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ATELOPUS -Sapitos Arlequines-

¡ATELOPUS! Nombre mágico que llama la atención de batracólogos, herpetólogos, naturalistas, biólogos, fotógrafos y conservacionistas por igual. Un género de sapos icónico por su belleza, por sus costumbres, pero, sobre todo, porque significa resiliencia en su más puro estado. El género de anfibios que más sufrió la pandemia zoonótica que afectó a los anfibios en todo el mundo en los años 80, con varias especies declaradas extintas y otras que protagonizaron declives catastróficos. Algunas de estas especies han resurgido cual ave Fénix de sus cenizas, son los Lázaros del mundo animal. Y en esta edición especial de EXPLORA junto a PROVITA, hemos reunido algunos de los especialistas más destacados en el género para que podamos entender algo más de lo que ocurrió, y de la situación actual de estos sapitos. Con artículos divulgativos fácilmente comprensibles para el público general, deseamos acercar la realidad de estos hermosos anfibios, mostrando su belleza con fotos totalmente inéditas, e información destacada. Nos nutriremos de la pasión y conocimiento de Celsa Señaris, Margarita Lampo, José L. Vieira y Enrique La Marca de Venezuela, de César Barrio-Amorós, quien trabajó en Venezuela y Costa Rica, de Michelle Quiroz y Willem van den Berg que nos mostrarán especies panameñas, de Hernán Granda, Laura Bravo y Mauricio Rivera de Colombia, de Dick Lock de Surinam, Mario Yánez de Ecuador, Bernardo Roca Rey Ross de Perú y Mauricio Pacheco de Bolivia, bajo la coordinación y curaduría de Alberto Blanco con su gran trayectoria como editor en temas de naturaleza. Todo bajo un extraordinario y único ejemplo de colaboración entre varias instituciones conservacionistas; la revista EXPLORA, quien siempre ha llevado temas y artículos de interés general sobre la naturaleza indómita de Venezuela y del mundo, PROVITA, sin duda una de las organizaciones más importantes en la conservación de la naturaleza en Venezuela, CRWild, compañía costarricense de investigación y conservación herpetológica y GUÁQUIRA, una referencia dentro de las reservas de fauna y flora privadas en Venezuela.

¡ATELOPUS!

Nombre mágico que llama la atención de batracólogos, herpetólogos, naturalistas, biólogos, fotógrafos y conservacionistas por igual. Un género de sapos icónico por su belleza, por sus costumbres, pero, sobre todo, porque significa resiliencia en su más puro estado. El género de anfibios que más sufrió la pandemia zoonótica que afectó a los anfibios en todo el mundo en los años 80, con varias especies declaradas extintas y otras que protagonizaron declives catastróficos. Algunas de estas especies han resurgido cual ave Fénix de sus cenizas, son los Lázaros del mundo animal. Y en esta edición especial de EXPLORA junto a PROVITA, hemos reunido algunos de los especialistas más destacados en el género para que podamos entender algo más de lo que ocurrió, y de la situación actual de estos sapitos. Con artículos divulgativos fácilmente comprensibles para el público general, deseamos acercar la realidad de estos hermosos anfibios, mostrando su belleza con fotos totalmente inéditas, e información destacada.

Nos nutriremos de la pasión y conocimiento de Celsa Señaris, Margarita Lampo, José L. Vieira y Enrique La Marca de Venezuela, de César Barrio-Amorós, quien trabajó en Venezuela y Costa Rica, de Michelle Quiroz y Willem van den Berg que nos mostrarán especies panameñas, de Hernán Granda, Laura Bravo y Mauricio Rivera de Colombia, de Dick Lock de Surinam, Mario Yánez de Ecuador, Bernardo Roca Rey Ross de Perú y Mauricio Pacheco de Bolivia, bajo la coordinación y curaduría de Alberto Blanco con su gran trayectoria como editor en temas de naturaleza.

Todo bajo un extraordinario y único ejemplo de colaboración entre varias instituciones conservacionistas; la revista EXPLORA, quien siempre ha llevado temas y artículos de interés general sobre la naturaleza indómita de Venezuela y del mundo, PROVITA, sin duda una de las organizaciones más importantes en la conservación de la naturaleza en Venezuela, CRWild, compañía costarricense de investigación y conservación herpetológica y GUÁQUIRA, una referencia dentro de las reservas de fauna y flora privadas en Venezuela.

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Directorio

EDITOR EN JEFE: Alberto Blanco-Dávila.

COMITÉ EDITORIAL: Alberto Blanco-Dávila,

Cesar Barrio-Amorós, Celsa Señaris.

PRODUCCIÓN GENERAL: Grupo Explora, Provita.

DISEÑO GRÁFICO: Reinaldo Acosta.

ARTICULISTAS: Celsa Señaris, Margarita Lampo, Cesar Barrio-

Amorós. José L. Vieira, Enrique La Marca, Michelle Quiroz-Espinoza,

Hernán D. Granda Rodríguez, Laura Bravo, Mauricio Rivera-

Correa, Dick Lock, Mario H. Yánez-Muñoz, Bernardo Roca-Rey

Ross, Mauricio Pacheco,Willem van den Berg.

FOTOGRAFÍA DE PORTADA: Cesar Barrio-Amorós /

Atelopus varius.

FOTOGRAFÍA DE CONTRAPORTADA: José L. Vieira /

Atelopus spurrelli.

FOTOGRAFÍAS: Cesar Barrio-Amorós, José L. Vieira, Celsa Señaris,

Fernando Rojas-Runjaic, Enrique La Marca, Javier Mesa, Pascual

Soriano, Fernando Dugarte, Carlos Dávila, Denis A. Torres, Michelle

Quiroz Espinoza, Hernán D. Granda Rodríguez, Jean Pierre Veira,

Dick Lock, Mario H. Yánez-Muñoz, Bernardo Roca-Rey Ross,

Maurico Pacheco, Fernando Rojas- Runjaic, Willem van den Berg.

CORRECCIÓN DE TEXTOS: César Barrio-Amorós,

Alberto Blanco-Dávila.

ASESORÍA LEGAL: Karel Bentata.

IMPRESIÓN: ALTOLITHO, C.A. Caracas, Venezuela.

WEBSITE: www.explora-projects.com

INSTAGRAM: @explora_projects

RIF: J–00194096-8

DEPÓSITO LEGAL: pp201002DC4005

Junta Directiva

Presidente: Jon Paul Rodríguez

Vicepresidente: Armando Hernández

Directivos: Adriana Díaz, Alberto Blanco Dávila,

Arianna Arteaga, Celsi Señaris, Rafael Rojas.

Equipo

Directora Ejecutiva: Bibiana Sucre

Directora de Investigación: Irene Zager

Directora de Operaciones: Ingrid Zager

Directora de Talento Humano: Linda Ramírez

Sub director regional de Nueva Esparta: José Manuel Briceño

Coordinadoras de Área: Nila Pellegrini, Ana María Pérez

Analista de Área: Dennys Villasmil

Gerentes de Proyecto: Alejandro Díaz, Ricmary Bron

Coordinadores de Proyectos: Rodrigo Lazo, Roxibell Pelayo,

Luis Arrieta

Especialistas de Proyectos: Emy Miyazawa, Susana Barreto,

Mylene Gutiérrez, Emanuel Valero, Juan Carlos Amilibia, José

Sánchez, Arlene Cardozo, Enrique Azuaje, Mauricio Iranzo,

María Daniela Pineda, Lisandro Morán

Analistas de Proyectos: Reinaldo Romero, Mayerlings Ramírez,

Rebeca Parra, Bárbara Santana, Samuel Beomon, Génesis

Cardozo, Jesús Aranguren, Génesis Ramírez, Albert Narváez

Asistentes de Proyectos: Jeshua Nieves, Maryelin Márquez

® Explora es una revista y marca registrada que se publica

trimestralmente. Estimado lector su opinión es muy valiosa para

nosotros, si usted desea suscribirse o comunicarse con nosotros

hágalo a través del siguiente correo electrónico: blancoalb@gmail.com.

® Explora no es responsable por las opiniones o teorías

expresadas en el contenido de los artículos y de las publicidades

de esta revista. El contenido es responsabilidad única de cada autor.

® Todos los Derechos Reservados.

Prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta

revista sin la autorización previa y por escrito de su editor en jefe

y de sus articulistas.

Editado en la ciudad de Caracas. Venezuela. Mayo, 2024.


Atelopus varius. Foto: César Barrio-Amorós

Monte Roraima. Venezuela Foto: Charles Brewer


Índice

EXTINCIÓN, ANFIBIOS Y SAPITOS ARLEQUINES

Celsa Señaris, Margarita Lampo y José Luis Vieira

LAS RANAS ARLEQUINES DE VENEZUELA DESDE

UNA VISIÓN PERSONAL

Enrique La Marca

ATELOPUS, UN SUEÑO PERSONAL.

CONSIDERACIONES DE UN HERPETÓLOGO

NEOTROPICAL

Cesar Barrio-Amorós

DE LA EXTINCIÓN A LA RESURRECCIÓN:

EL CASO DEL SAPITO AMARILLO DE LA

CARBONERA, ATELOPUS CARBONERENSIS

César Barrio-Amorós, Denis Torres y Fernando Dugarte

ESTADO DE CONSERVACIÓN E HISTORIA

NATURAL DEL SAPITO ARLEQUÍN VARIABLE

ATELOPUS VARIUS EN COSTA RICA

César Barrio-Amorós, Gerardo Chaves y Robert Puschendorf

ESTUDIANDO LA PREFERENCIA DE HÁBITAT

DE ATELOPUS GLYPHUS, DARIÉN, PANAMÁ

Michelle Quiroz Espinoza

CUANDO ATELOPUS CHIRIQUIENSIS

AÚN ABUNDABA

Willem van den Berg

EN BÚSQUEDA DE LAS RANAS ARLEQUINES

DE LA SIERRA NEVADA DE SANTA MARTA,

COLOMBIA

Hernán Darío Granda Rodríguez

RELATOS DE UNA NOCHE: LA BREVE HISTORIA

DEL DESCUBRIMIENTO DE LA RANA ARLEQUÍN

NOCTURNA ATELOPUS NOCTURNUS

Laura Bravo-Valencia y Mauricio Rivera-Correa

ATELOPUS EN SURINAM

Dick Lock

JAMBATOS Y ARLEQUINES EN LA MITAD

DEL MUNDO: UNA BREVE REVISIÓN A LA

DIVERSIDAD Y ESTADO DE CONSERVACIÓN

DE ATELOPUS EN ECUADOR

Mario H. Yánez-Muñoz

APUNTES SOBRE LOS ATELOPUS DEL PERÚ

Bernardo Roca-Rey Ross

ATELOPUS TRICOLOR. VUELTO A LA VIDA

Mauricio Pacheco

LISTADO DE ESPECIES DE ATELOPUS

EPÍLOGO

17

41

53

77

89

113

125

131

139

143

147

163

171

180

185


Sapito Arlequín de la Costa -Atelopus cruciger-. Venezuela.

Foto: Javier Mesa


MARGARITA LAMPO

AUTORES

J. CELSA SEÑARIS

Es doctora en Ciencias Biológicas

por la Universidad de Santiago de

Compostela (España) en 2001.

Fue Curadora de Herpetología y

Directora del Museo de Historia

Natural La Salle de Caracas (1991

-2012), Investigadora Asociada

del Laboratorio de Ecología y

Genética de Poblaciones en Instituto

Venezolano de Investigaciones

Científicas (IVIC) (2012-2017), y

actualmente trabaja en la colección

herpetológica de la Estación Biológica de Doñana (EBD-CSIC) en

Sevilla, España. Celsi ha editado una docena de libros científicos y

publicado más de 100 trabajos científicos y divulgativos, que incluyen

la descripción de tres géneros y 38 especies nuevas de anfibios y

reptiles neotropicales. Es cofundadora de PROVITA, y Copresidenta

por Venezuela del Grupo de Especialistas en Anfibios (ASG)-UICN

desde 2005. Sus intereses de investigación se centran principalmente

en la taxonomía, sistemática, distribución y conservación de los

anfibios del norte del Suramérica.

Obtuvo su Ph.D. en Ecología de la

Universidad Central de Venezuela

en 1991. Se ha desempeñado como

investigadora en el Laboratorio de

Ecología y Genética de Poblaciones

del Instituto Venezolano de

Investigaciones Científicas (IVIC)

desde 1991, y actualmente es

Presidenta de la Fundación para el

Desarrollo de las Ciencias, Físicas

Matemáticas y Naturales (FUDECI),

una ONG de la Academia de

Ciencias de Venezuela. Margarita tiene +1670 citas y un índice de

25. Es miembro numerario de la Academia de Ciencias de Venezuela

desde 2020, Copresidenta por Venezuela del Grupo de Especialistas

en Anfibios (ASG)-UICN desde 2005 y miembro de Atelopus

Survival Iniciativa (ASI). Sus intereses de investigación se centran en

la ecología de poblaciones, la epidemiología y la conservación de la

vida silvestre, en particular, los anfibios.

CÉSAR L. BARRIO

AMORÓS

Antropólogo español con amplia experiencia

en el Neotrópico. Estudió

en la Universidad de Barcelona y se

mudó a Venezuela, donde con Denis

Torres creó la Fundación Andígena,

cuya Iniciativa Herpetológica produjo

más de 150 contribuciones, incluidas

51 especies descritas de anfibios y

reptiles principalmente de Venezuela.

En 2011 se mudó a Costa Rica donde

con Cristian Porras creó CRWild, compañía dedicada a la investigación,

conservación y turismo responsable basado en herpetología.

Con CRWild ha producido otras 75 publicaciones. Acualmente está

enfocado en dos proyectos de conservacion en este pais: uno sobre

el sapito arlequin variable y otro sobre la verrugosa de cabeza negra

(Lachesis melanocephala).

6


WILLEM VAN DEN BERG

ENRIQUE LA MARCA

Biólogo graduado de la Universidad

de Colorado, con Maestria en

Sistemática y Biogeografía en

la Universidad de Nebraska y

Doctorado en Ecología Tropical en

la Universidad de Los Andes (ULA,

Mérida). Profesor Emérito de la

Escuela de Geografía de la Facultad

de Ciencias Forestales y Ambientales

de la ULA. Es Miembro del Grupo de

Especialistas de Anfibios y Miembro

de la Comisión de Supervivencia de

Especies de la UICN desde 2007. Miembro activo de la Iniciativa

de Supervivencia de Atelopus (ASI). Fue presidente de la Fundación

Jardín Botánico de Mérida. Es presidente de la Fundación BIOGEOS

para el Estudio de la Diversidad Biológica (fundado 2004) y

Director del Centro de Conservación REVA (Rescate de Especies

Venezolanas de Anfibios Amenazados, fundado 2018). Ha realizado

actividades académicas y expediciones en 4 continentes. Es autor

de 7 libros y más de 300 publicaciones científicas. Ha descrito 50

nombres científicos nuevos para la ciencia, de especies de anfibios

y reptiles neotropicales. Ganador del Premio Georg Forster de la

Fundación Humboldt de Alemania por sus aportes científicos, y del

Premio de Conservación Dr. Antonio José Uzcátegui Burguera, del

Estado Mérida, por sus aportes en Ecología y Conservación.

