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Revista Digital Valencia Escribe, número 1, 3ª era. Marzo 2022

Revista Digital del colectivo Valencia Escribe. Primer número del nuevo equipo editorial, con el tema libre Mujer y Ciencia.

Revista Digital del colectivo Valencia Escribe. Primer número del nuevo equipo editorial, con el tema libre Mujer y Ciencia.

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Revista digital de

Valencia Escribe

Nº 1

Tercera Era

Marzo de 2022

Especial

Mujer y Ciencia


La guerra es lo que sucede

cuando falla el lenguaje

Margaret Atwood

© Todos y cada uno de los derechos de las obras literarias, fotografías o ilustraciones

publicadas en esta revista pertenecen en exclusiva a sus autores.

Colaboraciones: revistadigitalvalenciaescribe@gmail.com

EQUIPO RDVE

Coordinación y corrección: Amelia Jiménez, Ana Marben y Luis Jurado

Ilustración portada: Vivian Rodríguez (Cas)

Maquetación: Ana Marben

Página 2

Revista digital de Valencia Escribe


Índice

Editorial ............................................................................................................ 5

Presentación de Habitaciones Propias, por Lu Hoyos ..................................... 6

MICRORRELATOS

Piernas efímeras, de Rosalía Guerrero ......................................................... 10

Hay que saber beber, de Manuel Serrano ..................................................... 10

Nadie es perfecto, de Pilar Alejos ................................................................. 11

Ángeles en Navidad, de Aurora Rapún Mombiela ......................................... 11

Mi mamá me mima, de Pepe Sanchis .......................................................... 12

Presentimiento, de Marisa Martínez ............................................................ 12

Plásticos, de Luis Jurado Quesada ............................................................... 13

MONOGRÁFICO: La Mujer y la Niña en la Ciencia

El hada de los números, de Marta Navarro .................................................. 16

Te conozco, de Aina Rodríguez..................................................................... 19

Identitat dividida, de Irene Lado ................................................................. 20

Sin permiso para brillar, de Amelia Jiménez Graña ..................................... 22

Estudiosa señorita, de Ana Marben ............................................................. 24

RELATOS

A los doce años, de Clara Burano ................................................................ 28

A media noche, de Lou Valero...................................................................... 29

Nº 1 Página 3


En las nubes, de Gema Blasco ...................................................................... 31

Trabalenguas, de Maria Grazia Scelfo .......................................................... 33

La urbanización, de Amalia Marfer ............................................................... 34

Historia de un rellano, de Belén Perelló ....................................................... 35

Esquinazo, de Jorge Zarco ............................................................................ 37

CONSEJOS PARA ESCRIBIR MEJOR

Cómo escribir diálogos, por Mari Moliné ...................................................... 39

NOVELAS POR ENTREGAS

Otra oportunidad, de Lu Hoyos .................................................................... 42

POEMAS

El encuentro, de Consuelo Orias .................................................................. 46

Te irás como el aire, de Ana Blanch ............................................................ 46

Naturaleza, perfecta belleza, de Maite Montero Serna ................................. 47

¿Bailamos?, de Paqui Serrador .................................................................... 48

MENUDOS RELATOS

Atrapada en un minuto, de Amanda De Vicente Marín ................................ 52

Un paso, de Andrea López Pomes .................................................................. 53

La goma y las mates, de Jimena Rapún López ............................................. 54

Libro de sentimientos, de Marta Argente Martínez ...................................... 55

CRITICAS DE CINE, SERIES Y LIBROS

La huella del mal, de Manuel Ríos San Martín, por Miguel Moliné .............. 58

Los extraños, de Jon Bilbao, por Luis Jurado ............................................. 59

BIBLIOTECA Y ACTIVIDADES DE VALENCIA ESCRIBE ............................. 61

Página 4

Revista digital de Valencia Escribe


Editorial

N

o recuerdo cómo conocimos el colectivo Valencia Escribe. Pero cuando nos embarcamos

en esta aventura de tratar que otros nos leyeran, todos los caminos parecían conducirnos

a ellos. Pronto nos encontramos entre sus filas. Una colaboración en la revista, otra en

el libro de A punta de relato, una participación en el concurso de microrrelatos… Nos sentimos

acogidas desde el primer momento. Es bueno saber que no estás sola en este mundo y que tus

aficiones no son tan locas.

Hace unos meses, cuando supimos que el equipo editor de la revista pedía el relevo tras casi

tres años de andadura, no tuvimos ni que hablarlo. La revista no se podía quedar huérfana y

estaba llamándonos. La aventura y el reto eran nuestros. El camino es también un aprendizaje y

un desafío.

Vivian Rodríguez (Cas), la diseñadora de las portadas, no nos quiso dejar solas, así que contamos

con ella en esta nueva experiencia. Con su ayuda no dudamos de que aprenderemos mucho

en este proyecto tan inspirador.

Agradecemos también a Aurora Rapún, Eulalia Rubio y Vicente Carreño sus consejos y opiniones

para continuar con la revista, ideada e iniciada por Rafael Sastre.

Esperamos estar a la altura. Mantener el nivel y el interés. Y seguir siendo el lugar donde las

compañeras y compañeros de Valencia Escribe acudan con sus escritos, sus noticias y sus ilusiones.

Aunque queremos darle un toque personal a la revista, mantenemos las secciones clásicas:

relatos, microrrelatos, poemas y noticias. También la dedicada a los autores más jóvenes. En

ellos está el futuro y tienen mucho que decir. Las críticas literarias, de cine y también de series

están abiertas a colaboraciones. Hemos añadido una página de consejos literarios, tips de la

mano de la misteriosa y un poco sabionda Mari Moliné, con la única pretensión de que nuestros

escritos sean aún mejores. Incorporamos una sección nueva, Novelas por entregas, a cargo de la

insigne Lucrecia Hoyos, que nos dejará, número a número, con ganas de saber más de su aventura.

Y hemos decidido que cada número tenga un tema monográfico que dedicaremos a algún

asunto de actualidad. En este primero hemos querido adentrarnos en las dificultades de la Mujer

y la Niña en la Ciencia. ¿Por qué no sabemos de las mujeres científicas? ¿Por qué las niñas no

quieren ser científicas de mayores? ¿Dónde están las referentes? Hemos explorado ese tema de la

mano de cinco autoras que nos hablan de historia y ficción.

Son tiempos oscuros y saber que la lectura y la escritura están ahí sirve para consolarnos,

para animarnos y saber que no estamos solas. Felices de encontrarnos y reencontrarnos con vosotras

y vosotros. Solo leas o también colabores, queremos saber tu opinión. Escríbenos a revistavalenciaescribe@gmail.com

y cuéntanos tus impresiones. Sin ti, esto no tendría sentido.

Gracias por leernos.

El equipo editorial

Nº 1 Página 5


Presentación de Habitaciones propias

Crónica de Lu Hoyos

El jueves 3 de marzo tuvo lugar, en la Facultad de

Psicología y Logopedia, la presentación del libro Habitaciones

propias. Este libro es la consecuencia de un proyecto

premiado en el I Concurso Activa Cultura de La

Nau Gran. Ha sido dirigido por Asun Martorell y María

Luisa Pérez y coordinado por mí. En la portada aparece

una bella pintura de María Luisa.

En la presentación intervino Adela Cortijo, directora

de Servei General de la Universidad, junto a nosotras; y

estuvimos muy bien acompañadas por muchas de las

escritoras y amistades.

Las dieciséis escritoras son colaboradoras habituales de la Revista Digital Valencia

Escribe o amigas cercanas, así como de otros muchos proyectos de nuestro

colectivo literario, que lleva activo desde 2009 y tiene aspecto de seguir vivo durante mucho tiempo,

gracias a todas las personas que forman este grupo unido por lazos invisibles, pero duraderos. Y es que

la filosofía que subyace es la libertad de acción de todas las personas que lo forman y la colaboración

entre ellas.

Anunciamos que hay otro proyecto en marcha, también premiado en el mismo concurso, dirigido por

Pepe Sanchis y Víctor Calvo, un Maratón de microrrelatos en la Nau Gran, con interesantes premios.

Pronto tendréis más noticias.

Numeroso público congregado,

entre el que se encontraban

varias de las autoras.

Página 6

Revista digital de Valencia Escribe


La presentación corrió a cargo de Adela Cortijo, directora

del Servei de Cultura de la Universitat de València, Asun

Martorell, codirectora del libro y Lucrecia Hoyos, coordinadora

editorial. Esta última leyó varios fragmentos de diversas

autoras.

Nº 1 Página 7


Imagen de quimono en Pixabay


Microrrelatos


Piernas efímeras

Rosalía Guerrero

Lo veíamos pasear por la playa en verano, luciendo

sus músculos dorados por el sol y sus

cabellos de surfista californiano. Con el buen

tiempo regresaba, y mis hermanas y yo suspirábamos

al volver a verlo. Tras varios años de anhelos

incumplidos decidimos que había

llegado el momento de hacerlo nuestro.

Aunque padre nos lo tenía terminantemente

prohibido, aprovechamos

la magia de la noche de San

Juan. Camufladas entre la multitud,

nos fuimos acercando a la orilla. Entre

risas, le cogimos de las manos y tiramos

de él hacia el fondo. Al principio él también

se reía, coqueto. Por eso creímos que sus

muecas y gritos eran de alegría. Para cuando

logramos entenderle ya era demasiado tarde.

Sabemos que deberíamos devolverlo

a tierra firme. Y, aunque

nos apena verlo tan triste e

inmóvil dentro de su urna de

cristal submarina, preferimos

conservarlo con nosotras

hasta el próximo solsticio

de verano, cuando, de nuevo, nos

vuelvan a crecer las piernas.

Hay que saber beber

Manuel Serrano

Hoy ha venido de nuevo a por mí. Cada año, por

estas fechas, aparece en la puerta.

—Vámonos —me dice.

—Espera, necesito un último trago.

—Pero uno solo.

La Señora y yo nos encaminamos a la única taberna

del pueblo. Es un antro oscuro y maloliente. Una

decena de ojos la miran y abandonan corriendo el local.

El tabernero no se puede marchar.

Pido un vino recio y otro para ella. Tras dos horas a

base de chatos de todos los colores, regreso a mi casa

agarrado de la Señora —aguanta muy mal el vino—.

