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Untitled - Revista Pensamiento Penal

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162<br />

FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ<br />

mento formativo de todos los juristas que los lleva a dominar no sólo el derecho<br />

(lo cual no se niega, ni discute), sino todas aquellas materias<br />

complementarias sin las cuales no es factible proceder a un conocimiento<br />

profundo y global del universo de las leyes, las glosas, los autores, las citas.<br />

Un buen jurista debe ser, al mismo tiempo, un buen historiador, un buen<br />

latinista y un buen filósofo. Hay reminiscencias de ese Ars Combinatoria<br />

del que hablaba Raimundo Llulio en el medievo, un saber general, completo,<br />

totalizador que permita acercarse a todo tipo de conocimiento, de materia,<br />

de sabiduría, con garantías ciertas de éxito. Rabelais es quien pone por<br />

escrito este nuevo programa ideológico orientado a conocer de un modo<br />

pleno el mundo del derecho, abandonando dogmas de antaño y proponiendo<br />

nuevas maneras de enfrentarse a lo jurídico. Se trata de un programa que<br />

estaba en el aire. Budeo, Zasio o Alciato lo habían esbozado. El autor lo<br />

completa con el innegable apoyo de una prosa sólida, capaz, fuerte y plena<br />

de ironía. Cujacio y Donello lo llevarán a su efímera culminación. Es evidentemente<br />

un pensamiento crítico, pero es una crítica que al mismo tiempo<br />

que desmorona los esquemas anteriores, propugna nuevas salidas al laberinto<br />

en el que parece haberse quedado la ciencia jurídica. El jurista tiene<br />

que ser un humanista y el humanismo es la filosofía del hombre como centro<br />

del universo, como eje central de la creación.<br />

En suma, Rabelais lo que reivindica es la subordinación del derecho al<br />

hombre y no al revés: el hombre no puede ser esclavo del derecho, del texto,<br />

sino que por medio del empleo de aquellos instrumentos apuntados,<br />

contará con el material más perfecto, su razón, para alcanzar los fines supremos<br />

que todo orden jurídico persigue. El texto está ahora a su servicio,<br />

no esclavizándolo como con anterioridad. Solamente así se podría realizar<br />

la justicia para la colectividad y la libertad para el hombre individual. Sus<br />

palabras siguen siendo válidas. El jurista no puede ocultarse en la oscuridad<br />

de las leyes y de sus propias palabras, sino que ha de abrirse a la sociedad<br />

y ha de estar a su servicio. La cultura es la que proporcionará esos materiales,<br />

pero habrá de ser la cultura general, no solamente la reducida porción<br />

de saber que el derecho integra, porque eso conduciría al aislamiento y a la<br />

soledad. La confianza ciega en el hombre, que el Renacimiento convierte<br />

en parte esencial de su programa, se convierte asimismo en confianza ciega en<br />

el homo iuridicus, pero un hombre jurídico que ha de ser renovado. Rabelais<br />

y luego Francia entera (el éxito, en este caso, no es europeo) tratarán<br />

de llevar a la práctica estos postulados. Sus certeras aportaciones, además de

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