JOSÉ LUIS VIEIRA

Es un biólogo de campo venezolano,

fotógrafo de vida silvestre y guía

turístico. Como Director de

Investigación de Campo de Tropical

Herping ha organizado y dirigido más

de 500 expediciones de investigación.

José es coautor de algunas

publicaciones de taxonomía, ecología

y conservación. Ha descrito ocho

nuevas especies para la ciencia, ha

contribuido al redescubrimiento de

cuatro especies de sapitos arlequín

(género Atelopus) y ha salvado 106 hectáreas de bosque tropical

en Ecuador. José es el fundador y director del proyecto ExSitu, un

banco de imágenes en fondo blanco de animales que proporciona a

organizaciones o personas material visual que sirvan de apoyo para

dar a conocer la biodiversidad de América Latina.

Nació y vive en los Países Bajos,

Europa. Desde su primer viaje

al Neotrópico, se interesó

principalmente en las plantas epífitas

y en los anfibios. El género Atelopus

en particular atrae su interés desde

siempre. En sus viajes a Costa Rica

y Panamá pudo conocer varias

especies.

MICHELLE

QUIROZ-ESPINOZA

Egresada de la Universidad

Autónoma de Chiriquí (UNACHI),

en Ciencias Ambientales y Recursos

Naturales, inició sus aportes

herpetológicos trabajando en

Darién, con una especie endémica

de Panamá. Investigadora panameña,

cofundadora de La Fundación Los

Naturalistas, organización dedicada

al estudio de la biodiversidad y

su conservación, donde se enfoca principalmente en educación

ambiental y ciencia ciudadana. Uno de sus principales intereses

es mostrar el importante valor de los anfibios y reptiles a niños

y adultos, actualmente trabaja en el instituto interdisciplinario de

investigación e innovación UNACHI, donde continúa los estudios de

conservación de estos grupos

7


MAURICIO

RIVERA-CORREA

HERNAN DARIO

GRANDA RODRIGUEZ

Es biólogo graduado de la

Universidad del Magdalena, en

Santa Marta Colombia, tiene una

maestría en áreas silvestres y

conservación de la naturaleza de la

Universidad de Chile y actualmente

es estudiante de doctorado en

estudios rurales y ambientales de

la Universidad Javeriana en Bogotá,

Colombia, mientras es docente a

tiempo completo de la Universidad de Cundinamarca en Facatativá.

Sus intereses actuales en herpetología se centran sobre todo en

la conservación de los anfibios y reptiles, con más de 15 años de

experiencia. Últimamente se ha dedicado a estudiar la percepción y

actitudes de las comunidades locales sobre anfibios y reptiles para

con esto aplicar estudios de educación ambiental.

LAURA

BRAVO-VALENCIA

Es bióloga y Magister en ciencias

biológicas, quien se ha enfocado en

estudiar el comportamiento parental

de las ranas de cristal y ha trabajado

en monitoreos e inventarios de

herpetofauna en varias regiones de

Colombia.

Es biólogo y doctor en Zoología.

Realizó un postdoctorado en la

División de Herpetología del Museo

Argentino de Ciencias Naturales

(MACN). Es Profesor Asistente de la

Universidad Nacional de Colombia,

Director del Laboratorio de Anfibios

y Curador de la colección de anfibios

en el Instituto de Ciencias Naturales

- ICN. Actualmente, representante

para Colombia de la Lista Roja de Anfibios de la IUCN y durante el

periodo 2014-2018 fue el presidente de la Asociación Colombiana

de Herpetología.

DICK LOCK

Dedica su vida a a la naturaleza y a

crear conciencia sobre ella. Creció

en los Países Bajos pero siempre

tuvo una pasión por los trópicos.

Sus estudios de Ecología y Manejo

de Vida Silvestre además de una

especialización en Turismo de

Aventura junto a una pasión de toda

la vida por la vida salvaje finalmente

lo llevaron a las selvas vírgenes de

Surinam. Se encuentra activo en

Surinam desde hace más de 10

años y ha fundado Herping Surinam, Snake Patrol Surinam y Unlock

Nature. Sus actividades diarias son guiar recorridos, sacar serpientes

de las casas y dar conferencias, capacitaciones y talleres sobre la vida

silvestre, con un enfoque principal en las serpientes con la esperanza

de cambiar la actitud de las personas hacia la vida silvestre de una

manera positiva.

8


MARIO H.

YÁNEZ-MUÑOZ

Se graduó como licenciado en ciencias

biológicas en la Universidad Central

del Ecuador y se recibió de Magister

en Biología de la Conservación en

la Pontificia Universidad Católica

de Ecuador. Está vinculado desde

1998 en la investigación de anfibios

y reptiles del Ecuador, cuando inició

como asistente curatorial en la

Escuela Politécnica Nacional y en el

Museo Ecuatoriano de Ciencias Naturales (MECN). Fue curador de

la División de Herpetología de esta institución por 13 años; desde el

2011 hasta el 2018 fue taxónomo asociado al Museo de Zoología

de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador (QCAZ). Entre el

2013 al 2016 fue Director Ejecutivo del MECN. Desde el año 2017 a

la fecha, es parte del equipo de investigadores del Instituto Nacional

de Biodiversidad (INABIO). Su interés y curiosidad por la taxonomía

y biología de la conservación le ha llevado a publicar y contribuir en

los últimos 18 años, más de 98 publicaciones científicas arbitradas y

12 libros. Ha descubierto y descrito un total de 70 nuevas especies

entre anfibios, reptiles e invertebrados en cerca de 200 localidades

visitadas en Ecuador.

MAURICIO

PACHECO

Es fotógrafo naturalista

boliviano, docente, y

especialista en gestión del

desarrollo territorial. Tiene

a su cargo Diversidad

entre Pendientes, una

herramienta de divulgación

de la biodiversidad de

los bosques de montaña

bolivianos. Es autor de

la guía fotográfica de anfibios de Los Yungas, y otros

documentos centrados en la diversidad y conservación de

anfibios de Los Andes bolivianos.

BERNARDO

ROCA-REY ROSS

Es biólogo de carrera. Trabaja desde

hace 15 años como funcionario

del servicio diplomático del Perú.

Mantiene su pasión por la naturaleza

y la vida silvestre, la cual trata de

retratar a través de la fotografía. Esta

actividad, sumada a su preocupación

general por la pérdida de la

biodiversidad, lo han llevado a viajar

por diferentes partes del mundo

para retratar especies en peligro de extinción, promoviendo su

conservación a través de las imágenes.

9


Foto 1: Atelopus varius en Costa Rica sobrevive en 8 localidades

de 166 que se conocieron históricamente.

Foto: César Barrio-Amorós.

10


PRÓLOGO

Un llamado a la acción para salvar a los

sapitos arlequines

Jon Paul Rodríguez

Presidente

Provita

Investigador Titular

Instituto Venezolano de

Investigaciones Científicas

Bibiana Sucre

Directora Ejecutiva

Provita

11


Foto 2

En las húmedas selvas tropicales y los prístinos ríos de

América, encontramos a uno de los grupos de anfibios

más fascinantes y amenazados del planeta: los sapitos

arlequines pertenecientes al género Atelopus. Con sus

llamativos colores y patrones únicos, estos pequeños

anuros han cautivado a científicos y aficionados por igual.

Sin embargo, hoy en día, la mayoría de las especies de

Atelopus se encuentran en peligro crítico de extinción,

sino ya extintos, enfrentando una serie de amenazas que

ponen en riesgo su supervivencia.

Es por ello que la investigación sobre este género resulta

crucial. Solo a través de una profunda comprensión

de su biología, ecología y las múltiples amenazas que

enfrentan, podremos desarrollar e implementar planes

de conservación efectivos que aseguren su futuro. Esta

publicación divulgativa basada en ciencia, producto de

la colaboración y el intercambio de conocimientos

entre investigadores de Venezuela, Surinam, Colombia,

Ecuador, Perú, Bolivia, Costa Rica y Panamá, representa

un paso fundamental en este camino.

Foto 2: Atelopus tamaense. Especie descrita del páramo del

Tamá en la frontera binacional entre Colombia y Venezuela.

No ha vuelto a observarse desde 1987, por lo que muy

probablemente se encuentre extinta. Foto: Juan Manuel

Renjifo.

Foto 3: Atelopus cf. palmatus. Esta especie se halla bajo

amenaza Críticamente Amenazada, y se conoce solo de seis

localidades en Ecuador. Foto: César Barrio-Amorós, cortesía

de Darwin Núñez.

Foto 4: Atelopus cruciger, la única especie con poblaciones

viables de Venezuela.

Foto: César Barrio-Amorós.

Los artículos compilados en las más de 180 páginas de

esta obra abarcan una amplia gama de temas, desde la

extinción masiva que enfrentan los Atelopus hasta las

experiencias personales de investigadores que con gran

12


Foto 3

Foto 4

13


Foto 5

pasión han dedicado su vida a su estudio y conservación.

Cada uno de ellos aporta una pieza invaluable al

rompecabezas que nos permite comprender mejor

estos pequeños sapos y las complejas amenazas que

las rodean.

Señaris, Lampo y Vieira abren con una introducción a la

problemática de extinción de especies, con énfasis en

los anfibios, particularmente los sapitos arlequines. Les

sigue La Marca con un relato que expone su trayectoria

profesional dedicada a la exploración y descubrimiento

de la biodiversidad de los Andes venezolanos. Barrio-

Amorós nos presenta tres artículos que abarcan desde

el relato de sus incursiones científicas con Atelopus en

Venezuela, Costa Rica, Panamá, Ecuador y Colombia, hasta

dos casos de estudio detallados de especies icónicas. Le

siguen un conjunto de artículos que presentan estudios

de caso en diferentes países de la distribución de los

sapitos arlequines: Quiróz Espinoza y van den Berg en

Panamá, Granda Rodríguez, Bravo-Valencia y Mauricio

Rivera-Correa en Colombia, Lock en Surinam, Yánez-

Muñoz en Ecuador, Roca-Rey Ross en Perú, y Pacheco

en Bolivia. El volumen cierra con un listado actualizado

de las especies de Atelopus y su distribución por países.

Colombia, Perú y Ecuador lideran el listado con 44, 25 y

15 especies, respectivamente. Les sigue Venezuela con 9,

Panamá con 6, Costa Rica y Brasil con 4, Guyana Francesa

con 3, y Belice, Surinam y Guyana con 1 cada uno.

Sin embargo, la investigación no basta por sí sola. Para

salvar a los sapitos arlequines, debemos ir más allá.

Es necesario establecer una articulación entre todo

tipo de actores, desde científicos y organizaciones

conservacionistas hasta comunidades locales y gobiernos.

Solo a través de un esfuerzo integral y transdisciplinario

podremos implementar medidas efectivas que protejan

a estos anfibios y sus hábitats.

En este sentido, esta publicación de Explora Ediciones

también representa una valiosa contribución para

informar a la ciudadanía. Al compartir el conocimiento

científico con el público general de manera gratuita,

podemos incrementar el interés público sobre la

importancia de los sapitos arlequines, su papel vital

en los ecosistemas y las acciones necesarias para su

conservación. Solo a través de una sociedad informada

y comprometida podremos asegurar la supervivencia

de estas especies y proteger la rica biodiversidad de

nuestro continente.

14


Foto 6

Foto 5: Hábitat de Atelopus cruciger. Venezuela.

Foto: Javier Mesa.

Foto 6: Atelopus varius. Costa Rica.

Foto: César Barrio-Amorós.

La colección de artículos que presentamos aquí es un

llamado a la acción. Es una invitación a unirnos en la

lucha por salvar a los sapitos arlequines, símbolo de

la fragilidad y la diversidad de nuestro planeta. Juntos,

podemos construir un futuro en el que estas pequeñas

ranas continúen prosperando y contribuyendo al

delicado equilibrio de las selvas y ríos de América.

15


16


Extinción

Anfibios y sapitos arlequines

Celsa Señaris 1,2 , Margarita Lampo 3 y José Luis Vieira 4

1

Estación Biológica de Doñana (EBD-CSIC) (celsisenaris@ebd.csic.es)

2

Provita (celsisenaris@gmail.com)

3

Centro de Ecología, Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas (IVIC) (mlampo@gmail.com)

4

Ex Situ (jlvieirafrog@gmail.com)

Atelopus cruciger. Venezuela. Foto: J. Celsa Señaris

17


Figura 1

La extinción de especies es un fenómeno natural

que forma parte del mecanismo de la evolución

biológica. A través del registro fósil y la historia

geológica de la Tierra se ha estimado que, a la

tasa «natural» o tasa «de fondo», una especie se

extingue entre 5 y 10 millones de años después de

su aparición. Aunque hay variaciones temporales y

entre grupos zoológicos, la tasa promedio histórica

de extinción de fondo de los vertebrados ronda

entre 0,1 y 1 extinciones por cada millón de especiesaño

(E/MSY). Sin embargo, desde la aparición de

la vida sobre el planeta, se han identificado cinco

períodos en los cuales las tasas de extinción se

incrementaron abruptamente y, en menos de 2-3

millones de años, desaparecieron más del 75 % de

todas las formas de vida existentes. Se les conoce

como las «Cinco Grandes Extinciones Masivas» de

la historia de nuestro planeta.

Grandes extinciones de la vida

El primero de esos eventos de extinción masiva

tuvo lugar a finales del Ordovícico, hace unos 444

Figura 1. Cinco grandes extinciones de la biodiversidad en

la historia de la Tierra: 1) Finales del Ordovícico (444 Ma), 2)

Devónico Tardío (360 Ma), 3) Finales del Pérmico (250 Ma),

4) Finales del Triásico (200 Ma) y 5) Finales del Cretáceo (65

Ma). Datos de tasas de extinción tomados de Peters (2008),

Barnosky et al. (2011) y McCallum (2015); filogenia temporal

de la diversificación de anfibios actuales según de Roelants et

al. (2007)

millones de años (Ma). Se estima que 86 % de todos

los organismos marinos complejos desaparecieron,

probablemente por la acción devastadora de una

supernova que explotó e irradió la Tierra causando

un calentamiento global, fuertes actividades

volcánicas y la anoxia o disminución del nivel de

oxígeno en los océanos (Figura 1).

Durante el Devónico Tardío, unos 360 Ma atrás,

se produjo la segunda gran extinción como

consecuencia de un enfriamiento global, después

de que varios meteoritos impactaran al planeta.

En esta oportunidad fueron extirpadas alrededor

de 75 % de todas las especies, incluidos peces e

invertebrados marinos, plantas terrestres y parte

de los primeros tetrápodos. Durante este período

de la historia de la Tierra, debutaban los primeros

18


vertebrados que conquistaron el medio terrestre:

los anfibios primitivos. Estos pioneros fueron uno

de los pocos grupos que sobrevivieron a esta

segunda ola de extinción global (Figura1).

Transcurrieron cerca de 110 millones de años

antes de que se desencadenara el tercer episodio

de extinción masiva, considerado la mayor pérdida

de biodiversidad en la historia de la Tierra. Entre

el Pérmico y el Triásico, hace unos 250 Ma,

desaparecieron alrededor el 95 % de las especies

marinas y el 70 % de los vertebrados terrestres.

Se desconocen las causas exactas que provocaron

esta gigantesca hecatombe, pero se cree que

una serie de eventos concatenados —el impacto

de un asteroide de gran tamaño en la Antártida

que generó un vulcanismo intenso en la región

de Siberia y la liberación de ingentes cantidades

de gases de invernadero atrapadas en los fondos

oceánicos— originaron un profundo cambio en el

clima del planeta. Entre los supervivientes de esta

devastación estuvieron nuevamente los anfibios, ya

diversificados en los linajes que evolucionarían hacia

los tres órdenes que conocemos en la actualidad:

cecilias, salamandras y anuros (Figura1).

