Karl Heinz Roth y Angelika Ebbinghaus

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144 El «otro» movimiento obrero la producción. 232 Los empresarios alemanes se las tenían que ver siempre con dos movimientos obreros —uno político y profesional, y otro activista y no cualifi cado. Por eso tenían pánico —y no sólo por las experiencias de los últimos años— a una transformación parcial de la composición de clase que concentrara su ataque únicamente en el trabajador profesional. La des-intelectualización del trabajador, la liquidación de su orgullo profesional por medio de una maquinaria refi nada y precisa, y la retirada del proceso laboral de los componentes técnicos de la producción: todo esto estaba considerado como amargamente necesario y estaba fuera de discusión. Pero debido a su dilatada experiencia con los ejércitos de trabajadores no cualifi cados de la Cuenca del Ruhr, Alemania Central y las zonas costeras, los empresarios alemanes abandonaron la despreocupación y la parcialidad del ataque de sus colegas explotadores norteamericanos. 233 La recomposición de clase debía contener, desde el principio, mecanismos de división de clase detallados y dirigirse también a los trabajadores no cualifi cados. Al igual que había que desprofesionalizar inmediatamente al trabajador especializado, así también parecía imprescindible el «esfuerzo de los no cualifi cados» y su «especialización» y un nuevo compromiso con la maquinaria de producción del «socialismo blanco de las convicciones puras y activas». 234 El movimiento de racionalización consolidado fi nalmente en 1923-1924 tenía como objetivo a los dos 232 Ibidem, p. 8. 233 La mayoría de las veces, esto se articulaba de tal manera que se criticaban los ensayos de una dirección empresarial «científi ca» de Taylor y por el contrario se celebraban con entusiasmo los principios de la organización del trabajo de Ford. El modelo fordista resultaba más convincente para los empresarios alemanes, quizás también porque era apropiado, antes que nada, para la modernización de la estructura empresarial patriarcal que se empezaba a tambalear: «El rendimiento máximo en Henry Ford no estaba forzado en ningún caso por una rebuscada organización, ni tampoco por una relación entre el trabajador y una “ofi cina de trabajo” que se preocupase en exclusividad del trabajo, como decía Taylor. En el caso de Henry Ford, el rendimiento máximo se obtiene a todos los niveles, por medio de un impulso de arrastre que él mismo difunde desde su personalidad a toda la dirección empresarial. Una empresa estará viva si ante los ojos de los trabajadores mejora continuamente, y justamente esto proporcionará un apoyo más activo al trabajador responsable de sí mismo». 234 Ibidem, p. 40. Toda la programación de la campaña de racionalización quedaba clara en este autor: «¿No será que la ideología con la que soñamos en la teoría equivaliera simplemente a un ideal socialista? Pues sí, así es, en tanto no estemos hablando de un socialismo estimulado por la indignación, que busca a gritos las formas de la comunidad en su credo bañado en rojo vivo. Francamente, ningún socialismo rojo de la exigencia es lo que Henry Ford habría pintado en el muro de nuestro tiempo [...], sino el socialismo blanco de las convicciones puras y activas.»

Lucha obrera y contraataque capitalista antes del Nacionalsocialismo movimientos obreros; era «integral», ya que la conciencia histórica del capital dictaminaba que no sólo había que golpear al movimiento de trabajadores especializados. La «lucha por el alma de los trabajadores», que se había iniciado, no era tan simple. 235 Había que introducir la cadena de montaje, pero esto no implicaba aún un aprovechamiento total de las posibilidades existentes para un «aumento desmesurado del ritmo de trabajo» 236 y una reducción fordista perfecta de la actividad de cada trabajador a operaciones aisladas repetidas de forma continua; el verdadero límite al que se enfrentaban, esto es, la incapacidad para subir de forma masiva el salario real, 237 es algo que los empresarios, que tanto fanfarroneaban, 238 no querían lógicamente reconocer. Se debía romper el viejo orgullo por el trabajo, pero sólo si se ponía en su lugar una nueva «afi rmación del trabajo» que también impregnara a aquellos trabajadores que todavía sentían la fábrica como una prisión y una esclavitud sin sentido. El sentido profundo de la racionalización, en el llamado periodo de estabilización de Weimar, era la modifi cación de una composición de clase polarizada, y con ella la eliminación de dos formas de lucha polarizadas, de tal manera que no se diera una confl uencia en un nuevo nivel antagonista. De lo que se trataba ahora, era de perpetuar el desarme de la clase obrera, conseguido en 1921, como dominio despótico objetivado en la producción de plusvalía. La propaganda —por supuesto, enormemente manipulada— de la auto-introducción del trabajador en el ciclo de explotación reorganizado jugó aquí un papel relevante debido a las pocas posibilidades de concesión en el salario real y en la reducción del tiempo 235 Véase al respecto la literatura estándar de aquel tiempo: H. de Man, Der Kampf um die Arbeitsfreude, 1927; P. Osthold, Der Kampf um die Seele des Arbeiters, 1927. Sobre esto también Götz Briefs en el año 1928: «La lucha por el alma de los trabajadores es el nuevo eslogan, —no por el alma al alcance psicotécnico, sino por el alma espiritual de los trabajadores, por los barrios que no pueden ser medidos, racionalizados y controlados». G. Briefs, «Rationalisierung der Arbeit», en Industrie- und Handelskammer zu Berlin, Die Bedeutung der Rationalisierung für das deutsche Wirtschaftsleben, Berlín, 1928, p. 50. 236 Véase C. Koettgen, «Das fl ießende Band», en ibidem, pp. 115-116. 237 Sobre esto, véase Bry, Wages in Germany 1871-1945, op. cit.; J. Kuczynski, Darstellung der Lage der Arbeiter in Deutschland von 1917-18 bis 1932-33 (Die Geschichte der Lage der Arbeiter unter dem Kapitalismus), vol. 5, Berlín, 1966, pp. 208 y ss.; sobre todo las pp. 218-219, el cálculo estadístico del salario real neto, que según muestra Kuczynski, no volvió a alcanzar el nivel de antes de la guerra (1913-1914) hasta 1928. 238 Véase por ejemplo al equipo directivo de la fábrica de Siemens-Schuckert, Koettgen, op. cit. 145

