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Karl Heinz Roth y Angelika Ebbinghaus

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22 El «otro» movimiento obrero<br />

estas fases de integración, hubo «otra» cultura obrera que no tomó parte<br />

nunca, o sólo de manera limitada, en las garantías compensatorias<br />

del Estado social y que no fue afectada por el proceso patriarcal de<br />

nacionalización de las burocracias obreras, debido a su cambiante composición<br />

generacional, étnica y de género en cada época.<br />

El segundo hilo conductor, que se impuso casi por sí mismo gracias<br />

a nuestro método regresivo, fueron los momentos de represión y<br />

de terror, que siempre jugaron un papel importante en la historia del<br />

trabajo alemana. Aquí también levantábamos un tabú, ya que las burocracias<br />

obreras se habían imbricado cada vez más, en el curso de su<br />

nacionalización e integración en el Estado social, con las estructuras<br />

de vigilancia y autoridad del Estado. Tampoco aquí resultó difícil reconstruir<br />

el carácter procesual de esta evolución: abarcaba desde las<br />

prácticas represivas wilhelmnianas contra las grandes huelgas de masas,<br />

pasando por las técnicas del «pequeño estado de excepción» durante la<br />

Primera Guerra Mundial hasta las revueltas de trabajadores y soldados<br />

de los años 1917-1921, reprimidas de modo sangriento, culminando<br />

fi nalmente en el terror fascista de la dictadura nacionalsocialista, para<br />

continuar infl uyendo de manera subliminal en la época de la Guerra<br />

Fría. Resultaban notables los enormes esfuerzos represivos que se tuvieron<br />

que realizar para contener, vigilar, reprimir, castigar y mantener<br />

bajo control al «otro» movimiento obrero.<br />

El tercer punto clave era, por último, la mirada sobre la vida diaria<br />

real de los trabajadores y las trabajadoras no organizados. Aquí nos interesaba<br />

sobre todo su habilidad para tejer estructuras independientes<br />

(«autónomas») de supervivencia y de resistencia en las fábricas y en los<br />

barrios obreros, que resultaban igualmente «incivilizadas» y apolíticas a<br />

los ojos de las burocracias obreras, por su parte completamente ajenas<br />

a ellas. A la contra de estos prejuicios, también enraizados profundamente<br />

en la historiografía obrera, la historia de las luchas obreras debía<br />

ser escrita fi nalmente desde el punto de vista de las y los trabajadores.<br />

Esto tuvo como consecuencia el enriquecimiento del espectro de<br />

las resistencias cotidianas con formas de comportamiento que bajo la<br />

primacía de las historias precedentes de los partidos y los sindicatos<br />

habían sido clasifi cadas como «apolíticas». Entre éstas se encuentran<br />

especialmente todas las formas de rechazo consciente e inconsciente<br />

al trabajo: absentismo, trabajo lento, cambio frecuente de ocupación,

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