El registro fósil evidencia una cuarta gran extinción

hacia finales del Triásico, unos 199-214 Ma, causada

por los cambios que se produjeron en el clima de la

Tierra y las erupciones volcánicas que acompañaron

a la fragmentación del supercontinente Pangea.

Durante este episodio, se perdieron alrededor

del 80 % de las especies existentes en aquellos

tiempos, incluidos los primitivos anfibios gigantes. Sin

embargo, por tercera vez, los anfibios sobrevivieron.

Subsistieron diversos linajes de los tres grupos

modernos (Figura1).

El más reciente y mejor documentado evento

de extirpación de la diversidad biológica ocurrió

hace unos 65 Ma, entre el Cretácico y el Terciario.

Concentraciones de iridio cientos de veces más

altas que lo normal, probablemente causadas por el

impacto de meteoritos contra la corteza terrestre

y una intensa actividad volcánica y tectónica,

eliminaron el 76 % de las especies. Entre los

desaparecidos están la mayoría de los dinosaurios,

los reptiles voladores (pterosaurios), la mayor parte

de reptiles acuáticos (plesiosaurios, pliosaurios e

ictiosaurios) y los amonitas. Los anfibios volvieron a

escapar de esta debacle, manteniéndose invictos en

esta batalla contra las macro extinciones. Algunas

de las familias y géneros de ese entonces aún viven

hoy en día.

Pese a todos estos eventos, después de millones

de años de evolución, la diversidad biológica del

planeta no solo se recuperó, sino que se multiplicó.

Actualmente la riqueza total de especies es más

grande que nunca, aunque se estima que solo

representa alrededor de 2 % de todas las formas de

vida que han existido en el planeta. En este «paraíso

de megadiversidad», gracias a una relativa estabilidad

geológica y climática, apareció en el continente

africano el género Homo que evolucionó y se

diversificó en los últimos 2,3 millones de años. Se

conocen cerca de una veintena de especies de este

linaje de primates, pero nosotros, los Homo sapiens

– del latín, homo ‘hombre’ y sapiens ‘sabio’ –, somos

el único representante que subsiste en la actualidad.

Los restos fósiles más antiguos atribuibles a nuestra

especie datan de unos 315.000 años atrás.

Existen indicios que apuntan a que pudiéramos estar

a las puertas de un sexto evento de extinción masiva

de la biota del planeta. Esta «crisis global de pérdida de

biodiversidad», como la conocemos popularmente,

se caracteriza por una tasa de extinción de especies

entre dos y tres órdenes de magnitud superior a los

valores naturales históricos, y en un tiempo récord

de tan solo unos pocos de miles de años. A diferencia

de las grandes extinciones anteriores impulsadas

por causas cósmicas o fenómenos geológicos y

ambientales catastróficos, la actual está provocada

directa o indirectamente por las actividades humanas.

Es la «Extinción del Antropoceno», la del hombre

(supuestamente) sabio.

La extinción actual: impacto del género

Homo

Se considera que la sexta ola de extinción se

inició hace unos 126.000 años, caracterizada por la

desaparición selectiva de mamíferos grandes (más

de 44 kg). Este fenómeno, también conocido como

la «Extinción de la Megafauna del Cuaternario»,

estuvo sincronizado con la expansión de los humanos

prehistóricos en diferentes regiones del planeta

(Figura 2). Entre las 178 especies de mamíferos que

19


Migración humana y la extinción de especies de grandes

mamíferos. Tomado y modificado de https://ourworldindata.

org/extinctions.

desaparecieron durante este período, se cuentan

al mamut lanudo, el rinoceronte lanudo, el alce

irlandés, el león cavernario, el oso cavernario y el

bisonte estepario. La mayoría de estas extinciones

se atribuyen a una caza insostenible por grupos de

homínidos, cuyo efecto pudo estar potenciado por

los ciclos glaciales e interglaciares.

En las islas, el exterminio de la megafauna fue

un fenómeno más evidente. Por ejemplo, en

Madagascar desaparecieron desde aves-elefante,

hipopótamos, lémures hasta tortugas gigantes, tras

la llegada de los humanos hace unos 2.000 años.

Durante la colonización de las islas Seychelles y

Mauricio, hace tan solo 500 años, fueron aniquiladas

varias especies de tortugas gigantes y, al menos, 14

especies de aves, entre ellas el célebre dodo y su

pariente cercano el solitario de Rodrigues. Más o

menos por las mismas fechas, los polinesios llegaron

a Nueva Zelanda con sus aminales domésticos y,

poco después, desaparecieron todas las especies

de dinornitiformes o moas (aves no voladoras), el

águila gigante y otras grandes aves grulliformes.

Figura 2

Según la Lista Roja de Especies Amenazadas de

Unión Internacional para la Conservación de la

Naturaleza (UICN), en los últimos cinco siglos, se

han extinguido unas 900 especies animales (299 de

moluscos, 159 aves, 86 artrópodos, 85 mamíferos,

80 peces, 35 anfibios y 30 reptiles) además de

unas 122 especies de plantas. A estas extinciones

confirmadas se suman otras 121 especies que

ya no existen en vida silvestre y solo persisten

gracias a unos pocos individuos mantenidos en

zoológicos, jardines botánicos o programas de

conservación. Adicionalmente hay 1.145 especies

consideradas «En Peligro Crítico-Posiblemente

Extintas», denominación que se usa para aquellas

que no han sido vistas desde hace décadas y es

necesario intensificar su búsqueda para confirmar

su extirpación definitiva. Este panorama es aún

más preocupante considerando que tan solo el 6

% de la biodiversidad del planeta, principalmente

vertebrados terrestres y acuáticos, ha sido evaluada

exhaustivamente. Nos queda por estimar el riesgo

de la mayoría de las especies de flora, del diversísimo

grupo de los insectos, los arácnidos, además de

los hongos y protistas. Con estas cifras se calcula

20


Porcentaje acumulado de especies de vertebrados extintos

desde 1500 hasta el presente (reptiles y peces parcialmente

evaluados, y solo se representan los porcentajes de algunos

grupos selectos). Datos tomados de www.iucnredlist.org

que el ritmo actual de pérdidas es de 100 a 1.000

veces mayor que la tasa natural de extinción en

la evolución biológica del planeta, y especialmente

acelerado a partir de la Revolución Industrial en la

segunda mitad del siglo XVIII (Figura 3). En el caso

de los anfibios, el número de especies extintas en

los últimos 100 años es casi siete veces mayor que

la cifra total de los desaparecidos antes de 1900.

La extinción de una especie, en muchos casos, acarrea

la pérdida simultánea de otras con las cuales interactúa

estrechamente. Como un «efecto dominó», al

desaparecer una especie también lo hacen, por

ejemplo, sus parásitos o simbiontes especialistas, en

una secuencia de eventos denominados «extinciones

en cascada». Es así como la cifra de especies extintas

en los últimos 500 años pudiera ser muchísimo

mayor y, quizás, miles de especies se habrían

esfumado sin ni siquiera haberlas conocido. Por otra

parte, con la eliminación de un taxon ocurre una

erosión, o incluso una interrupción brusca, de una

miríada de relaciones ecológicas que generalmente

modifican drásticamente la composición, estructura

y funcionalidad del ecosistema. El tejido de la vida se

Figura 3

va deshilachando a medida que su riqueza disminuye

y, a la vez, los organismos y los ecosistemas van

perdiendo su resiliencia y la capacidad de ajustarse a

los nuevos cambios.

Las especies en riesgo están usualmente sometidas

a múltiples amenazas que varían geográficamente

y según el grupo taxonómico al que pertenecen.

Entre las principales amenazas globales destacan

la destrucción y modificación de los hábitats, la

sobreexplotación, la introducción de especies,

las enfermedades y la contaminación (Figura 4).

Evidencias recientes sugieren que el cambio climático

será la amenaza de mayor impacto para diversidad

biológica en las próximas décadas. La biodiversidad

– desde los genes hasta los ecosistemas – y el clima

están íntimamente relacionados. Para detener la

vertiginosa pérdida de especies es, por lo tanto,

necesario estabilizar el clima del planeta. Este es uno

de los retos más urgentes que tiene la humanidad

en las próximas décadas.

21


Figura 4

Principales amenazas de los vertebrados en riesgo de extinción

(basado en la evaluación de 8.688 especies; cerca del 80% de las

especies están sujetas a más de una amenaza). Datos tomados

de Maxwell et al. (2016) y www.iucnredlist.org

Figura 5

Factores bióticos y abióticos que influencian la virulencia de

los hongos del género Batrachochytrium.

22


Los anfibios en la cuerda floja:

sobrevivientes de las extinciones del

pasado hoy en grave peligro

Las primeras evaluaciones sistemáticas sobre el

riesgo de extinción de los vertebrados del planeta se

llevaron a cabo hace poco más de 50 años. Mamíferos,

aves y algunos reptiles – principalmente tortugas y

los cocodrilos – fueron clasificados de acuerdo a su

riesgo de extinción. Los anfibios, sin embargo, no

fueron incluidos en estos análisis iniciales porque no

se tenía suficiente conocimiento sobre su diversidad

ni de las amenazas a las cuales se enfrentaban. Tal era

el vacío de información que, por ejemplo, en tan solo

los últimos 20 años se han descrito un tercio de las

especies que hoy conocemos.

Sin embargo, a finales de los años 80 se empezaron

a oír algunas voces preocupadas por «misteriosas»

disminuciones poblacionales y desapariciones

de anfibios en diversas regiones del planeta.

Anecdóticamente se hablaba de ranas y sapos,

otrora muy abundantes, que habían dejado de

verse, incluso en ambientes remotos y prístinos.

Un escepticismo fundado en la falta de estudios

sistemáticos que permitieran diferenciar este

fenómeno de las fluctuaciones naturales propias

de las poblaciones de anfibios mantuvo a estas

observaciones en el anonimato durante más de una

década. Fue en 1989, durante el Primer Congreso

Mundial de Herpetología llevado a cabo en la ciudad

inglesa de Canterbury, que investigadores de todo

el mundo contrastaron sus experiencias y, entonces,

saltó la alarma: «Algo le está pasando a los anfibios,

¡están desapareciendo!».

Esta señal impulsó muy rápidamente estudios

sistemáticos de algunas poblaciones de anfibios en

varios continentes y, paralelamente, se conformaron

equipos de trabajo internacionales para evaluar

la diversidad de este grupo y su estado de

conservación – por ejemplo, la Declining Amphibian

Population Task Force (DAPTF), la Global Amphibian

Assessment (GAA) patrocinada por la IUCN y

Conservación Internacional, y la AmphibiaWeb.

Treinta años después de estos esfuerzos, y sustentada

por miles de investigaciones y sólidas evidencias, las

dos evaluaciones globales de anfibios - la primera

en 2004 y la segunda en 2022 - dan cuenta que

el 41 % del total de especies de la clase Amphibia

está en riesgo de extinción y, por lo tanto, son los

vertebrados terrestres más amenazados del

planeta. Según estimaciones conservadoras, la tasa

de extinción actual de los anfibios es cuatro órdenes

de magnitud superior al valor natural histórico y se

estima que esta diferencia continuará creciendo en

los próximos años.

A la fecha y según la Lista Roja de Especies

Amenazadas de la IUCN, 37 especies de anfibios

han sido decretadas «Extintas», otras dos se

consideran «Extintas en Vida Silvestre» y 186 «En

Peligro Crítico-Posiblemente Extintas». Además,

612 especies están en la categoría «Peligro

Crítico», 1.264 «En Peligro» y 811 en «Vulnerable».

Alarmantemente, existen algo más de 900 especies

de anfibios descritas de las cuales no se conoce

prácticamente nada sobre su biología, su ecología o

distribución geográfica y, por lo tanto, no es posible

estimar su riesgo de extinción. Ellas pertenecen a la

categoría «Datos Deficientes» y reúne el 12 % del

total de especies evaluadas. Buena parte de estas

especies podrían estar amenazadas, sino ya extintas.

Pero ¿por qué están desapareciendo los anfibios

tan rápidamente? El ocaso anfibio, al igual que en

otros vertebrados, se ha atribuido principalmente

a la acelerada destrucción de sus hábitats —

especialmente los bosques tropicales donde

reside la mayor riqueza—, al impacto de especies

invasoras introducidas deliberadamente por el

hombre, y a la contaminación del medio terrestre

y acuático. Sin embargo, muchas de las poblaciones

de anfibios que han desaparecido o experimentado

drásticas reducciones se encuentran en ambientes

protegidos, sin amenazas evidentes. A falta de una

mejor explicación, durante años, la etiquetamos

como «extinciones enigmáticas».

La pista para resolver el enigma

En 1998, durante mortandades masivas de

anfibios en bosques de Centroamérica y Australia,

se detectó un hongo en la piel de los cadáveres.

Este organismo también fue encontrado en ranas

fallecidas en un zoológico en Estados Unidos. Este

hongo desconocido era capaz de producir una

patología que llamaron «quitridiomicosis cutánea»

23


Figura 6

y, poco después, resultó ser el culpable de la

mayor parte de las disminuciones «enigmáticas»

observadas en todo el planeta. Un año más

tarde, en 1999, el hongo fue descrito y bautizado

formalmente como Batrachochytrium dendrobatidis,

pero debido a que su pronunciación puede ser

complicada, hoy lo llamamos abreviadamente «Bd».

Bd ha sido detectado en anfibios en todos los

continentes. Algunas especies de ranas y sapos

desarrollan formas letales de la enfermedad ante

la infección y otras son capaces de desarrollar

infecciones asintomáticas. Aun cuando se ha

avanzado en la comprensión de la biología del

hongo y la respuesta inmune del anfibio, todavía

no podemos predecir con certeza dónde y

cuándo se pueden generar nuevas epidemias de

quitridiomicosis. La severidad de la enfermedad y su

impacto en poblaciones de anfibios dependen de

una interacción sumamente compleja entre el hongo,

la especie de anfibio que lo aloja y el ambiente en el

que se encuentran. En esta interacción intervienen

factores abióticos —por ejemplo, el clima de una

localidad y la calidad del agua— y factores bióticos

Distribución global de los hongos del género Batrachochytrium

y su incidencia en las declines poblaciones de las especies

de anfibios. Datos tomados de Fischer and Garner (2020),

filogenia de Bd de O’Hanlon et al. 2018.

como la riqueza local de especies de anfibios en la

comunidad, o la presencia de otros organismos que

pudieran alojar al patógeno, hasta la propia biología

y ecología del anfibio afectado (Figura 5). Desde

2008, Bd está en la lista de las especies que deben

ser notificadas obligatoriamente a la Organización

Mundial de Salud Animal (OIE, por sus siglas en

inglés), ya que la quitridiomicosis cutánea ha sido

calificada como la enfermedad de mayor impacto

en vida silvestre registrada en el último siglo.

