultural en cuestión”.

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que seguían o conformaban una ruta previa a la verdadera revelación, que<br />

compartían en suma con el islam una serie de profetas, valores y dogmas,<br />

luego superados por él mismo, y que les hacía objeto de un trato<br />

especial, protector si se quiere, distinto a los demás pueblos o religiones.<br />

Judíos y cristianos forman lo que se denomina las “gentes del Libro”,<br />

Libro que, obvia decirlo, es la Biblia. El cristianismo es cultura del Libro,<br />

cuya existencia gira en torno precisamente a lo que aquel Libro contiene y<br />

expresa, marca y delimita creencias, comportamientos, actitudes, formas<br />

de pensar, de ser, condiciona la totalidad de las actuaciones creadoras del<br />

ser humano, porque allí, entre sus líneas, entre sus palabras, se halla la<br />

verdad absoluta que conduce hacia la salvación. De acuerdo con García-<br />

Pelayo, la pertenencia a esta cultura implica varios elementos definitorios.<br />

Uno social, de adscripción al mismo colectivo. La vinculación entre<br />

los hombres y los grupos en que aquellos se integran depende precisamente<br />

de la común creencia en las verdades de ese Libro: la asimilación<br />

del contenido del mismo y la proclamación de la fe en ello es el motivo<br />

determinante de la conformación de unidades sociales. Otro aspecto es<br />

el intelectual y moral. En el Libro se contiene además la verdad y la nomología<br />

definitivas, decisivas, tras las cuales nada hay o nada existe; se<br />

desarrolla todo un programa de salvación; crea y fundamenta la comunidad<br />

en su periplo histórico; requiere la defensa a ultranza de su contenido<br />

por medio de la recta interpretación, lo que implica la fijación de su texto<br />

oficial, la consagración de un estamento de intérpretes para su desarrollo<br />

y la aparición de una literatura exegética, entre otros factores. 82<br />

El documento medieval —al margen de lo en él recogido, de su contenido<br />

material y de las posibles distorsiones o corrupciones que la vida<br />

práctica del derecho ha podido proporcionar y así las partes lo hacen<br />

constar bajo el ropaje de sus plurales intereses— es, a nuestro modesto<br />

entender, un pequeño tratado teológico, con un alfa y un omega concretos.<br />

Su esquema es también simbólico, su estructuración no responde al<br />

82 Cfr. García-Pelayo, M., “Las culturas del Libro”, Los mitos políticos, cit., nota 4,<br />

pp. 353 y 354. Con la consecuencia final que expresa el mismo autor, en p. 355: “Originariamente<br />

la creencia en el Libro se deriva de la creencia en la revelación fijada en su<br />

texto, pero el Libro, en cuanto expresión de la palabra santa, se transforma en sí mismo<br />

en santo y, en cuanto realidad material o sensible portadora de las representaciones, significaciones<br />

y valores inmateriales de una cultura, se convierte en símbolo básico de esa<br />

cultura, de modo que quien rechaza u ofende el Libro, rechaza u ofenda al mundo cultural<br />

en cuestión”.

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