144 El «otro» movimiento obrero<br />

la producción. 232 Los empresarios alemanes se las tenían que ver siempre<br />

con dos movimientos obreros —uno político y profesional, y otro<br />

activista y no cualifi cado. Por eso tenían pánico —y no sólo por las<br />

experiencias de los últimos años— a una transformación parcial de<br />

la composición de clase que concentrara su ataque únicamente en<br />

el trabajador profesional. La des-intelectualización del trabajador, la<br />

liquidación de su orgullo profesional por medio de una maquinaria<br />

refi nada y precisa, y la retirada del proceso laboral de los componentes<br />

técnicos de la producción: todo esto estaba considerado como<br />

amargamente necesario y estaba fuera de discusión. Pero debido a su<br />

dilatada experiencia con los ejércitos de trabajadores no cualifi cados<br />

de la Cuenca del Ruhr, Alemania Central y las zonas costeras, los empresarios<br />

alemanes abandonaron la despreocupación y la parcialidad<br />

del ataque de sus colegas explotadores norteamericanos. 233 La recomposición<br />

de clase debía contener, desde el principio, mecanismos de<br />

división de clase detallados y dirigirse también a los trabajadores no<br />

cualifi cados. Al igual que había que desprofesionalizar inmediatamente<br />

al trabajador especializado, así también parecía imprescindible el «esfuerzo<br />

de los no cualifi cados» y su «especialización» y un nuevo compromiso<br />

con la maquinaria de producción del «socialismo blanco de<br />

las convicciones puras y activas». 234 El movimiento de racionalización<br />

consolidado fi nalmente en 1923-1924 tenía como objetivo a los dos<br />

232 Ibidem, p. 8.<br />

233 La mayoría de las veces, esto se articulaba de tal manera que se criticaban los ensayos de una<br />

dirección empresarial «científi ca» de Taylor y por el contrario se celebraban con entusiasmo los<br />

principios de la organización del trabajo de Ford. El modelo fordista resultaba más convincente<br />

para los empresarios alemanes, quizás también porque era apropiado, antes que nada, para la<br />

modernización de la estructura empresarial patriarcal que se empezaba a tambalear: «El rendimiento<br />

máximo en Henry Ford no estaba forzado en ningún caso por una rebuscada organización, ni<br />

tampoco por una relación entre el trabajador y una “ofi cina de trabajo” que se preocupase en<br />

exclusividad del trabajo, como decía Taylor. En el caso de Henry Ford, el rendimiento máximo<br />

se obtiene a todos los niveles, por medio de un impulso de arrastre que él mismo difunde desde<br />

su personalidad a toda la dirección empresarial. Una empresa estará viva si ante los ojos de los<br />

trabajadores mejora continuamente, y justamente esto proporcionará un apoyo más activo al<br />

trabajador responsable de sí mismo».<br />

234 Ibidem, p. 40. Toda la programación de la campaña de racionalización quedaba clara en este<br />

autor: «¿No será que la ideología con la que soñamos en la teoría equivaliera simplemente a un<br />

ideal socialista? Pues sí, así es, en tanto no estemos hablando de un socialismo estimulado por<br />

la indignación, que busca a gritos las formas de la comunidad en su credo bañado en rojo vivo.<br />

Francamente, ningún socialismo rojo de la exigencia es lo que Henry Ford habría pintado en<br />

el muro de nuestro tiempo [...], sino el socialismo blanco de las convicciones puras y activas.»

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