Hasta hoy, Bd se ha encontrado en algo más de

1.300 especies de anuros, salamandras y cecilias,

por lo que se considera un patógeno generalista,

con un amplio repertorio de huéspedes. Se han

documentado episodios de quitridiomicosis en

comunidades de anfibios en seis regiones: Australia,

Mesoamérica, Suramérica, Estados Unidos, África y

Europa. Es decir, la quitridiomicosis cutánea es una

panzootia (una enfermedad infecciosa en animales

que se extiende ampliamente por el mundo,

equivalente al término «pandemia» en poblaciones

humanas). Todavía la ciencia indaga sobre el origen de

esta enfermedad y sus posibles rutas de dispersión.

24


Estudios recientes apuntan a que los hongos del

género Batrachochytrium son originarios del este

asiático y fueron diseminados inadvertidamente

a través del comercio internacional de anfibios

para alimentación, como mascotas, e incluso para

investigación. Además, su expansión geográfica por

el mundo sigue una intrincada historia de múltiples

introducciones en los diferentes continentes, a

través de anfibios asintomáticos pero portadores

del hongo. Entre los dispersores más emblemáticos

están la rana de uñas africana Xenopus laevis usada

en las pruebas de embazo entre los años 1930

a 1960 y la rana toro Lithobates castesbeianus

comercializada para el consumo de sus ancas.

Actualmente se conocen seis linajes genéticos de

Bd: cinco de ellos confinados a ciertas regiones, y

uno, el genotipo BdGPL (Global Panzootic Linage),

ampliamente distribuido por todo el planeta. Este

último es, precisamente, el más virulento y letal.

En 2013 se descubrió el segundo miembro

de este género de hongos, Batrachochytrium

salamandrivorans (Bsal), tras una súbita mortandad

de salamandras de fuego (Salamandra salamandra)

en algunas localidades en Holanda y Bélgica. Sin

embargo, su impacto parece ser más restringido

pues si bien Bsal infecta un amplio rango de

huéspedes anfibios, la enfermedad que causa

solo afecta a salamandras. Bsal ha sido implicado

directamente como el causante de las declinaciones

poblacionales de salamandras en el sureste asiático

y de Europa (Figura 6).

La desaparición de ranas y sapos en Centroamérica

y Suramérica, así como en otras partes del mundo,

parece haber seguido un patrón semejante al de

una onda expansiva. Las primeras pérdidas fueron

seguidas de otras en regiones vecinas, y propagándose

gradualmente a través de la geografía. Por ello se

formuló la «Hipótesis de la Ola Epizoótica» que

trata de explicar este patrón a partir de la llegada

del hongo a una localidad, los subsecuentes brotes

de la enfermedad —probablemente favorecidos

por condiciones climáticas atípicas— que finalizó

con la extirpación de las especies. Esta hipótesis,

sin embargo, va perdiendo sustento a la luz de los

colapsos poblacionales ocurridos al mismo tiempo

en localidades muy distantes que no pueden

atribuirse a la dispersión geográfica progresiva del

hongo. Así mismo, estudios recientes muestran que

el hongo ya estaba en el continente americano

desde finales del siglo XIX. Sorprendentemente

se ha encontrado a Bd en ejemplares de museo

recolectados en 1863 en el Lago Titicaca en los

Andes bolivianos, en 1888 en la anurofauna de

Illinois, Estados Unidos y en la de Rio Grande

do Sul en Brasil y, poco después también en Baja

California Sur en México en 1894. Es decir, Bd está

en América hace más de 150 años interactuando

con las comunidades de anfibios nativos desde

hace mucho más tiempo del sospechado y bastante

antes del eclipse de muchos anuros Neotropicales.

Entonces, ¿qué fue lo que disparó las epidemias en las

décadas de los años 70 y 80? Muchas enfermedades

emergentes como la quitridiomicosis se expresan

cuando las condiciones del medio ambiente alteran

la delicada interacción entre un patógeno y su

hospedero generando una mayor patogenicidad. Se

ha sugerido que Bd pudo haber incrementado su

virulencia debido a cambios climáticos, o un genotipo

más letal que se propagó durante esas décadas y

causó las epidemias observadas. También se especula

sobre la posibilidad de que en esos años ocurrieran

cambios climáticos (hasta ahora desconocidos) que

mermaran la capacidad de las poblaciones de anfibios

para contrarrestar los efectos de la quitridiomicosis.

Hemos avanzado en la compresión de la patología,

pero su interacción con el clima u otro detonante

global sigue siendo un enigma.

Los anfibios son especialmente vulnerables

a cambios climáticos. Los adultos tienen una

capacidad limitada para mantener su temperatura

corporal y la hidratación en niveles adecuados que

depende de la permeabilidad de su piel. Además,

los renacuajos de muchas especies son acuáticos

por lo que necesitan agua dulce para desarrollarse.

Se ha sugerido, así mismo, que la temperatura

corporal y la del medio ambiente puede modificar

sustancialmente el chance que tiene un anfibio de

curarse una vez infectado. Por otro lado, se cree

que algunas poblaciones de anfibios no pudieron

recuperarse del impacto de la quitridiomicosis

durante brotes epidémicos porque coincidieron

con períodos en los que el clima no permitió a

las poblaciones reproducirse adecuadamente -por

ejemplo, sequías extremas y muy prolongadasy

así reclutar suficientes individuos nuevos que

compensaran la pérdida de los adultos inducida

25


Figura 7

por la enfermedad. Es decir, el clima puede no

solo alterar la capacidad que tienen las especies de

llevar a cabo sus funciones vitales, sino también la

posibilidad de resistir a enfermedades. Quizás las

desapariciones de los anfibios en los años 80 son el

presagio de los cambios climáticos que hoy si nos

preocupan, vaticinados hace 40 años atrás por estos

seres tan sensibles a las condiciones ambientales.

La pérdida de una especie es irreparable y conlleva

no solo una merma de la diversidad sino también al

truncamiento de funciones biológicas y ecológicas

irrecuperables. Si bien esto es trágico, aún lo es

más la desaparición abrupta de linajes evolutivos

completos. Este es el caso, por ejemplo, de la

extinción de las dos especies de ranas de incubación

gástrica del género Rheobatrachus, endémico de

Australia. Otros taxones que actualmente corren

el mismo riesgo son las familias Rhinodermatidae

(3 spp.) características de los bosques templados

de Chile y Argentina, Leiopelmatidae (3 spp.)

exclusiva de Nueva Zelanda, Sooglossidae (4 spp.)

de las islas Seychelles, Nasikabatrachidae de los

Ghats de la India (2 spp.) y el género Atelopus del

Porcentajes de especies de Atelopus en las diferentes

categorías de riesgo de extinción de acuerdo a los datos de

la Lista Roja de Especies Amenazadas de la IUCN (www.

iucnredlist.org)

Neotrópico (99 spp.). Este último es, quizás, el más

preocupante por el gran número de especies que

reúne este linaje característico de los megadiversos

ecosistemas de Centro y Suramérica.

La tragedia de los arlequines

Los sapitos arlequines (género Atelopus) forman

uno de los grupos de anfibios más diversos y

emblemáticos del Nuevo Mundo. Estos vistosos

animales de actividad diurna se distribuyen desde

Costa Rica hasta Bolivia, con unas pocas especies

aisladas al este del Escudo Guayanés (Brasil, Guyana,

Surinam y Guayana Francesa). Solían ser muy

abundantes en bosques prístinos, cerca de ríos y

quebradas, presentes desde el nivel del mar hasta

4.300 m de altitud. Su mayor diversidad ocurre

a elevaciones intermedias en las laderas de los

sistemas montañosos andinos. A pesar de la amplia

distribución geográfica y altitudinal del género,

cada especie tiene una ocupación geográfica muy

restringida, y solo unas pocas abarcan áreas extensas

o amplios intervalos altitudinales.

26


Rana dorada de Panamá Atelopus zeteki.

Foto: José Luis Vieira

En los últimos 40 años, sin motivos ni amenazas

evidentes, se desplomaron repentinamente las

poblaciones de sapitos arlequines en muchas

localidades, incluso en sitios remotos y bien

conservados. Estos decrecimientos poblacionales

bruscos engrosaron la lista de las desapariciones

«enigmáticas» ya que no era posible explicar la

causa ni la temporalidad de estos eventos a lo

largo de la amplia y heterogénea distribución

del género. Desaparecieron la mayoría de las 99

especies descritas, y algunas de ellas ya se han

decretado «Extintas». De acuerdo con la Lista Roja

de la IUCN, tres especies de sapitos arlequines

están extintos y 37 se consideran «Posiblemente

Extintas en Vida Silvestre», incluida la rana dorada

de Panamá Atelopus zeteki (FOTO 1). Esta especie

icónica desapareció en vida silvestre en 2009, pero

actualmente se mantiene en cautiverio gracias a la

tenacidad de los investigadores que lograron uno

de los más exitosos programas de conservación ex

situ en anfibios. Ochenta y tres especies de sapitos

arlequines, es decir el 84% de los miembros de este

género, están catalogadas como «En Peligro Crítico»,

«En Peligro», «Vulnerables» o «Casi Amenazadas»

Foto 1

y nueve especies no han sido evaluadas por falta de

información, aunque en algunas de sus poblaciones

se han observado disminuciones progresivas.

Solamente las cuatro especies de sapitos arlequín de

las tierras bajas Amazónicas y del Escudo Guayanés,

aparecen en la categoría de «Preocupación Menor»

ya que no se vislumbran amenazas a corto plazo y

mantiene poblaciones estables en estado silvestre

(Figura 7). Aunado a la centena de especies

descritas hasta el momento, recientes análisis

moleculares dan cuenta que algunos de los sapitos

arlequines considerados de amplia distribución

en la Amazonía son en realidad complejos de

varias especies que requieren de una adecuada

delimitación y, en consecuencia, una reevaluación de

sus riesgos, como es el caso de Atelopus spumarius

(FOTO 2) y A. hoogmoedi. Adicionalmente, y desde

hace décadas, especímenes de alrededor de otras

60 especies reposan en colecciones zoológicas a

la espera de ser estudiadas y nombradas. Estos

posibles «fantasmas del pasado» nos muestran que

el truncamiento de este clado ha ocurrido mucho

más rápido que nuestra capacidad de conocerlas,

darles nombre y entender el porqué de su debacle.

27


Foto 2

El Arlequín ampliamente distribuido en la cuenca Amazónica, Atelopus spumarius, es considerado un

complejo de especies que requiere una revisión detallada a fin de definir las diferentes unidades evolutivas

que actualmente agrupadas en este nombre. Nangaritza, Provincia de Zamora, Ecuador. Foto: José Luis Vieira

Tras el descubrimiento del Bd, se asumió que la

panzootia de quitridiomicosis – probablemente

potenciada por cambios en el clima– era el motivo

principal de la extirpación de la mayoría de las

poblaciones de sapitos arlequín. Sin embargo, para el

sapito de Maracay Atelopus vogli, una de las especies

extintas, su desaparición está claramente asociada a

la destrucción total de su hábitat en los años 40-50

debido a la expansión urbana de esta ciudad aragüeña,

y mucho antes de las epizootias de quitridiomicosis.

La destrucción y modificación del hábitat para

agricultura, ganadería, acuicultura, extracción forestal,

la contaminación de las aguas y eventos extremos

asociados al cambio climático también forman parte

del conjunto de las amenazas más importantes que

enfrentan los sapitos arlequines, según las evaluaciones

de riesgo más recientes de la IUCN.

venezolana donde era extremadamente abundante,

incluso en las quebradas cercanas a la ciudad de

Caracas (FOTO 3). Le siguen otros registros de

este hongo en ejemplares de A. carbonerensis,

A. mucubajiensis y A. sorianoi provenientes de

los Andes venezolanos en 1988. Estas fechas

coinciden, con bastante precisión, con el momento

final en que fueron vistas estas especies, por lo

que es muy razonable asumir que sucumbieron

a la quitridiomicosis. Ensayos experimentales y

observaciones en vida silvestre dan cuenta que

esta patología es mortal para los sapitos arlequines.

Los adultos generalmente mueren pocas semanas

después de infectarse con el hongo. Esto significa

que un aumento en las tasas de contagio podría

traer como consecuencia mortalidades masivas,

como podría haber sido el caso en los años 80.

Hasta el momento se ha detectado la presencia

de Bd en una veintena de especies de Atelopus. La

infección documentada más antigua que se conoce

en este género se remonta a 1986, en el último

ejemplar de museo de A. cruciger recolectado

en el tramo central de la Cordillera de La Costa

Atelopus «lázaro»: especies extintas

que resucitan

Afortunadamente, en los últimos años, algo más de

una docena de especies de sapitos arlequines han sido

28


Foto 3. Foto histórica del sapito arlequín de Rancho Grande,

Atelopus cruciger, muy abundante en la quebrada Caurimare

adyacente a la ciudad de Caracas, 1967. Foto cortesía del

MHNLS.

reencontradas después de décadas desde su último

avistamiento. Uno de los casos más llamativo es el del

jambato esquelético Atelopus longirostris (FOTO 4),

decretado como «Extinto» en 2004 pero encontrados

cuatro adultos (dos hembras y dos machos) en marzo

del 2016, después de 27 años desde su último registro

(mayo 1989). Lo mismo ocurrió con otras especies

ecuatorianas como Atelopus bomolochos (FOTO 5),

A. ignescens y A. mindoensis (FOTO 6) desaparecidas

a finales de los 80 pero redescubiertas entre 2015

y 2019, o las especies colombianas, A. arsyecue, A.

carrikeri y A. subornatus, con más de una década sin

observaciones. Aunque la mayoría de estos hallazgos

son esperanzadores, buena parte están basados en

registros de uno o muy pocos ejemplares, o por una

o dos poblaciones que logran persistir a pesar de la

presencia del hongo en algunos de sus individuos. En

este marco resulta claro que su futuro sigue siendo

muy incierto.

Foto 3

Es posible que la reaparición de estas especies de

sapitos arlequines que se creían extintos se deba

a los gigantescos esfuerzos que se están haciendo

para buscarlos en los sitios donde eran conocidos,

pero también en nuevas localidades. Tal vez también

algunas poblaciones se estén recuperando de su

declive y, actualmente, hayan alcanzado un equilibrio

endémico con Bd, en el cual el impacto del hongo es

menor. Por ejemplo, algunas especies sólo persisten

en poblaciones de tierras bajas, por lo que se cree que

estas localidades representan «refugios térmicos»

donde las altas temperaturas desfavorecen al hongo.

Este puede ser el caso, por ejemplo, de Atelopus

elegans (FOTO 7) en la isla colombiana de Gorgona

y A. limosus (FOTO 8) en Panamá. No obstante, aún

existe incertidumbre sobre los mecanismos que

han permitido la coexistencia entre Bd y los sapitos

arlequines. Algunos estudios apuntan que las bajas

tasas de transmisión del hongo a la par de condiciones

favorables para la reproducción de los sapitos y

reclutamiento de nuevos individuos pueden ser la

clave. Otras investigaciones señalan que la presencia

de organismos con actividad antimicótica en la piel

de los arlequines ha favorecido la recuperación de

29


Foto 4

30

Foto 5


Foto 6

Foto 4. El jambato esquelético Atelopus longirostris se creyó

extinto, pero fue reencontrado después de casi 30 años

desde su última observación. Centro Jambatu, Ecuador. Foto:

José Luis Vieira.

Foto 5. El hallazgo de una población relictual del jambato

de Azuay Atelopus bomolochos, en 2015, ha permitido su

incorporación en programas de conservación ex situ. Azuay,

Ecuador. Foto: José Luis Vieira.