Cuando llegamos, la despido y ella ha abandonado el

pueblo llevándose al Macario, que vive al lado de mi

casa y a la Virtudes, la hija del Luciano, que vive dos

puertas más allá, justo enfrente. Menos mal que no

quedan más casas porque si no... El alcalde dice que

me van a regalar la última casa del pueblo.

Página 10

Revista digital de Valencia Escribe


Pablo Rapún Mombiela

Nadie es perfecto

Pilar Alejos

Nika_Akin

Si vieras las ampollas que tengo

en los pies cuando llego a casa

y me quito los tacones de aguja.

Y ni te imaginas cómo tengo

la piel… ¡en carne viva! desde

que me hicieron la depilación

láser y se les fue un poco la

mano con la temperatura. Además,

apenas puedo respirar dentro

de estos vestidos. Nunca encuentro

ropa de mi talla. Pero lo

peor son las largas sesiones que

necesito, de maquillaje y peluquería,

antes de salir de casa por

las mañanas.

Aunque lo he intentado todo,

no hay manera de convencerte

de que no soy una chica.

Más relatos de Pilar en:

https://versosaflordepiel.blogspot.com/

Ángeles en Navidad

Aurora Rapún Mombiela

El anuncio de la desaparición de Pablo se difundió en todos los medios la tarde de Navidad. No

habían pasado ni 24 horas desde que fue visto por última vez, por lo que más adelante se comentaría

en algunos círculos que quizá había existido cierta precipitación en la denuncia, a pesar de

que fuera inconcebible que la mesa estuviera puesta, los comensales sentados y su silla, vacía.

La noche anterior había cenado con la familia y se había comportado con normalidad, pasándose

con las almejas y el turrón, como todos los años. Por la mañana, parece ser que había salido

temprano, aunque su mujer no podía asegurarlo porque no tenía claro si lo había visto en sueños

o en carne y hueso. Faltaba algo de ropa de deporte en el armario, un forro polar y el gorro. No se

había llevado el móvil ni la cartera. ¿Qué le habría pasado por la cabeza? ¿Qué penurias estaría

padeciendo? ¿Dónde le habrían conducido sus pasos?

Todas estas preguntas y algunas más se debatían en la sobremesa de algunas casas en las que

se alternaban los polvorones con las elucubraciones más dispares.

Ya casi había anochecido cuando Pablo hizo acto de

presencia. Llegó silbando tranquilamente, con las mejillas

arreboladas y un intenso olor a frío invernal. Se

sorprendió mucho por el despliegue que encontró al

entrar en el comedor y por el bofetón que le cruzó la

cara a traición. Se disculpó, avergonzado, al percatarse

de la hora. Le había pasado el tiempo volando y ni siquiera

se le había despertado el apetito.

Prefirió pedir disculpas y decir que se había

desorientado. La simple y feliz realidad no hubiera sido

recibida con agrado en un ambiente tan cargado.

(Más textos de Aurora en: https://lahistoriaestaentumente.wordpress.com/)

Nº 1 Página 11


Mi mamá me mima

Pepe Sanchis

«Mi mamá me mima…». Una y otra vez nos lo

hacía escribir doña Mercedes en nuestros cuadernos

azules.

Años después,

cuando fallecieron

mis padres, hice limpieza

general en la

casa familiar. En el

desván, en una caja

de cartón, encontré

las viejas libretas,

junto a otros objetos

escolares: un estuche

con lápices de colores, un compás, una

pluma estilográfica… Objetos de una infancia

feliz.

En otra caja en el lugar

más escondido, unas

prendas que me recordaron

momentos no tan

felices: una rebequita, un

vestido y unas braguitas.

Sí. Todos sabían cómo me

mimaba mi mamá. Lo que

nadie supo, nunca, es cómo

lo hacía mi papá.

Presentimiento

Marisa Martínez

La noche, en lugar de abrazarme con un sueño reparador,

se convirtió en una auténtica pesadilla. Fue de las

más moviditas que recuerdo. Me desperté tres o cuatro

veces, una de ellas empapada en un desagradable sudor.

Además de sentirme sucia y pegajosa, me invadió una

extraña sensación. Así que al levantarme, bastante más

temprano de lo que acostumbraba, me fui directa a la

ducha. Los hilos de agua caliente que rompían contra mi

piel me hicieron entrar en calor. Pero mi cabeza seguía

estando en alerta. No obstante, no hice caso, me fui a la

cocina, tomé un café y me dirigí al trabajo.

stocksnap

De camino a la oficina seguía inquieta, pensé que quizá hubiera sido mejor tomar un poleo o una

manzanilla. Igual ahora me encontraría mejor. Al llegar saludé a mis compañeros con el «buenos días»

de cortesía y me dispuse a comenzar mis tareas. Al cabo de unos cinco minutos, o tal vez fueran diez,

no podría precisar, todo comenzó a temblar. Me refugié bajo la mesa. Cerré los ojos y de forma instintiva

me tapé las orejas con las manos. Eso no evitó que escuchara fuertes ruidos y muebles impactar

contra el suelo. De repente, la calma. Y un silencio ensordecedor que inundaba todo. Poco a poco comencé

a oír voces, quejidos y lamentos. Yo estaba bien. Entonces recordé que no era la primera vez

que me ocurría, que no era la primera vez que sentía algo que no podía explicar. Me pasó de niña

cuando desapareció mi perro, el día que se estrellaron los aviones contra las Torres Gemelas y cuando

papá murió de repente al ir a comprar el pan.

Página 12

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Plásticos

Luis Jurado Quesada

Otra vez se le pegaron los dedos a la bolsa de

plástico. Era el tercer intento fallido. Se sintió

torpe. Aun así, no tenía la intención de abandonar

la tarea. Acudió al baño para frotarse las

yemas de los dedos y desligar así el pegamento

impregnado en ellos. Lo conseguiría. Estaba seguro.

Dos días atrás, espiando el rellano por la

mirilla, había visto a ese crío bobalicón de la

vecina con un traje de plástico, de bolsas de basura,

llamando a la puerta del vecino y, con todas

sus fuerzas de niño pequeño, había dado un

abrazo a su abuelo.

(Primer premio del III Concurso de microrrelatos:

Por amor a las artes, en la distancia, organizado por

el CEEDCV)

OpenClipart-Vectors

Nº 1 Página 13



La Mujer y

la Niña en la

Ciencia

Imagen de mohamed_hassan en Pixabay


L

a ciencia y la igualdad de género son vitales para alcanzar los Objetivos de Desarrollo

Sostenible (ODS). En las últimas décadas, la comunidad internacional ha hecho un

gran esfuerzo para inspirar y promover la participación de las mujeres y las niñas en la ciencia.

Sin embargo, las mujeres siguen encontrando obstáculos para desenvolverse en el campo

de la ciencia.

Con el fin de lograr el acceso y la participación plena y equitativa en la ciencia para las

mujeres y las niñas, y además para lograr la igualdad de género y el empoderamiento de las

mujeres y las niñas, la Asamblea General de las Naciones Unidas decidió proclamar en 2016

(resolución A/RES/70/212) el 11 de febrero como el Día Internacional de la Mujer y la Niña

en la Ciencia.

Las mujeres suponen el 55,2% del alumnado matriculado

en estudios de grado de 1º y 2º ciclo, aunque la distribución

en función del ámbito de estudio es muy desigual.

Mientras que en Educación, Salud y Servicios Sociales

el porcentaje de mujeres supera el 70%, en Ciencias no

supera el 49,1%, en Ingeniería, Industria y Construcción

no alcanza el 30% y en Informática solo representa

el 12,9%.

Se necesitan referentes femeninos para la infancia

que puedan contribuir a la elección de estas áreas como

carreras profesionales.

Kidaha

Para conmemorar esta fecha y unirnos a este objetivo con lo que mejor sabemos hacer,

escribir, lanzamos la propuesta a nuestras autoras y autores para que nos enviaran contribuciones

en las que se reflejara esta desigualdad, esta necesidad de referentes, la visibilización

de que ellas, nosotras, también contamos.

Página 16

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El hada de los números

Marta Navarro

¿Es como el de tu madre tu rostro, encantadora niña?

¡Ada! ¡Hija única de mi sangre y de mi corazón!

Lord Byron

Érase una vez una niña nacida de un poema, una princesa sin reino que soñaba volar,

una criatura rozada por la magia, dueña del conjuro que un hada sopló sobre su cuna: «El

poder de vislumbrar nuevas eras a ti te entrego, pequeña, el don del cálculo, de la abstracción

y de la ciencia será tuyo, mas no es este tu tiempo y solo el futuro conocerá tu

nombre y sabrá de tu ingenio».

Ada, que así se llamaba nuestra

pequeña princesa, creció apartada del

mundo. Su padre, el más romántico

de los románticos poetas, marchó

muy pronto de su lado en busca de

aventuras. Nunca regresó aunque

tampoco nunca, y prueba de ello dejó

en sus versos, la olvidó. El corazón

roto de la esposa no pudo, pese a todo,

perdonar la traición. Enferma de

celos, acunando a la niña entre los

brazos, huyó del escándalo, se refugió

en la penumbra de las tierras del norte

y, de la vida de ambas, borró para

siempre la huella del poeta.

Entre clases de música, aritmética y lecturas de francés, devota fiel de la ciencia matemática,

su favorita entre todos los saberes, la inteligencia de la niña aumentaba día a día.

Institutrices y preceptores se admiraban de una lucidez que, por algún insondable misterio,

consideraban impropia de su espíritu femenino. Y, en lugar de potenciarla, trataron

por eso de frenarla. Con descaro. Sin éxito. En su afán de conocimiento, una vez tras otra,

derrotaba de un soplo la chiquilla tan ruines argucias.

En sus paseos por el bosque, Ada estudiaba los pájaros, la forma exacta de sus alas, la

proporción que guardaban con su cuerpecillo diminuto y, en secreto, soñaba volar. Su

mente inquieta había inventado un sistema capaz de alzarla en el aire, meditado con cuidado

la multitud de problemas técnicos que, si pretendía llevarlo a la práctica, habría de

afrontar (extensión de las alas, espesor de las plumas, modo de pegarlas a sus hombros

de niña...) y, al dibujar el proyecto a la escala adecuada, la ingenuidad había asaltado por

sorpresa su rostro y la había llevado a creer lo imposible.

