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Revista Digital Valencia Escribe, número 2, 3ª era. Junio 2022

Revista Digital del colectivo Valencia Escribe. Número 2 con el tema especial Primavera, guerra, libros. Relatos, microrrelatos, poemas...

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Revista digital de

Valencia Escribe

Nº 2

Tercera Era

Junio de 2022

Especial

Primavera, Guerra y Libros


El mundo hay que fabricárselo uno mismo, hay que

crear peldaños que te suban, que te saquen del pozo.

Hay que inventar la vida porque acaba siendo verdad.

Ana María Matute

© Todos y cada uno de los derechos de las obras literarias, fotografías o ilustraciones

publicadas en esta revista pertenecen en exclusiva a sus autores.

Colaboraciones: revistadigitalvalenciaescribe@gmail.com

EQUIPO RDVE

Coordinación, imágenes y corrección: Amelia Jiménez, Ana Marben y Luis Jurado

Ilustración portada: Vivian Rodríguez (Cas)

Maquetación: Ana Marben

Descarga el número anterior en:

https://issuu.com/52relatosymedio/docs/revistadigitalvalenciaescribe01era3

https://www.mediafire.com/file/02si8uxy46i4v11/RevistaDigitalValenciaEscribe01ERA3.pdf/file

Página 2

Revista digital de Valencia Escribe


Índice

Editorial ............................................................................................................ 5

Encuentro de Libros y Autores en La Casa de Patraix ..................................... 6

III Concurso de Microrrelatos, Biblioteca de Massamagrell ............................ 8

I Maratón de La Nau Gran .............................................................................. 10

VI Concurso de relato rápido de Port de Sagunt ........................................... 12

MONOGRÁFICO: Primavera, Guerra, Libros

A la espera, de Vivian Rodríguez Dorgia ....................................................... 17

Resistencia, de Aurora Rapún Mombiela ...................................................... 17

Algo terrible pasó, de Maria Grazia Scelfo .................................................... 18

Cap naginata, només haikus sota el sakura, de Irene Lado ...................... 20

Virus mental, de Rafael Blasco López ........................................................... 22

Madrugada de guerra, de Sonia Melé Puerto ................................................ 23

The Winding Stair, de Teresa López ............................................................. 24

Procida, de Clara Bureno ............................................................................. 26

El mejor reportaje, de Amalia Marfer ........................................................... 28

Añoranza y pérdida, de Azucena Tejado ....................................................... 29

Las Líridas, las Ménades y Cortázar, de Ángela Sahagún Bonet .................. 30

El vivero, de Gema Blasco ............................................................................ 31

La ración del coronel, de Luis Jurado Quesada ........................................... 33

Cosas que me pasan, de María Dolores Garrido Goñi .................................. 34

Confesiones, de Pepe Sanchis ...................................................................... 35

Nº 2 Página 3


MICRORRELATOS

Generación perdida, de Marísa Martinez Arce .............................................. 38

Dona al volant, de Susana Gisbert ............................................................... 38

El carpintero observador, de Manuel Serrano .............................................. 39

(Des)control, de Pilar Alejos .......................................................................... 39

Regálalos, de Amelia Jiménez Graña ............................................................ 40

Despedida de soltera, de Ana Marben .......................................................... 41

POEMAS

Adiós, de Maite Montero ............................................................................... 44

Nocturno, de Rafa Sastre .............................................................................. 44

Vayamos al río, de Sara Muñoz .................................................................... 45

RELATOS

Cita a escondidas, de Ana Blanch ................................................................ 48

Declamación con estrellas al fondo, de Jorge Zarco .................................... 49

Violación, de Rosa Minguet .......................................................................... 50

Comercios de toda la vida, de Nani Canovaca López .................................... 52

NOVELA POR ENTREGAS

Otra oportunidad. Capítulo 2. Juan, de Lucrecia Hoyos ............................... 56

CONSEJOS PARA ESCRIBIR MEJOR

Uso de la cursiva y las comillas, por Mari Moliné ........................................ 57

MENUDOS RELATOS

Anciano, pero listo, de Jimena Rapún López ............................................... 60

Tiempo como medicina, de Marta Argente Martínez .................................... 61

CRITICAS DE CINE, SERIES Y LIBROS

La saga de los longevos: La vieja familia, por Miguel Moliné ....................... 64

La señora March, por Luis Jurado ............................................................... 65

El gran cuaderno, por Ana Marben .............................................................. 65

BIBLIOTECA Y ACTIVIDADES DE VALENCIA ESCRIBE ................................. 66

Página 4

Revista digital de Valencia Escribe


Editorial

E

scribir es viajar. Es embarcar en una travesía cuya duración depende del escritor

navegante. Con los instrumentos de escritura como timón, surca los mares de palabras

para llegar a su destino.

En este número, los y las navegantes habéis atravesado mares y océanos en busca de

historias que conmuevan, que nos hagan reflexionar, que nos lleguen al corazón.

Os habéis dejado llevar por el fragor de la batalla, el rumor de las páginas de los libros y

el olor a flores de la primavera y eso es lo que habéis plasmado en los relatos, microrrelatos

y poemas de la sección especial de este número.

Otros os habéis dejado mecer por las olas y el barco os ha transportado a puertos recónditos,

calas secretas o playas de arenas doradas, alejadas del ensordecedor estruendo de la

guerra.

Haya habido tormentas o mar en calma de por medio, las obras que componen esta revista

son naves que han llegado a buen puerto gracias a los capitanes y capitanas que no

os habéis dejado embaucar por cantos de sirena. Habéis conseguido esquivar a Escila y

Caribdis con gran maestría y esto se refleja en vuestros cuadernos de bitácora.

Ahora solo nos queda disfrutar de los recuerdos del viaje con una copa de vino en la

mano, deleitándonos con la brisa marina y pensando en el próximo periplo.

El equipo editorial

Nº 2 Página 5


Encuentro de libros y autores en La Casa de Patraix

Crónica de Ana Marben

Del 7 al 10 de abril, y con motivo del mes del

libro, se celebró un encuentro literario en La Casa

de Patraix, en Valencia, organizado por el escritor

Eloy Yagüe.

Entre las numerosas charlas, mesas y presentaciones,

hubo un hueco para las Grafomaníacas. Este

grupo está compuesto mayormente por colaboradoras

habituales de la Revista Digital Valencia Escribe

o de otros proyectos de este colectivo literario.

Yo misma tengo el gusto de ser miembro activo de

dicho grupo.

Era una situación muy especial, porque por primera

vez interveníamos como grupo. Nos invitaron a

hablar de la inspiración literaria. Y allí estuvimos:

María Codoñer, Isabel Cortijo, Ana Marben, Françoise

Buffe, Lou Valero, Teresa López y Humberto Belenguer.

Página 6

Revista digital de Valencia Escribe


Hablamos de nuestras trayectorias literarias, cómo empezamos a escribir, en qué género y en qué

formato nos sentimos más cómodas, cuáles han sido nuestras publicaciones, nuestras experiencias.

¿Por qué escribimos y dónde encontramos la inspiración. El público reunido nos hizo algunas preguntas,

la conversación fluyó durante más de una hora y media.

Como dijo Vicente Marco, el que fue nuestro maestro en el Taller de Escritura de Bibliocafé donde

nos conocimos hace ya más de cuatro años, lo mejor del grupo es que mantenemos nuestras individualidades.

Yo añadiría que el grupo, las experiencias de las otras, los premios, las publicaciones…

nos fortalece y nos enriquece.

Numeroso público congregado para

vernos en La Casa de Patraix.

El grupo junto a Eloy Yagüe, Vicente Marco y José Luis Rodríguez

Nº 2 Página 7


III Concurso de Microrrelatos, Biblioteca de Massamagrell

Crónica de Aurora Rapún

Para celebrar el Día Internacional del Libro, entre otras muchas actividades, la Biblioteca Pública Municipal

de Massamagrell convocó el III Concurso exprés de microrrelatos a través de Facebook.

Se recibieron un total de 34 textos, de entre los cuales se seleccionaron 10 finalistas. Y de ellos, se

premiaron los tres mejor valorados.

Fue una gran alegría saber que el jurado había seleccionado vario micros escritos por amistades de

Valencia Escribe.

Los 10 textos mejor valorados por el Jurado fueron:

Sol naranja, de Pepe Sanchis.

Criatures, de Rafa Sastre

Mario, de Bbolano

Amor verdadero, de Ernesto V. Salcedo

Sin límites, de Marisa Martínez

Plan para el fin de semana, de Ana Martínez

Él, el de los viejos romances, de Carlos BC

Tornar al principi, de Francisco Pascual Sánchez

El mateix és, de Claudia Borja

Novel·la, de Javier León Sorribes .

Finalistas, ganadores y organizadores

(Foto de Susana Haro)

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Textos premiados

Primer premio

TORNAR AL PRINCIPI

Francisco Pascual Sánchez

Ho he pensat amb deteniment i he arribat a la conclusió que em vaig

precipitar. Potser és que vaig tindre un mal dia i no estava en condicions

de discernir bé, no connectava amb tu. Et vaig tirar la culpa de

tots els meus mals, ja veus què dimonis tindries tu que veure. Tot

menys para-me a pensar en la meua actitud negativa. Et demane disculpes

per això. Fem taula rasa i comencem des de zero; ací no ha

passat res. Si tots tenim dret a una segona oportunitat, com no la tindrà

un llibre?

Segundo premio

ÉL, EL DE LOS VIEJOS ROMANCES

Carlos BC

Mi viejo amigo, mi compañero de viajes. Escrito bajo las manos

del poeta eternamente encarcelado en una tumba sin nombre.

Sus versos, basados en la rabia y la pena de un pueblo largamente

perseguido, siempre me erizan la piel al escucharlos en las

viejas gargantas de los antiguos flamencos transformados en bulerías,

seguiriyas y tangos. Amarillentas sus hojas, manchadas por

la saliva de mis dedos reposa a la espera de una nueva aventura

en el último estante para narrarme de nuevo sus pesares.

Así es mi compañero, el de los viejos romances

Tercer premio

AMOR VERDADERO

Ernesto Salcedo

Hoy, al fin, el chico que estos días no paraba de mirarme se ha

acercado, luciendo una sonrisa pícara y desafiante, a la mesa

donde estudio. Tras susurrarme una serie de números y dejarme

un libro junto a mis Stabilo de colores se ha marchado.

En las páginas marcadas con un corazón garabateado de su puño

y letra, descubro tres palabras rodeadas con rotulador rojo que

juntas forman una simple pregunta: ¿Quieres salir conmigo?

Acariciando a la víctima, me acerco a la bibliotecaria a denunciar

el inaceptable vandalismo mientras pienso: ¡Qué pena, con lo

mono que era!

Nº 2 Página 9


I Maratón de la Nau Gran

Crónica de Lu Hoyos

Todo empezó con una convocatoria de los premios Activa Cultura de la Nau Gran. Nuestros amigos

Asun Martorel, Pepe Sanchis, María Luisa Pérez y Víctor Calvo presentaron un proyecto: realizar un maratón

de microrrelatos como los que venimos haciendo hace varios años en Valencia Escribe. Y ganaron.

El día 30 de abril tuvo lugar el concurso en nuestra vieja y preciosa Universidad. Fue una mañana entrañable

dedicada a la escritura y a ver a las amistades. Los premios eran sustanciosos y se respiraba tranquilidad

y amor a la escritura.

Los ganadores fueron en este orden: Javier Puchades San Martín, Josep Joan Fuster Muñoz, Consuelo

Orias Gonzalvo, Marisa Martínez Arce y Nieves Tomás. Y todos ganamos la promesa de que se repita al

año que viene y tengamos otra oportunidad. Muchas felicidades a los premiados y a los organizadores.