Foto 6. En el 2019 fueron encontrados juveniles del jambato

de Mindo, Atelopus mindoensis, lo que indica que existe al

menos una población reproduciéndose activamente. Mindo,

Ecuador. Foto: José Luis Vieira

algunas poblaciones. Lo que sí parece estar claro

es que Bd continúa siendo letal para muchas de las

especies de Atelopus.

El hallazgo de dos poblaciones remanentes del

sapito rayado de Rancho Grande Atelopus cruciger

(FOTO 9) en 2003, después de casi 20 años

desde su desaparición, ofreció una oportunidad

excepcional para estudiar cómo se han podido

mantener en presencia del hongo. Después de

más de una década de monitoreo ininterrumpido,

hemos visto que la población en la cuenca baja

del río Cata ha permanecido estable aun cuando

cerca 18 % de los adultos se infectan con el hongo

y mueren muy rápidamente, en menos de tres

semanas. Esto significa que Bd sigue siendo muy

letal para el sapito rayado de Rancho Grande, aún

en «refugios térmicos», en donde se pensaba que

el hongo era menos virulento y los sapitos tenían

más chance de recuperarse de la infección. Sin

embargo, creemos que las altas temperaturas en

estos «refugios» podrían limitar el contagio desde

los reservorios en donde se acumula el hongo, de

manera que solo pocos individuos de la población se

infectan y mueren. Siempre y cuando el contagio se

mantenga restringido a pocos individuos, los adultos

que logran reproducirse al menos una vez antes de

padecer la enfermedad y morir puede compensar

la mortandad que produce la enfermedad. En este

sentido, la estacionalidad juega un papel clave. Por

un lado, los sapitos arlequines permanecen en el

bosque durante buena parte del año – donde quizás

tengan menor probabilidad de contagiarse – y solo

durante la sequía, cuando los adultos se trasladan

a las orillas de las quebradas para reproducirse,

tienen mayor chance de infectarse. Por otro lado, es

precisamente durante la sequía cuando los sapitos

31


Foto 7

se reproducen y se reclutan nuevos juveniles sanos

a la población que, eventualmente, compensan las

pérdidas que se producen por la mortalidad de los

adultos enfermos. Visto en conjunto, la estabilidad

de estas poblaciones relictas del sapito arlequín de

Rancho Grande que cohabitan con Bd, depende

de un delicado balance entre el clima, su efecto

sobre el hongo y los hábitos reproductivos de estos

sapitos arlequín. Es probable que este equilibrio se

haya alcanzado, en parte, debido a la capacidad de

adaptación de esta especie. Por ejemplo, hemos

visto que en estas poblaciones relictas los adultos

se reproducen más jóvenes, cuando la oportunidad

de contraer la enfermedad y morir es major. Así

mismo, también es posible que las hembras jóvenes

hayan incrementado su fecundidad (es decir, mayor

número de huevos en relación a su tamaño corporal)

en un intento de aportar la mayor cantidad de

descendientes antes de morir, en un mecanismo

conocido como «inversión reproductiva terminal».

Pese a estos esperanzadores reencuentros y la enorme

cantidad de información que hemos acumulado en los

últimos años, el futuro de los sapitos arlequín es muy

Foto 7. Arlequín elegante o jambato del Pacífico, Atelopuselegans.

Provincia de Esmeraldas, Ecuador. Foto: José Luis Vieira

Foto 8. Rana arlequín Limosa Atelopus limosus. Panamá

Amphibian Rescue and Conservation Project. Gamboa,

Panamá. Foto: José Luis Vieira

Foto 9. Pareja en amplexo del sapito arlequín de Rancho

Grande, Atelopus cruciger, única especie venezolana del

género que actualmente mantiene poblaciones estables.

Foto: Fernando J. M. Rojas-Runjaic.

dudoso. Cualquier escenario climático que aumente

la transmisión del hongo o limite la reproducción

(es decir, disminuya las tasas de reclutamiento de

individuos sanos) podría quebrar el frágil equilibrio

con que han sobrevivido algunas de sus poblaciones.

Dado el carácter global de la quitridiomicosis y

del cambio climático es prácticamente imposible

detener sus efectos a corto o mediano plazo. Por

ello, la conservación de los sapitos arlequín requiere

de acciones urgentes, creativas y contundentes. En

este sentido los programas de mantenimiento y cría

en cautiverio de colonias han permitido preservar

especies ya extintas en la naturaleza. Estos programas

existen actualmente para una docena de especies de

Atelopus - por ejemplo, las exitosas reproducciones

32


Foto 8

Foto 9

33


Foto 10

Foto 11

34


Foto 10. Atelopus certus, especie endémica de la Serranía del

Sapo en la provincia de Darién, incorporada en el programa

de conservación ex situ “Panama Amphibian Rescue and

Coservation Project” desde 2011. Foto: José Luis Vieira.

Foto 11. El sapo arlequín variable Atelopus varius ha sufrido una

notable reducción poblacional y extensión de su distribución

histórica, sin embargo, se mantiene adecuadamente en

programas de conservación ex situ. Foto: José Luis Vieira.

Foto 12. El arlequín moteado, Atelopus balios, forma parte

del programa Arca de los sapos, del Centro Jambatu y los

esfuerzos para su reproducción, cría y mantenimiento ex situ

han sido exitosos. Ecuador. Foto: José Luis Vieira.

ex situ de A. certus (FOTO 10), A. varius (FOTO 11)

en Panamá y A. balios (FOTO 12) en Ecuador- pero

deberían de ampliarse a la brevedad, para incorporar

a otras en peligro crítico que mantienen poblaciones

remanentes pero estables. En los últimos dos años

se incorporó al sapito arlequín de Rancho Grande

Atelopus cruciger, en actividades de conservación

ex situ, lográndose muy buenos resultados en su

reproducción que podrían escalar hacia el próximo

paso en su conservación: su reintroducción a la

naturaleza. Simultáneamente a estos programas,

Foto 12

también es necesario la creación de bancos de tejidos

que permitan preservar la diversidad genética perdida

debido a la extinción de poblaciones o especies,

hasta que la ciencia y la tecnología ofrezcan los

conocimientos y las herramientas para reconstruirla.

Detener la extinción de los sapitos arlequines es

un reto gigantesco. Un grupo de personas, entre

ellos científicos y expertos en herpetología y

organizaciones dedicadas a la conservación de la

naturaleza de 13 países, han unido sus esfuerzos

en la Iniciativa de Supervivencia Atelopus (ASI)

(https://www.atelopus.org/). Entre sus objetivos

están el desarrollar y aplicar estrategias y protocolos

innovadores para reducir los impactos de las

principales amenazas, crear capacidades técnicas y

científicas y compartir las mejores prácticas para

implementar tecnologías de reproducción asistida

y mantener poblaciones en cautiverio sostenibles

de especies prioritarias. Así mismo se considera

imprescindible concienciar al público sobre la

situación de los Atelopus, promover a los sapitos

arlequín como joyas de los bosques, páramos y

arroyos del Neotrópico y, finalmente, garantizar

35


que la comunidad de conservación de Atelopus

cuente con el apoyo técnico, logístico y financiero

necesario para asegurar la conservación a largo

plazo de este linaje en peligro de desaparecer.

Consideraciones

En Venezuela, donde se conocen una decena de

especies de sapitos arlequín, es impostergable

multiplicar los esfuerzos de exploración en la

Cordillera Andina en busca de poblaciones que

aún pudieran existir. Para ello será indispensable

incorporar a las comunidades cercanas a los sitios

donde solían encontrarse, para así multiplicar las

posibilidades de hallarlas e iniciar, paralelamente,

campañas de protección de los ríos y la biodiversidad

que albergan. Así mismo, es prioritario reforzar el

incipiente programa de conservación ex situ del

sapito arlequín de Rancho Grande, única especie del

género que aún cuenta con poblaciones remanentes

en vida silvestre. La creación de un fondo de becas

para estas exploraciones y para la conservación

in situ y ex situ del sapito rayado de Rancho

Grande incentivaría a estudiantes e investigadores

a incorporarse a esta crucial tarea. Por otro lado,

las pocas poblaciones de sapitos arlequines que

aún persisten y las muestras históricas que reposan

en las colecciones zoológicas son las fuentes de

información que nos queda para entender cómo

detener la extinción de estas joyas del Neotrópico.

Todos podemos y debemos colaborar para detener

la pérdida de biodiversidad y restaurar, tanto como

sea posible, el tejido de la vida.

«Es el peor de los tiempos, pero

también el mejor porque aún tenemos

una oportunidad»

Sylvia Alice Earle, bióloga marina y exploradora

El jambato de las Tres Cruces, Atelopus nanay

(FOTO 13), lleva como epíteto específico una

palabra quechua que significa tristeza, expresando

el sentimiento que despierta el apocalipsis de los

sapitos arlequines en los Andes ecuatorianos.

FOTO 13. Atelopus nanay. Ecuador Foto: José Luis Vieira

36


Foto 13

37


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39


Foto 1: Atelopus sorianoi de Paramito de San Francisco,

estado Mérida. Foto: Enrique La Marca.

40


LAS RANAS ARLEQUINES DE VENEZUELA

desde una visión personal

Enrique La Marca

Centro de Conservación REVA (Rescate de Especies Venezolanas de Anfibios), y Facultad de Ciencias

Forestales y Ambientales de la Universidad de Los Andes, Mérida, Venezuela

enrique.lamarca@gmail.com

41


Foto 2

De Venezuela se ha reportado poco más de

360 especies de sapos y ranas, que la ubican

entre los 10 países con mayor número de

anfibios del planeta. Entre ellos destacan las

ranas de colores conocidas comúnmente como

ranas arlequines. De nuestro país se conoce

nueve de estas especies y una adicional está

en proceso de descripción. Todas ellas están

clasificadas como especies En Peligro Crítico

de extinción, por lo que urge conocerlas y

protegerlas.

¿Arlequín, sapo o rana?

Las especies en el género Atelopus se les conoce

bajo el nombre común de ranas arlequín. Este

término se refiere a un personaje del teatro

medieval de comedia italiano que portaba un

traje con coloridos rombos y hace referencia a los

llamativos diseños cromáticos que muchos de estos

anfibios poseen. Pero ¿son sapos o son ranas? Estos

dos términos son de uso común, aunque ambiguo,

y no representan una clasificación científica. En un

Foto 2. Atelopus oxyrhynchus de Monte Zerpa, estado

Mérida. Foto: Pascual Soriano.

principio se referían a dos grandes grupos de anfibios

en Europa (donde nació la nomenclatura científica

bajo el sistema de Carlos Linneo) que coincidían

con las familias Ranidae (las ranas) y Bufonidae (los

sapos). La diversidad mundial de los anfibios, que

ronda las 8600 especies, hace difícil mantener esa

distinción. Los sapos y ranas se clasifican ambos

dentro del Orden Anura (o Salientia) de la Clase

Amphibia, por lo que sería válido referirse a ellos

como “anfibios anuros”, aunque algunos autores se

decantan por el término genérico de “ranas”, sin

hacer distinciones.

Algo de biologia

Las ranas arlequines pertenecen al género Atelopus

de la Familia Bufonidae, la misma que incluye los

sapos comunes (género Rhinella) y los sapitos

rugosos de los tepuyes (género Oreophrynella).

Son más de 100 especies que se distribuyen en la

región Neotropical desde Costa Rica hasta Bolivia

42


Foto 3

Foto 3. Atelopus mucubajiensis de Quebrada La Corcovada,

Estado Mérida. Foto: Enrique La Marca.

y las Guayanas. En términos generales, son ranas de

pequeño tamaño (entre 20 y 60 mm), generalmente

con el hocico puntiagudo y con el primer dedo de

manos y pies muy reducido. Son animales terrestres

de actividad diurna. Casi siempre presentan una

coloración vistosa que se ha interpretado como

advertencia para sus depredadores, ya que en su

piel se encuentran potentes sustancias tóxicas.

La mayoría de las especies venezolanas habita

bosques nublados andinos, aunque algunas viven

en páramos y otras en bosques húmedos de

baja elevación. Generalmente están asociadas

con pequeños cursos de agua que frecuentan

durante la época de reproducción. Durante esta

última, el macho sube al dorso de la hembra y le

da una especie de abrazo nupcial (conocido como

amplexo) que puede durar incluso meses, tiempo

en el cual el macho no se alimenta y llega a perder

masa muscular. Con las condiciones ambientales

apropiadas, la hembra deposita los huevos

fertilizados en ristras sujetas a rocas o plantas

dentro del agua. Los renacuajos que de allí nacen

poseen una ventosa en la parte ventral anterior del

cuerpo, que les facilita adherirse a las rocas para

evitar ser arrastrados por las rápidas corrientes.

Al alcanzar la metamorfosis completa las ranas

emergen al ambiente terrestre, donde comienzan

a alimentarse de una gran variedad de pequeños

invertebrados.

Pasión por las ranas

Al comenzar mis estudios de Biología en la

Universidad de Los Andes en Mérida, Venezuela,

mi mayor interés estaba centrado en el

comportamiento animal. No siempre fue así:

durante mi adolescencia estaba más bien centrado

en la química experimental. Una exploración en

1977 a la Sierra de La Culata marcaría lo que sería

el objeto de una pasión de toda una vida: el estudio

de los anfibios. El 15 de julio de ese año, después

de una búsqueda por una quebrada en el páramo

de Los Conejos, conseguí un pequeño anfibio que

resultó ser una especie que carecía de nombre

43


Foto 4

44

Foto 5


Foto 4. Pareja de Atelopus carbonerensis en amplexo, del

bosque nublado San Eusebio, estado Mérida. Foto: Pascual

Soriano.

Foto 5. Atelopus tamaense del río Oirá, estado Táchira.

Foto: Juan Manuel Rengifo.

Foto 6. Atelopus del páramo de Niquitao, estado Trujillo,

posiblemente A. chrysocorallus. Foto: Ramón Abdem Lancini,

cortesía de Luis Fernando Navarrete.

científico (poco después, siendo aún estudiante

de pregrado, la describiría como Eleutherodactylus

(ahora Pristimantis) colostichos). En pocos meses

descubriría otras especies, todas nuevas para la

ciencia. Esa lluvia de descubrimientos marcó lo que

sería mi futura vida profesional dedicada al estudio

de estos interesantes vertebrados.

Una especie longeva

Recuerdo el primer encuentro con una rana

arlequín: fue en el bosque de San Eusebio, al

noroeste de Mérida. Allí, durante una práctica de

campo de Biología Vegetal de la Universidad de Los

Andes en febrero 1978 vi varias ranitas amarillas de

La Carbonera (Atelopus carbonerensis, Rivero 1974).

Foto 6

Una de ellas resultó ser un ejemplar que había sido

marcado en sus dedos ocho años antes, un récord

que sería complementado con otro ejemplar que

había sido marcado 10 años atrás. Ambos son

récords de longevidad en libertad para la especie

y para el género. El registro de abundancia de

ejemplares de esta especie tuvo su pico en la

década de los años 70 del siglo pasado, cuando

Jim Dole y Pedro Durant documentaron cientos

de ejemplares en una sola visita a esa localidad.

Después de décadas sin ser visto, se creyó que

estaba extinto hasta que en diciembre de 2021 un

lugareño visualizó un único ejemplar en la región. Las

poblaciones de este anfibio han sido afectadas por

una extensa deforestación de los bosques nublados

donde habita. La contaminación con agroquímicos

solo agrava esta problemática.

