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FIDES DEL 16 AL 22 DE JUNIO DE 2024

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24 página 6 L’OSSERVATORE ROMANO<br />

domingo <strong>16</strong> de junio de <strong>2024</strong><br />

Diálogo entre la visión agnóstica de Albert Camus y la enseñanza de la Iglesia<br />

¿Y si el hombre dejara de esperar?<br />

Del <strong>16</strong> al <strong>22</strong> de Junio de <strong>2024</strong><br />

ARTURO LOPEZ<br />

«Sólo cuando el futuro es cierto como<br />

realidad positiva, se hace llevadero<br />

también el presente», escribía el Papa<br />

Benedicto XVI en su encíclica Spe Salvi.<br />

Se trata de una respuesta a la situación<br />

de dolor, angustia y desesperación<br />

en la que el hombre tantas veces<br />

tiene que peregrinar. De ahí que san<br />

Pablo anime a los Tesalonicesnses a no<br />

afligirse «como los hombres sin esperanza».<br />

Ahora bien, ¿qué sería del<br />

hombre sin esperanza?; ¿puede el<br />

hombre vivir en paz sin esperanza?;<br />

¿existe una esperanza sin Dios?<br />

Despertarse cada día y continuar la<br />

propia vida, es ya una apuesta por la<br />

vida misma. Ahora bien muchos, por<br />

desgracia deciden no apostar por ella.<br />

Y a tal propósito, el filósofo agnóstico<br />

francés Albert Camus, aceptando una<br />

visión del hombre sin Dios ni eternidad,<br />

afirmaba que «existe un problema<br />

filosófico verdaderamente serio,<br />

que es el suicidio. Juzgar si la vida valga<br />

o no la pena de vivir, es responder a<br />

esta cuestión fundamental». Se trata<br />

de una frase con él inicia su famosísimo<br />

libro: «El mito di Sísifo».<br />

Nadie negaría la importancia del tema<br />

que aquí el autor francés nos presenta.<br />

Se trata de una experiencia dolorosa.<br />

Aparecen muy a menudo noticias espectrales<br />

en los periódicos del mundo,<br />

crónicas de personas que se quitan la<br />

vida, o que quitan la vida a otras personas<br />

y luego a sí mismas, o de gente joven<br />

que comete el acto extremo, quien<br />

siguiendo tendencias de la web que incitan<br />

a una serie de llamémosle “ritua -<br />

les” absurdos cuyo fin directo o indirecto<br />

es acabar mácabramente con la<br />

propia vida, o quien con billete de despedida<br />

deja constancia de su fastidio o<br />

cansancio de vivir, o manifestando lo<br />

insoportable que se ha convertido<br />

afrontar la vida.<br />

En ese libro el autor francés escribe<br />

que ve «que muchos mueren porque<br />

juzgan que la vida no valga la pena de<br />

ser vivida», y en seguida pone en confronto<br />

a quienes «se deja paradójicamente<br />

matar por las ideas o las ilusiones<br />

que constituyen para ellos una razón<br />

de vivir (lo que se llama razón de<br />

vivir constituye, al mismo tiempo una<br />

excelente razón de morir)». Afrontar,<br />

por lo tanto, el tema de la muerte, ya<br />

como suicidio autoinfligido o como<br />

aceptación de un destino fatal, es<br />

afrontar en definitiva el problema de la<br />

vida. Es decir, ¿quién es el hombre o la<br />

mujer que decide vivir?, y ¿bajo qué<br />

presupuestos se defiende el hombre<br />

que decide vivir?<br />

A pesar de sus esfuerzos por buscar un<br />

sentido a la vida del hombre, Camus<br />

no llega a proponer una visión en la<br />

que el hombre pueda elevar su mirada<br />

al cielo y poder estar abierto a una trascendencia,<br />

donde pueda fundar una<br />

serie de valores o motivaciones que vayan<br />

más allá del presente. Nos presenta,<br />

casi como si se tratara de su héroe,<br />

al “hombre absurdo”, «aquel que, sin<br />

negarlo, nada hace para lo eterno».<br />

Un hombre absurdo que se ve envuelto<br />

en el tiempo, porque «es necesario<br />

vivir con el tiempo y con él morir o escapar<br />

de él en pos de una vida más<br />

grande».<br />

Este perfil de hombre absurdo, siempre<br />

según Camus, no deposita su total<br />

y absoluta confianza en la razón humana:<br />

«de qué, en efecto, puedo decir<br />

“¡Yo lo conozco!”? ¿Este corazón, que<br />

está en mí, lo puedo sentir y argumento,<br />

de consecuencia, que existe […]<br />

pero aquí se detiene mi ciencia y lo demás<br />