Ideó luego un día mientras jugaba con Puff, la gatita que siempre llevaba enredada a

las piernas, una máquina de vapor. Un caballo alado con el motor en las tripas y, a su

Nº 1 Página 17


lomo, un jinete trotando hacia las nubes. Un invento más complicado que el anterior, cierto, pero ya

se encargaría ella de hacerlo funcionar.

Y es que la cría adoraba la mecánica. Se ensimismaba durante horas analizando el mecanismo de

cualquier aparato, asombrada por su fiabilidad, por la exactitud con que, tras determinado intervalo,

el artilugio repetía sin fallo el ciclo inicial. Y su pensamiento corría. Veloz como el rayo, corría y corría...

El tiempo, como siempre ocurre en la vida y en los cuentos, fue pasando. La niña se convirtió en

mujer, descubrió el mundo, tuvo amores, alegrías, ilusiones, amarguras, decepciones...

El hada de los números continuaba guiando en silencio su camino y el genio de Ada ⸺ahora Lady

Lovelace por caprichos del destino⸺ crecía y crecía. Mas pesaba sobre ella una horrible maldición:

era mujer y, en consecuencia, por frágil e incompleto se tendría siempre su entendimiento.

Su modo de pensar, tan novedoso y fuera de lo común, fue así tomado por delirio.

Sonrieron con desdén quienes la escucharon hablar de una máquina extraordinaria: un instrumento

prodigioso, capaz de unir la matemática pura con la práctica, de realizar cálculos más allá de

cualquier humana capacidad, de evitar errores y revolucionar con su datos el método científico.

«¡Menuda loca!», murmuraron entre dientes los sabios del momento. Torcieron el gesto, olvidaron

el asunto y siguieron a lo suyo.

El vaticinio del hada se había cumplido. El reino de la pequeña princesa pertenecía a otro tiempo:

a un tiempo futuro que, mucho después, a más de un siglo de su muerte, invocaría su nombre, reconocería

el valor de su esfuerzo y se rendiría sin reserva a su talento.

Precursora de una nueva disciplina, esforzada heredera del hada de los números, entre procesadores,

algoritmos y ecuaciones, a las niñas listas, Lady Lovelace susurra con un guiño su mensaje:

«Ven, toma mi mano, nada temas, tuyo será el don del cálculo y de la ciencia...». Roza, quizá, con la

varita su frente y, así, eslabón tras eslabón, la cadena del saber va enlazando, poco a poco, pasado

con futuro. Un puente se tiende entre dos mundos. Justicia e igualdad quiebran mezquindades y

prejuicios. Y el progreso ensancha su camino.

(Relato inicialmente publicado en la antología "Mujer y Trabajo". Visibiliz-Arte. Febrero 2021).

Imagen de www.mujeresenlahistoria.com/2011/01/la-encantadora-de-numeros-ada-lovelace.html

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Te conozco

Aina Rodríguez

(14 años)

epicantus

Todo el mundo estaba ahí, mirándola, parecían

estar juzgando cada segundo de su tiempo

en el pasillo. Al parecer, el rumor se había dispersado

muy rápido. No soportaba tal presión.

Lo sabían los alumnos menores, mayores e incluso

los profesores.

De pronto, una mano agarró la pesada mochila

que cargaba en mi espalda y, sin poder reaccionar, mi cuerpo retrocedió velozmente mientras entraba

en el aula de laboratorio. Solo estábamos dos personas ahí: mi mejor amigo, un chico alto y

atlético, pálido por todos los veranos que se quedaba trabajando en vez de salir a tomar el sol, y

yo, una chica bajita y que parece anoréxica, morena por genética, pero sufridora de una gran ansiedad

social. Él parecía preocupado, eso sí, no sé si por mí, si por el rumor, o por algo que él quería

comentarme...

—¿Por qué lo sabe todo el mundo? —me decía inquieto—. ¡¿A quién se lo has contado?!

Estaba agobiado, y sabía por qué, me había advertido, todos los días me lo recordaba: «Que no

venga a recogerte», «no te subas a su coche». Pero esa mañana tenía prisa, y no tenía tiempo de

pensar en las consecuencias, a pesar de que yo quería cumplir todas esas órdenes, incluso más

que él.

—¿Por qué no estás preocupada? Esto va a cambiar tu vida y ya no se puede hacer nada —me

pedía explicaciones, y yo no paraba de mirarlo a los ojos, esperando mi oportunidad de interrumpirle

para contárselo todo.

—¿En qué…?

Pero nuestra conversación se vio interrumpida por una llamada.

—¿Quién te llama ahora? —preguntó, dejando la cuestión a medias.

Cogí el móvil, vi quién me estaba llamando, en seguida lo mandé al buzón de voz. Ahora mismo

no podía hablar.

—¿Era ella? ¿Por qué le has colgado? Estará preocupada —preguntó enseguida. Pero lo que de

verdad quería preguntar era si estaba bien, aunque temiendo mi respuesta, o mi posible asombro

por su consulta, lo dejó en el aire.

—Sí, es ella, no me apetece hablarlo ahora, aún lo estoy procesando todo. Espero que no se enfade

ella conmigo —dije cabizbaja.

—¿Cómo se va a enfadar? Ella sabe que esto te incomoda mucho más a ti, lo que yo espero es

que todo el mundo se piense que es falso, ¿te imaginas qué pensarían? —dijo la pregunta pero antes

de que yo pudiese contestar, o incluso abrir la boca, se contestó a sí mismo dejando mis cuerdas

vocales a punto de soltar un sonido—: ¿En serio la gran científica, ganadora del premio Nobel

Nº 1 Página 19


de Medicina por sus trabajos de neurociencia acaba de dejar a la más antisocial del curso justo en

la puerta?

—Ya, bueno, pues yo también espero que no se lo crean. —Empecé a apoyarme en la pared, y a

deslizarme hacia el suelo, para ver si toda mi vida dejaba de dar vueltas, al igual que la habitación—.

¡Dios, por qué me pasa esto a mí! ¿Qué he hecho para merecérmelo?

Mi amigo se sentó a mi lado. Creo que tenía la intención de abrazarme, pero justo en ese momento,

alguien entró por la puerta.

—¿Hija, estás aquí? —Justo en ese momento, una mujer muy alta, morena, con mucho estilo y

preocupada, intervino.

Me levanté rápidamente, solo con la intención de darle un abrazo, pero acabé llorando en sus

hombros.

—Cariño, tranquila, sé que pensabas que si se enteraban de todo te tratarían diferente, no te

tomarían en serio, te darían preferencia y no se fijarían en tus verdaderos logros. Pero todo esto no

te debe importar, mientras tú sepas tus logros no importa que nadie más lo haga, céntrate en seguir

como has seguido hasta ahora, y no intentes mejorar por nada ni por nadie. Porque no cambiará

nada y debes guardar fuerzas para ti misma y tu futuro deseado. ¿Me prometes que lo harás?

Sacó un pañuelo de su bolsillo y me miró sabiendo ya mi respuesta.

—Claro, pero ojalá no me conocieras tan bien, no me quedan sorpresas que darte —dije mientras

me secaba los ojos.

A lo que ella me contestó:

—Tú no tienes por qué sorprenderme.

(Relato recibido para Menudos relatos. Por su temática lo incluimos en esta sección).

Identitat dividida

Irene Lado

Aquell 26 de juliol londinenc de 1895, no fou per a la Sophia Bishop, amortalladora de professió,

tan anodí i avorrit com de costum. Aquelles galtes tan xuclades i aquells membres tan

esquifits del reputat cirurgià eren trets que indubtablement feien palesa la causa de la seua

mort: una disenteria.

Agafà aquell cos, el del Dr. James Barry, que jeia de sobines, i llambregant aquella silueta

humana, abillada amb un vestit d´home negre, el girà un poc de gairell i començà a despullar-lo.

No trigà molt a treure-li la jaqueta, el jupetí, el corbatí i els pantalons. Tan bon punt acabà, ara

aquella figura portava al damunt només uns calçotets i una faixa que envoltava i estrenyia molt

fortament els pits, cosa que esbalaí la Sophia, que no n’entenia molt bé la raó. Potser havia estat

ferit en alguna batalla quan va ser metge militar i encara no s'havia guarit la lesió, o era més

aviat una nafra en procés de curació?

Prompte s'esbargiren els dubtes quan descabdellà els fils d'aquell domàs i deixà al descobert

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aquella part toràcica. Els seus dos mugrons no eren les dues pigues negres distintives del cos masculí,

sinó que coronaven els pics de dues muntanyetes un poc flàccides i amanyogades pel pas del

temps. Desconcertada per aquest descobriment i per a cerciorar-se més que allò que havia descobert

era cert, li baixà els calçotets i descobrí realment quin era el vertader sexe d´aquell ésser esprimatxat.

Al començament, la Sophia fins i tot va pensar que potser es tractava d'una errada administrativa,

però quan ho comunicà als superiors, efectivament comprovaren que, aquell cos que havia a

més sigut mare, sí que era el de James Barry.

Això no obstant, les autoritats insistiren que la verdadera identitat mai hauria de ser revelada

en contra de la voluntat de la Sophia. Aquesta s'encarà amb ells, perquè no estava d'acord que el seu

nom i la seua identitat no isqueren per fi a la llum. Calia que tothom sabera que James Barry era en

realitat Margaret Ann Bulkley. Per què no es podia acceptar el

fet que una dona, en contra del que es pensava, tinguera també

cervell, intel·ligència i capacitat com la Margaret ho havia

demostrat?

El seu oncle, James Barry, famós pintor, de qui després

agafà el nom, i els amics d'aquest: el físic, Edward Fryer, i el

general veneçolà, Francisco Miranda, l'esperonaren perquè estudiara

a la Universitat de Medicina a Edimburg, però, llavors,

les dones no hi podien estudiar i aleshores canvià els vestits

pels pantalons, es tallà els cabells a lo garçon i el seu to de veu

esdevingué forçadament escanyat. D'ençà, la seua feminitat

fou sepultada i sacrificada.

La Margaret no decebé els seus mentors ni els seus

professors. Fou una alumna brillant i en llicenciar-se en medicina s'allistà a l’armada britànica i treballà

com a cirurgià i més tard es traslladà a Cape Town, on va ser una de les primeres a practicar i

millorar la cesària. Estudià les plantes locals medicinals per a trobar tractament a malalties com la

sífilis o reformà el sistema hidràulic per prevenir infeccions com el còlera. A Canadà, on també visqué,

destacà per les seues mesures de reforma sanitària ajudant a millorar les vides dels soldats.