Mi mayor contribución con esta especie fue haberla

redescrito con una multitud de características

diagnósticas que incluían morfología externa,

musculatura y huesos; también describimos por vez

primera la postura de huevos y el renacuajo. A través

de ese estudio detallado pudimos rescatarla de ser

45


Foto 7

una subespecie de Atelopus oxyrhynchus Boulenger,

1903, como se describió originalmente, para elevarla

formalmente al estatus de especie plena.

Como joyas en el bosque

El turno para el segundo Atelopus en mi lista

fue una especie abundante en las cercanías de

Mérida. Era junio de 1978 cuando en Monte

Zerpa tuve mi primer encuentro con Atelopus

oxyrhynchus Boulenger, 1903, rana que era común

entonces. Con su coloración amarilla semejaban

joyas doradas en el verdor del sotobosque.

Tenemos registros de la ranita amarilla tanto de

la Sierra de La Culata como de la Sierra Nevada,

en bosques nublados entre 2100 y 3350 m de

elevación. Permanecía desaparecida desde el siglo

pasado; sin embargo, tenemos información de un

encuentro visual en 2014 arriba de Monte Zerpa,

adyacente al páramo de Los Conejos. Su área de

distribución fuera de los parques nacionales está

sometida a una fuerte intervención antropogénica.

Nuestros estudios sugieren que eventos climáticos

Foto 7. Atelopus sp. del Parque Nacional Guaramacal,

estado Trujillo. Foto: Enrique La Marca.

drásticos contribuyeron con la disminución de

sus poblaciones, que a su vez pudieron actuar en

sinergia con el mortal hongo Batrachochytrium

dendrobatidis (o “Bd”).

La ranita amarilla de Mérida fue la primera especie

del género descrita para los Andes de nuestro país.

La descripción estuvo a cargo de George Boulenger

en 1903, el más destacado herpetólogo taxónomo

de su época. El merideño Salomón Briceño,

entrenado en taxidermia por el célebre artista y

naturalista Anton Göering, fue el encargado de

capturar y enviar los ejemplares al Museo Británico

en Londres, donde laboraba Boulenger.

Vida en las frías alturas

Páramos a unos 3.000 metros de elevación, con

neblina, llovizna y frío intenso fueron el escenario

donde resaltaba la ranita amarilla de Mucubají

46


(Atelopus mucubajiensis Rivero, 1974). La vimos por

vez primera en marzo de 1979 durante una práctica

de Ecología Animal de la ULA. Era común verlas

junto con Pristimantis lancinii y Aromobates leopardalis.

La primera la hemos encontrado recientemente

en parches de bosque nublado altoandino,

mientras que la segunda está desaparecida desde

hace décadas. En contraposición, para Atelopus

mucubajiensis el registro más reciente fue el de una

hembra adulta capturada por un niño en 2004. Este

ejemplar solitario estaba infectado con el hongo

BD. Estas ranas no han vuelto a aparecer desde

entonces. La especie habita solamente en la Sierra

de Santo Domingo, desde 2250 hasta 3500 msnm.

Quien la describió originalmente fue el destacado

herpetólogo puertorriqueño Juan Arturo Rivero,

que dedicó la mayor parte de su investigación al

estudio de los anfibios venezolanos y quien fue

el primero en hacer un compendio taxonómico

de la fauna de anfibios anuros del país, de donde

describió decenas de nuevas especies.

Por décadas hemos llevado un monitoreo de las

poblaciones de la ranita amarilla de Mucubají, con

la participación de personas de diferentes países. En

Mucubají hicieron trabajo de campo el destacado

herpetólogo alemán Stefan Lötters, especialista

en el género, así como el biólogo austríaco Hans-

Peter Reinthaler con quien documentamos en

1991 las primeras disminuciones poblacionales de

anfibios en América del Sur, que a su vez fue una

de las primeras en el mundo. Ambos eran entonces

estudiantes de pregrado que hicieron sus pasantías

en el Laboratorio de Biogeografía de la ULA que

dirigí desde 1995 hasta 2019.

La rana escarlata

La existencia de una rana parecida a la ranita amarilla

de La Carbonera, pero con una coloración diferente,

captó nuestra atención luego de un comentario

de Pascual Soriano. Él la había visto en compañía

de Pedro Durant el 10 de marzo de 1973, en una

localidad registrada como “Guaraque”, pero que en

realidad no es otra que la localidad tipo de la especie,

bastante lejos de ese pueblo. Descubrimos hace

poco que la serie de ejemplares que ellos colectaron

está registrada en la Colección de Vertebrados de

la ULA como CVULA IV-0368 al IV-0381 y son los

registros más antiguos, hasta ahora inéditos, para

este taxón. Las indicaciones precisas de Soriano

nos llevaron a la localidad exacta en el paramito

de San Francisco donde el 26 de julio de 1981, en

compañía de Jesús y Miguel Molinari, vimos decenas

de ejemplares de los cuales solo capturamos cinco

parejas para su posterior descripción científica.

Un gran número de atributos morfológicos,

miológicos, osteológicos y un renacuajo diferente

que colectamos posteriormente en compañía de

Abraham Mijares, nos permitió clasificarla como

una especie nueva para la ciencia (Atelopus sorianoi

La Marca, 1983).

Sugerimos el nombre común de “rana escarlata”

como la expresión más apropiada, tomando del

acervo angloparlante el término para indicar el color

rojizo con fuerte tendencia al anaranjado. El uso del

término escarlata no ha sido siempre igual a lo largo

del tiempo y de la geografía; no obstante, seguimos al

diccionario de color de Maerz y Paul (1930), que lo

define como un rojo que contiene naranja.

La rana escarlata no la vemos desde 1990. Muestras

de piel de ejemplares que colectamos entonces

revelaron la presencia de Bd, probable agente

causal de su declive poblacional. En la región hemos

documentado eventos de crecidas excepcionales

que también deben jugar un papel importante

como perturbadores del tamaño poblacional y del

esfuerzo reproductivo de la especie.

Descubrimiento en tiempos de guerrilla

El 9 agosto de 1987 partimos de Mérida en

compañía de Maricela Sosa y Juan Elías García Pérez

rumbo a Cúcuta, para luego seguir a Betania, en el

estado Táchira, entrando por Colombia. Nuestro

destino final era el páramo de Tamá. Nos habían

advertido lo peligroso de nuestra expedición, ya

que atravesaríamos territorio dominado por las

guerrillas. Aun así, nos arriesgamos. Y vaya que valió

la pena. Nos preocupaba que no lleváramos mapas

de Cartografía Nacional, ya que nos habían dicho

que no estaban disponibles por ser un área de

conflicto. Afortunadamente, nuestra contraparte

colombiana, integrada por Juan Manuel Rengifo

y dos guardaparques, llevaba mapas e imágenes

satelitales de la zona. El camino desde las cabañas de

47


Foto 8

Inderena en el sector Orocué, donde pernoctamos

en Colombia, estaba lleno de barro que nos hacía

enterrar casi hasta la rodilla. Así llegamos hasta la

casa de La Línea, a orillas del río Oirá, en el límite

entre Venezuela y Colombia. La celebración de mi

cumpleaños, el 11 de agosto, fue el preámbulo para

el descubrimiento de la rana arlequín del páramo

de Tamá (Atelopus tamaense La Marca, García-Pérez

y Rengifo, 1989) a orillas de ese tranquilo río de

páramo. La especie no ha vuelto a ser vista, a pesar

de nuestros intentos, y los de colegas en la parte

colombiana, en búsqueda de esta rana.

Bañada en oro y rubí

En octubre de 1987, Isaac Goldstein nos presentó

unas ranas arlequines provenientes de un bosque

nublado en el Ramal de Calderas en el estado

Trujillo. Los colores amarillo intenso del dorso y rojo

encendido del vientre sirvieron para que le diésemos

el nombre científico (Atelopus chrysocorallus La

Marca, 1994), formado por las palabras griegas

que significan dorado y rojo coral. Al momento

de la captura se colectaron nueve ejemplares

Foto 8. Atelopus pinangoi, de cercanías de Piñango, estado

Mérida. Foto: Enrique La Marca.

de alrededor de unos veinte que se visualizaron

entonces. El rango altitudinal de la especie abarca

desde los 2200 hasta los 2700 msnm. No se han

vuelto a ver ranas adultas. El último registro para

la especie es de septiembre de 2010, cuando Juan

Elías García encontró centenares de renacuajos

en la localidad tipo y sus cercanías. Las principales

amenazas para la especie son la destrucción del

hábitat, la contaminación por agroquímicos y la

presencia de truchas en las quebradas donde habita.

Un renacuajo delata una nueva especie

La aventura inundaba nuestros primeros intentos

de búsqueda de anfibios en regiones previamente

inexploradas para la herpetología. Transitábamos

por estrechas carreteras de tierra que ahora están

pavimentadas. Dormíamos en tiendas de campaña

donde nos sorprendía la noche, sin temor de ser

asaltados. Muy pocas personas circulaban por esos

48


Foto 9

Foto 9. Atelopus cruciger de Río Cata, estado Aragua.

Foto: Manuel Guerreiro.

sitios entonces, y casi siempre eran lugareños. En una

de esas salidas, en compañía de José Luis (Chelí) Altuve

Marenco, recorrimos la vía entre Boconó y la Vega

de Guaramacal. Finalizamos vadeando con el Toyota

Land Cruiser el río Azul y salimos a Palo Alzado, en la

vía entre Biscucuy y Guanare, en el estado Portuguesa.

Esa travesía nos trajo la alegría de encontrar el 27 de

diciembre de 1985 unos renacuajos de Atelopus. Al

estudiarlos supimos, por su morfología y coloración,

que pertenecían a una especie desconocida. No

fue sino hasta el 10 de diciembre de 1987 que

encontraríamos por vez primera los adultos de esta

especie. Me acompañaban Maricela Sosa, Abraham

Mijares Urrutia, Juan Elías García y Pascual Soriano.

Inmediatamente supimos que estábamos enfrente

de una especie desconocida para la ciencia; estamos

en proceso de describirla.

Las fluctuaciones en el caudal de las quebradas

donde habita la ranita arlequín de Guaramacal, con

crecidas excepcionales o con desecamiento por

infiltración, parecen ser causas de mortalidad de los

renacuajos con la consecuente pérdida del esfuerzo

reproductivo para la especie. El avistamiento más

reciente ocurrió el 9 de abril de 2022. Fue un ejemplar

adult, muerto por causas desconocidas, encontrado

como parte de un monitoreo constante llevado a

cabo por Marcos Alexander Hidalgo dentro de una

alianza entre su Grupo Oso Andino Guaramacal y

el Centro de Conservación REVA.

Un arlequin recorre un pueblito andino

El 16 de abril de 1988 partimos desde Mérida junto

con mis discípulos “pichones-de-herpetólogo”

Abraham Mijares y Juan Elías García a la aventura

de encontrar una de las ranas arlequines de más

interés para nosotros en ese momento: el Atelopus

pinangoi Rivero, 1984. Llegamos al punto carretero

más elevado del país, a poco más de 4000 metros,

en el sitio identificado en Cartografía Nacional

como “El Águila” (erróneamente llamado “Pico El

Águila” o “Collado del Condor”). Era el lugar donde

funcionaba la Cabaña El Águila, donde Alfonso Vinci

49


en compañía de Franco Anzil y amigos celebró

su histórica escalada de la ruta Norte del Pico

Bolívar. Luego de un cafecito en la cabaña bajamos

hasta el pueblito andino de Piñango. Ya había

estado allí en 1981 en compañía de Yngo García,

cuando encontramos una rana dendrobátida

que describimos como nueva para la ciencia

(Aromobates walterarpi La Marca y Otero-López,

2012). En ese mismo lugar, en nuestra expedición

de 1988 conseguimos la ranita arlequín de Piñango

y comprobamos que era diferente a las demás del

género por su coloración dorsal verde oscuro y su

abdomen rojo sangre. Con esta, otra especie de

rana arlequín se había sumado a nuestra lista.

Algunos de los lugareños más viejos comentaron

que esas ranas era frecuente verlas en el pasado,

en época de lluvias, deambulando por las calles

del pueblo. Sin duda eso ocurría en la época de

reproducción, cuando las ranas, quizás en búsqueda

de cursos de agua, atravesaban caminando el poblado.

¡Sí! Caminaban, porque las ranas en este género, lejos

de saltar, caminan. La especie siempre ha sido muy

rara de encontrar, con el avistamiento más reciente

en diciembre de 2008. Su principal problema es la

destrucción del hábitat, aunque especies introducidas,

como la trucha, pueden sumarse a las amenazas. El

hongo Bd no ha sido detectado en análisis histológicos

de piel de animales preservados.

El sapito rayado

Nuestro último encuentro con una rana arlequín

venezolana hubo de ser lejos de los Andes, en

la Cordillera de la Costa. El hallazgo ocurrió a

comienzos de este siglo en una región costera al

norte de Venezuela. Se trataba del “sapito rayado”

Atelopus cruciger Lichtenstein y Martens, 1856, la

primera especie del género descrita para Venezuela.

Nunca logré verlo en la estación biológica de Rancho

Grande, donde durante varios años a comienzos de

este siglo llevé a decenas de estudiantes de mi curso

de Biogeografía de la ULA. Era muy abundante en

el Parque Nacional Henri Pittier hasta finales de los

años 80 del siglo pasado para luego desaparecer

misteriosamente. La presencia del hongo BD en un

ejemplar de 1986 sugiere que este patógeno sea

una de las causas de su declive.

Una población de esta especie fue descubierta a

comienzos de siglo por un grupo de excursionistas

que se extraviaron en la Cordillera de la Costa. La

sorpresa fue hallarla en un área boscosa natural a

escasos metros sobre el nivel del mar, cuando todas

las previamente conocidas provenían de tierras

altas, hasta los 2200 msnm. En el 2004, junto con

Jesús Manzanilla realizamos un estudio poblacional

de la especie y la recomendamos para ser

clasificada como En Peligro Crítico, categoría en la

que actualmente se le reconoce en la Lista Roja de

la UICN. Ya se conocen varias poblaciones costeras

que son objeto de estudios poblacionales y que

forman parte de un reciente plan de reproducción

en cautiverio con fines conservacionistas.

La extinción es para siempre

Hay una rana arlequín que ha pasado casi

desapercibida; es la ranita amarilla de Maracay

(Atelopus vogli Müller, 1934). Descrita originalmente

como una subespecie de Atelopus cruciger, un

estudio conjunto que hicimos con Stefan Lötters

y Miguel Vences en el 2004 la elevó al estatus

de especie plena, sobre la base de caracteres

morfológicos externos e internos. Los machos y las

hembras de esta especie tienen un tamaño menor

que los de Atelopus cruciger. El patrón de coloración

en animales preservados (presumiblemente

amarilla o amarilla-verdosa en vida) es también más

uniforme que en A. cruciger, que se caracteriza por

un patrón dorsal de manchas y bandas negruzcas.

Estas especies también difieren en la morfología de

la mano y en características del hueso esfenoides.

La serie tipo de la especie proviene de las cabeceras

del río Güey, cerca de la ciudad de Maracay, de

donde se capturaron originalmente unas 400 ranas.