es construcción […] Este corazón,<br />

que, además, es el mío, permanecerá<br />

para siempre indefinible». Y si pasamos<br />

a niveles como el mundo, la galaxia,<br />

el universo o los átomos, que se explican<br />

con imágenes, Camus concluye<br />

que debe reconocerse que «habéis llegado<br />

a la poesía y que yo no “cono ceré”<br />

jamás». Cambian las teorías, y así<br />

«esta ciencia que tenía que hacerme<br />

conocer todo, acaba en hipótesis, esta<br />

lucidez se pierde en la metáfora, esta<br />

incertidumbre se resuelve en una obra<br />

de arte».<br />

Y es que, delante del “más allá”, de<br />

una “eternidad”, de una vida en el<br />

tiempo que intente trascender el mundo<br />

aquí y ahora, no tiene cabida. Lo<br />

demuestra Kierkergaard, que «no<br />

mantiene el equilibrio entre lo irracional<br />

del mundo y la rebelión de la nostalgia<br />

del absurdo, […] seguro de no<br />

poder huir del irracional, él pretende<br />

al menos, salvarse de esa desesperada<br />

nostalgia que le parece estéril y sin valor».<br />

Llevando así a Kierkergaard a<br />

«divinizar la única certeza que aún le<br />

queda: lo irracional».<br />

Evidentemente Camus nos presenta<br />

un hombre que ha perdido la total<br />

confianza de la razón para justificar las<br />

“cosas que están el mundo”, así como<br />

para alcanzar verdades que vayan más<br />

allá del aquí y ahora.<br />

La “inquietud” en la que se encuentra<br />

todo hombre y mujer de cualquier<br />

época y tiempo, que Camus presenta,<br />

citando a Heidegger, «se transforma<br />

en miedo, pero basta que ésta tome<br />

conciencia de sí, para que se transforme<br />

en angustia, clima perpetuo del<br />

hombre lúcido “en el que la existencia<br />

se vuelve a encontrar”». Esto lleva a<br />

considerar que «donde reina la lucidez,<br />

la escala de valores se convierte en<br />

inútil».<br />

No existe en el hombre, por tanto, una<br />

verdadera libertad, ésta sería una libertad<br />

individual «a término», particular,<br />

subjetiva sin universalidad, una<br />

«revuelta sin esperanza». Y es que «el<br />

problema de la “libertad en sí misma”<br />

no tiene sentido, porque está unido,<br />

en modo diverso al de Dios. Saber que<br />

el hombre es libre, impone se que sepa<br />

que él puede tener un padrón». De<br />

aquí que Albert se pregunte ¿qué libertad,<br />

en sentido absoluto, puede<br />

existir, sin la seguridad de la eternidad?».<br />

El hombre absurdo, en conclusión, no<br />

puede vivir con esperanza. Porque<br />

«todo lo que hace trabajar y agitarse al<br />

hombre lo trae gracias a la esperanza».<br />

Además, siempre según Camus, los<br />

que viven tristes, viven así porque «ignoran<br />

y esperan», y concluye que «se<br />

debe vivir sin arrepentimiento, dado<br />

que ésta es otra forma de esperanza».<br />

Así, en respuesta al suicido o al saber si<br />

la vida «deba tener un sentido para ser<br />

vivida», resulta que ésta «será tanto<br />

mejor vivida, cuanto carecerá de algún<br />

sentido». Convirtiéndose así en un<br />

«hombre indiferente». Con una «indiferencia<br />

hacia el porvenir», con una<br />

«pasión de consumir todo lo que nos<br />

sea dado». Sobre la calidad de las experiencias,<br />

se preferirá, por ende, la<br />

“cantidad”, categoría prioritaria del<br />

hombre absurdo en el tiempo, no importando<br />

«vivir lo mejor posible, sino<br />

el mayor tiempo posible». Es así que<br />

se entiende que «en el mundo absurdo,<br />

el valor de una noción o de una vida<br />

se mide con base en su infecundidad».<br />

Todo este sistema argumentativo colapsa<br />

con una visión positiva de esperanza<br />

y de eternidad. Se disocia de la<br />

visión cristiana. El Papa Francisco en<br />

su catequesis del 8 de mayo de este año<br />

comenta que «si no hay un sentido en<br />

el viaje de la vida, si no hay nada ni al<br />

principio ni al final, entonces nos preguntamos<br />

por qué debemos caminar:<br />

de ahí surge la desesperación humana,<br />

el sentimiento de inutilidad de todo”.<br />

Tanto en Francisco como en Camus, se<br />

evidencia la necesidad de la búsqueda<br />

de un sentido para la vida, para seguir<br />