També la premsa va fer-ne ressò destacant que una dona havia rebut el títol de Doctora en

Medicina i que havia treballat com a metge oficial per a l'Armada Britànica durant quaranta anys.

Aquesta institució, però, ho negà tot i injustament segellà l'expedient de la Margaret durant més de

cent anys, fins que una historiadora la ressuscità.

A casa nostra, per sort, les dones poden lliurement estudiar el que volen avui en dia, Tanmateix,

això no és així en altres indrets i països on calen cirurgianes que facen intervencions per tal de

combatre mals com la ignorància i la incultura.

Si la Margaret alçara el cap ho entendria perfectament i hi empraria les seues habilitats quirúrgiques.

Sense cap dubte, faria servir el seu bisturí per extirpar i erradicar tota mena d´entrebancs

cancerígens que encara existeixen per tot arreu i que impedeixen que una dona exercisca la professió

desitjada, o que es trenque definitivament el sostre de vidre.

Rampa55

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Sin permiso para brillar

Amelia Jiménez Graña

Martina cerró de un portazo. La becaria levantó los ojos del microscopio y le preguntó:

—Se lo han dado a él, ¿verdad?

—Pues claro. ¡Qué tonta soy! ¿Cómo he podido ser tan ingenua, Mónica?

Se acercó a ella y se sentó a su lado.

—Llevo años investigando, solicitando becas que a veces no llegan ni para vivir, solo te he

podido contratar a ti con una de ellas… Y nuestro proyecto requiere de más inversiones… Pero,

claro, Samuel es… —calló, viendo que se estaba alterando.

—… un hombre. Dilo. Le han nombrado Jefe de Departamento solo porque es un hombre. Tú

tienes un currículum más extenso, incluso te han dado premios… —continuó Mónica.

—Y no ha servido de nada. Según el comité de selección, el año que estuve de excedencia cuidando

de mi hija hizo que la investigación se detuviera y no consiguiéramos los resultados esperados.

—Ya… —Mónica no sabía qué decirle a su jefa que esta no supiera ya.

Ser científica en la Universidad era una frustración constante. Aunque Mónica conocía casos

parecidos en empresas privadas: compañeros de carrera, ellos cobraban hasta un veinte por

ciento más que ellas; algunas se estaban planteando ser madres y otras, ni siquiera se lo permitían.

Si querían que les dieran los proyectos importantes, sus jornadas laborales se ampliaban

hasta las catorce o dieciséis horas… y ni aun así. Para que luego dijeran que se empezaba a eliminar

el techo de cristal.

—No podemos hacer nada, ¿no? —dijo Mónica, consolando a su mentora.

—Hoy no. Vámonos a tomar una cerveza —propuso Martina—. Al menos nos relajaremos un

rato. Mañana será otro día.

Al llegar a casa, Martina vio que su hija ya estaba acostada. Su marido leía tumbado en el

sofá. Se levantó de un salto y le preguntó:

—¿Llegas tarde porque estabas celebrándolo o…?

—Más bien ahogando las penas en alcohol. Se lo han dado a Samuel —le dijo con pena, yendo

a darle un abrazo.

—Bueno. Esos del comité no saben discernir entre una buena científica y un vendedor de humo.

Cuando la líe, ya verás como se arrepienten.

Permanecieron un ratito abrazados y él comenzó a dar pasos de baile sin música.

—Te he dejado la cena preparada, por si tenías hambre. Y Vega está acostada, pero no dormida.

Te estaba esperando para que le contaras un cuento.

—Gracias. Voy a ver cómo está.

Recorrió el pasillo que separaba el salón de la habitación de su hija. Tenía la lámpara de la

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mesita de noche apagada, y en el techo se veía el fulgor de las estrellas que formaban

constelaciones. Martina y Ramiro las habían pegado juntos y Vega estaba fascinada. Con

solo seis años se sabía el nombre de las estrellas más importantes.

—Hola, mamá. ¡Has tardado mucho! —le reprochó su hija.

—Lo siento. Tenía cosas que hacer en el trabajo. Pero papá podía leerte el cuento.

—Ya, pero yo quiero que me cuentes la historia de Marie Curie, que era científica como

tú y estaba casada con un científico como papá.

—Te he contado que su hija Irène también fue científica, ¿no?

—Sí. Y yo quiero ser como ella. Ganaré el premio Nobel de Astronomía.

Martina se rio.

—De Astronomía no hay premio Nobel, cariño.

—Bueno, pues tendrán que inventarlo para dármelo a mí. Yo quiero investigar las estrellas

y brillar como ellas —le dijo, soñadora.

—Pues claro que brillarás como ellas, Vega. Ya eres una —dijo su madre. Le dio un beso

en la frente y pensó—: «Si te dejan brillar».

ninikvaratskhelia

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Estudiosa señorita

Ana Marben

Elena se pone su mejor vestido. No es para menos. La cita lo requiere. El cuerpo es

ajustado, las mangas largas terminan en puños de encaje, la falda es recta por delante y

recogida por detrás. Se mira en el espejo y sonríe. Se limpia con un pañuelo el sudor de

las manos y el que amenaza su frente. Coge libros, pluma y papeles. Los aprieta contra

su pecho. Un momento antes de salir decide llevarse consigo la Real Orden firmada por

el mismísimo Amadeo I. La recibió en septiembre de 1872 y la autorizaba a estudiar, en

su habitación, al calor de la chimenea.

Leyó con fruición, aprendió el funcionamiento de los órganos, el nombre de las enfermedades,

la descripción de síntomas y remedios. Su padre, médico también, la miraba

con orgullo. Le aclaraba las dudas. La animaba en los momentos bajos.

Cuando, tiempo después, llegó la carta del catedrático de Terapéutica, Narcís Carbó,

instándole a asistir a sus clases, Elena tembló. Sabía de alguna amiga que se había disfrazado

con ropas de hombre para colarse en la Universidad. Otras le dijeron que era

una locura presentarse allí con vestido, que no la admitirían, que incluso la insultarían.

Pero Elena está orgullosa de lo que es y no va a esconderse.

Así que camina con paso firme por la calles de Barcelona, donde se trasladó hace

unos meses. Disimula bien el temblor de sus piernas cuando se detiene ante la puerta de

la Facultad de Medicina. Pregunta por su clase. El conserje la mira de arriba abajo. Parece

más curiosidad que otra cosa. La acompaña él mismo hasta el aula.

Unas decenas de jóvenes apostados sobre los pupitres, charlando en corros, enmudecen

cuando ella entra. Poco a poco se ponen de pie. Uno de ellos se aproxima. Viste pantalón

y chaqueta, y un pañuelo al cuello que le da un aire distinguido. Sin embargo, sus

mejillas lampiñas le hacen parecer mucho más joven de los veinte años que debe tener.

Despeja una silla en la primera fila y la invita a sentarse. Elena lo mira, inclina la cabeza

y sonríe. Desde el fondo se oyen unas palmadas, inseguras, pronto se unen otras a un

lado y enseguida otras más. Antes de que ella deposite los libros sobre la mesa, el aula es

un estruendo de hombres que aplauden a su primera compañera.

(Relato inicialmente publicado en el blog 52 relatos y medio)

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[Nota histórica: En el número del 12 de julio de 1872 de La Imprenta: diario de avisos,

noticias y decretos se puede leer una nota sobre la obtención del grado de bachiller de

Elena Maseras, que en el curso 1872-1873 se convertiría en la primera mujer matriculada

en la Facultad de Medicina de la Universidad de Barcelona, y con ello en la primera que

estudió en la universidad en España. La transcripción de la nota del diario es la siguiente:

«La felicitamos. El sábado día 6 del corriente mes, después de unos brillantes exámenes

obtuvo el grado de bachiller en Artes en el Instituto provincial de 2ª enseñanza de esta

ciudad la estudiosa señorita doña María Elena Maseras y Ribera, natural de Vilaseca, provincia

de Tarragona. El bello sexo puede darse por complacido, porque la referida señorita

ha abierto las puertas de los estudios al sexo femenino, tanto en las materias de 2ª enseñanza

como en las universitarias; y no dudamos que siendo la señorita Maseras la primera

en España que ha obtenido dicho grado, tendrá imitadoras que querrán compartir con

ella la gloria de los estudios. Le damos el más cumplido parabién, esperando que cursará

en los estudios de facultad mayor, para provecho de las señoras y mayor ilustración en

nuestra España».

Sin embargo Elena nunca pudo ejercer, además de licenciarse en Medicina estudió Magisterio

y fue docente primero en Vilanova y la Geltrú y a partir de 1890 en Mahón, donde

será maestra de la primera escuela pública de niñas.]

Imagen de http://usuariadesactivada.blogspot.com/2015/11/22112015-pioneras-de-la-medicina-en.html

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Imagen de ivanovgood en Pixabay

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Tercera Era


Relatos

Nº 1

Tercera Era

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A los doce años

Clara Bureno

artbykleiton

Está lloviendo sin cesar.

Los árboles del jardín han desaparecido en la

niebla y la cortina de agua.

Me quedo hecha un ovillo en el edredón y me

arrebujo en el chal de lana, de mi color favorito.

No hay nadie a quien atenerme, no hay nadie

disponible para acariciarme el pelo, la mejilla,

arroparme con palabras dulces y

tiernas.

Mi madre ya no es capaz de hablar,

de formar frases, ni de recordar

siquiera mi nombre, y hace

años. Su cerebro hecho trizas recupera

de vez en cuando algo de lucidez y manifiesta

algún deseo, generalmente el de irse a la

cama. Pero lo más habitual es que se oponga a

comer, a pasear, que huya de unas situaciones

que ya no controla para nada.

Entonces me refugio en mi cama, en la habitación

de al lado, y me quedo sumergida en recuerdos

de mi adolescencia solitaria. Acosada,

inmensamente sola detrás de mi muro de silencio;

convencida de que no lo puedo contar, que

nadie se interesará ni comprenderá esta humillación

repetida.

Convencida de que no lo puedo

contar, que nadie se interesará

ni comprenderá esta

humillación repetida

Con doce años e indefensa.

Con doce años y deseos de independencia,

de creerse fuerte sin serlo.

Con doce años, con sueños de

aventurera.

Y mi madre, de quien cuido ahora,

no me cuidó lo suficiente.

Sin embargo, su primera hija se

estaba haciendo mujer a espaldas suyas, pero

de mala manera.