En el siguiente enlace encontraréis los textos de los cinco premiados en el maratón:

https://go.uv.es/PNG94PW

Los participantes en el claustro de La Nau

Página 10

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Los organizadores.

Durante el concurso

Dos de los premiados, Javier Puchades y Marisa Martinez

Nº 2 Página 11


VI Concurso de relato rápido de Port de Sagunt

Crónica de Ana Marben

El pasado 4 de junio, en el Casal Jove de Puerto de Sagunto,

se celebró la sexta edición del Concurso de relato rápido.

Dieciocho contrincantes contaron con treinta minutos para

pergeñar un texto de 75 a 150 palabras que empezaran por la

frase: «Hoy todo parecía ir en mi contra».

Los miembros del jurado lo tuvieron difícil, según indicaron,

pues el nivel de los relatos fue muy alto.

Este certamen está organizado por Ágora Puerto Cultural y

Marián Creación Literaria, y cuenta con la colaboración de

Valencia Escribe. A continuación y como es tradición, reproducimos

los textos premiados y algunas imágenes del evento.

Imágenes de los concursantes y del jurado

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Textos premiados

Primer premio

UN DÍA CUALQUIERA

Eva Molina Noguera

Hoy todo parecía ir en contra, pero siempre he sabido mantenerme en pie

en cualquier circunstancia. Soy una superviviente, no podrán conmigo ni el

atasco mañanero, ni el desprecio de mi jefe, ni la mala cara de mis compañeros.

Otro día más en el que salgo vencedora de este mundo de mierda.

¡Apartad! ¡Sucumbid a mi poder!

Al llegar el crepúsculo reposo en la penumbra de la sala de estar, una lata

de cerveza a mi lado, la televisión escupiendo basura envuelta en llameantes

luces, cucarachas pegándose un festín en los restos de comida del día anterior.

Llaman a la puerta, será la vieja de al lado que viene a quejarse otra

vez. La hago pasar. Me sigue renqueando y balbuciendo palabras mezcladas

con saliva. Salgo al balcón, vuelvo la cabeza hacia ella. «¡Soy invencible!», le

digo. Y me lanzo al vacío.

Segundo premio

PEOR IMPOSIBLE

Rafa Sastre

Hoy todo parecía ir en mi contra. Nada más levantarme, pisé el regalito que

Fifí había dejado en la alfombra que tengo a los pies de la cama. Cuando

quise hacerme el desayuno, advertí que no quedaba leche ni café. Al salir del

portal, un maldito conductor vació un charco enorme sobre mis pantalones

nuevos. Lo peor ocurrió en la oficina: El jefe había convocado una reunión

en la que nos comunicó que la empresa había solicitado un ERTE; Imaginen

ustedes quién era uno de los agraciados. Después llamé a María, que dijo

que me dejaba. «No eres tú, soy yo», aseguraba la muy ladina, como si no

supiese que hace un mes que se entiende con un compañero del Mercadona.

Completamente deprimido, cogí el coche y me dirigí a la Dehesa. Pasé una

soga por un pino, pero la rama se rompió. Seguro que me ha mirado un

tuerto.

Tercer premio

PORCA MISERIA

Aurora Rapún Mombiela

Hoy todo parecía ir en mi contra, desde que había recibido la llamada que

me despertó y me bloqueé al intentar levantarme, nada había ido bien. Ni

siquiera recordaba que llevara el móvil en el bolsillo, pero ahí estaba, sonando

enloquecido. Cuando me serené, intenté responder, pero no supe. Estaba

claro que la borrachera de la noche anterior había sido monumental. Me

iban y me venían destellos de una fiesta loca: chupitos en la barra, unos

cuantos morreos tontos, un polvo rápido en el aseo y una pelea a las puertas

del pub. Imagino que la cosa se desmadraría porque no recuerdo nada

más.

Al enmudecer el teléfono, me ha parecido oír unas voces a lo lejos. No podía

moverme, pero sí comprender que unas personas llorosas hablaban de

una calamidad, de un accidente, de un pobre chico que se había muerto y

yacía con el móvil todavía encendido.

Nº 2 Página 13


Imagen de Vivian Rodríguez (Cas)


Primavera

Guerra

Libros

Imagen de VintageBlue en Pixabay


C

uando a finales de marzo estábamos dándole vueltas al tema para el monográfico de

este segundo número de la revista, hacía un mes que la guerra en Ucrania comenzaba

todos los informativos. Aunque el ambiente era funesto, queríamos ser positivas: acabábamos

de entrar en primavera y, tras dos años de restricciones por la pandemia, las ferias

del libro se anunciaban por todas partes, con ganas de recuperar el tiempo perdido.

Los tres temas nos parecían sugerentes y no acabábamos de decidirnos así que, ¿por qué

no probar algo nuevo? Incluir términos en un texto no lo hemos inventado nosotras, por supuesto,

es una estrategia habitual para estimular la imaginación. Pero no sabíamos cómo

ibais a responder y nos tentaba probarla...

La respuesta nos ha abrumado. De las treinta contribuciones recibidas, la mitad van para

el especial, en todas sus variantes: relatos, microrrelatos y poemas. Nos entusiasma vuestra

acogida. No íbamos, pues, desencaminadas.

Más de dos meses después de la propuesta, el verano se ha abierto paso adelantándose al

calendario. Las flores siguen inundando jardines, balcones y terrazas. Por desgracia, nos hemos

habituado a las noticias de bombardeos y muertos, y parece que la guerra ya no queda

tan cerca. Los libros siguen presentes, y mucho. Las ferias del libro aún colean y los festivales

y las presentaciones todavía no se han agotado.

Desde estas páginas, nos asomamos a ese mundo entremezclado, esperanzado o resignado,

con sonrisas o lágrimas, que han creado nuestras autoras y autores.

Acompañadnos.

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A la espera

Cas Cass (Vivian Rodríguez Dorgia)

Cuando llegue al fin la primavera

y dé un paso al costado la maldita guerra

cuando el dolor de destruirnos

sin suficientes libros que lo cuenten

deje de tejer aterradoras historias

abriré el balcón a las estrellas

y soñaré de nuevo en sembrar luceros

que abominen de las viles ambiciones

en que algunos convierten nuestros sueños.

Resistencia

Aurora Rapún Mombiela

Inició la lectura en primavera. Aquel año se

había propuesto que acabaría por lo menos

uno. Llevaba casi toda la vida intentándolo, pero

era superior a sus fuerzas. Nunca lo lograba.

O le aburría, o le aterrorizaba, o le daba ganas

de vomitar o de llorar… ¿Qué les pasaba por la

cabeza a esas personas que escribían todas

aquellas palabras? Pero él tenía muy presente

el deseo que su padre había expresado en el

lecho de muerte: «Hijo mío, prométeme que leerás,

aunque sea un libro en tu vida». Y él, con

el corazón en la garganta, se lo prometió.

Imagen de Sofia Iivarinenten Pixabay

Cuando estalló la guerra, todos los propósitos se hundieron entre los escombros y el polvo. Las promesas

quedaron sepultadas entre hierros retorcidos y ruedas reventadas. La foto del cadáver que copó

todos los medios se hizo viral en pocos minutos. Entre las manos del hombre que yacía rígido sobre la

nieve, resistía, inmune a la barbarie, un libro.

Más relatos de Aurora en: https://lahistoriaestaentumente.wordpress.com

Nº 2 Página 17


Algo terrible pasó

Maria Grazia Scelfo

En 2035, Roberta, estudiante universitaria, estaba leyendo un libro de historias sobre el devastador

conflicto entre Rusia y Ucrania, ocurrido en 2022. Le impresionó mucho el relato de Oxana:

Sin embargo, era un precioso día de primavera en Kryvyi Rih, donde vivía la madre de Oxana. Aquel

día pasó lo que nadie sospechaba que pudiera ocurrir: la invasión rusa. A pesar de las concentraciones

militares en las fronteras, los rusos seguían negando que Rusia tuviera planes de invadir Ucrania, pero

ocurrió.

Una mujer llamada Oxana trabajaba desde hacía unos diez años como empleada doméstica en Roma

y había ido a ver a su madre porque esta había tenido un derrame cerebral y, aunque lo había superado,

todavía tenía problemas para caminar. Oxana, viendo recuperada a su madre, regresó a Roma.

Se comunicaban a menudo y ninguna de las dos creía que se pudiera producir esta invasión. La consideraban

imposible. Además, cuando en Italia le preguntaban qué opinaba al respecto, siempre contestaba

que una invasión resultaba inconcebible, no lo creía nadie. En cambio, la guerra estalló. Los rusos

la llamaron “operación militar especial”.

Imagen de joekniesek en Pixabay

Página 18

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Irina, la madre de Oxana, tenía miedo, ya que los bombardeos habían empezado y ella no podía

correr a los refugios. Su hija le rogó que tanto ella como su marido fueran a Italia. Pero era muy difícil

convencer a la anciana madre de que dejara su país: los recuerdos de una vida, el lugar donde fue

muy feliz, donde nacieron sus hijos. Pero también el lugar donde murió su primer marido y donde se

volvió a casar.

Dimitry, el hijo de Oxana, de veinte años, se ofreció para ir a recogerla. Pero parecía que nada ni

nadie podía convencerla. Ni cuando bombardearon el arco de la amistad ruso-ucraniana, –todo un

símbolo–, que estaba iluminado por la noche con los colores de las dos banderas. Ni tampoco cuando

bombardearon la Universidad y se produjo el terrible incendio de la Biblioteca Universitaria. Pero fue

la enorme hoguera que se formó destruyendo todos los libros lo que al fin consiguió que cambiara de

opinión,

Llamó a su hija para comunicarle que habían decidido salir de Ucrania y viajar hasta Roma, porque

la situación se estaba poniendo insostenible. Los rusos aún no habían llegado a su ciudad, pero

por donde pasaban, violaban a las mujeres y mataban a la población civil. Ella y su marido recogieron

lo esencial en una maleta y, con muchas dificultades, ya que se añadía el problema de que al ser

diabética necesitaba llevar siempre con ella la insulina, al fin, pagando mucho dinero, consiguieron

viajar en coche con otras personas, hasta la frontera con Polonia. Allí habían quedado con su nieto

en un punto de acogida. Aunque cuando llegaron a la frontera, Irina se dio cuenta con mucho dolor

de que le habían robado la maleta durante una de las paradas que hicieron en el trayecto. Ya no tenía

la insulina, ni sus documentos, ni su dinero. Estaba desesperada y empezó a llorar desconsoladamente.

Por fin encontraron a su nieto, que intentó reconfortarla y les ayudó a encontrar un autobús hacia

Italia. Él había decidido quedarse en Ucrania para combatir. Esto la entristeció mucho, temía por su

vida, pero no hubo manera de convencerle para que regresara.

Irina le preguntó:

—¿Tu madre sabe que quieres quedarte en Ucrania?

—No, abuela, no lo sabe. De haberlo sabido, no me habría dejado venir a recogerte. Ella piensa

que es inútil jugarse la vida en esta guerra. Además, opina que habiendo estudiado y vivido en Italia

desde pequeño, ¿Qué sentido tendría alistarme en este ejército? Pero, para mí sí que lo tiene, no se

puede aceptar la prepotencia con la que quieren ocupar y aplastar a Ucrania. Cuando vea que no regreso,

encontrarás las palabras para convencerla de que estoy cumpliendo con mi deber. Adiós abuela,

cuídate y no pienses en la maleta, ni en tus documentos, ni en el dinero. Algo más trágico se avecina.

