Untitled - Revista Pensamiento Penal

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DERECHO COMÚN Y LITERATURA 155 Para concluir con nuevas citas: “En el Digesto esta dicho / Párrafo quibus si bene”, o bien cuando se afirma que “lo que no da es natural, / no es del arte preferido. / La ley ubi repugnantia / pienso que párrafo primo”. 188 Lope muestra claramente las varias direcciones que solamente un genio como él puede imprimir en el empleo del lenguaje. Los recursos procedentes del campo jurídico son empleados en diferentes acepciones: unas veces, para indicar el prototipo de sabiduría jurídica, de conocimiento científico: Bártolo es el modelo preferido, seguido de Baldo y de Jasón de Maino; 189 188 Ambas en “El cuerdo en su casa”, Comedias escogidas… cit., t. III, acto II, p. 452. 189 La solución no difiere en el caso de Quevedo y Villegas, F. de, Poesía original completa, edición, introducción y notas de José Manuel Blecua, Barcelona, Planeta, 1999, en donde aparecen los mismos protagonistas: Bártolo, Baldo, el abad Panormitano, Curzio, Jason de Maino, etcétera, así como las referencias los textos más reputados del derecho común, el empleo abusivo de los mismos y la crítica siempre presente a la lentitud de la justicia. Así, por ejemplo, “Elogio al duque de Lerma, don Francisco”, Antistrophe II, p. 270, verso 4: “A Curcio aventajado y parecido”; Túmulo de don Francisco de La Cueva y Silva, grande jurisconsulto y abogado, p. 281, versos 1-4: “Éste, en traje de túmulo, museo,/ sepulcro en academia transformado,/ en donde está en cenizas desatado/ Jasón, Licurgo, Bártulo y Orfeo”; Duélese un preso en los términos mismos de sus visitas, p. 536, versos 9-11: “Siempre me están pidiendo los derechos:/ conversación que a Bártulo cansara/ y a cincuenta letrados barbihechos”; A la barba de los letrados, p. 576, versos 1-4: “¡Qué amigos son de barba los Digestos,/ hircoso licenciado! Mas sin duda/ de barba de cabrón, intonsa y ruda, / más se presumen brujas que no textos”; Riesgos del matrimonio en los ruines casados, p. 617, versos 76-78: “Cásanse los letrados, dignidades, / para que a sus mujeres con Jasones/ puedan también juntarse abades”; Letrilla satírica, Chitón, p. 651, versos 16-22: “Que por buscar pareceres/ revuelvan muy desvelados/ los Bártulos los letrados,/ los abades sus mujeres./ Si en los estrados las vieres/ que ganan más que el varón,/ chitón”; Letrilla satírica. Y no lo digo por mal, p. 663, versos 29-37: “Con más barbas que desvelos, / el letrado cazapuestos, / la caspa alega por textos, / por leyes cita los pelos. / A puras barbas y duelos, / pretende ser el doctor/ de Brujas corregidor, / como el barbado infernal. / Y no lo digo por mal”; Burla de los eruditos de embeleco que enamoran a feas cultas, p. 881, versos 37 y 38: “Échese luego a dormir/ entre Bártulos y abades,/ y amanecerá abrazado/ de Zenón y de Cleantes”; Censura costumbres y las propiedades de algunas naciones, p. 902, versos 29-32: “Un abogado, que quiere,/ por barbado, corregir,/ con más zalea que leyes,/ menos textos que nariz”; Consultación de los gatos, en cuya figura también se castigan costumbres y aruños, p. 907, versos 53-56: “Desdichado del que vive/ por la mano de un letrado,/ que me funda el no comer/ en los Bártulos y Baldos”; Matraca de las flores y la hortaliza, p. 930, versos 111 y 112: “el licenciado Repollo,/ doctor in utroque jure”; Romance de la Roma, p. 1.069, versos 65-72: “A tu nariz soy testigo/ que han puesto pleito en derecho:/ por teta la pide un pecho/ y una panza por ombligo./ Y me ha dicho un hablador/ que, con justicia y enojo,/ la pide por roncha un piojo/ y por cero un contador”; Sátira contra don Juan de Alarcón, p. 1.109, versos 73-76: “¿Quién del derecho aprendió/ a párrafo y no a letrado?/ ¿Quién, en coma consultado,/ de tilde se graduó?”; Carta de la Perala a Lampuga, su bravo, p. 1.127, versos 13 y 14: “No son los dotores los matasanos,/ sino los procesos y el escri-