Sin un ápice de romanticismo, sin una pizca

de ternura. Inmersa en la cruda realidad de un

cuerpo que no dominaba ni controlaba, en plena

evolución, sin respaldo de nadie. Una extra-

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ña en su propio cuerpo, en su propia familia,

en su propia casa.

Escondí la soledad y la humillación en lo

más profundo, la desterré en un rincón del

alma, pero quedó tatuada en mi cuerpo. Crecí

retorcida en un cuerpo sin gracia, como si

quisiera negar la feminidad de mis curvas ya

generosas. Me avergoncé de mis formas, que

crecían a pesar mío, sin que nadie pareciera

notarlo.

Él sí las notó, pero me redujo a ser su sirvienta,

su desahogo, su paciente obediente.

Entonces no hubo chico en quien confiar,

no hubo hombre, solo ligues de paso. Me enamoré,

me enloqueció la pasión devoradora,

pero siempre me equivoqué. Nadie lo supo,

hasta que, un día, otras confesaron, denunciaron,

hasta que tomé conciencia de que eso

era atropello a mis derechos, era falta de respeto,

era delito, era abuso.

Eso no se puede negar.

Eso me pasó a mí.

Abusó de mí en cada consulta y, frente a

él, estaba desarmada.

Trataba de cruzar su mirada, pero huía de

mí, ahora sé por qué. No tenía alma.

A medianoche

Lou Valero

Llevo tiempo estudiando cómo deshacerme

de lo inútil, desagradable e indecente.

Son muchas horas. Sentado en este puto

sillón, sin hablar, con un tiempo infinito para

reflexionar. Tengo la sensación de estar bajo el

fondo marino, flotando bajo el agua como en

el útero materno, sin protección, a la deriva,

sin asideros, sin miedo, sin emociones. Vacío.

Heredé este edificio cuando mis padres murieron

en aquel accidente aéreo que costó la

vida a veinte personas en Uruguay. Yo solo

tenía cinco años y casi no los recuerdo. De

hecho, ellos siempre estaban de viaje y me

crie con mis abuelos maternos, con los que

continué hasta que fallecieron.

Ya no me queda familia, todos han muerto.

Hasta yo creí estar muerto, pero esta mañana,

don Basilio salió del ascensor y se dirigió a

mí.

—Elías, estoy harto de decirle que la bomba

del agua no me deja dormir por las noches.

Hace mucho ruido. Yo pago el alquiler

del inmueble y quiero que usted cumpla también

con sus obligaciones. O cambia esa bomba

o se las verá con el Ayuntamiento.

—Don Basilio, perdone, pero es el único

que se queja del ruido de la bomba. Lo he comentado

con la empresa que lleva el mantenimiento

y dicen que funciona correctamente,

que el sonido está dentro de lo permitido por

la ley.

—Es la última vez que se lo digo. Si no pone

remedio, actuaré de otro modo. Es todo lo

que tengo que decir.

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Una sacudida me llenó de rabia,

sobre todo porque, a través de

la cámara oculta que tengo camuflada

en el espejo de su cómoda,

observo cada noche cómo duerme,

y lo hace como una marmota en

plena hibernación. Esta ha sido la

señal definitiva para convencerme de que lo

que deseo tiene sentido. No aguanto más seguir

en este lugar decadente, ni en este edificio que,

a lo largo de los años, se ha convertido en mi

tumba. Un edificio tan viejo como los inquilinos

que lo habitan.

Don Basilio tiene ochenta y cinco años, edad

suficiente para echar el cierre. Le voy a ayudar

a que su partida no sea traumática. Cuando

murió su mujer, me dijo que su vida no tenía

sentido. Él no se atreve, pero estoy seguro de

que desea irse, que le encantaría viajar a lo

desconocido.

Lo he pensado muy bien. Total, ya van quedando

menos, solo faltan la señora Anita, la del

cuarto, Felipe y Juana, los del segundo, y don

Basilio. Esta noche le daré el empujón definitivo.

Cuando todos se hayan ido, venderé este

No aguanto más seguir en este

lugar decadente, ni en este

edificio que, a lo largo de los

años, se ha convertido en mi

tumba. Un edificio tan viejo

como los inquilinos que lo

habitan.

megalito negruzco, amasijo de piedra envejecida,

y viajaré fuera de estas paredes

que me aprisionan el alma y

que no me dejan respirar.

Tengo llave de todos los inmuebles,

aunque los inquilinos, por

supuesto, no lo saben. Esta noche,

como tantas, observaré cómo

duerme don Basilio. Marchito, apergaminado.

Cuando esté ausente, entraré con cuidado, en

silencio, cogeré ese cuello, débil y frágil, lo estrangularé

hasta que ni un átomo de su organismo

albergue un ápice de vida.

—Buenas tardes, don Basilio. Quería comentarle

que he estado hablando con la empresa

de mantenimiento de la bomba del agua,

y que he pedido presupuesto para cambiarla,

solo para que usted esté contento.

—Gracias, Elías. Se lo agradezco. Por cierto,

no me gusta nada que el suelo esté tan encerado.

A mi edad, un resbalón podría costarme la

vida, y eso le podría traer muchos problemas.

Insisto en que no encere tanto el suelo, de lo

contrario me veré obligado a tomar las medidas

pertinentes.

Estoy impaciente por que pasen las horas y

llegue la medianoche.

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En las nubes

Gema Blasco

ArtsyBee

Siempre llegas a hora, aseguras que desde tu

escondite puedes ver nuestra casa, y así sabes

cuándo marcho o arribo. Que sentada en este

muchas veces observas el patio de tía Filomena

y a tus primos, pero la corajuda mujer heredó

los terrenos en la parte opuesta del pueblo. La

casita de juegos de la plaza queda lejos de todo

y el umbral de la iglesia da la espalda a los domicilios

de sus vecinos. Poco queda ya por nombrar

que no sean calles ondulantes y estrechas,

el antiguo lavadero de al lado del río y aquella

empresa de quesos artesanos que cerró por falta

de operarios. Aquí la gente tiene que aguantar

inviernos muy helados y estíos frescos; pronto te

acostumbrarás, detrás de octubre viene noviembre,

y entonces suelen comenzar las nevadas.

Nieva casi hasta cubrir los ánimos, porque los

caminos quedan cerrados. El aislamiento se hace

patente y lo bueno será que no tendrás que ir

a la escuela. Yo mismo te haré de maestro. Sé

que aprender a leer es laborioso, a pesar de

ello, le tienes que poner empeño; no puedes

pasarte los días en las nubes. Comprendo que

soñar es bonito, no obstante es importante

tener los pies en la tierra si no quieres sentirte

sola. Una niña tan pequeña como tú necesita

tener padres, y aunque nosotros no estuviéramos

en el momento de tu nacimiento, ahora

somos tu familia, y por propia elección, lo cual

significa mucho; cuando seas mayor lo entenderás

mejor.

—¿Mayor como Severo o como Constantino?

Él es más alto —me preguntas.

—Cuando seas tan alta como Severo sabrás

no solo leer y escribir, también sumar y restar.

Sumar es ir añadiendo, como cuando colocas

un guijarro encima de otro y creas una pequeña

montaña. Y restar es ir quitando, como

cuando te comes las peladillas del tarro y cada

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vez van quedando menos —contesto sin contestar.

—¡Ven conmigo! —pides cogiéndome de la

mano.

—Así pues, sumar es hacer grandes las cosas

y restar volverlas pequeñas, ¿verdad, papá

Juan? —afirmas para mi admiración.

—¡Exacto, Lucía! —exclamo satisfecho. Aun

sabiendo que me he vuelto a ir por las ramas.

En ocasiones es necesario.

Te gusta subir a los árboles, igual que a mí.

Las alturas nos rodean, quizá por eso buscamos

retarlas. Una cumbre sí y otra sí nos observan

de cerca, con los peñascos en abierto, la materia

erosionada y su escasa vegetación rebelándose.

Pregunto travieso, de nuevo, dónde está tu

escondrijo y me sonríes juguetona, indecisa. No

sabes si ellas aguantarán el peso que

llevan los mayores sobre la espalda,

son tan esponjosas como los sueños, y

has escuchado a la tía Filomena tantas

veces esa expresión que crees que

lleva encima de su redondeado dorso

un saco invisible lleno de grano. Sin embargo,

ella suele doblar su espinazo con demasiada frecuencia

para que sea realmente posible. Constantino

la ayuda en las tareas propias de hombres:

busca pastos frescos para las ovejas, carga

la leña para cocinar y calentar el caserón y caza

liebres. Severo prefiere quedarse en la casa, alimentar

a las gallinas, robarles sus huevos y trabajar

el humilde huerto.

De improviso comprendes que no tienes por

qué contarme tu secreto.

Te gusta subir a los

árboles, igual que a mí. Las

alturas nos rodean, quizá

por eso buscamos retarlas.

Te das cuenta de que es mejor que lo compartamos.

Quieres contemplar mi cara al verte

caminar por las nubes. Al llegar al pueblo descubriste

que el cielo estaba a tu alcance. Tan

solo tenías que saltar con ganas para poder pasear

por su inmensidad. Mantenerte suspendida

sobre la atmósfera resultó bastante fácil. Lo

difícil, en un principio, fue no tener miedo de

caerte, el firme resultaba traslúcido, excepto los

días de lluvia, cuando las gotas condensadas de

agua se volvían nimbus, oscuros y mullidos.

Arribamos al puente, me miras con tu especial

sonrisa en los labios y señalas en dirección

norte. Allí se encuentra el gran roble,

tiene más años que tú y que yo juntos.

Cruzas la pasarela a la carrera,

obligándome a seguirte de forma divertida

y trepas ligera por el ladeado

tronco. Voy tras de ti, entusiasmado

por la sorpresa que te vas a llevar.

Mamá Lidia nos espera en el campo de cristales

de hielo, es la época de su recolección.

Ellos son la base de nuestro sustento. Mi abuelo

me enseñó a preservarlos en esferas, y desde

entonces los vendo por los mercadillos cuando

llega la primavera. A los niños les encantan.

Tener un trocito de paraíso celestial no está al

alcance de todos.

k-images

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Trabalenguas

Maria Grazia Scelfo

Mercedes, una mujer muy guapa, de ojos

tristes, casada desde hace tres años, por fin está

embarazada. La pareja está muy ilusionada y

hace proyectos para el futuro mientras preparan

la habitación del bebé y compra todo lo necesario

para el nacimiento.