—Pero vas a destrozar a tu madre, ¡piénsalo!

—La decisión está tomada.

Mientras Irina estaba esperando el autobús para Roma y su nieto ya se había ido al frente, llegó

una terrible noticia. Rusia había lanzado armas nucleares tácticas que arrasaron totalmente varias

ciudades. Imposible reconstruirlas para poder vivir ahí. No solo murieron los vecinos, sino que la radioactividad

afectó a casi toda Ucrania. El desastre fue horroroso.

La madre de Oxana logró llegar bien a Roma, donde murió a los pocos años. Nunca volvieron a

saber de Dimitry.

Nº 2 Página 19


Cap naginata, només haikus sota el sakura

Irene Lado

Es poden confondre conceptes com l’amistat romàntica o l’amor sexual? Potser si agafarem

com a exemple la relació entre dues haijines, la Sachiko Watanabe i l’Akiko Nakamura, la diferència

no es faria palesa atés que no se sabria ben bé quin tipus de lligam hi hagué entre elles.

Es coneixien des de ben menudes, perquè ambdues seien juntes a escola i s'hi ajudaven

molt, sobretot a classe de literatura japonesa on es dedicaven a aprendre a escriure haikus. Els

agradava molt jugar a fer ballar els caràcters de l’hiragana en paper per a expressar els seus

sentiments i emocions envers la natura. A poc a poc, eixa afició s'estengué fora de l'àmbit escolar

i així, mentre altres xiquets i xiquetes es trobaven jugant o se’n tornaven de seguida a casa,

la Sachiko i l'Akiko seien sota un sakura per a continuar amb el seu joc de creativitat d’aquestes

miniatures poètiques, alhora que es distreien també pintant-hi alguns haigues (il·lustracions).

Feien servir tots els elements còsmics que trobaven al seu voltant i en totes les estacions per

a la seua inspiració creativa. A l'hivern escrivien per exemple:

Muntanyes nevades

albirant envejoses

la nostra cobejança.

Però era sobretot a la primavera, quan els cirerers s'omplien de flors roses i blanques, que el

seu enginy i la seua fantasia brollaven a balquena:

Enfarfegat i florit sakura

em bressolen les branques

em cau una nívia son.

A mesura que passaven els dies, aquesta compenetració anava enfortint-se cada vegada més i

més. I així, el sakura, cirerer en flor, esdevingué aixopluc i testimoni de les seues rialles, llambrejos,

esguards fit a fit i carícies.

Les teues mans m’acaronen

tendres com les gotes

de la fresca rosada.

Tot i que la flor del sakura és simbolisme de la fragilitat i la fugacitat de la vida, no semblava

que aquests trets s’adigueren a la seua compenetració, atés que aquesta era robusta, fornida i

forcívola com el seu tronc, sobretot mentre es bevien amb els ulls i es besaven.

Pètals de sikura

durant l’hamami

amereu els llavis.

Tanmateix, aquesta emblemàtica flor traspuava connotacions de sacrifici i sang entre els homes

i les dones samurais. L’Akiko, com a onna bugeisha, entrenada pel pare en les arts marcials,

ràpida com una katchimushi (libèl·lula) i molt hàbil i destra quan brandia la naginata, hagué

de partir per a lluitar a la batalla d'Aizu en la guerra Boshin que esclatà el 1868.

Página 20

Revista digital de Valencia Escribe

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Per contra, la Sachiko era d’origen humil i des que deixà l'escola, treballava al taller de costura

familiar. Molt instruïda en el maneig del fil i l'agulla, aquesta laboriosa ari (formiga) era capaç de fer

quimonos i hakamas amb la mateixa rapidesa amb què componia els haikus. La Sachiko sabia que la

separació era inevitable atés que una samurai no podia contradir el principi de lleialtat al seu shogun.

Abans de partir, mentre li cosia l'hakama, aprofità un dels plecs per ficar-hi un full on es podia

llegir:

Arriba l’acomiadament

el dolor és més fort

que el sakura quan plora la flor.

Tot i que estaven separades físicament per la distància, una cosint a Edo i l'altra combatent a

Aizu, continuaven lligades pel poder de les paraules encisades per la màgia del record del sakura.

L’Akiko enviava la seua gokenin (servent oficial) perquè portara els hakamas, esquinçats durant la

lluita, a la Sachiko. Aquesta els solsia després d'haver-hi trobat un tros de paper escrit:

El vent em porta de nou

la meua pena s'esvaeix

el meu deler s’atia.

Passats uns dies, i quan de nou s’abillà el cirerer de llunetes blanques i roses, tornà la gokenin

pels hakamas on la Sachiko havia cosit un haiku:

La lluna esdevé sol

i el sol es fon lluna

mentre t'espere.

Quan la primavera començava a esvanir-se i el sakura es ficava el vestit verd estiuenc, tornà la

gokenin amb la naginata de l’Akiko. La Sachiko sabia que aixó significaba que la batalla s’havia perdut

i també la vida de la valerosa samurai.

Aleshores, la Sachiko ajuntà tots els haikus que havien escrit ambdues, i els cosí i lligà amb un

cordell fins que confeccionà un llibre. A la darrera pàgina apegà pètals rosa i blancs del sakura, espectador

incondicional de les seues aventures amb l’Akiko, i hi escrigué:

Soterrà el llibre sota el cirerer i xiuxiuejà:

No vull cap naginata, només haikus sota el

sakura.

Després es desfeu per a sempre d'aquella

daga metàl·lica.

No brollarà l’amor floral,

però al sakura romandrà

el nostre amor sempitern.

Imagen de Irene Lado

Nº 2 Página 21


Virus mental

Rafael Blasco López

La quinta prolongación de la cuarentena causó un malestar generalizado. Fue ordenada por

la masacre de doscientas mil personas causada por la última mutación y expansión de la Covid

en la primavera de 2025.

Ejército y policía tomaron las ciudades al decretarse el toque de queda. El paro generalizado

destruyó la economía, obligando a un racionamiento de alimentos.

Cuando comenzaron los disparos, provocaron miedo entre la población. La primera víctima

generó tanto odio como para perder los últimos restos de raciocinio. Los aplausos en los balcones

se tornaron en abucheos y caceroladas. Los recortes de comida desembocaron en intentos

de huida de las ciudades sofocados a tiros.

Televisiones y radios repetían infinitas veces programas ya emitidos; el Gobierno controló internet

tratando de que no cundiera más el pánico. Redujo a determinadas horas la energía eléctrica

para evitar más sangría económica al país.

Intentando aliviar la tensión, alguien inventó de forma casual una batalla ficticia entre balcones.

Con tirachinas caseros de gran tamaño, se lanzaban mensajes escritos, algún libro, se realizaban

trueques y pequeñas necesidades alimenticias que escaseaban entre sus vecinos.

Igual que muchas vivencias en la vida, un brote de maldad anónimo infectó a todos cual veneno

mortal. Escondido en las sombras de su vivienda, un alma negra lanzó una piedra hiriendo

a un abuelo. Como fuego por conducto de gas, todos se armaron: hondas fabricadas con

cuerdas que arrojaban bolas de trapo ardiendo, arcos creados con láminas de somieres, hasta

lanzallamas con tuberías arrancadas de las viviendas, alimentados con botellas de butano.

Las azoteas fueron ocupadas como torreones de castillos; usando tablas, instalaron catapultas

que accionaban como balancines de parques infantiles y lanzaban losas que arrancaban de

las escaleras de sus fincas.

La estupidez humana, de la mano de la locura, se propagó en calles y ciudades, alentada por

apuestas clandestinas en la red. Cada grupo se identificó con su propia bandera; algunos, con

logos de marcas de ropa o coches, otros con su banda musical preferida. Nadie paraba hasta

que la finca opuesta ardía entera o lanzaba al vacío su estandarte en señal de rendición. Los

países vecinos, estúpidos indignados por la carencia de la nueva moda, copiaron el modelo; las

apuestas se unificaron a nivel mundial.

Las fuerzas de seguridad intentaron atajar el salvajismo en la ciudad pionera de la lucha, pero

si entraban en una finca, estallaban tres calles cercanas a la vez en guerra. Un camión de

bomberos fue calcinado tras ser atacado por cientos de cócteles molotov. Los helicópteros no

pudieron volar por el humo de las barricadas en llamas. Varios clanes rompieron los conductos

de agua evitando que llegara a sus rivales, inundando el asfalto hasta hacerlo intransitable.

Se optó por dejar los suministros al principio de las calles, para que una delegación de cada

finca recogiera sus provisiones asignadas.

Ante las enfermedades venideras, se incineraron los cadáveres; la pestilencia del ambiente

hizo irrespirable hasta el último rincón de los edificios.

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Amanecía en la urbe, el sol iluminaba el caos en plazas y avenidas cuando sonaron las campanas

de una iglesia. Los medios de comunicación anunciaron el descubrimiento de un medicamento

que curaba el virus en veinticuatro horas. Nadie hizo el menor caso; ojos de ira vigilaban

desconfiados desde sus ventanas. Ya nada importaba, la pandemia mental había conquistado el

mundo.

Imagen de Engin Akyrt en Pixabay

Madrugada de guerra

Sonia Melé Puerto

Imagen de Pexels en Pixabay

Era lo único que le quedaba, su bien más

preciado. Pero el hambre se estaba haciendo

insoportable. Desfallecía por momentos. Alrededor,

los restos del bombardeo de la noche

anterior. La primavera parecía haber fallecido

en él. Nada que alcanzara su vista parecía comestible.

Dispuso cuidadosamente el libro entre

sus manos y empezó a rasgar la primera

página tras dedicarle una última lectura. Luego

la segunda y, así, sucesivamente. Las fue

masticando despacio, con cuidado de no atragantarse.

Era la segunda vez que aquel libro le

salvaba la vida.

Nº 2 Página 23


The Winding Stair

Teresa López

«Nadie nos advirtió que extrañar es el costo que

tienen los buenos momentos».

Mario Benedetti

Recuerdo cuando las calles mojadas andaban tras nosotros mientras descifrábamos mensajes,

ajenos a todo lo que ocurría a nuestro alrededor. Éramos muy jóvenes. Yo veinticuatro, tú

cuatro menos.

Después de una cerveza, una sopa de champiñones y un pan de ajo, mi timidez desaparecía

y comenzaba a construir frases más elaboradas.

Pasamos muchas horas en aquel café de escalera serpenteante, junto al río Liffey. Acogedor,

repleto de libros, muchos de ellos de James Joyce, uno de los imprescindibles ––me decías.

Jugosas sopas de letras y charlas interminables fueron dándose un día tras otro, hasta que

una tarde, además de intercambiar idiomas, compartimos besos.

Tu empeño en aprender mi lengua con poemas y canciones de Buena Vista Social Club me

fascinaba. Puede que esa sea la razón por la que ahora he vuelto a ellos, porque me recuerdan a

ti y escucho tu voz en cada uno de sus versos.

Imagen de Brandon Wallace en Pixabay

Página 24

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Recuerdo cómo entrabas por la puerta del apartamento que compartía en el 25 de Wolfe Tone

Street, Dublin 1, siempre con tu guitarra y tu mochila. Deslizabas aquella enorme cremallera y empezaban

a aparecer libros, como un mago sacando conejos de su chistera.

Nuestra aventura como pareja se esfumó en un año, la amistad se quedó para siempre. A pesar

de cómodos y largos silencios, conectábamos de nuevo, como si no hubiera pasado el tiempo, nos

volvíamos a encontrar.

Ya han pasado veinte años desde el día en que nos miramos por primera vez. Desde entonces,

siempre hemos sido compañeros de utopías, aunque para algunos no existan, nosotros le

hablábamos a la luna, a las estrellas y al universo entero.

