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Curros e Murguía: unha relación... 107
La inmortalidad ciñe á tu frente la corona que tanto has merecido.
¡Martirios de este mundo ya cesásteis para él; serpientes que os enroscábais
á su corazón, ya habéis terminado vuestro trabajo de serpientes
venenosas! Desde hoy las espinas de las flaquezas humanas no herirán tus
carnes vivas. Ahora empieza tu gloriosa existencia.
Sé feliz gran poeta, pues Él ama con amor infinito á los que padecieron
tanto como tú padeciste. Para ellos tiene guardados los grandes
tesoros de su bondad eterna. No ha de negártelos, pues aun llevas en tus
ojos las últimas lágrimas, en tu pecho los últimos anhelos del bien que
tanto amaste, en tus labios las últimas palabras de perdón para cuantos te
hirieron en el mundo.
Ve hermano mío en el dolor, hermano queridísimo en los consuelos
que te he debido, tan grandes que no sé cómo pagarlos, ve confiado
en su misericordia infinita y pídele que abrevie el camino al que aquí
queda luchando. Le falta ya tan poco!
III. “Discurso del Sr. Murguía” [na velada necrolóxica dedicada
a Curros Enríquez celebrada o 3 de abril de 1908 no Teatro
Principal da Coruña], A Nosa Terra n.º 33, do 7/4/1908, p. 5.
No, no es este el momento de levantar el velo que cubre piadosamente
el recuerdo de las horas amargas sufridas en silencio por nuestro
gran poeta, no lo es de disipar las sombras que cubren vida tan atormentada,
menos aun los misterios de un alma afligidísima, baste saber
que las tristes y amplias soledades de Celanova, las severidades de su
templo tan poblado de santas promesas y misteriosos consuelos, las
amarguras de un hogar austero, endulzadas por el amor sin límites de
una madre piadosísima, imprimieron en su alma, para siempre, el sello
de una inmortal tristeza.
Ella fue su hermana desde la cuna al sepulcro, ella constituye el
característico de su musa. Como torrente avasallador desbordó en su
corazón y lo llenó de sus amarguras, iluminando á veces con un rayo de
profunda melancolía estrofas á que dá vida un dolor incurable. Y así todo
él, su inspiración, sus sentimientos, la revelación de lo que llevaba oculto
en lo íntimo, hijos legítimos son de la pesadumbre que le agobiaba, de
las angustias que devoraban su corazón todo amor. No ilumina sus versos
el más leve rayo de alegría. Si alguna vez los baña sosegadamente y á
la manera de un pálido ocaso de otoño, es para aumentar en ellos las tris-