Quizá por un exceso de estrés, el momento

del nacimiento llega con antelación y su marido

la lleva a urgencias porque intuye que algo no

marcha bien. El parto se presenta complicado,

el bebé no se ha encajado correctamente y la

mujer necesita que le hagan una cesárea. Nace

un niño sano muy guapo, pero más pequeño de

lo normal y tienen que ponerlo en la incubadora.

—No te va a costar nada, será cuestión de

poco. Quiero jugarme la vida luchando y si pierdo

me iré contigo sin rechistar, pero si gano tú

me dejarás vivir. Te propongo una serie de trabalenguas,

tú eliges cuáles, y quien de nosotros

los pronuncie lo más rápidamente posible y sin

equivocarse, ganará el duelo. Lo haremos cada

día durante cinco días. Te ruego que aceptes mi

reto.

La Muerte se lo piensa un poco y segura de

su victoria y de que así su satisfacción será mayor,

acepta.

Mercedes ha perdido mucha sangre y entra

en coma. No entiende bien lo que pasa, pero se

da cuenta de que está en un lugar desconocido,

y que se encuentra en otra realidad. De repente

se le aparece la Muerte, un esqueleto raquítico

muy feo, con poco y ridículo pelo en la cabeza,

medio cojo, al cual le faltan varios dientes en las

mandíbulas, enseñándole un reloj de arena y

diciéndole que, cuando el contenedor superior

esté vacío, se la llevará al más allá. Mercedes no

lo acepta y se ponen a discutir:

—No puedo ir contigo, acabo de parir y mi

hijo me necesita.

—No seas tonta, ha llegado tu momento, por

eso estoy aquí. ¿No te has dado cuenta de que

estás en coma?

—Pero, ¿por qué yo? Vas a destrozar una familia,

un hijo va a crecer sin madre.

—A mí no me importa, yo disfruto con el sufrimiento

de la gente y es mejor si la muerte es

inesperada.

—Pero no puedo ni quiero irme estando de

brazos cruzados. Te propongo un reto.

—No hay tiempo para bobadas, tengo prisa.

GDJ

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—Empezamos, quiero divertirme y por supuesto,

ganar la partida.

Las dos se desafían pronunciando trabalenguas

de varios tipos, con s, con c, con z, con t,

con j; pero el primer día gana la mujer. La

Muerte se ha equivocado muchas veces, parece

un poco torpe en ese juego y quiere la revancha.

Ha caído en la trampa de Mercedes que,

siendo actriz de teatro, se sabe muy bien los

trabalenguas y no se ha equivocado ni una sola

vez. También el segundo día gana la mujer, y lo

mismo ocurre durante los tres días que quedan.

—He ganado, señora Muerte, y tienes que

dejarme vivir.

Después de una semana de coma Mercedes

se despierta. Le cuenta a su marido que entre

los varios sueños que ha tenido, especialmente

uno la ha afectado. Le dice que ha soñado con

tener a un niño en sus brazos y que de repente

este empezó a volar hacia el cielo. Luego pregunta

por su hijo, quiere verlo.

Su marido le contesta que tal y como ocurrió

en su sueño, el niño había volado hacia el

cielo.

Entonces Mercedes lo comprendió todo. No

había sido un sueño, realmente había hablado

con la Muerte, con la cual se había enfrentado

en otra dimensión, ganando el duelo. Pero esta,

muy enfadada por su fracaso y deseosa de

llevarse a alguien consigo, como venganza, había

elegido a su hijo recién nacido, destrozándole

la vida de forma mucho peor que si hubiera

muerto ella misma.

La urbanización

Amalia Marfer

Era el primer invierno que pasaban

allí. Se marcharon a vivir a las

afueras, huyendo de la polución y del

bullicioso ruido. Su marido seguía

trabajando en la ciudad, pero a media

tarde regresaba a su retiro.

En aquel lugar, impregnado de

olor a naturaleza y deseados silencios,

encontraron lo que buscaban.

Era una urbanización tranquila,

las viviendas rodeadas de frondosos

árboles proporcionaban una completa

intimidad. El contacto con los vecinos

era nulo.

Al levantarse, degustó un sabroso

desayuno, absorbiendo el olor a café

recién hecho. Con la humeante taza

blende12

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en la mano, se acercó a la ventana para contemplar

el paisaje.

Al retirar las cortinas se estremeció: una

densa niebla impedía ver más allá de unos

cuantos metros. Fastidiada, decidió no salir a

correr.

Cuando se deshizo poco a poco, fue a comprar

al supermercado más cercano.

Al dirigirse a la caja, un hombre se detuvo

delante de ella y amablemente exclamó:

—Buenos días, ¿qué tal la mañana?

—Buenos días, perdón… No sé si nos conocemos…

—Lo siento, no me he presentado. Soy Francis,

vecino de la urbanización. Alguna vez la he

visto correr por los alrededores, vive en el número

111 ¿no?

Ella, sorprendida de que supiera el número

de su casa, se sintió incómoda y, sin dar muchas

explicaciones, se apresuró a pagar y marcharse

a casa.

Decidió no volver a salir ese día, el encuentro

con aquel hombre la dejó bastante desconcertada;

él sabía su dirección, pero en ningún momento

le indicó la suya.

Al anochecer, la niebla volvió a concentrarse

y la inquietud se apoderó nuevamente de ella.

Se sentó en el mullido sofá azul, donde todas

las noches escuchaban sus melodías preferidas.

El estridente sonido del teléfono la asustó.

—Cielo, no sé a qué hora podré llegar, voy

muy despacio, hay una niebla muy densa. Estoy

a unos kilómetros de la urbanización, ¿cómo

está por ahí?

—Aquí también está muy espesa, pero no te

preocupes, yo estoy bien. Ten cuidado, nos vemos

cuando llegues, besos.

Sus palabras sonaron despreocupadas, pero

no lo estaba. Recostándose de nuevo, intentó

serenarse escuchando la música.

Al rato, volvió a mirar por la ventana, le pareció

ver una silueta acercándose entre la niebla;

cerró las cortinas y en un acto reflejo, comprobó

que la puerta estaba cerrada con llave; deseaba

con todas sus fuerzas que fuera su marido.

De pronto, oyó unos pasos acercándose por

detrás, se volvió rápidamente, pero cuando reconoció

a la persona que tenía delante, quedó

paralizada.

Notó un dolor punzante en el pecho e intentó

gritar, pero el grito quedó ahogado en su garganta,

mientras un líquido caliente y espeso

fluía de su cuerpo.

Historia de un rellano

Belén Perelló

Todos los días, a las 23:00, Mario sale de

casa para trabajar. Siempre saluda a Vanesa

porque es, con diferencia, el único ser que le

hace la existencia en esta esquina de la calle

más amable. Vanesa es la camarera del bar de

abajo y a estas horas tiene la terraza a reventar.

Se dice que el que tiró lejía a los comensales

que hablaban un poco demasiado alto fue Don

Bombín, ilustre vecino bautizado con ese apodo

por Mario y Vanesa debido a su particular contorno.

Agustín —así es como lo llama la gente—

es un férreo creyente de la legalidad y la Ordenanza

Municipal, cualquiera que sea, excepto

en los casos en lo que estas ponen barreras a su

neuroticismo. Cuando eso sucede, se grita con

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los municipales, que así aprovechan y trabajan

un poco, según grita Don Bombín desde el portal

a todo viandante.

Ya en el coche Mario pone la música y ensaya

las canciones que su alter ego, Liz Therine,

cantará esa noche para el selecto público del

Panorama. Por qué decidió echar el currículum

allí sigue siendo un misterio. Probablemente

fue un arrebato de vida insuflada en vena en

los que de repente crees en el sueño español, el

americano y hasta en el lituano. Te crees que la

vida remonta. «Hay una escalera que permite

ascender en la sociedad, aunque se empiece en

el Panorama», debió decirse Mario a sí mismo

después de llorar cuatro cervezas.

Pero la jugada no le salió tan mal. El Panorama

empezó como bar con un coctelero al que

no se le daba muy mal. La fama le creció y con

esto del tardeo se vino arriba y dijo «¡Ahora soy

una discoteca!». Y ahí es cuando Mario entra en

juego, que con mucho alquiler y poco dinero se

metió a camarero para poder sobrevivir como actor

(aunque le gustaba más definirse como farandulero).

El coctelero, Julio, también conocido como

Juls si son más de las cuatro de la mañana, era

bastante decente y Mario se sintió cómodo confesándole

que al Panorama le faltaba espectáculo y

que ese espectáculo era él. Reunió a unas cuantas

amigas y conocidas y el local ya tenía una alineación

de estrellas para cada noche.

Tras una jornada laboral, dos medias agujereadas

y una peluca en el suelo rebozada en vodka, el

coche de Mario gira la esquina de su calle. Son ya

cerca de las ocho de la mañana y ahí está Don

Bombín, plantado en el portal, esperando a que el

amo del vehículo aparcado justo delante lo retire

para, raudo y veloz —tanto como sus cortas piernas

le permiten—, correr hacia su coche, que está

manolofranco

tan solo a unos seis metros calle abajo, y así

aparcarlo justo en la puertecita de casa. Para

satisfacción de Don Bombín, el dueño del

vehículo aparece y Mario ya sabe que le tocará,

una vez más, pretender que va a atropellar a

Don Bombín para que así le deje aparcar en el

sitio liberado, bajo persistentes amenazas de

llamar a la policía.

ido a trabajar, así que, por fin, ese silencio es

suyo. Todo para él, hasta que Jack Sparrow,

el vecino expresidiario, pone a El Fary para

amenizar a los pájaros exóticos que cría en el

patio de luces para después venderlos. A pesar

del espectáculo, termina por dormirse. Al

fin y al cabo, la estabilidad es algo que solo

va a conseguir si se duerme fuerte.

Consigue pasar la trinchera bombinística y

llegar a casa. Los compañeros de piso ya se han

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Esquinazo

Jorge Zarco

El que ama, se hace humilde. Aquellos

que aman, por decirlo de alguna manera,

renuncian a una parte de su narcisismo.

Sigmund Freud

Volvía del supermercado y lo vi venir con todas

las malas intenciones hacia mi persona.