Esta primavera no hemos podido bromear sobre las alergias, ni sobre el comienzo de otra estúpida

guerra, no recibí tu llamada el día de mi cumpleaños, tampoco mi libro, porque te fuiste ese mismo

día.

Es difícil acostumbrarse a tu ausencia y a no escuchar tu risa burlona después de entender uno

de mis chistes o de comentar alguna de mis últimas andanzas. ¿Quién me iba a decir que te ibas a

ir tan rápido? ¿Cuándo empezaste a desaparecer?

Hoy, Benedetti viaja conmigo. Leo tu dedicatoria, la cual me hace extrañarte todavía más.

Después de unas páginas, cierro los ojos y te busco entre sueños.

Ya te veo, estás ahí con Compay y toda su banda, cantando en el porche de una casa. Quiero

cantar con vosotros, quiero darte el abrazo que no te pude dar. Me acerco con cuidado, te observo,

no sé si me ves, creo que no, te cojo de la mano y me acerco a tu oído donde susurro «I love you

too», entonces me miras. Sigues llevando el cielo en tus ojos.

Unas suaves turbulencias me devuelven a mi asiento. Me ajusto el cinturón. Siento el descenso

del avión. Desde la ventana contemplo la Isla Esmeralda y una sensación de calidez y de hogar me

invade.

Mañana me encontraré contigo de nuevo, aunque de una manera que nunca antes hubiese imaginado.

Me sentaré a tu lado y leeré alguno de tus poemas favoritos, te cantaré una canción de

Johnny Cash y brindaré por ti con una pinta de Guinness.

Ya no te puedo ver amigo mío, espero que tú sí me percibas a mí, porque allí donde dejaron

descansar tu cuerpo le hablaré a tu alma.

Quizá una lluvia persistente nos acompañe, por pura rutina, quizá salga el sol, también es posible,

quizá solo estemos tú y yo y una delgada línea nos separe. Sea como sea, mi querido Hugh, estaré

allí, contigo,

Nº 2 Página 25


Procida

Clara Bureno

«Tristes guerras

Si no es el amor la empresa».

Miguel Hernández.

En la isla enfrente de la ruidosa Nápoles, se ha sentado cerca de las barcas de vuelta de su

día agotador. En el ocaso, los ojos se desvían del libro para admirar el cielo esplendoroso.

Una paz aparente. Pero el corazón le bombea, es presa de dudas, sospechas. Parece que no

hay certidumbres de por vida. Maldice su carácter tan cambiante, su humor inquieto. Siempre

dispuesta a tirarlo todo por la borda. Siempre un sabor a aventura la empuja hacia nuevos horizontes.

Ahora mismo, vuelve a leer las presuntas verdades del libro de autoayuda, las pronuncia en

voz alta para empaparse de seguridad, buscando siempre respuestas a sus preguntas.

Se dispone a disfrutar de una libertad a la que tiene que acostumbrarse. Libertad tan deseada.

El sueño de un invierno odioso; a duras penas la conquistó y se toma el tiempo de disfrutarla.

Tiene que adoptar otro ritmo, dar otro rumbo a su vida de tempestades.

La isla la acoge con su puertecito de juguete, escucha las voces que se cruzan desde el muelle

hasta las escaleras de colores. Se acurruca en su ambiente tranquilo, atenta al crepitar de

las dulces olas contra la roca milenaria.

Las luces del atardecer se apagan, se encienden las farolas del puerto, invitan a sentarse a

las terrazas de los restaurantes. Las mesas y sillas dispuestas donde trabajaban antes los pescadores

con sus redes se han cubierto de manteles de cuadros blancos y rojos, de macetas y de

lamparitas.

Se deja seducir por una, se instala en una intimidad solitaria. Se prepara a lidiar con los recuerdos,

a apartarlos de una vez. Se obliga a mirar el entorno sin pensar en lo alegre y luego en

lo horrible que fue su vida.

Una primavera que se cambió en guerra, en lucha de poder, en infierno de rivalidades. Mentiras,

traiciones, deseos de fuga. La vida de pareja que le parecía un sueño al principio se tornó

en pesadilla.

Y por culpa de su ambición desmedida.

Vuelve a leer una frase redentora, la subraya, y contempla un

momento el entorno enternecedor.

Igual será su último intento, igual cerrará el libro y se decidirá a

conversar con un vecino de mesa.

Pero quizá no sea el momento adecuado, acaso conviene curar

las heridas antes de lanzarse de cabeza hacia otra aventura. Primero,

olvidarse de su aroma, del tacto de su piel, del color de sus ojos.

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Imagen de Stocksnap en Pixabay

Luego, desprenderse de sus costumbres, adquiridas a lo largo de la vida en común, adoptadas

como si fueran suyas mientras que fueron impuestas. Recobrar su yo, pensarse como un individuo

y no en función de él.

Dejar de amargarse la vida pensando en lo que fue y ya no es. El amor perdido, la ilusión apagada.

Cesar de dudar y de odiar. De preguntar y gritar, de rechazar y esperar que algo nuevo suceda.

Gracias, libro, cuántas bellas palabras me estás diciendo, cuántas decisiones que parecen tan

fáciles de tomar, cuántas evidencias que vas recitando sin el único elemento necesario: el tiempo.

Se fija entonces en la niña de la mesa de al lado. Tiene la piel morena, el pelo rizado y sus piernas

no alcanzan el suelo cuando se sienta. Una cinta roja trata de domar el pelo encrespado. Apenas

llega a la altura del plato de pasta que le han servido, se ve que el hambre la come. La mujer

joven y la mayor que la acompañan la atosigan para que coja de forma adecuada con el tenedor

los espaguetis. La madre es de piel blanca, el padre, un inmigrante africano que consiguió emprender

una vida nueva en la pequeña isla.

La llena de ternura la escena, que representa la fuerza de la vida contra las adversidades.

Quizá la guerra sea solo el inútil deseo de apoderarse de lo que el otro tiene, tan fuerte cuando

el agresor es de verdad el más débil: el que no sabe ni negociar ni cambiar de punto de vista. Ni

aceptar que hay territorios inaccesibles porque son ajenos.

Porca miseria, dirían los napolitanos.

Esta niña que no deja de contemplar es una bendición, para la madre y la abuela. Quizá el padre

que está trabajando, al volver a casa, la ice en sus brazos para que el vestido rosa dé vueltas y

vueltas, y le llene la cara de besos ruidosos.

Y se olvide de las guerras que tuvo que lidiar y tendrá que afrontar el día de mañana.

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El mejor reportaje

Amalia Marfer

El invierno se alejaba para dar paso a

la primavera, pero sus pasos eran cortos

y lentos.

Se acercó a la ventana guiada por el

sonido de las gotas de lluvia, golpeando

los cristales.

Poco a poco se iba acostumbrando a

ver con los ojos apagados. Desde aquel

día que la metralla se introdujo en ellos,

sus oídos eran su guía.

Imagen de Alexander Fox en Pixabay

Las temperaturas seguían siendo frescas

y, envolviéndose en una manta, se acurrucó en el sofá hecha un ovillo. Instintivamente se tocó los

ojos.

Después, con manos temblorosas, buscó la taza de porcelana china y tomó un trago de té para

templar el cuerpo.

Había adquirido la costumbre de repasar mentalmente cada detalle de su hogar: las fotografías

de los dos, en el estante a la derecha, a la izquierda, la pirámide de Egipto, en el centro, la Torre

Eiffel de París. Así como el orden de los libros que ocupaban las demás estanterías de madera.

En la mesita del salón, permanecía el libro sin terminar, con el marcapáginas donde quedó interrumpida

su lectura.

Abrazó el mullido cojín donde él apoyaba la cabeza, cuando descansaba sobre su regazo y, absorbiendo

el olor de su perfume anclado en la tela, no pudo evitar el llanto en sus ojos.

Tantos lugares recorridos para conseguir el mejor reportaje en conflictos, guerras, desastres naturales...

Dura vocación.

Ser reportera y fotógrafo unió sus vidas en Irak. La guerra iniciada por Rusia, cruel como tantas

otras, los separó para siempre, sumiéndola en la más absoluta oscuridad.

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Añoranza y pérdida

Azucena Tejado

Una luz en la mirada,

una palabra callada.

Silencios, encuentros,

amores escondidos.

Son las miradas que huyen,

las palabras que se engullen,

los ensueños que no sueñan.

Atardeceres oscuros,

sin miradas, sin paradas.

Mantas que no calientan.

Encuentros que no se encuentran,

acostados en la acera,

un cartón sin contenido,

sorbo de un trago, más tragos.

Soledades, ansiedades, desencuentros.

Arrastrarse por las calles,

sin ser visto ni sentido.

Nadie añora tu presencia,

ya no se escucha tu voz,

paseantes de furtiva mirada.

Desolación.

Un silencio de luz en la esperanza.

Esperanza callada.

Un clamor de truenos.

Apesta a guerra.

Tufo a muerte.

No nace la primavera.

Las flores no quieren ser vistas.

Botas militares aplastando vidas.

Disparos, truenos.

Olor a pólvora.

Dolor, temor, temblor.

Soñar un mundo nuevo,

añorar lo que fuimos,

querer ser lo que perdimos.

Hedor a guerra, solo guerra.

Lágrimas de impotencia.

Guerra cruel.

Guerra opaca.

Guerra, siempre guerra.

Guerra que oscureces las miradas.

Aquel libro en el recuerdo.

La casa vacía, libros aplastados,

pisoteados, estantes desiertos.

Guerras sin libros.

Espacios en guerras.

Imagen de cocoparisienne en Pixabay

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Las Líridas, las Ménades y Cortázar

Ángela Sahagún Bonet

Parece ser que el comienzo de la primavera oficial cambia de un año a otro, con tres fechas distintas:

diecinueve, veinte y veintiuno de marzo. Pero la verdad es que yo no soy de hacer mucho

caso a la oficialidad, así que no tengo fecha fija para sentir que la Naturaleza comienza a desperezarse

y que me empieza a bullir la sangre con tonterías, como emocionarme ante una florecilla

que emerge en las grietas del cemento, o sentir un estremecimiento ante cualquier muestra de

afecto. Es lo que tiene la primavera, que te saca estornudos y ramalazos de sensiblería en cuanto

te descuidas. De todas formas, el mes de abril, para mí, es cuando explota la primavera. El

día uno, en este año tenemos luna nueva, y el dos es el Día Internacional del libro infantil y juvenil...

¿Hay algo más bonito que un niño leyendo un cuento, o escuchando a su abuelo cuando

le lee un libro debajo de un almendro en flor? Como veis, este mes me pone asquerosamente

Imagen de ARTsbyXD en Pixabay

cursi. Qué se le va a hacer, a mi edad ya no dejo que nadie me robe el mes de abril, como le hicieron

a Joaquín Sabina. No pienso perderme la lluvia de estrellas, esas Líridas que llenan de

luces fugaces el cielo entre el 16 y el 25 de este maravilloso mes. Apagas las luces eléctricas, miras

al cielo nocturno y esperas pacientemente a que te caiga una estrella desde la constelación

de La Lira. Llevada por la curiosidad, decidí documentarme un poco acerca de esas estrellas que

podrían regalarme algún deseo. Parece que Zeus subió la lira de Orfeo al cielo, en homenaje al

hijo de Apolo y Calíope. Yo sabía ya que Apolo era un tío guapísimo, pero no que Calíope era la

musa de la poesía épica y de la elocuencia. La mezcla de papá y mamá dio como fruto un muchacho

guapo que se enamoró de Eurídice. Se le consideró uno de los principales poetas y músi-

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cos de la antigüedad, el inventor de la cítara y de la lira de nueve cuerdas. Orfeo, a la muerte de

su amada, fue a buscarla al inframundo pero, no pudiendo traerla de nuevo a la vida, se dedicó

a tocar la lira, calmando a las fieras con su música y maravillando a todo el que le escuchaba. A

las fieras podría calmarlas, pero a las Ménades no les dulcificó su música: ellas no entendían

que Orfeo prefiriera recordar a su amada muerta, antes que irse de orgía con ellas. Debido a su

desprecio, se cabrearon y decidieron practicar con él la bella costumbre del sparagnos, o desgarro

de su víctima en trocitos; luego ingirieron su carne, no se sabe si estofada o cruda, y después

del banquete, tiraron la cabeza y la lira de Orfeo al río Hebro antes de volver a sus bacanales.