caminando, para afrontar la angustia y<br />

la desesperación del hombre y mujer<br />

de cualquier época. Para el filósofo<br />

francés la respuesta la encuentra en el<br />

hombre absurdo sin esperanza, condenado<br />

(como Sísifo) a vivir en un eterno<br />

presente, y lo hará con garbo gracias a<br />

su indiferencia y a la aceptación estoica<br />

sin cuestionamiento, siendo consciente<br />

de su «condición humillada».<br />

En Francisco la respuesta se encuentra<br />

en una visión desde Dios, dado que<br />

«“la esperanza es una virtud teologal”,<br />

porque no emana de nosotros, “no es<br />

una obstinación de la que queramos<br />

convencernos, sino que es un don que<br />

viene directamente de Dios”.<br />

¿Cómo construir, por tanto un puente<br />

de diálogo entre la visión “meramente<br />

humana y sin sentido” con una visión<br />

teológica donde la esperanza se recibe<br />

con un don de Dios? Y es que, digámoslo<br />

claro: la vida temporal sin una<br />

visión de Dios, es estéril, y por ende,<br />

absurda. ¿Se puede, por tanto, desde<br />

la razón abrir una puerta a la trascendencia,<br />

dejando la posibilidad de la<br />

acción de un más allá en la conciencia<br />

humana?<br />

Y una posible respuesta la encontramos<br />

en el Deseo. En ambos casos se<br />

trata de encontrar un sentido a la vida.<br />

Pero ¿es que acaso vivir no significa<br />

también desear? Si uno acepta su condición<br />

y continúa en la existencia, en<br />

realidad lo hace porque quiere seguir<br />

viviendo. El deseo por su misma estructura<br />

es movimiento, es tensión, y<br />

como comenta santo Tomás de Aquino<br />

(I—II, Q.26—38), se encuentra entre<br />

dos frentes: uno es el deleite y otro<br />

el amor. Y es que detrás de todo amor<br />

está la generación de deseo y éste a su<br />

Piero del Pollaiolo, «La Esperanza», 1470<br />

vez, como lo confirmaría Freud (aunque<br />

con un aparato filosófico con presupuestos<br />

diversos) el inicio de una experiencia<br />

de amor se inicia en el deleite<br />

inicial. Según el objeto, se presenta<br />

primero la cosa amada, en cuanto que<br />

se proyecta como un bien apetecible.<br />

A través del Deseo, que mete los medios<br />

para tal fin, consigue el objeto anhelado<br />

logrando un deleite en aquello<br />

proyectado. Desde el punto de vista<br />

del sujeto, lo primero es el deleite que<br />

nos impulsa a amar el objeto proyectado.<br />

Ahora bien el deseo, si está conectado<br />

al amor, traza un camino al mundo<br />

trascendente, pues está dirigido al<br />

bien, y éste no puede justificarse en la<br />

imperfección del mundo temporal. Ya<br />

la Spe Salvi lo decía: «Cuando uno experimenta<br />

un gran amor en su vida, se<br />

trata de un momento de «redención»<br />

que da un nuevo sentido a su existencia»<br />

(SS. 26).<br />

Camus afirma que su hombre absurdo<br />

se ve inmerso en el tiempo y la caducidad<br />

del mismo. Pero no puede vivir y<br />

morir en esta frágil realidad del hoy,<br />

por el simple hecho de la existencia del<br />

alma. Tiene que existir un “más allá”,<br />

que abra el alma a una posibilidad de<br />

bien y crecimiento. Aceptando los presupuestos<br />

de la universalidad, de su<br />

«quodammodo Omnia» de Aristóteles,<br />

el alma por su naturaleza tenderá a<br />

trascender el particular, el ahora, y el<br />

aquí. Tanto es así que aunque el hombre<br />

se encuentre en un valle de lágrimas,<br />

encerrado en un campo de Concentración,<br />

en una prisión o ahogado<br />

con los mordaces comentarios de medio<br />

planeta, siempre tendrá la ocasión<br />

de levantar los ojos y proyectarse a un<br />

tiempo que no es el mero presente, hacia<br />

un futuro, con la posibilidad siempre<br />

abierta y renovada a seguir esperando<br />

el bien. Y donde está el bien, detrás<br />

siempre estará un Bien mayor que<br />

atraerá el alma de quien decida seguir<br />

viviendo. Sólo así se podrá tener siempre<br />

en mente lo que dice el Pontífice a<br />

propósito de una vida con esperanza:<br />

«entonces sabes con certeza que no<br />

hay derrota ni muerte para siempre».

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