Levanté el codo hacia el otro en un gesto amenazante,

dándole a entender que no tendría reparos

en hundirle dicho codo en la cara llegado

el caso, si se ponía borde conmigo. El otro sintió

miedo. Pues yo estaba gordo y tenía demasiada

carne para ser una presa fácil. El otro hizo un

ademán de aproximación, y se alejó rápidamente

sabiendo que llevaría todas las de perder en

caso de intentar un forcejeo. Esa era una buena

solución para evitarse los malos rollos: tener un

gran volumen.

Aquí todos estamos bien. El árbol es artificial

como lo ha sido siempre. Pocos se permiten

un árbol de hoja perenne en su casa y la mía

no es una excepción. Una cadena hecha de espumillón

mantiene atado al pino como una soga

rodea a un reo o una pitón adulta asfixia a

su propietario, una vez la altura del reptil supera

en altura al dueño. Las bolas y estrellas de

plástico y luz acumulan polvo del año pasado,

de ahí que su brillo parezca apagado a la vista.

Las cajas con los regalos al pie del árbol son

más simbólicas que otra cosa, pues están en su

mayoría vacías. Hace tiempo que no veo a mis

sobrinos y es posible que ya ni los tenga. A un

palmo del árbol están las estanterías que mi tío

mandó empotrar a la pared como un capricho

más de sus frustrados estudios de diseño y arquitectura.

La estantería está tan encajonada

que he dado por imposible quitarla a este paso.

geralt

Nº 1 Página 37


A la vista quedan unos pocos libros viejos de

los que ya no se reeditan y que vegetan como un

anciano achacoso, sentado en un parque. Fotos

viejas con gente que ya ha muerto o peina demasiadas

canas. Sumándole objetos decorativos

que no querrían ni en el más miserable de los

mercadillos. La cena de momento está por hacerse,

pues es cuestión de saber si vendrá la

familia. Entonces cocinaré para todos.

El viejo reloj marca las doce menos cuarto del

mediodía y hace ya tiempo que me permití el

lujo de prescindir para siempre de los insufribles

reality shows de Nochevieja, pues sigo el

asunto por la vieja radio que heredé de mi padre,

el cual ya no está de cuerpo presente. Afuera

en el rellano, maúlla una gata que acaba de

parir y le dejo agua y comida de vez en cuando,

pero no me atrevo a acariciarla por si salta súbitamente.

Un gato no es un perro y no se le adivinan

las intenciones.

Vivo en una casa vieja que heredé de mis padres

y de momento no soy carne de especulación.

Bajo a hacer la compra y la calle está tranquila.

Ya ni me acuerdo de la última Nochevieja

que pasé fuera de casa. Era joven y podía permitírmelo,

ahora no puedo. Pido ticket en la pescadería

y me pillo un lenguado de oferta más gambas

en bolsa. Hamburguesas de pollo a bajo

precio y una botella de champagne de saldo. Es

de momento lo que puedo permitirme para mi

austera economía, qué remedio. Vuelvo a casa y

miro el correo, pero hace tiempo que no recibo

muchas cartas, así que podría habérmelo ahorrado.

Maté las horas camino de la medianoche

oyendo la radio con programas deportivos y releyendo

ese viejo libro de fantasía juvenil que mi

querida madre me regaló en un cumpleaños que

ya no recuerdo. Pronto será Nochevieja y la familia

estará bien. Tal vez no estén de momento

aquí presentes, pero bastará con esperar un po-

co más y no tardarán en llegar. Y si no vienen,

otra vez será, pues no les echo de menos.

Trabajo de cartero a tiempo completo. Odio a

la humanidad. Odio al niñato que dispone de

tiempo para enviarle bombones a su chica. Alguien

me sigue a lo lejos en este barrio, en la

penumbra de un callejón oscuro. ¿Acaso cree

que no me he dado cuenta? Tú, tranquilo, que

he hecho los deberes. No creo que la navaja que

llevas metida en el bolsillo esté tan afilada como

la mía. No te acerques o te llevarás una sorpresa…

¿Saben? Dicen que mañana será el fin del

mundo. Qué importa eso ahora. Total, pasado

mañana tengo cosas que hacer. Muchas cosas,

de momento.

StellaTruong

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Consejos para

escribir mejor

Nº 1 Página 39


Página 40 Nº 1

Tercera Era

gustavo_belemmi


Novelas por

entregas

cromaconceptovisual

Nº 1

Tercera Era

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Otra oportunidad

Lucrecia Hoyos

Capítulo 1

BÁRBARA SANDEMETRIO

No solté ni una lágrima después de aquella reunión en la que decidí que Colla

Cohabitatge no era, definitivamente, mi lugar.

Tenía cincuenta y siete años, estaba prejubilada de un banco en el que había trabajado

durante treinta y cinco. Había vendido mi casa para formar parte de esa cooperativa

de viviendas senior, y no contaba con ningún sitio al que regresar. Mantuve la calma en

todo momento. Alquilé una camioneta sin conductor y, con ayuda de algunos compañeros,

cargué todas mis pertenencias. Lo primero era alejarme de allí, necesitaba perder de

vista aquel cúmulo de ilusiones truncadas cuanto antes. Después ya me pararía a pensar.

Sin embargo, no fui muy lejos. Apenas cinco kilómetros después, en la imponente

villa de Puerto Hermoso —a veinte kilómetros de Valencia y a tres del mar—, vi un bar a

las afueras, con un rótulo que rezaba «Victoria», y me sentí invitada a entrar. Atenta a

mis presentimientos, aparqué la camioneta y me dirigí al establecimiento, que estaba

vacío y olía a tortilla de patatas, la que Victoria, la dueña, estaba preparando en la cocina.

Era una mujer rubia y pecosa de mediana edad y amplia sonrisa. Asomó medio

cuerpo al oír ruido.

—Enseguida la atiendo.

—No se preocupe, no tengo ninguna prisa.

Me gustó aquel bar, estaba limpio, la decoración era sencilla pero cuidada. Además

de la puerta que estaba abierta, había dos ventanas con geranios multicolores, que dejaban

entrar la luz de una primavera calurosa. En los rincones caían pequeñas hojas verdes

y algunas flores blancas de macetas colgantes.

Al rato salió la mujer con una suculenta tortilla grande y dorada, la puso en la vitrina

de la barra y se dirigió a mí.

—Perdone la espera, estoy sola y no podía interrumpir la maniobra del volteo de la

tortilla. ¿Qué desea?

Página 42

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—Suicidarme con esa tortilla entera y un barril de cerveza —contesté con una sonrisa.

—Es una forma original, desde luego, pero no me gustaría ser testigo. ¿Le pongo una ración?

—Sí, cariño, y un doble, vamos a empezar bien el día. Mañana, Dios dirá —contesté tuteándola.

Se fue a preparar el pedido. Volvió a aparecer al momento con una generosa ración.

—Si me necesita, deme una voz. Voy a preparar el arroz al horno del menú de hoy.

—Sí, sí, vaya tranquila. Si me sigue despertando las papilas gustativas, creo que me quedaré

aquí todo el día, o a vivir. ¿Puedo quedarme aquí a vivir?

—Si quiere dormir sobre una mesa, no hay problema —sonrió.

...continuará

photosforyou

Nº 1 Página 43


Página 44 Nº 1

Tercera Era


Poemas

cromaconceptovisual

Nº 1

Tercera Era

Página 45


El encuentro

Consuelo Orias

Volví a la antigua calle

de silencios hablantes,

el reloj, ya cansado,

escondía las horas.

Regresó la novicia

de rostro sonrosado

y miradas ardientes.

Benevolente el eco

me acompañó en mis pasos,

y se mostró el amante

que me ofreció alféizares,

corazones rientes

mimosas y jazmines.

Cuando subí la cuesta

sentí mis brazos cálidos

ceñidos en el pecho.

ractapopulous

Te irás como el aire

Ana Blanch

Como el aire envuelve y enreda la hojarasca,

así, pensamientos y emociones enredáis el alma.

Del alma sale olor a humedad,

mezclando el verde, el amarillo, el gris,

sufrido asfalto que recoge en su piel el desencanto.

Como el aire envuelve y enreda su melena,

así, la frustración y el desespero envolvéis la razón.

Del alma sale enardecido fuego,

mezclando el rojo, el amarillo, el negro,

sufrido corazón que alberga en su pulso un duelo.

Como el aire envuelve y enreda la tela de su falda,

así, sus piernas y sus pies envuelven el camino.

Del aire llega esperanzado el ruido,

mezclando el taconeo, el pulso, el ritmo,

dejando de sufrir, para dar paso al olvido.

DG-RA

Página 46

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Naturaleza, perfecta belleza

Maite Montero Serna

Un susurro en la lejanía,

Junto a unas bellas palabras,

Suave arrullar,

Ilumina mi alma.

Y es la bella espesura,

Entra la luz y ahí perdura.

La perfecta belleza:

La naturaleza.

De los pájaros el silbido,

De las ramas el crujir,

Al respirar el puro aire,

La sensación de vivir.

Delicadas las flores,

Fuertes las ramas,

La vida es libre;

Larisa-K

Libertad, cuán deseada.

Cosquillas de las hojas

Suaves lamentos en las copas,

Nos acaricia la tierra,

Nos susurra la hierba:

Poned fin a esta guerra,

Volved a la naturaleza.

Nº 1 Página 47


¿Bailamos?

Paqui Serrador

Cuaderno de bitácora

Página 147

(Un millón de días contados)

VOLVER.

Sí. Volve ré .

Volve r, recitas con voz de tango.

Vol-ver...

(¿Sabrás volve r?

Nadie lo sabe)

Déjame e spacio e ntre las sábanas, me pides.

El silencio nos corroe tan deprisa

que aplasta mi voz dentro del telé fono

que nos mira hablarnos.

Volve rás, prome tes.

Y quie res que aún crea e n milagros.

(¿Cre o e n milagros?)

Me apoyas en tu almohada.

Yo me acurruco a tu lado.

Haces que tus manos me toquen.

Me mides los dedos. Los huesos.

Me lees e l futuro que lle vo escrito e n la mano.

La pie l no miente , prome te s.

Susurras que ves un para siempre juntos.

Y callas.

(Hoy quiero creerte)

Tu trampa hace real un truco que ayer

apre ndiste mendigando e n un mercado.

La única ve rdad que e ntrará e n esta conve rsación.

Y te duele.

(No digamos nada más.

Mejor, besarnos)

Sonríe s. Sonrío.