Esta extracción de ejemplares ha debido tener un

alto impacto para esa población. La desaparición de

esta especie en todo su rango de distribución está

posiblemente ligada a la alta intervención humana de

su ambiente natural. La localidad tipo, por ejemplo, se

encuentra severamente afectada por deforestación e

incendios de vegetación. El último ejemplar conocido

de la especie, capturado en octubre de 1957, proviene

de Montalbán, en el estado Carabobo. No se conocen

registros más recientes. Actualmente es la única

especie de anfibio considerada extinta en nuestro país.

50


Situación actual

Todas las especies de Atelopus venezolanos están

consideradas como En Peligro Crítico, la máxima

categoría de amenaza. El género Atelopus está

considerado como el grupo taxonómico de anfibios

más amenazado del mundo, pero su problemática

no es aislada. Los anfibios han estado disminuyendo

a nivel global en forma notoria desde finales de la

década de 1980. Dos de las causas más importantes

de esta disminución son la destrucción del hábitat

y la presencia de un agente patógeno (el hongo

quítrido) que ha sido señalado como el responsable

de la desaparición de muchas especies alrededor

del mundo. Otros problemas sinérgicos son la

contaminación por agroquímicos y la presencia de

especies introducidas. Para paliar de cierta forma

estas disminuciones y establecer nuevos rumbos

de acción, recientemente se estableció la Iniciativa

de Supervivencia de Atelopus (por sus siglas en

inglés). Sus resultados, que siguen nuestros estudios

previos publicados en Biotrópica en 2004 serán

pronto dados a conocer.

Foto 10. Atelopus vogli, reconstrucción artística por Ted

Kahn.

51


52


Atelopus varius en Panamá. Foto: César Barrio-Amorós

Atelopus, un sueño personal

Consideraciones de

un herpetólogo neotropical

César Luis Barrio Amorós

Fundación AndígenA/ CRWild

Césarlba@yahoo.com

53


Foto 1: Atelopus mucubajiensis ultimo ejemplar conocido de su especie. Foto: César Barrio-Amorós

En este artículo, el autor relata algunos de sus

encuentros con diferentes especies del género

Atelopus en Venezuela, Costa Rica, Panamá,

Ecuador y Colombia, aprovechando para dar

opiniones sobre diversos temas relacionados

al estudio y conservación de estas especies.

Atelopus, aproximación al género

El género Atelopus contiene a fecha 15 de enero de

2023, 99 especies válidas (Cuadro 1) en su ámbito

Neotropical. Colombia es el país más rico en

especies de Atelopus, con 43, seguido de Ecuador

(25), Perú (16), Venezuela (9), Panamá (6), Costa

Rica (4), Bolivia, Brasil y Guayana Francesa (3) y

Surinam y Guyana (2).

Etimología. El género Atelopus fue acuñado por

Duméril y Bibron (1841) pero no explicaron su

significado. “Ateles” (ἀτελής), significa imperfecto en

griego, y “pous” (πούς) significa pie. Una latinización

libre se lee como Atelopus. Un autor posterior, Agassiz

(1846), infirió mejor el nombre, pero hizo una

enmienda injustificada, hoy considerado sinónimo:

Ateleopus. El significado es obvio, y se refiere a que

en los manos y pies de muchas especies el primer

dedo está fusionado externamente con el segundo,

formando lo que parece un muñón, o sea, un pie

imperfecto.

Hábitat. Los sapos Atelopus habitan en diferentes

hábitats, incluyendo la exuberante selva tropical

de tierras bajas, entre los 0 y 999 m sobre el nivel

del mar (A. spumarius, A. varius, A. certus, A. glyphus,

A. zeteki, A. limosus, A. cruciger, A. spurrelli, A. elegans,

A. balios, etc), bosques nubosos de 1000 a 2499

m (A carbonerensis, A. chrysocorallus, A. nepiozomus,

A. palmatus, A. chocoensis, A. laetissimus, A. nahumae,

A. erythropus, A. famelicus, A. farci, A mindoensis,

A. monohernandezii, y otros muchos), y zonas

altoandinas como subpáramos, páramos y puna,

entre los 2500 y los 4000 msnm (como Atelopus

ebenoides, A. carrikeri, A. eusebianus, A. exiguus,A.

ignescens, A. carrikeri, etc), aunque algunas especies

logran una amplitud altitudinal notable como A.

varius, presente entre los 8 y los 2000 msnm, o A.

cruciger, entre los 30 y 2200 msnm.

54


Foto 2: Atelopus cruciger. Foto: César Barrio-Amorós

Venezuela

Desde que era muy joven y me fascinó la

batracofauna neotropical, muy particularmente la de

Venezuela, unos anuros que me dejaban sin aliento

(con permiso de mi tótem personal, Dendrobates

leucomelas) eran los sapos del género Atelopus,

especialmente A. cruciger. Las fotos que veía me

hacían soñar con hallarlos y poder fotografiarlos y

hasta criarlos… ¡qué inocencia! Eran otros tiempos,

apenas se empezaba a hablar de las desapariciones

en masa de los anfibios tropicales, y yo no estaba

tan informado, así que en 1993 por primera vez

me dirigí a la Cordillera de la Costa de Venezuela

a ver si tenía suerte y podía ver uno de estos

hermosos sapitos. Obvio que ni por asomo. En

1995 fue por primera vez a Rancho Grande en el

Parque Nacional Henri Pittier, uno de los lugares

donde abundaban y hasta se habían realizado

estudios al respecto (Sexton 1958), pero tampoco

vi ninguno. Ya ese año la noción de que a muchos

anfibios les había acontecido algo misterioso se

estaba formando en la conciencia académica (La

Marca 1995) y pronto empezarían a abundar los

estudios sobre desapariciones repentinas (La Marca

y Reinthaler 1991; La Marca y Lötters 1997; Lynch

y Grant 1998).

Una vez me instalé en Mérida, en los Andes

venezolanos en 1995, comencé mi propia cruzada

en busca de las múltiples especies del género que ya

se habían dejado de observar y muchos comentaban

podían haberse extinguido. Simplemente no lo

quería creer, pero poco a poco, visitando cada

localidad donde antes resultaban abundantes

las diferentes especies (Atelopus mucubajiensis, A.

carbonerensis, A. oxyrhynchus, A. sorianoi, A. pinangoi,

etc) sin resultados, me di cuenta que algo realmente

había sucedido y que había llegado unos pocos

años tarde para disfrutar de su presencia. Por tanto,

tras reportar mis propios pensamientos sobre el

tema (Barrio Amorós 1996), parte de mi vida en

Venezuela la dediqué con el Proyecto Atelopus

de la Fundación AndígenA (https://www.andigena.

org/proyectos/atelopus/) a buscar esas especies

perdidas. El éxito fue más bien escaso, ya que en

todo el tiempo sólo pude observar un solo ejemplar

de Atelopus mucubajiensis, y ese fue el último de su

especie (Foto 1).

55


Vale la pena mencionar que en el año 2005 recibí

cierto apoyo para realizar búsquedas de Atelopus

mucubajiensis en toda su zona de distribución. Una

vez encontrada aquella hembra (que solo mucho

después supimos fue la última de su especie –

hasta la fecha-) las esperanzas resurgieron de

hallar alguna población viable, por lo que a través

de la Iniciativa para las Especies Amenazadas (IEA)

manejado por PROVITA, se inició un propósito, en

el marco del Proyecto Atelopus de la Fundación

AndígenA, de recorrer buscando la esquiva especie

en los últimos y clásicos lugares de donde eran

conocida. Así, conté con la inestimable ayuda de

Erick Romero, Ramón Rivero y Edwin Infante para

recorrer diferentes zonas, como las selvas nubladas

que rodean el pueblo de Santo Domingo, los

páramos de Mucubají, Gavidia, Saisai, Los Granates,

entre otros… pero pese a descubrir algunos de

los parajes más impresionantes y algunas especies

nuevas del género Pristimantis, no volvimos ni

nosotros ni nadie, a disfrutar con la presencia de

esta mítica e icónica especie. Un dato realmente

perturbador, es que, con excepción de cursos de

agua bien remotos, casi todos los análisis de agua

que realizamos en quebradas donde históricamente

había abundado A. mucubajiensis, se encontraban

fuertemente polucionadas con contaminantes

químicos como pesticidas y herbicidas, que se usan

en el páramo sin miramiento alguno.

En 2005 pude visitar la única población redescubierta

en ese entonces del sapito rayado (Atelopus cruciger)

cerca de Cuyagua (Aragua), y regresé en varias

ocasiones pudiendo siempre observar algunos

individuos (Foto 2), e incluso pudimos filmar parte

de un documental de Venezuela Infinita mostrando

esta carismática especie. Este es el único Atelopus

en Venezuela que conserva poblaciones viables,

repartidas en tres quebradas diferentes, y es la única

especie que se ha monitoreado exhaustivamente

(Rodríguez-Contreras et al. 2008; Lampo et al. 2011).

La búsqueda se hizo obsesiva desde 1999 hasta

2010 muy especialmente con Atelopus carbonerensis

(Barrio-Amorós 2003), terminando muchos años

después en un increíble éxito que ya ninguno creía

podía esperarse (ver siguiente artículo).

Aunque obviamente mi involucramiento con el

género Atelopus inició en Venezuela, curiosamente, fue

en el Perú, en 2004, junto al malogrado amigo Rainer

Schulte (qepd), donde pude observar mi primera

especie de Atelopus, A. pulcher, cerca de Tarapoto,

departamento de San Martin. Lamentablemente no

guardo fotos y siempre he querido regresar a ese

maravilloso país a disfrutar de su cultura, gastronomía

y herpetofauna. Y es una promesa…

Costa Rica

A principios de 2011 me mudé a Costa Rica por

todo lo que estaba ocurriendo en Venezuela. La

situación política, social y económica cambiaba cada

día a peor. Ya no había trabajo y no se percibían

mejores perspectivas. Una vez llegado a un nuevo

lugar, lo primero es conocer su herpetofauna, una de

las más ricas y mejor conocidas del planeta. En el país

se conocían 4 especies de Atelopus, A. chiriquiensis,

en zonas de montaña media y alta entre Costa Rica

y Panamá, observado por última vez en 1996; A.

senex de los macizos montañosos y volcanes del

centro del país, también aparentemente extinto

desde 1986. Pocas posibilidades veía para poder

descubrir alguna población remanente. Otra especie,

A. chirripoensis había sido descrita recientemente,

en 2009, con un solo ejemplar (Savage y Bolaños

2009). Pero muchas dudas se acumulan acerca

de su validez. El colector, un botánico ya fallecido,

explicaba que había colectado el animal pensando

que se trataba de alguna especie ya conocida, por lo

que sólo se llevó uno, pero su extremada similitud

con Atelopus ignescens es demasiado sospechosa.

Se ha tratado de buscar en zonas inundadas del alto

páramo en Chirripó sin ningún resultado.

Por supuesto, sabiendo eso, mi foco de interés se

concentraba en Atelopus varius, probablemente

la especie más icónica del género, la que más se

había estudiado anterior a su declive, y una de las

más coloridas y variables. La especie se distribuye

entre Panamá y Costa Rica, pero las variantes

de patrón y tamaño que se observan en toda el

área de distribución son tan enormes, que hacen

sospechar de un complejo de especies. Cuando

llegué a Costa Rica en 2010, solo se conocía

una población que muy pocos habían podido

visitar (Ryan e al. 2005), por lo que se convirtió

en un objetivo prioritario en mi estancia en el

país centroamericano. Pero por muchas razones,

56


Foto 3: Atelopus varius. Foto: César Barrio-Amorós

esa población nunca pudo ser visitada, lo que

desencadenó un frenesí de exploración y búsqueda

de posibilidades. En 2013 Jose González-Maya y col.

publican el redescubrimiento de una población en

la zona protectora del Parque Nacional La Amistad,

que han seguido monitoreando hasta la fecha, con

interesantísimos resultados (González-Maya et al.

2018). Y gracias a Diego Gómez, en 2015, quien

me permitió visitar con él esa población, pude

avistar mi primer Atelopus en Costa Rica (Foto 3).

Curiosamente poco después, tal vez unas semanas,

gracias a varias entrevistas que estuve realizando

en diversas partes de Costa Ballena, pude dar con

otra población (Barrio-Amorós y Abarca 2016)

que después denominaría Población y morfo A, de

hecho, la única que se conoce actualmente con este

morfo (descrito en Barrio-Amorós et al. 2021; y en

mi último artículo en esta revista).

Poco a poco fui conociendo y descubriendo (junto a

diversos colaboradores) diferentes poblaciones de

la especie en el país, y desde un inicio fui juntando

datos ecológicos y biológicos de los mismos,

publicados recientemente en inglés en Barrio-

Amorós et al. (2021) y actualizados y traducidos

en mi último artículo de esta revista. Esta única

oportunidad de poder trabajar con esta especie

me ha hecho verla como el ser frágil que realmente

es… una entidad biológica que se diversificó fácil

y rápidamente (en menos de 3 millones de años,

dada la edad geológica de Costa Rica y Panamá)

en montones de morfos muy diferentes entre sí.

De unas 100 poblaciones conocidas en Costa

Rica (¡probablemente hasta 166!), solo quedan

actualmente ocho supervivientes que incluyen solo

tres morfos diferentes. Eso implica una pérdida

genética inmensa y las pocas poblaciones que

persisten, aunque parece que cada vez sean más,

son más vulnerables a la desaparición total. En

Panamá también persisten unas pocas poblaciones

de morfos totalmente diferentes.

Es bastante sintomático que después de casi 10

años buscando Atelopus en Costa Rica, y a pesar de

haber tenido un éxito relativo, la sensación es que

cada vez se ven menos (con contadas excepciones).

Algunas poblaciones como B2, B3 y C2, cada vez se

ven más amenazadas por desforestación galopante

57


Foto 5: Atelopus limosus. Foto: César Barrio-Amorós.

Foto 6: Atelopus glyphus. Foto: César Barrio-Amorós.

58


para cultivos de palma aceitera y piña, y potreros

para ganado. El caso de C2 es preocupante puesto

que solo sobrevive en un rio totalmente rodeado de

potreros, en el pequeño bosque de galería remanente.

Panamá

Panamá cuenta con siete especies de Atelopus:

Atelopus certus Barbour, 1923, Atelopus chiriquiensis

Shreve, 1936, Atelopus fronterizo Veselý & Batista, 2021,

Atelopus glyphus Dunn, 1931, Atelopus limosus Ibáñez,

Jaramillo & Solís, 1995, Atelopus varius (Lichtenstein

& Martens, 1856), Atelopus zeteki Dunn, 1933. De

ellas, he tenido el placer de poder observar 3, otro

morfo de A. varius en el Parque Nacional Santa Fe

(Foto 4), A. limosus en Colón (Foto 5) y A. glyphus

(Fig 6) en el Parque Nacional Darién (ver en esta

revista artículo de Michelle Quiroz sobre su trabajo

con esta especie). Las tres fueron localizadas durante

la misma expedición de CRWild en el 2019. Pese

al esfuerzo de observación y tiempo, sólo pudimos

localizar cuatro A. varius, 1 A. limosus y 1 A. glyphus

(Barrio-Amorós et al. 2023)

Ecuador

Ecuador es realmente uno de los países más

biodiversos del planeta, y eso me lo demuestra

cada vez que voy de visita, ya que, gracias a muchos

amigos y colegas, he tenido la oportunidad de

recorrer una importante parte de su geografía.