Tendré que mirar bien el próximo paseo por la ribera de mi Ebro, sin hache, a ver si me encuentro

la cabeza del inventor de la lira, la medicina y alguna que otra arte de magias ocultas y

fascinantes. Cuentan que los ruiseñores cantan mejor en las ramas del árbol que esconde la

cabeza de Orfeo entre sus raíces. Es un dato. En cuanto a la lira de Apolo, Zeus mandó a un

águila para rescatarla y la colocó en el cielo; creó una constelación en la que la estrella Vega

brilla aún con esplendor inusitado. Lo mismo Zeus me está mandando claves para mi búsqueda,

porque en mi pueblo reina la Virgen de la Vega y está a orillas del Ebro... (Tengo que avisar

de que la primavera me hace elucubrar en cuanto me descuido). Pero

dejemos la mitología para recordar que el Día internacional del libro se

celebra el 23 de abril, justo en el momento de máxima actividad de las

Líridas. Quizás el firmamento también quiere festejar a los lectores y a

los escritores con sus fuegos artificiales. Todo puede pasar en abril, pero

en cualquier caso, no dejéis de leer Las ménades de Cortázar, os pasaréis

la lengua por los labios, lenta y golosamente os pasaréis la lengua

por los labios, y sonreiréis, como su mujer vestida de rojo. Creedme, los

libros consiguen que sonriamos, que lloremos, y además, logran que podamos

evadirnos de la guerra, de la enfermedad, de la tristeza: y un poema

puede emocionar igual que lo hace una flor rompiendo el asfalto de la ciudad, a principios

de cualquier primavera.

El vivero

Gema Blasco

Sin apenas tierra donde agarrarse, los jacintos florecieron en primavera. El invernadero lucía

verde y púrpura a partes iguales, aunque los racimos de florecillas se empeñaran en sobresalir,

buscando el sol que apenas asomaba. Los cristales parecía que lloraban de continuo, unas veces

por la lluvia, otras por el vaho del calor interno, o quizá fuera que la finca echaba de menos

a su dueño y pintaba sus cubiertas de gris. Padecer nostalgia es contagioso, y Melina se sentía

tan sola que lo invadía todo con su tristeza. La horticultora comía para sobrevivir, descansaba

por necesidad y volcaba sus pocas fuerzas en cuidar aquel particular vergel. Con todo sabía,

Nº 2 Página 31


casi con certeza, que aquel tremendo esfuerzo no le iba a servir para nada. ¡¿Quién adorna con plantas

los balcones de las casas vacías?! ¡¿Quién se molesta en apreciar la belleza si el aire huele a muerte?!

¡¿Quién coloca flores en una fosa común cuando está ocultándose del invasor?! La guerra se había llevado

lejos a su marido y, además, le hacía ver con claridad la verdadera crudeza del mundo.

Únicamente un libro podía darle la utilidad ansiada a sus días. En concreto era un ejemplar que había

estado estudiando meses antes al asedio en la biblioteca, pero resultaba imposible conocer el estado

del volumen, después de los múltiples bombardeos que había sufrido el centro de la ciudad. Este

desvelaba los secretos de la floriografía, un lenguaje en desuso que había sido utilizado por el servicio

secreto inglés durante la época victoriana. Fue el medio de comunicación por el cual se transmitían,

mediante flores y arreglos florales, mensajes codificados. Y eso mismo pretendía hacer Melina con su

estructurada inflorescencia, ponerla al servicio de la Inteligencia de su país.

Un lunes, temprano, por eso de comenzar la semana con buen pie, cogió la bicicleta y, haciendo el

menor ruido posible, pedaleó por caminos secundarios, hasta llegar al antiguo puente que daba entrada

al casco antiguo. El empuje y la turbación la habían agotado, necesitó unos minutos para recuperarse

y anteponer sus buenas intenciones al espanto que la rodeaba. Las calles se mostraban tan grises

como el cielo, sucias, húmedas y deprimentes. Bultos que antes habían sido personas yacían tirados

en el suelo. Ningún vehículo se atrevía a circular por el firme dañado, incluso algún que otro tanque

respetaba el parón impuesto por la última derrota. El centenario edificio bibliotecario aún mantenía

su armazón, a pesar del derrumbamiento de muchas de sus paredes. La sala donde se encontraban

los ensayos, por suerte, estaba bastante despejada. La horticultora buscó ávida el preciado libro y, al

tenerlo en sus manos, notó como si la primavera realmente hubiera llegado y la guerra fuera a acabarse

sin más. Su vivero al fin transmitiría esperanza.

Imagen de 901263 en Pixabay

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La ración del coronel

Luis Jurado Quesada

En aquel momento éramos los seis que nos encontrábamos

en la trinchera sur. Paco, Juan, Jose

de Cárcheles, el cabo Miguel, Alejandro el bajito y

yo. El cabo era de confianza y, dentro de lo que es

una guerra, una trinchera y la sierra en mitad de

ningún sitio, pues estábamos a gusto. Todo hay que

decir que la mañana se había pasado sin cañonazos,

ni necesidad alguna de apuntar a nadie. O sea,

de puta madre. Y la semana entera sin más agua que el rocío mañanero, cosa que nos permitía

movernos sobre un suelo sin aquel barro que tanto nos pesaba en las piernas durante todo el pasado

invierno. Sin duda el cambio de estación había mejorado la climatología y, de paso, el humor

del campamento.

Bramó la radio solicitando respuesta y obligó al cabo a abandonar su lectura y al resto a alzar

levemente nuestras cabezas. Miguel apenas necesitó articular un par de palabras por el micrófono,

sabía que era la hora de recoger las raciones de campaña y ordenó a Paco ir a por ellas. No

había en el horizonte opción a fastidiarnos el día. Jose se ofreció a acompañarle y ambos salieron

en dirección al campamento para traer las provisiones de todos. En otro lugar y otro momento

Paco habría tarareado una canción durante el recorrido hasta las cocinas, pero la guerra se había

hecho larga y nadie cantaba. Algún día quizás. Ese día no le pareció oportuno a nadie y en silencio

se marcharon.

Regresaron pasados más de quince minutos, ya casi ni nos acordábamos de ellos. De la comida

sí. Pues en las guerras las tripas vacías rugen y rugidos se oyen todos los días. También se

escuchan lloros y lamentos en las guerras, pero de eso no hablan antes del alistamiento. Y es mejor

así, o no vendría nadie a pasar frío, hambre y matar a otros jóvenes.

Hicimos corro, para compartir la hogaza de pan, el agua y un poco de vino que Jose de Cárcheles

había sisado hábilmente de la despensa de oficiales. Cada uno tenía su propia lata de conservas,

todas de color verde y con la fecha de caducidad en el fondo de la misma. Indescifrable a

simple vista su contenido, Paco, Juan y Alejandro el bajito apostaban todos los días unas monedas

intentando averiguar su contenido. Tampoco es que fuera muy difícil, las opciones se reducían

entre atún y sardinas. Así que en el fondo nadie perdía mucho dinero a la larga. El cabo Miguel

abandonó otra vez la lectura para interesarse por las provisiones y se fueron abriendo las

latas.

Sardinas, atún, atún, atún, sardinas… Y faltaba por abrir la mía. Me había

despistado observando la portada del libro del cabo, Koalas en primavera,

«Qué raro es este hombre», pensé. Usé la hebilla del abrefácil y desplacé

la tapa. Caras de asombro.

Mejillones.

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Cosas que me pasan

María Dolores Garrido Goñi

¡Pues vaya! ¡Hoy me he dormido!

¡Señor, Señor! ¡Qué barbaridad! Cuando era más joven, no

me pasaba; me acostase a la hora que fuese, me despertaba a

la misma hora...

Ayer trasnoché leyendo un libro que tan interesante estaba

que era incapaz de dejarlo y hoy, en contra de mi costumbre,

me he despertado casi a las diez de la mañana. Quizá es por

la primavera que nos altera, tal vez por el cambio de hora,

pero no domino la hora de levantarme.

Lo primero que hago, naturalmente, es ir al servicio. Enciendo

la luz (el baño es interior) y abro el agua de la ducha.

Tarda un poco en salir caliente, así que me dispongo a lavarme los dientes mientras sale.

Suena el teléfono. Es mi hija que vive en Inglaterra.

Cierro el agua de la ducha para hablar porque nuestras conversaciones suelen durar un mínimo

de una hora...

¡Pues no! Solo ha durado cuarenta minutos: hoy ella tenía prisa.

Decido desayunar antes de ducharme, ya noto la falta de cafeína.

Tengo cafetera de cápsulas y sale ya con leche, pero no se enciende. Me acerco al extractor de

la cocina para comprobar si es culpa de la cafetera o falta de suministro: no funciona. Acudo a la

puerta y doy al interruptor: nada. Salgo de mi vivienda e intento encender la luz del rellano: tampoco.

Llamo al ascensor y me ignora. Me asomo al balcón y veo que los dos bares que hay enfrente

y el estanco están a oscuras.

¡No hay luz en toda la zona! ¿Cómo me hago el café? Ni siquiera puedo bajar al bar a desayunar:

no tienen luz para hacer nada y ¿bajar seis pisos, para tenerlos que subir después? Mi cadera

protestaría.

Tengo una cafetera de las de siempre. ¿Dónde? ¡Ah! Sí: en lo alto del armario de la cocina. Necesito

la escalera de mano. La saco del trastero y con mucho cuidado, porque subir escaleras no

le gusta a mi cadera, encuentro la cafetera.

Tengo café molido. Es de hace tiempo, quizá caducado, pero mejor eso que nada. Pongo la cafetera,

ya cargada, en el fogón y le doy al mando. Oigo salir el gas pero no prende. ¡Ostras! El encendido

es eléctrico.

Busco un mechero o unas cerillas. Para mis velas, a las que soy aficionada, tengo en el comedor

un pequeño soplete de gas. Lo uso para encender el fogón y, mientras sale el café, saco del

armario un brik de leche. La pongo en una taza y la meto en el microondas. ¿? ¡Qué tonta! ¡Si es

eléctrico! Tengo que calentarla en el fogón, en una cazuela. Menos mal que no me puse vitrocerámica.

Por fin, tengo mi café con leche. Hoy sin tostada. También podía haberla tostado en una sar-

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tén, pero ¡va! me da igual...

Cuando consigo tomar el café con leche, voy a la ducha y no sale más que un hilito de agua

que no da para que encienda el gas. Pienso que es una putada que también me haya quedado

sin agua... ¡Oh! Ya sé lo que pasa: vivo en un sexto. Necesita funcionar la bomba de agua para

que haya presión en los pisos altos. La bomba de agua funciona con electricidad.

Dos horas sin servicio eléctrico me han hecho comprender lo necesaria que es la electricidad

en estos tiempos.