Yo te respiro.

¿Me prestas tus labios?

Página 48

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SarahRichterArt

(Los míos rozan la noche , ¿tú la tiemblas?)

Otra ve z hace mos de la le janía, luz, de tanto mirarnos.

(¿Cuándo te fuiste ?

Querías volve r antes de acostumbrarte a pisar

las ace ras de una ciudad sin mar,

esculpida sobre una llanura oscura.

Rastrear sus calle s te e xigía demasiados sacrificios.

No importa, decías. ¿No importa?

Sí.

Ahora tus pie s y tu voz e stán cansados.

Ya no me hablas del miedo que te rodea.

De la ge nte que ves pasar hambre .

¿Tú comes? Me parece s más delgado.

No pre gunto. No contestas.

No nos contamos mise rias.

SOLO HACES PROMESAS)

Prome tes volve r.

Miras. Tocas. Besas. Dices que intentas volver.

Que deseas compartir conmigo todas las lunas llenas que nos quedan.

Vivir a mi sombra como e n una madrugada de invie rno.

(¿Soñamos juntos?)

Tu voz me canta un tango.

¿Bailamos?

Tus pies resbalan sobre las sábanas de nuestra cama.

En el abrazo, soñaré que vuelo.

Que volverás a mí como vuelve n las aguas del río,

conve rtidas e n gotas de lluvia para refrescar

la se d de las are nas de un mundo desie rto.

Y sobre las dunas, hace r e l amor al viento.

(¿Tú eres amor?)

Déjame soñar hoy.

Solo quie ro se r vie nto y enmudece r

al tango entre tus brazos.

(Poema inicialmente publicado en el blog Diciembre tardío de la autora)

Nº 1 Página 49


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Página 50 Nº 1

Tercera Era


Menudos Relatos

Nº 1

Tercera Era

Página 51


xaviandreu

Atrapada en un minuto

Amanda De Vicente Marín

(12 años)

Estoy sola, pero no del todo si contamos

con un reloj al que no paro de mirar.

Marca que son casi las cuatro y

media de la madrugada, claro, que lleva

meses parado, siempre en la misma

hora… Según mi reloj de muñeca: son

las dos del mediodía, por lo que no tengo

duda de que sigue estropeado… Pero

comienzo a preguntarme por qué se

queda siempre marcando esa misma

hora, dejando correr los segundos, pero

no los minutos… Esa, esa es la hora

que me gustaría que marcara ahora

mismo. Así, en lugar de estar sola en

esta estrecha y minúscula habitación,

al menos podría estar durmiendo en mi

plácida y acogedora cama.

Vuelvo a mirar ese reloj, y descubro

que ahora está marcando la hora indicada.

Como por arte de magia, resulta

que marca la misma hora que la de mi

reloj… ¿Cómo puede ser? Juraría que

hace un minuto se disponía a marcar

las cuatro y media… ¿Es que acaso he

visto mal el reloj, o he pasado tanto

tiempo metida en mis pensamientos

que las horas han volado?... ¿Y si en

realidad esta habitación, tan siniestra,

es solo un pasillo que da hacia al futuro?...

No lo sé, ni siquiera quiero pensar...

¿Y si…? No, no… ¿Pero…? No,

ahí delante solo hay una pared que me

obligaría a retroceder…

Con algo de miedo vuelvo a

mirar despacio hacia el reloj.

Pero ya no está donde estaba,

mientras que yo también voy

desapareciendo entre sus minutos...

¿Despierto?

Página 52

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Geralt

Un paso

Andrea López Pomes

(12 años)

Un paso. Solo uno y los sueños que tenía desde los ocho años se harían

realidad. Un paso y podría llamar a todos los contactos y demostrarles que, lo

que ellos consideraban imposible, lo había hecho realidad.

Siempre he sido muy loca. Y cuando eres loca tienes sueños locos. Sueños

locos, no imposibles. Y también soy muy cabezota, así que si me empeño en algo,

me empeño.

—¿Entra, señorita?

Me quedé inmóvil, era con lo que había soñado toda mi vida. Y yo, a mis 26

años, iba a hacer realidad uno de mis mayores sueños. Pero allí estaba yo, inmóvil

como una roca, plantada a un paso de la puerta. Un paso.

Una garra familiar se posó en mi hombro. Miré a mi fiel compañero, respiré

hondo y lo di. Di el paso. Y, a partir de ahí, trabajé con los compañeros de mi

sueño. Los osos.

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La goma y las mates

Jimena Rapún López

(8 años)

La goma borraba y

borraba; las mates sumaban,

sumaban y restaban.

La goma, harta de borrar

y las mates, de sumar y

restar, se intercambiaron

hasta el final.

No dejó la goma de

sumar y restar y

las mates, de borrar.

Un día, Ela probó

la goma para borrar,

pero ella no dejaba de

sumar, al mismo tiempo

Allea cogió las mates

para restar, pero no

dejaban de borrar.

Las mates se dieron cuenta

de que querían sumar y restar

y la goma quería borrar.

Página 54

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Libro de sentimientos

Marta Argente Martínez

(14 años)

El miedo.

Quiero librarme del miedo, de ese que nos impide ser conscientes de las cosas, del que no nos

deja dormir por las noches, del miedo por lo que pueda pasar o por lo que ha pasado.

Poder encararme a él, mirarle a la cara, hablarle de tú a tú y ser capaz de decirle que para mí no

es nada, no es nadie, y que voy a aprender a vivir sin él. Pero sé que eso no pasará, porque el miedo

es algo con lo que se vive.

Como me gusta decir, sentir

miedo es un efecto colateral de

estar vivo.

La culpa.

Curioso, porque ni el dolor

físico es comparable al sentimiento

de la culpa, ese que llevas

de dentro, una hemorragia

interna que tienes que intentar

curar tú, ¿con tiempo? Ese ya

es otro tema. La cuestión es que

ambermb

a veces hacemos cosas y, como

todo, tiene consecuencias: unas

veces buenas, pero otras muchas malas, que pueden arrastrar consigo a otras personas; romper

vínculos, años de amistades, de amores… Y ahí es cuando sientes de verdad la culpa: cuando pierdes

a alguien que quieres y sientes que lo podrías haber evitado.

La felicidad.

Muchas veces no eres consciente de lo feliz que eres en un lugar, con una persona o con muchas,

hasta que pasa ese momento. Entonces, cuando dejas de sentirte tan completa, tan extrañamente

contenta, ahí es cuando te das cuenta de que eras feliz.

En otras ocasiones sí eres consciente de lo que estás sintiendo; cantando una canción a todo

pulmón con amigas, dando ese beso y pensando: «Vale, ahora sí soy feliz, y no quiero que este momento

se esfume». Cuando deseamos con toda nuestra alma que un momento sea eterno, para

siempre; las risas, las bromas, el sabor de sus labios… Pero todo pasa, esos momentos se van y

muchas veces vienen seguidos de una tormenta y es cuando aparecen el vacío, la soledad... La tristeza.

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Tercera Era


Críticas de

cine, series y

libros

Nº 1

Tercera Era

Página 57

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La huella del mal

Miguel Moliné

La huella del mal (Editorial Planeta) es la

segunda novela del escritor, guionista y director

Manuel Ríos San Martín (Madrid, 1965).

Ambientada en el pueblo ficticio de Niebla,

cercano al yacimiento de Atapuerca, narra la investigación del asesinato

de una joven del pueblo, cuyo cuerpo ha sido colocado en una

de las tumbas del yacimiento imitando un ritual funerario. Silvia

Guzmán, inspectora de la UDEV, y su antiguo compañero Daniel

Velarde, ahora expolicía, son los encargados de investigar el crimen.

Además, todo indica que puede estar vinculado a un crimen que no

consiguieron esclarecer siete años atrás.

La novela es ágil, bien escrita y no se entretiene en detalles que no

vienen a cuento. De hecho, he leído otras reseñas en las que critican el exceso de información

sobre la Prehistoria, pero, en mi opinión, está muy bien trasladada a los diálogos entre

dos de los personajes, y ayuda a caracterizarlos y conocer sus intereses.

Es cierto que podrían sobrar un par de escenas de sexo, pero están bien planteadas dentro

de la novela y son bastante explícitas.

Por ponerle un pero, hay algunos giros que, quizá, parezcan innecesarios o hagan creer

que no aportan nada a la trama. No obstante, si no existieran, la novela carecería de eso

que nos suele gustar a los lectores de novela negra: sorpresas que nos hacen cambiar de

opinión sobre quién es el asesino y nos ayudan a continuar con la lectura.

Valoración:

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Los extraños

Luis Jurado

Apenas 132 páginas. Jon Bilbao se extiende algo más que un relato

―de hecho viene de este género, sus libros Como una historia de

terror (Salto de Página, 2008), Bajo el influjo del cometa (Salto de Página,

2010) y Estrómboli (Impedimenta, 2016) son muestras de

ello―, y nos ofrece una novela corta, de personajes variopintos cuando

no, en algunos casos, extraños. No seré yo el que critique la extensión

del mismo. Primero, por mi demostrada incapacidad para

juntar doscientas páginas escritas de puño y letra y, segundo, por

mi preferencia a los escritores concisos y poco dados al relleno espurio

de sus obras.

Jon consigue situarte en la costa asturiana, recorrer Ribadesella y

generarte el mismo malestar que a sus protagonistas, desasosiego,

inquietud, desconfianza, ovnis, (sí, ovnis, se pueden observar en la misma portada), y un

abrupto final, porque qué final, en fin, es complicado. No puedo definirlo y no quiero destriparlo,

así que solo puedo recomendar leerlo.

Valoración:

Envíanos tus reseñas de libros, películas o series a: revistavalenciaescribe@gmail.com

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Página 60 Nº 1

Tercera Era

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Biblioteca y

actividades

de

Nº 1

Tercera Era

Página 61

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Nuestros libros

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ebook, algunos de

ellos a precios de

risa

Página 62

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Números anteriores de la Revista

Descarga y lee los números anteriores...

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Están disponibles en la plataforma <https://

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(marzo 2014 a enero 2019). En formato PDF,

para visualizarlos y/o descargarlos. Solo tenéis

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LEN CIA ESCRIBE y en los resultados escoger

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familia que cada vez se hace más y más y más grande.

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Valencia Escribe Libros. Espacio en el que los escritores del colectivo VALENCIA ESCRI-

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Nº 1 Página 65


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