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Francisco Garay - Bizkaiko Batzar Nagusiak

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<strong>Francisco</strong> de <strong>Garay</strong> El primer gran explorador vasco 7<br />

él a sus aliados indios para que le hiciesen la guerra. Estos hechos, y otras acusaciones<br />

semejantes, jamás se esclarecieron totalmente, y el propio Cortés se encargó de tergiversarlos<br />

mediante las crónicas escritas por él mismo o por sus panegiristas, en tanto que los<br />

partidarios de <strong>Garay</strong>, aunque fueron muchos y muy poderosos, hubieron de callar ante el<br />

indisimulado desentendimiento de la monarquía y la pasividad de la justicia, que lejos de<br />

castigar a su protagonista prefi rieron premiarle, admitiendo sin ambages la rotunda victoria<br />

que Cortés y los suyos alcanzaron en sus propósitos de conquista y enriquecimiento,<br />

de los que la corona fue una de las mayores benefi ciadas 1 .<br />

En cualquier caso, más preocupante que aquel sospechoso silencio que se extendió sobre<br />

todo lo concerniente a <strong>Garay</strong> tras su muerte, fue el hecho de que, siendo un personaje cuyo<br />

protagonismo las crónicas no pueden eludir, su papel en los acontecimientos se nos presente,<br />

salvo contadas excepciones, sutilmente modifi cado, intentando alterar la realidad de<br />

la situación que le condujo a él a una muerte inesperada y al ejército que mandaba a sufrir<br />

una atroz carnicería a manos de los indios. En este sentido, resulta asombroso leer las declaraciones<br />

que realizaron testigos presenciales de los episodios que tuvieron a <strong>Garay</strong> como<br />

protagonista y comparar lo que estos dijeron con lo que escribieron Herrera, Gómara, Díaz<br />

del Castillo, y otros cronistas que les copiaron posteriormente, pues las versiones de unos y<br />

otros son totalmente contradictorias. Se trata de crónicas que ante acontecimientos que no<br />

podían ocultar optaron por desfi gurarlos, puesto que si en su momento ciertas actuaciones<br />

hubiesen sido más diligentemente juzgadas, fácilmente hubiesen podido llevar a Hernán<br />

Cortés ante la espada del verdugo. En consecuencia, ese papel secundario y torpe que se<br />

asignó a <strong>Garay</strong> -esperpéntico en algunos pasajes de Díaz del Castillo-, seguramente no invita<br />

a profundizar demasiado en su protagonismo en Indias y, por tanto, le aleja de las preferencias<br />

de los historiadores. Pero, si por un momento obviamos estas referencias y acudimos<br />

a las de otros coetáneos, como Pedro Mártir de Anglería o Bartolomé de Las Casas, y consultamos<br />

las fuentes originales, los documentos y las declaraciones de testigos, podremos<br />

asistir a un <strong>Garay</strong> diferente, comprobar su verdadera dimensión y el alcance de sus hazañas<br />

y, entonces, comprenderemos lo injusto que resulta omitir su protagonismo como se ha<br />

hecho en las más recientes revisiones de la historiografía de América.<br />

Cuando se investiga en la vida de <strong>Garay</strong>, en los sugerentes acontecimientos y circunstancias que<br />

la rodearon, se advierte, inmediatamente, que estamos ante un personaje que goza como muy<br />

pocos, de las claves que hacen universal a una fi gura histórica. Especialmente reseñable es la<br />

relación cercana que mantuvo con algunas de las personas más interesantes de su tiempo. Ya<br />

desde las primeras referencias documentales le encontramos formando parte del círculo más<br />

próximo de la familia Colón, lo cual debe resaltarse, porque el Almirante se mostró siempre extremadamente<br />

receloso con las personas y, por tanto, muy cauto eligiendo a las de su confi anza2 .<br />

1 Todos los intentos de juzgar a Hernán Cortés fracasaron por uno u otro motivo. La corona envió al licenciado Luis Ponce de León como<br />

“juez de residencia” para que le tomase cuenta de sus actos, pero murió, posiblemente envenenado. Cortés regresó a España el año 1528<br />

y ofreció su versión ante Carlos V, resultando encumbrado y cargado de honores, aunque sin obtener el poder político al que aspiraba. Los<br />

nuevos juicios de residencia, que a instancias del propio Cortés se le abrieron, concluyeron sin ningún resultado práctico, pues en 1547,<br />

año de su muerte, aún estaban pendientes de sentencia.<br />

2 Colón nunca se mostró dispuesto a ampliar su escogido número de colaboradores en el que, aparte de sus hermanos, eran muy<br />

pocos los que podían contarse. Solamente un hombre, el maestresala Pedro de Terreros, vizcaíno de las Encartaciones, natural de<br />

Balmaseda, podía vanagloriarse de ello: fue la única persona que acompañó a Colón en todos sus viajes, y éste le hizo el inmenso<br />

honor de delegar en él para que desembarcase en Paria y tomase posesión de aquella tierra en su nombre y en el de los reyes,<br />

convirtiéndolo de esta manera, en el primer europeo que pisó la tierra del continente americano: “...tomaron la posesión de la

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