Hace poco se hizo un intento de boicotear a las hidroeléctricas para demostrarles nuestro

enfado por los precios abusivos. Hoy han hecho el boicot ellas, por lo menos en mi barrio. No

sé... creo que, en esta guerra, tienen más poder.

Confesiones

Pepe Sanchis

Empezaré confesando que no he leído un libro en toda mi vida. Total, ¿para qué? Nací en

una casa rica, noble, de apellidos ilustres.

También confieso que no he trabajado nunca, porque nunca lo he necesitado. Me levanto

cuando quiero y me acuesto tarde, o muy temprano, según se mire. Eso sí, el teléfono, con mi

agenda de contactos, me resulta un arma imprescindible. Sobre todo después de esta pasada

primavera, con todo el mundo loco por conseguir mascarillas y material sanitario. No hace falta

que os confiese que lo hemos hecho bien, mi socio y yo nos hemos forrado.

Imagen de Pasja 1000 en Pixabay

Así pues, cada día doy gracias a los chinos. Y

por supuesto que me acuerdo de los rusos, a

ver si con un poco de suerte a ese chiflado se

le ocurre meternos en una guerra. Entonces

sí que nos podemos salir del mapa. Os confieso

que, por si acaso, hemos acaparado litros

y litros de aceite de girasol, ocultos en

una nave en Madrid, que como ya sabéis, en

aras de la libertad es nuestro centro de operaciones.

Bueno, adiós, pardillos, portaos bien y que

no se os ocurra hacer ninguna travesura en la declaración de la renta. Acabaré confesando que

a mí me sale siempre a devolver.

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Microrrelatos


Generación perdida

Marisa Martínez Arce

Contemplábamos atónitas cómo el porvenir se

desmoronaba ante nosotras y no podíamos creerlo.

Unos días antes, ajenas a lo que estaba por llegar,

augurábamos una vida juntas. Planeábamos el futuro

tomando unos refrescos. Hablábamos de la

universidad, de cuál sería nuestro primer trabajo,

cómo sería nuestra casa. Ahora llorábamos abrazadas

mientras las bombas caían a nuestro alrededor

y una niña descalza cruzaba la calle con la mirada

perdida, flanqueada por cuerpos que yacían inertes

a su alrededor.

Dona al volant

Susana Gisbert

—On vas, animal? A pintar-te els llavis? Dona hauries de ser!

Per més que escoltara eixes coses cada vegada que conduïa el seu benvolgut cotxe, mai no

s’acostumava. Tot i que tampoc li importava massa. Era tan feliç cada vegada que es posava

al seient de la conductora i agafava el volant, que cap cosa que qualsevol poguera dir-la, tant

li feia. Sols necessitava obrir la finestreta i deixar que l’aire li colpejara la cara per gaudir.

Amb precaució, però, també amb un somriure, va avançar el cotxe d’aquell home que li

havia cridat abans.

—On vas, boja? —va tornar a cridar l’home—.

No, si ja ho diu la dita: dona al volant, perill

constant.

Li feien gràcia totes aquestes coses. Ells prenien

com una cosa normal el fet de conduir. I

també prenien com una cosa normal insultar

a la resta de persones. No sabien gaudir del

moment.

Ella sí. Per a ella, cada kilòmetre era una veritable heroïcitat. I és que, després de patir

tres mesos de presó al seu país pel senzill fet de conduir, ningú arrabassaria a Fàtima el

plaer de la llibertat. Ni dins ni fora d'un cotxe.

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El carpintero observador

Manuel Serrano

Me tocó la Primitiva y quise cumplir mi sueño:

una biblioteca de esas que salen en las películas,

de pared a pared y de techo a suelo.

Cuando vinieron a montarla me encontré con

una mesita de apenas una cuarta de lado.

—¿Qué es esto? —le dije muy enfadado al

carpintero.

—Su biblioteca.

—¿Esto es una biblioteca?

—Pues claro, ¿no lee usted en libro digital?

(Des)control

Pilar Alejos

Más relatos de Pilar en:

https://versosaflordepiel.blogspot.com/

Llevo tanto tiempo paralizada

ante el abismo que hay

en la entrada que ya no recuerdo

cómo huele el mar…

Desde que mi mundo está

bajo control, veo pasar la vida

a través de la ventana y del

ordenador. Hago las compras

online. Al finalizar mi teletrabajo,

me divierto con mis amigos

por Skype. Por enésima

vez intento salir a la calle, pero

mi corazón late desbocado

y una opresión en el pecho

me impide respirar. Mareada,

con el vómito amenazando

manar de mi garganta, las

piernas no me sostienen y me

ahogo en lágrimas de impotencia.

Tras un nuevo fracaso,

dando un portazo caigo derrumbada

en el umbral.

Nº 2 Página 39


Regálalos

Amelia Jiménez Graña

—Disculpe, venía por lo del cartel.

—¿Cómo dice? —preguntó el dependiente,

alzando la vista del libro que leía.

—Aquí les traigo, yo se los regalo —dijo la

mujer, empujando suavemente a dos adolescentes

hacia el mostrador.

El chaval, de unos doce años, no levantaba

los ojos del móvil. Por la cara que hacía,

debía estar perdiendo la partida. La chica,

algo mayor, quince o dieciséis, venía con el

ceño fruncido y golpeaba rítmicamente el

suelo de la librería, impaciente. Llevaba

unos auriculares gigantes en los oídos.

—No entiendo. Aquí vendemos libros.

También compramos libros usados. ¿Qué

me trae? —dijo él, mirando a la mujer y

buscando una bolsa que pudiera contener

novelas clásicas que ya nadie leía o ejemplares

del Círculo de Lectores.

—Pues que se los regalo. Estoy cansada

de ellos. Los llevo de librería en librería,

aquí los he traído varias veces, ¡hay donde

elegir! ¡Y no sirve de nada! ¡No quieren leer!

Y eso que les enseñé los de Kika Superbruja

que tenéis en la puerta, las novelas policíacas,

los de Barco de Vapor… ¡Hasta dejaría

que leyeran novelas románticas si se enganchan

a la lectura! —exclamó la mujer, señalando

al fondo de la tienda, donde se encontraban

los libros mencionados.

—Pero, es que no sé por qué me trae a

sus hijos —protestó el joven, mientras se

levantaba de la silla.

—¿Cómo que no? Entonces, ¿por qué

habéis puesto este cartel? —preguntó, yendo

hacia una de las paredes de la tienda,

donde se leía:

«Si tus hijos ya no quieren sus libros,

regálalos».

Página 40

Revista digital de Valencia Escribe


Despedida de soltera

Ana Marben

¿Cómo íbamos a imaginarnos que no sabía

nadar, si era la reina de los biquinis? Si pasaba

los veranos posando a la orilla del mar o en el

borde de la piscina. Si se ganaba un buen sueldo

como monitora de aquaerobic. Si hasta nos

enseñó fotos de su bautismo de buceo. Y cuando

la tiramos al agua como parte de su despedida

de soltera ―está de moda empezar la fiesta

con un simulacro de secuestro―, nos costó un

buen rato darnos cuenta de que, boca abajo, no

fingía el ahogamiento. Aún recuerdo lo

buena idea que le había parecido la sorpresa

a su futuro marido.

Nº 2 Página 41


Página Imagen 42 de andreas160578 en Pixabay

Nº 2

Tercera Era


Poemas

Nº 2

Tercera Era

Página 43


Adiós, le digo hoy al mundo,

adiós, antes de llegar.

Adiós, querida familia,

que pronto os voy a dejar.

Adiós

Maite Montero

Adiós, le digo hoy al mundo,

adiós, antes de marchar.

Adiós para siempre, amigos,

que nunca os voy a olvidar.

Adiós, le digo hoy al mundo,

adiós, antes de abandonar.

Adiós para siempre, cariño;

mi corazón no se puede arreglar.

Adiós, le digo hoy al mundo,

que nunca me pudo ayudar,

adiós le digo hoy al mundo,

que no volveré a visitar.

Adiós le digo a la vida,

¡Oh, cuánta alegría me dio!

Adiós le digo hoy a un mundo

donde nadie me comprendió.

Es incuestionable

que residen detrás

de esas ventanas

La felicidad o la desgracia

la duda o la certidumbre

Nocturno

Rafa Sastre

la comodidad o el cansancio

el amor o la aversión

los sueños o las pesadillas

el aburrimiento o el placer

el optimismo o la desesperanza

la compañía o la soledad

el deseo o la desgana

y otros muchos desiguales

pero humanos etcéteras

Siempre

al anochecer

las ciudades

se convierten

en constelaciones

de sentimientos invisibles

Y los nuestros

-te lo asegurotambién

brillan

Página 44

Revista digital de Valencia Escribe


Vayamos al río

Sara Muñoz

Reverdezco cuando llegas

a casa y me coronas la

cabeza de besos.

Se me hincha de primavera

el plexo solar, me brotan

del abdomen tallos tiernos,

recién nacidos, igual que

lo que nos llevamos queriendo.

Los entrelazo con los tuyos y

aprendo contigo a escuchar

cómo crecen las plantas.

Así de fino tiene el amor

el oído.

Vayamos al río, cariño,

vayamos al río que

la primavera también florece

en las profundidades.

Saltamos,

explota el agua bajo nuestras nalgas.

Nos reímos.

Trazamos en el lecho del río

señales que revelan

nuestros secretos subacuáticos.

A mí se me llenan las pupilas

de rocío, de alegría por

conocerte mejor.

Nos sentamos después

a la vera y bajo el sol

nos prometemos minerales

brillantes, cielos cogidos

de la mano, pastos de agua

plantados en manantiales.

El futuro me lo propones

con tu mirada blanca, de lirio.

Yo con la mía dibujo paisajes

Que quisiera admirar a tu lado.

La noche viene cálida,

de galán de noche,

mi sexo, un campo de amapolas.

Me acerco mucho a ti

cubierta de noche.

Te acercas mucho a mí

cubierto de estrellas.

.

Nº 2 Página 45


Página Imagen 46 de Nile en Pixabay Nº 2

Tercera Era


Relatos

Nº 2

Tercera Era

Página 47


Cita a escondidas

Ana Blanch

Al tiempo que Andrea cerraba la puerta,

Francisco apareció cruzando la calle. Con gesto

disimulado, se giró hacia la ventana, guiñó un

ojo debajo de la visera de su gorra de fieltro gris

e hizo el gesto convenido con la mano izquierda.

El visillo escondió su imagen tras el ventanal

y Efigenia, ayudada del bonito bastón que le

habían regalado sus nietos, se dirigió hacia el

dormitorio para comprobar que Andrea había

cambiado las sábanas y había colocado las de

hilo blanco, que ella misma había bordado a los

veinte años cuando hacía el ajuar para casarse

con su difunto Damián.

Rebuscó en el último cajón de la antigua cómoda

y sacó el camisón y el salto

de cama color violeta con puntillas

de hilo y entredoses de raso y se

desvistió despacio para colocarse

después el sugestivo conjunto. Encima

se enfundó el batín de pirineos

que usaba de forma habitual

hasta esconder hasta el último borde de puntilla.

En el tarrito de crema Pond’s y la botella de

colonia Heno de Pravia, quedaba poca cantidad.

«Tendré que decirle a Andrea que compre». Caminó

hasta sentarse en el sillón detrás de los

visillos.

―Madre, me voy. Tiene la cena preparada y

todo recogido. Pórtese bien y no esté deambulando

hasta tarde… y deje de controlar que luego

se queja de las vecinas cotillas. Esa labor se

está haciendo eterna.

frente y le recolocó la toquilla.