156 FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ otras veces, se acude pura y llanamente a la enumeración de autores, que demuestra el conocimiento completo, que no profundo, de Lope acerca del mundo jurídico. Insisto en una idea ya expresada: las citas de estos autores obedecen a su conocimiento a nivel culto y, quizás también, a nivel popular. Lope encarnaría el primero de ellos, nivel culto que no implica un dechado de erudición jurídica, sino acaso un conocimiento concreto y puntual de esas obras y autores. El nivel popular lo representa el pueblo, quien es, en última instancia, el destinatario de ese lenguaje que Lope emplea y que para surtir los efectos deseados por el autor (la risa o la sonrisa) implicaría una cierta vulgarización del lenguaje jurídico en estos extremos. En otros casos, Lope emplea las citas de juristas de forma paródica, como se acaba de ver con Leonardo y su absurda forma de razonar todo acompañándose de citas de leyes y de autores, o de forma culta para ilustrar un determinado supuesto. En todo caso, la grandeza de este dramaturgo, su sólida formación y el dominio sin par que demuestra del lenguaje, le permiten todos estos recursos con los que acredita la aceptación desde el punto de vista del vulgo, a quien se dirigían finalmente sus comedias, del mundo del derecho común, cuyos nombres (no sus obras) debían parecerles cercanos, próximos, cotidianos. En todo caso, la obra de Lope alienta una reflexión ciertamente pesimista sobre el estado intelectual de España en los inicios del siglo XVII. Cierto que corresponde ese periodo con la época de mayor esplendor de nuestra literatura, no en vano es calificado como el Siglo de Oro, pero no deja de ser desalentador la ausencia de una conciencia crítica, del conformismo que se puede respirar sutilmente a partir de la obra de Lope con el estado de cosas existente. No hay en España un Rabelais que se atreva a denunciar de un modo abierto el sistema jurídico y, al mismo instante, proponga una modificación sustancial de sus estructuras capitales. Tenemos a Lope, tenemos a Quevedo, ambos con elementales nociones de lo jurídico, pero fieles a un espíritu hispánico, prefieren criticar, referir, emplear el abuso provocado bano”; Relación que hace un jaque de sí y de otros, p. 1.147, versos 65-70: “Más alcaldes ha tenido/ que el castillo de Milán;/ más guardas que monumento,/ más hierros que el Alcorán,/ más sentencias que el derecho”; Los sopones de Salamanca, pp. 1.194 y 1.195, versos 67-76: “catedrático de Sexto/ en casa de sus vecinas,/ quien para dar madrugón/ en la posada que habita,/ mejor entiende en España/ las leyes de la Partida;/ en las vacantes de negra,/ rige cátedra de Prima,/ y en materia de Digesto,/ hombre que nunca se ahíta”; y en su Poema heroico de las necedades y locuras de Orlando, canto II, p. 1.266, verso 621: “que amor no estudia a Bártulo ni a Baldo”.

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FAUSTINO MARTÍNEZ MARTÍNEZ<br />

otras veces, se acude pura y llanamente a la enumeración de autores, que<br />

demuestra el conocimiento completo, que no profundo, de Lope acerca del<br />

mundo jurídico. Insisto en una idea ya expresada: las citas de estos autores<br />

obedecen a su conocimiento a nivel culto y, quizás también, a nivel popular.<br />

Lope encarnaría el primero de ellos, nivel culto que no implica un dechado<br />

de erudición jurídica, sino acaso un conocimiento concreto y puntual<br />

de esas obras y autores. El nivel popular lo representa el pueblo, quien<br />

es, en última instancia, el destinatario de ese lenguaje que Lope emplea y<br />

que para surtir los efectos deseados por el autor (la risa o la sonrisa) implicaría<br />

una cierta vulgarización del lenguaje jurídico en estos extremos. En<br />

otros casos, Lope emplea las citas de juristas de forma paródica, como se<br />

acaba de ver con Leonardo y su absurda forma de razonar todo acompañándose<br />

de citas de leyes y de autores, o de forma culta para ilustrar un determinado<br />

supuesto. En todo caso, la grandeza de este dramaturgo, su sólida<br />

formación y el dominio sin par que demuestra del lenguaje, le permiten todos<br />

estos recursos con los que acredita la aceptación desde el punto de vista<br />

del vulgo, a quien se dirigían finalmente sus comedias, del mundo del derecho<br />

común, cuyos nombres (no sus obras) debían parecerles cercanos,<br />

próximos, cotidianos.<br />

En todo caso, la obra de Lope alienta una reflexión ciertamente pesimista<br />

sobre el estado intelectual de España en los inicios del siglo XVII. Cierto<br />

que corresponde ese periodo con la época de mayor esplendor de nuestra literatura,<br />

no en vano es calificado como el Siglo de Oro, pero no deja de ser<br />

desalentador la ausencia de una conciencia crítica, del conformismo que se<br />

puede respirar sutilmente a partir de la obra de Lope con el estado de cosas<br />

existente. No hay en España un Rabelais que se atreva a denunciar de un<br />

modo abierto el sistema jurídico y, al mismo instante, proponga una modificación<br />

sustancial de sus estructuras capitales. Tenemos a Lope, tenemos a<br />

Quevedo, ambos con elementales nociones de lo jurídico, pero fieles a un<br />

espíritu hispánico, prefieren criticar, referir, emplear el abuso provocado<br />

bano”; Relación que hace un jaque de sí y de otros, p. 1.147, versos 65-70: “Más alcaldes ha<br />

tenido/ que el castillo de Milán;/ más guardas que monumento,/ más hierros que el Alcorán,/<br />

más sentencias que el derecho”; Los sopones de Salamanca, pp. 1.194 y 1.195, versos<br />

67-76: “catedrático de Sexto/ en casa de sus vecinas,/ quien para dar madrugón/ en la posada<br />

que habita,/ mejor entiende en España/ las leyes de la Partida;/ en las vacantes de negra,/<br />

rige cátedra de Prima,/ y en materia de Digesto,/ hombre que nunca se ahíta”; y en su Poema<br />

heroico de las necedades y locuras de Orlando, canto II, p. 1.266, verso 621: “que amor no<br />

estudia a Bártulo ni a Baldo”.

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