―Andrea la besó en la

Efigenia miraba a través de la ventana, sentada

en el sillón orejero. La labor de ganchillo

se sujetaba en la amplia falda negra y, con los

huesudos y deformados dedos de sus ochenta y

No te preocupes, terminaré

esta colcha de ganchillo para

mi biznieta antes de morirme,

aún me queda mucho.

cuatro años, apartaba lo justo el visillo para ver

sin ser vista. Esperaba la aparición de la figura

delgada y enjuta, pero elegante, de Francisco,

que se dirigía al casino para jugar la partida de

dominó vespertina. «Se retrasa doce minutos,

seguro que Elvira le ha entretenido mandándole

a algún recado», pensó.

―Madre, ¿me escucha?

―No te preocupes, terminaré esta colcha de

ganchillo para mi biznieta antes de morirme,

aún me queda mucho.

―Muy optimista y contenta la veo desde hace

una temporada. ¡Así me gusta, madre! Por

cierto, ¿Qué hace con la crema y la

colonia? No hace

compré y ya casi no queda.

tanto que le

―Hummm, no sé, me habré dejado

la colonia abierta y se habrá evaporado.

Giró la cabeza hacia el cristal para que Andrea

no viera su sonrisa y las chispitas que iluminaron

los ancianos ojillos.

A las diez y media en punto, los nudillos de

Francisco repiquetearon en la puerta la contraseña

concertada: toque, repique, toque, repique.

Página 48

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Declamación con estrellas al fondo

Jorge Zarco

De todas las anécdotas que recuerdo con

un docente, esta es de las más queridas por

mí con diferencia. Aparte de que un servidor

mismo hizo sus pinitos de docente de audiovisuales;

sin estudios ni títulos universitarios

de ninguna clase, en un taller con un cinefórum

para amas de casa. Ya les contaré otro

día esa historia.

Era comienzos del mes de julio de 1985 y

yo era un niñato infantiloide e inmaduro

(¿acaso no son las dos cosas lo mismo?), que

contaba con once años por aquel entonces y

demasiadas ilusiones que acabarían en un

frustrante papel mojado. Creo que a muchos

de ustedes les suena la historia por experiencia.

Aquel era mi segundo campamento de verano,

tras unos desastrosos días del estío de

1982, donde a mis ocho años no me había

sentido en aquel sitio ni protegido ni acompañado.

Recuerdo con más afecto el visionado de

El fantasma del paraíso de Brian de Palma,

que echaron por la tele durante aquellos días,

que toda aquella semana y media que no dejó

en mí ni un poso de satisfacción. Tres años

después, mis padres decidieron hacerme repetir

la experiencia. Para poder experimentar

por mí mismo ser miembro de una de esas

fogatas de verano; esta vez sin fogata pero sí

al aire libre, y en las que se contaba la más

fabulosa de las historias a cielo abierto. Y qué

historia, señores: El hobbit, nada menos.

Aquel verano de 1985 en un campamento

salesiano en Xátiva de unas dos semanas, yo

seguía la típica actividad diaria de todo campamento.

Incluso aquel sufrido día de caminata,

en el que me vi en la posibilidad de morir

deshidratado ante la indiferencia del mundanal

ruido. No exagero. Sumándole un odioso

monitor de incomprensible irritabilidad que

amenazó con golpearme. Pero cada vez que

caía la noche, mi profesor de Religión relataba

uno de los episodios de El hobbit, con la veteranía

de un buen declamador provisto de una

buena voz y ante un público formado por la

chavalería del campamento. Mi profe (cuyo

nombre ya no recuerdo) no se había leído El

hobbit: se lo había comido, así de simple. Y

cada noche tras la cena, no se oía una mosca

durante la apasionante representación. Puedo

atestiguarlo.

El hobbit Bilbo Bolsón acompañando a los

guerreros enanos, tras ser visitado por Gandalf

en su hogar de La comarca. Esos guerreros

enanos que acompañan a Bilbo, exiliados

del viejo reino de Erebor, destruido tiempo

atrás por el dragón Smaug. Gollum/Sméagol

y el anillo único. Gandalf y los Trolls. El rey

enano Thráin segundo, tentado por el lado

oscuro. Los elfos de Rivendel. Las arañas gigantes.

La batalla de los cinco ejércitos contra

trasgos y orcos. Y el dragón Smaug, su tesoro

robado a los enanos, y su talón de Aquiles,

que es revelado a Bardo el arquero en el momento

crucial. Y el regreso de Bilbo Bolsón a

la comarca, portando con él un anillo, que

todavía tenía una gran historia que contarnos.

Pero cada vez que caía la noche, mi profesor

de Religión relataba uno de los episodios de El

hobbit, con la veteranía de un buen declamador

provisto de una buena voz y ante un público

formado por la chavalería del campamento.

Nº 2 Página 49


La peculiaridad de J. R. R. Tolkien fue la de

poner el listón muy alto en los asuntos literarios

referentes a la fantasía heroica. De hecho,

el sudafricano dejó ese listón tan alto en sí, que

el resto de escritores de fantasía solo ha deseado

superar ese límite. Ya se llamaran Michael

Moorcock, Friz Leiber, Ursula K Leguin, Michael

Ende, Tim Powers, Robert Holdstock,

George R R Martin o Laura Gallego García. Solo

Robert E Howard, amo y señor de la espada y

brujería, pudo haberle superado de no haberse

ido demasiado pronto. Y me dejo autores en el

tintero, quizá demasiados que se merecían ser

mencionados. Porque no hay que olvidar que

unos diez años le llevó escribir a Tolkien su

Hobbit, entre 1920 y 1930, mientras ejercía

como profesor en Oxford y Merton College y era

amigo personal de C.S. Lewis; otro de los grandes

en los mágicos terrenos de la fantasía; uno

de los primeros privilegiados en poder leer el

manuscrito original, de la que fue una de las

primeras incursiones del sudafricano a su querida

Tierra Media.

Violación

Rosa Minguet

Ignacio Pinazo Camarlench tenía predilección por este cuadro, no en vano condensa belleza,

frescura, sensualidad y, a la vez, la mayor crueldad que el ser humano es capaz de mostrar por

venganza ante el orgullo herido.

El lienzo fue pintado en 1889 cuando nuestro

célebre pintor cumplía 40 años, se acercaba el

cambio de siglo y el Naturalismo surgía impregnando

de verde, marrón y gris el robledal de Corpes

donde las hijas del Cid fueron abandonadas a

merced de los depredadores después de ser maltratadas

por sus esposos, los Infantes de Carrión.

Imagen de Las hijas del Cid, de Ignacio

Pinazo, en Wikipedia

El Cantar de mío Cid, primera obra poética

extensa de la literatura española y el único cantar

épico que se conserva desde su publicación

en el 1200, relata en el cantar tercero estos hechos

que, aparentemente, no ocurrieron y que

magistralmente plasma Pinazo. Elvira y Sol desnudas,

despojadas de sus vestimentas, intentando

cubrir sus partes púdicas con su posición corporal,

una de ellas con su larga negra cabellera

consigue, parcialmente, cubrir sus senos. Su

hermana muestra sus maravillosos pechos y su

precioso cuerpo propio de la lozanía y belleza que

caracteriza a la juventud. Las dos siluetas se

complementan dejando un pequeño espacio a la

imaginación. Sobre el colorido del ropaje y el brillo

de las joyas de las que han sido despojadas,

Página 50

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destaca el color de la carne, la de dos cuerpos sometidos a los avatares del destino. Dos inocentes

criaturas atadas a dos árboles tan gigantes como la brutalidad de sus cónyuges.

Diego y Fernando, conocidos como los Infantes de Carrión, se corresponden con los hombres que

enarbolan la bandera patriarcal, que ejercen su poder para someter su malentendida virilidad para

violar. Son, sin duda, parte de esas manadas bestiales, cobardes, perversas, sádicas y despiadadas

que tratan a las mujeres como si no fueran nada y que, tras abusar de ellas, las llaman putas.

Los Infantes de Carrión, tras violar, atar y golpear a sus esposas las dejaron abandonadas para

que las devoraran los lobos, un símil de la sociedad que revictimiza a la mujer, la juzga y culpa.

Envanecidos de su linaje machista, los violadores, orgullosos, hinchan su pecho a la par que dejan

encorvada y hundida a la mujer, dando fin a su atroz acto. Aunque en realidad los nombres de

las hijas de D. Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador, no eran Elvira y Sol sino Cristina y María.

Bien podrían ser Amparo, Carmen, Ana, Laura, Victoria... y tantos otros nombres olvidados en el

pasado o recordados en el presente que son dañados y vejados por otra persona, tanto física como

psicológicamente.

La obra es una completa estetización de la violencia. El desnudo femenino ha sido un tema recurrente

en la pintura, una representación que deja anclada la idea de subordinación de las mujeres,

impregnando la ideología dominante de la perpetuación de la jerarquía de género, el sometimiento

de la mujer al hombre.

Pero, cabe preguntarnos si en el siglo XXI, ¿seguimos sometidas por el sexo masculino y/o por el

femenino? ¿Somos prisioneras de nuestro propio cuerpo? ¿Somos esclavas de nuestro físico?

¿Queremos agradarnos a nosotras mismas o a los demás? ¿Seguimos los patrones y roles que se

nos han impuesto?

Quizá el artista Pinazo intentó con su lienzo responder a algunas de estas cuestiones y por ello lo

rehízo 10 años después, en plena madurez pictórica con diversas sesiones y largas temporadas consiguiendo

unas facciones más humanas, más misteriosas que llegan a transmitir un dolor poético.

Un dolor que surgió con Eva, la tentadora, la culpable del pecado original.

La mujer ha sido moneda de cambio a lo largo de la historia de la civilización, un peón, sin voz,

en las partidas de ajedrez que se disputaban entre padres y pretendientes con el fin de alcanzar sus

propios objetivos. Silenciadas durante siglos, su papel primordial era el de proporcionar herederos

sanos y varones, a ser posible.

Desde que se proclamó la Segunda República en 1931, muchas mujeres lucharon por poder ejercer

el derecho al voto, por la igualdad jurídica ante el hombre y por una regulación del divorcio. Clara

Campoamor fue una de las mayores impulsoras, consiguiendo que las mujeres votaran por primera

vez en el 33 aunque poco duró con la llegada de la Guerra Civil y posterior dictadura. La ley

del divorcio se aprobó hace tan solo 40 años, en 1981.

Por fortuna, tras luchar incansablemente por obtener los mismos

derechos y obligaciones que los hombres, las mujeres han,

hemos conseguido el lugar que nos corresponde como seres humanos

y en las mismas condiciones que el sexo masculino aunque

todavía quede mucho camino por recorrer. Cada vez, somos

más iguales pero también, indudablemente, siempre diferentes.

La mujer ha sido moneda de

cambio a lo largo de la historia

de la civilización, un peón, sin

voz, en las partidas de ajedrez

que se disputaban entre padres

y pretendientes .

[Relato publicado inicialmente en Mujeres en el arte, VisiBiliz-ARTE]

Nº 2 Página 51


Comercios de toda la vida

Nani Canovaca López

He ido a la mercería de la esquina. Esa en la

que algunas estanterías tienen polvo del año

1930 y alguna foto de la guerra civil. Siempre

compré en este lugar los encajes que mamá cosía

a la ropa interior y la lencería que más tarde

venía en su propia caja, por tallas y colores.

Allí siempre estuvo el señor Ramiro, fundador

de Ramiro y Cia., sentado en una mecedora, cada

vez más arrugado, pero con ojos de lince y

supervisando. Más tarde fue su hijo Ramirito el

que ocupó, primero el mostrador y, a veces, la

mecedora. Hoy atienden a la clientela Ramiro

junior y su gemelo, del que no recuerdo su nombre.

No sé la razón por la que no cambio de establecimiento,

ya que siempre que entro en este

lugar, el olor a polvo rancio y las sensaciones,

me hacen poner los pelos de punta.

Hoy he necesitado comprar unos metros de

velcro blanco y una bobina de hilo del mismo

color. Al entrar me han saludado D. Ramiro, Ramirito

y los mellizos. Los cuatros con esos bigotes

rancios del siglo XIX y el pelo impregnado de

brillantina, pegado al casco, brillantes y casi

esperando ver caer un reguero de pringue cara

abajo.

He sentido tanto pavor que no he sabido cómo

reaccionar. Me hubiera gustado salir corriendo

y dejar atrás esa infame, polvorienta y

espeluznante tienda, pero algo se ha interpuesto

entre la puerta y mi persona. La maniquí que D.

Ramiro adquirió allá por los años de Maricastaña

y que parece una Bette Davis amargada ha

sido la que me ha impedido el paso. No podía

dar crédito a lo que mis ojos estaban viendo. Me

ha dejado paralizada y al final me ha dicho que

nunca fue un maniquí al uso, sino la primera

esposa.

Por lo visto, a todos contaba

que su esposa se fue a

Venezuela con sus padres y él,

en recuerdo, hizo fabricar un

maniquí que la recordara.

Página 52

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─Fui embalsamada ─me ha comentado,

acercando sus labios rojos a mi oreja─ cuando

quise salir corriendo de ese antro horrible.

Y aquí me quedé, luciendo los camisones de

última moda, para pagar por siempre la infidelidad

que, según D. Ramiro, había cometido

y la vergüenza que le hice padecer.

Por lo visto, a todos contaba que su esposa

se fue a Venezuela con sus padres y él, en recuerdo,

hizo fabricar un maniquí que la recordara.

En cuanto pude salir de allí, me dio por

pensar.

Al día siguiente acudí al cuartel de la

Guardia Civil a contar lo que había pasado.

Tanto era mi miedo, que me acompañaron a

ver qué sucedía en la mercería. Empujamos la

puerta, entramos y, como ya me habían comentado,

allí no quedaba nada de lo que hubo

y recuerdo, sino polvo a espuertas, estanterías

vacías, algún rollo de cartón, bolsas de

plástico de las que llevaban las camisas de

caballero y muchos hilos enredados por el

suelo.

Al final me dijeron que seguro lo había soñado,

que la mercería dejó de estar activa hacía

ya más de cuarenta años y que lo que yo

había percibido era fruto de mi imaginación.

Me mordí la lengua para no decir nada más.

Pero no dejaba de hacerme preguntas: ¿Cómo

era posible que yo comprara toda la lencería

de los últimos veinte años en esa misma tienda?

¿Cómo se me atendía siempre a pesar de

todo el pavor que sentía y quiénes eran todos

esos personajes a los que conocía con pelos y

señales? Y, es más, ¿quién era esa Bette Davis

que me habló y me insinuó que fue víctima del

dueño de dicho establecimiento?

Mi próximo proyecto será investigar todo lo

ocurrido en esa casa. Estoy segura que aquí

pasó algo terrible y me están pidiendo que lo

esclarezca.

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Página 54 Nº 2

Tercera Era


Novela

por entregas

Nº 2

Tercera Era

Página 55


Otra oportunidad

Lucrecia Hoyos

Capítulo 2

JUAN

Juan Bru había regresado a Puerto Hermoso un par de meses atrás, después de cumplir

una condena de diez años en el centro penitenciario de Picassent. Tenía cincuenta años,

soñaba con vivir reconfortado consigo mismo y con el mundo el tiempo que le quedara de

vida, pero no tenía ni idea de cómo hacerlo. Había heredado la casa de su madre y los ahorros

de toda su vida, una suma considerable dada su escasa fuente de ingresos. No tenía

ganas de volver a su profesión de electricista, estaba convencido de que nadie lo contrataría.

Andaba por la villa sin hacerse mucho de notar. Solamente sus vecinos más cercanos recordaban

su historia, pero eso hacía que no se sintiera bien en aquella casa que, además, necesitaba

una reforma. Él no se encontraba con ánimo de nada. Pasaba mucho tiempo bebiendo

cerveza ante el nuevo televisor de setenta y cinco pulgadas, recién comprado, que

llenaba toda la sala. Fue un arrebato: comprar frente a la tristeza. Era su única distracción,

pero la tristeza seguía en aquella estancia y se desplazaba con él allá adonde iba.

A veces se aventuraba hasta el bar Victoria. La dueña no llevaba muchos años en el

pueblo y no sabía nada de él. Además, sus platos eran los más sabrosos que había probado

en su vida. Pensó, incluso, en tirarle los tejos, pero se rebuscó dentro y se dio cuenta de que

los tenía todos muertos.

...continuará

MabelAmber

Página 56

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Consejos

para escribir

mejor

Nº 2 Página 57


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Página 58 Nº 2

Tercera Era


Menudos Relatos

Nº 2

Tercera Era

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Anciano, pero listo

Jimena Rapún López

(8 años)

Érase una vez un pez muy viejo y naranja

que ya no podía con su alma.

Un día, nadando a la derecha vio una

red pegada a las piedras.

El anciano dijo a su hijo:

Hijo mío, ponte debajo de la red.

Entonces, muévela y el pescador pensará

que hay algún pez y quitará la red.

Así lo hizo y funcionó.

Entonces, todo el mundo se enteró y,

después de cien años todavía cuentan

esta historia de generación en generación.

Y todas terminan con este final:

Aunque era viejo era el más LISTO.

.

Página 60

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Tiempo como medicina

Marta Argente Martínez

(14 años)

Dicen que el invierno arrastra consigo todo lo que el verano nos deja. Otros muchos, que

un clavo saca otro clavo. Dos frases que indican que el tiempo lo cura todo, o eso es lo que

dicen, ¿verdad? Pero qué pasa si aún vives en el recuerdo de aquellas noches de verano, si ese

primer clavo no quiere salir por mucho que otro empuje, porque se ha quedado clavado hasta

el fondo. Entonces, ¿qué pasa realmente? La respuesta es nada. Porque por mucho que extrañemos

el verano, el invierno siempre

llega, una y otra vez. Una y otra vez

intentando sacar ese clavo que tan

dentro llevamos, con miedo a rompernos

si lo hacemos. El miedo… la de

cosas que nos perdemos por sentirlo y

las otras muchas que nos quita el no

tenerlo. ¿Cuándo aprenderemos a

controlarlo? Supongo que nunca, pero

esa es la gracia de la vida, ¿no? El

misterio de lo que nos queda por conocer….

Otra frase que tiene el mismo

sentido que las primeras de este corto

relato.

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Tercera Era


Críticas de

cine, series y

libros

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Tercera Era

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La saga de los longevos: La vieja familia

Miguel Moliné

La saga de los longevos: La vieja familia, de Eva García

Sáenz de Urturi (2012), es su primera novela publicada.

Lo hizo a través de Amazon y consiguió un relativo éxito que

la ha llevado a ser merecedora del premio Planeta en 2020 con su novela

Aquitania.

Adriana es arqueóloga y regresa a Santander, con un misterio familiar

por descubrir y un nuevo trabajo en el Museo de Arqueología

de Cantabria. Pronto se verá envuelta en los entresijos de la familia

del Castillo, que tiene un secreto. No destripo la trama si cuento que

Iago aparenta 35 años y, en realidad, tiene unos 10.000.

Poco a poco se van descubriendo las conexiones entre los distintos personajes y la historia

del pasado tan extenso de Iago, su padre Héctor, su hermano Jairo y su hermana Kyra,

así como la investigación de estos dos últimos llevada a cabo para descubrir qué es lo que

los hace longevos y con el fin de procrear personas como ellos.

La trama está bien diseñada y los capítulos van alternando los puntos de vista de Adriana

y Iago, tanto en el presente, como en el pasado. No obstante, encuentro algunos personajes

algo flojos o cliché: las compañeras del museo, enamoradísimas hasta las trancas de Jairo,

a pesar de cómo es; el primo de Adriana, cuyas actuaciones a veces no entiendo bien (un

familiar demasiado perfecto); o uno de los longevos, que me parece demasiado malvado,

aunque provenga de la cultura de la que proviene.

No obstante, he de decir que la labor de documentación, tanto relativa a la Prehistoria

como la referente a las investigaciones en genética, es excelente. La inclusión de ciertos detalles

o explicaciones no hace pesada la trama para nada y se lee con agilidad e interés, sin

abrumarte con datos excesivos.

Hay una segunda parte que leeré cuando termine con el listado de libros pendientes, titulada

Los hijos de Adán. Te la recomiendo si te apetece evadirte por un momento de las

lecturas cotidianas y si tienes ganas de conocer a esta autora.

Valoración:

Envíanos tus reseñas de libros, películas o series a: revistavalenciaescribe@gmail.com

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La señora March

Luis Jurado

La primera novela de la autora española Virginia Feito nos sitúa en el

Nueva York de la alta sociedad americana, con una mujer obsesionada con las

apariencias dentro de un matrimonio ¿anodino? ¿aburrido? ¿sin amor? No sabría

definirlo. La autora consigue generar lentamente una tensión con los sucesos

que ocurren en la obra hasta alcanzar el clímax final. Te puede gustar o no,

yo quiero decir que a mi si me gustó, pero lo que está claro es que entretiene, y

eso ya de por si es de gran valor.

Por otra parte, la historia de la obra y la promoción de la misma es algo

a tener muy en cuenta. Primero porque la autora escribió la obra en inglés y

se la publicaron primero en EE. UU., lo segundo es que ella no se encargó de la

traducción al castellano lo que me sorprende. En lo que respecta a la promoción es espectacular, ya la

quisiera yo, he de decir, pero no estoy seguro si todo lo que soplan los vientos a su favor es bueno. Yo

no he visto ni a Patricia Highsmith, ni a Shirley Jackson en la novela. Tampoco he visto la necesidad

de hacer dichas comparaciones, Virginia Feito vuela sola.

Valoración:

El gran cuaderno

Ana Marben

Novela breve (menos de 200 páginas) de 1986, de la autora húngara Agota Kristof.

Concisa, seca y descarnada, narra la vida de dos hermanos cuya madre ha dejado al

cuidado de su abuela, en plena guerra. ¿Qué guerra? En ningún lugar lo determina,

ni tampoco cuál es el país o el año. Sin embargo, yo no podía sino imaginarme a una

madre ucraniana, dejando a sus hijos en una “Gran Ciudad” cercana a la frontera rusa,

a cargo de una abuela huraña a la que ni siquiera conocen.

Ni los personajes ni los lugares tienen nombre. La descripción es breve y escueta y

las peripecias, que estos niños cuentan en primera persona, son duras e incluso crueles.

A ratos desagradable, siempre incómoda, la novela consigue, tal y como puedo

imaginar, lo que la autora pretende: describirnos; las atrocidades de las guerras, los sinsentidos de la

humanidad que, en pleno siglo XXI, sigue, al parecer, sin aprender nada. Porque aunque la novela esté

escrita en el siglo pasado parece, como dije antes, de plena actualidad.

No hay descripciones, explicaciones ni exposición de sentimientos en la narración, sin embargo, captamos

a la perfección la lucha por la supervivencia en un mundo tan hostil. Lectura dura pero necesaria.

Esta obra es la primera novela de Agota Kristof. Recibió por ella el premio europeo a la literatura francesa,

ya que, afincada en Suiza, siempre escribió en francés. A El gran cuaderno le seguirían otras dos

partes, en lo que se llama La trilogía de Claus y Lucas.

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