Entre la biodiversidad (cantidad de especies en

un lugar concreto) y la biomasa (cantidad de cada

especie) Ecuador hace feliz a cualquier herpetólogo

o aficionado, ya que continuamente se encuentran

especies de ensueño. Una zona que he visitado en

repetidas ocasiones es Nangaritza, en la provincia

Zamora-Chimpipe, que se considera una región

altoamazónica, y por tanto una región ecuatoriana

de altísimo valor en cuanto a su biodiversidad y

variedad de herpetos. Sin saber mucho qué esperar,

en 2014 junto a Darwin Núñez y otro individuo

que no voy a mencionar (no porque yo no quiera,

que no quiero, sino porque él mismo no ha querido

participar de ninguna manera en esta revista pese

a haber sido invitado, y eso hay que respetarlo),

pasamos varios días en la selva disfrutando de sus

especies, entre las cuales la primera noche apareció

un Atelopus extraordinariamente colorido que

me dejó atónito. De hecho, era una hembra de

considerable tamaño. Se trata de una especie que

también se halla en Perú, conocida hace tiempo, pero

que hasta la fecha nadie ha descrito formalmente.

La han llamado Atelopus “Limón” o “wampukrum”

pero ninguno de estos nombres será reconocido

oficialmente cuando se describa, cosa que parece

que está cercana (J.C. Chaparro, com. pers.; (Foto

7). En otra visita en 2019, observamos varios más

con Darwin, Amanda Quezada y Jose Vieira.

Nangaritza es conocido geológica y biológicamente

por la presencia de unas montañas que, por similitud

a las famosas montañas de cima plana venezolanas,

se les ha llamado igualmente, tepuyes. Forman

parte de la Cordillera del Cóndor, que comparten

Ecuador y Perú. En recientes expediciones se

han ido descubriendo y describiendo especies

impresionantes de la anurofauna. En uno de esos

tepuyes, de acceso relativamente fácil, habita un

pequeño Atelopus verde musgo, parecido a A.

palmatus y A. nepiozomus, pero que aparentemente

tampoco está descrito (Foto 8). Con Eric Osterman

subimos a buscarlo, encontrando varios de ellos

aposentándose en sus dormideros al atardecer

sobre una quebradita repleta de renacuajos.

Curioso comprobar la disimilitud de patrones y

tamaños, siendo el anterior una especie grande y

colorida, y ésta, muy pequeña y críptica.

Pero uno de los momentos más fascinantes de mi

estadía y, de hecho, de toda mi trayectoria, fue el

redescubrimiento de Atelopus mindodensis Peters,

1973, otra especie verde y pequeña ¡que no había

sido avistada en 30 años! En esta ocasión con

Melisa Costales y Eric Osterman, nos aventuramos

en una quebrada a las afueras de Mindo, buscando

especialmente Pristimantis appendiculatus, que

observamos con satisfacción. Cuando de repente,

me di cuenta de la presencia de un pequeñísimo

anuro verde con un fino reticulado negro y una

banda lateral longitudinal negra… y me quedé quieto

por un momento, observando con los ojos saliendo

de las órbitas, cuando Melisa y Eric me vieron y

lentamente se giraron en la dirección de mi mirada…

y los tres gritamos al unísono: ¡MINDOENSIS! ¡Y

comenzamos a saltar y a abrazarnos… fue algo

automático porque comprendimos de inmediato

59


Foto 7: Atelopus “wamprukum”. Foto: César Barrio-Amorós.

la importancia que ello tenía! Llamamos en la

noche a Alejandro Arteaga y a Jose Vieira, que al

día siguiente llegaron raudos. ¡Cuando le mostré

el animal, a Alejandro se le saltaron las lágrimas!

Y no es para menos, él junto a Lucas Bustamante

y Juan Manuel Guayasamín, eran los autores de

uno de los libros más hermosos e impactantes de

herpetofauna, la Guía de Anfibios y Reptiles de

Mindo (Arteaga et al. 2014), y durante muchos

años que estuvieron preparándolo y recorriendo

todos los rincones, nunca pudieron observar uno,

asumiendo pesimistamente que la especie se habría

extinto. Esa siguiente noche bajamos de nuevo con

Jose y hallamos otro juvenil, comprobando que al

menos, en esa quebrada la especie se reproducía.

Publicamos la nota al año siguiente (Barrio-

Amorós et al. 2020). Lamentablemente, tras ese

redescubrimiento, las investigaciones pararon

(debido a la pandemia) y hasta la fecha no se han

retomado, por lo que no se conoce el estado de la

población. (Fotos 9 y 10).

Colombia

Mi visita a Colombia en 2022 tenía como uno de

los objetivos más importantes conocer parte de

la anurofauna de la Sierra nevada de Santa Marta,

cosa que, por circunstancias excepcionales, se me

había negado anteriormente. Esta vez, con Andrés

camilo Montes Correa pude realizar mi sueño

de subir un poco más arriba, y no quedarme en

los alrededores de Minca, como la vez anterior,

para adentrarme en la selva nublada, repleta de

especies endémicas. Entre ellas, me fascinó conocer

Geobatrachus walkeri Ruthven, 1915, algunas

especies de Serranobatrachus y muy especialmente,

una de las 4 o 5 especies de Atelopus, A. laetissimus,

que habitan la Sierra. También buscamos A.

nahumae (o walkeri para algunos), que puede ser

simpátrica en algunas zonas, pero no hallamos ésta

última. Una de las primeras pistas que tuve de la

presencia de algún Atelopus, fue la presencia de

renacuajos, cosa que no es tan fácil de observar

(Foto 11). Curiosamente en más de 7 años de

continuas observaciones de A. varius en Costa Rica

(la especie que más he visto por mucho), nunca

he podido observar renacuajos. Los renacuajos de

60


Foto 8: Atelopus sp. Foto: César Barrio-Amorós.

Atelopus son muy fáciles de reconocer, puesto que

su cuerpecito es muy pequeño, rechoncho con

cola corta y sección cuadrangular, y en casi todas

las especies es negro con pintas o manchas más

claras. Fue increíble asomarme a la quebrada y en

el primer pocillo observar montones de renacuajos.

Éstos están adaptados a vivir en fuertes corrientes,

por lo que poseen una boca con una ventosa

succionadora que los adhiere fuertemente a las

rocas cuando hay corrientes fuertes. Durante las

horas del día no logramos avistar ningún Atelopus

adulto, probablemente porque esta especie es de

las más crípticas, pero cuando oscureció empezaron

a revelarse mucho más conspicuos, durmiendo

sobre hojas o ramitas muy cerca del borde del río.

Su tamaño era enorme, comparado con el de las

especies que he logrado conocer, incluso mayor

que “wampukrum”, y sobre todo, mucho más

macizo. Esa noche observamos cinco ejemplares

más (Foto 12). Al ser iluminados con las linternas,

se despertaban inmediatamente y huían caminando.

El día siguiente regresamos a otra quebrada algo

más abajo, y logramos ver dos animales más cerca

de una cascada (Fotos 13, 14).

Uno de nuestros próximos destinos era el Chocó

colombiano, donde se concentran varias especies

de anuros que moría por conocer, entre ellos la

famosa Oophaga solanensis, Phyllobates aurotaenia,

un morfo de Dendrobates auratus y Andinobates

fulguritus y minutus. Pero además, aparentemente

en esa selva costera del Chocó, otra especie de

Atelopus no debía ser muy difícil de encontrar. Y

no lo fue… en nuestra primera caminata, esta vez

con mi estimado amigo René Villanueva, el primer

Atelopus spurrelli saltó apartándose de nuestro paso

(Foto 15); al poco pudimos observar otro ejemplar,

y un poco más tarde otro… Aparentemente, las

noticias de que ésta es una de las especies más

abundantes del género eran totalmente ciertas. Y

lo más interesante es que no las hallamos a lo largo

de quebradas, sino en plena selva, bien alejados

de éstas. Estaban por todos lados, y vimos varias

decenas… ¡Un placer visual! (Foto 16).

Más recientemente, en febrero de 2023, fui con

Hernán Granda a visitar la localidad tipo de Atelopus

farci. Esta especie tiene una historia interesante.

Fue descubierta por Juan Manuel Renjifo cerca de

61


Foto 9: Atelopus mindoensis. Foto Eric Osterman.

Foto 10: Atelopus mindoensis. Foto José L. Vieira.

62


Foto 11: Renacuajos de Atelopus laetissimus. Foto: César Barrio-Amorós.

Foto 12: Atelopus laetissimus en posicion de descanso. Foto: César Barrio-Amorós.

63


Foto 13: Atelopus laetissimus en su hábitat. Foto: César Barrio-Amorós.

Foto 14: Atelopus laetissimus. Foto: César Barrio-Amorós.

64


Foto 15: Atelopus spurrelli. Foto: César Barrio-Amorós.

Albán, Cundinamarca, y junto a él, John D. Lynch fue

a colectar una serie tipo de 45 especimenes de un

Atelopus de color amarillo apagado, relacionado a A.

subornatus. Esa serie se convirtió en Atelopus farci

(Lynch 1993), dedicada a la conservación colateral

que la presencia de la guerrilla FARC ejercía en

la región. Como dice Lynch en su dedicatoria, la

especie es dedicada a las FARC por sus esfuerzos

de conservación, mas no por sus convicciones

políticas. En el año 2000 pude visitar la localidad

tipo precisamente con sus descubridores, Juan

Manuel Renjfo y John Lynch. Recientemente se

habían avistado algunos renacuajos, pero no se

veían adultos desde 1995, y el ultimo renacuajo fue

avistado en 2003 (Rueda-Almonacid 2005). Incluso

un esfuerzo posterior de 192 horas que reportó

datos positivos (Chaves-Portilla 2007). Actualmente

la especie se considera como Críticamente

amenazada bajo la UICN (IUCN 2017). Por tanto,

pocas esperanzas albergaba de hallar esta especie,

pero sí quise revisitar la localidad tipo (Fig 17), una

espléndida catarata y la quebrada. Sin embargo, fue

bastante decepcionante comprobar que las tierras

que rodeaban la quebrada estaban totalmente

convertidas en pastos para ganado, y que el agua de

la quebrada poseía un olor indicativo de polución.

Una sola rana pudimos observar en la quebrada

(Pristimantis sp. cf. bogotensis), un pequeño pez

(cf. Astroblepidae) y un cangrejo. Por lo demás, la

quebrada aparecía fantasmal. Sin embargo, pienso

que sería importante un mayor esfuerzo en el

curso superior de la quebrada, especialmente en

las laderas forestadas al SE de Albán.

¿Es Atelopus varius tan variado como se

supone? ¿O es un complejo de especies?

La gran diversidad en patrones de esta especie,

que sólo en Costa Rica posee más de 11 (Savage

2002) y en Panamá otros tantos (Savage 1972),

hace dudar de la homogeneidad genética, y por

tanto, de que tantos patrones representen a una

sola especie. Sin embargo, el hecho que muchos de

estas variantes hayan desaparecido y solo subsistan

tres patrones en Costa Rica (ver Barrio-Amorós et

al. 2021 y el artículo sobre A. varius en esta revista)

y otros tantos en Panamá, no propicia el estudio

65


Foto 16: Atelopus spurrelli. Foto: César Barrio-Amorós.

genético de la especie. En la aproximación más

reciente, Ramírez et al. (2020) demuestran que

al menos, las muestras de Panamá y Costa Rica

pueden diferenciarse de manera molecular, lo cual

indicaría de por sí al menos dos especies. Además,

estos autores demuestran que los A. varius de

Monteverde, en los que se habían basado no pocos

estudios comportamentales en los años 80 (Crump

1986; Crump y Pounds 1989; Pounds y Crump,

1987, 1994) pertenecen a otra entidad taxonómica

que no es varius, y está más relacionada con A.

senex. Pero habiendo desaparecido sólo en Costa

Rica ocho de los once patrones es poco lo que

se puede decir sobre sus relaciones interespecíficas.

Barrio-Amorós et al. (2021) encuentran diferencias

comportamentales entre poblaciones de cada una

de los patrones, como únicas. Mucho más debe

ser estudiado al respecto, pero me temo que es

demasiado tarde como para entender totalmente el

panorama completo que nos ofrecía este nombre

de Atelopus varius.

Poblaciones que desaparecen y otras que

reaparecen

Los registros históricos de abundancia de Atelopus

hablan de cientos o incluso miles de individuos

que cubrían el suelo en áreas adecuadas. Atelopus

carbonerensis (Rivero 1974; Dole y Durant, 1974)

cuando migraba a los arroyos en la Venezuela

andina en los años 60 y 70 cubría caminos de tierra

de amarillo, y un solo auto que pasaba era capaz

de matar cientos. Atelopus ignescens se presumió

extinguido (Coloma 2016), después de haber sido

una de las especies más abundantes. El mismo M.

Jiménez de la Espada contaba miles en sus recorridos

por el páramo de Antisana. Black (1982) contaba

50 ejemplares por metro cuadrado en el mismo

páramo en 1981. Un ejemplo más reciente es el

libro de Guido Sterkendries (2017) donde aparecen

fotos de Atelopus zeteki en su hábitat por decenas en

pequeños sectores de quebrada en el valle de Antón,

Panamá. Actualmente no existen (oficialmente)

poblaciones de esta especie en la naturaleza.

Ningún Atelopus actualmente alcanza estos ingentes

números. Las especies de Atelopus de tierras

66


Foto 17: Hábitat de Atelopus farci. Foto: César Barrio-Amorós.

bajas, como A. hoogmoedi en Surinam y el norte

de Brasil, A. spumarius en Ecuador, A. elegans en

la isla de Gorgona (Colombia), A. spurrelli en el

Chocó colombiano e incluso A. varius en algunas

poblaciones, pueden ser bastante comunes, pero

nunca llegando a esos números extraordinarios.

Sin embargo, en la actualidad, la normalidad es

encontrar pocos individuos de cada población. En

mi experiencia con A. varius en Costa Rica, el día

que observé más fueron 40, pero normalmente los

números van de 5 a 10. En alguna ocasión no he

podido observar ninguno en zonas de monitoreo,

lo que siempre despierta la alarma.

Obviamente son mucho más alentadoras las noticias

de especies y/o poblaciones que reaparecen.

El patrón de supuestas extinciones de anfibios

seguidas por su redescubrimiento ofrece una serie

de preguntas sobre las disminuciones de anfibios en

general, específicamente las disminuciones causadas

por el quitridio. El redescubrimiento reciente de

especies de anfibios que se consideraban extintos

probablemente se deba a estudios más intensivos

y a mayores esfuerzos de muestreo en localidades

previamente conocidas y/o en áreas poco

exploradas. Ciertamente existen dos escenarios

para este aparente “regreso” de especies que habían

desaparecido por mucho tiempo debido a la acción

del hongo patógeno (como supone González-

Maya et al. 2013). La primera es que hubieran

quedado poblaciones o sectores de población

libres de contacto con el hongo, lo cual hizo que

estas siguieran su dinámica sin ningún tipo de

problema y comenzaran la recolonización de áreas

donde anteriormente el hongo había extinguido la

población local. Eso implica que el hongo sólo pudiera

sobrevivir en hospedadores anfibios, y al extinguirse

la mayor parte de población en contacto, el agente

patógeno también se hubiera ido definitivamente,

cosa que no es más que especulación y debe

comprobarse. La segunda explicación, que es la

más se maneja, pese a que también requiere de

comprobación empírica, es que algunos individuos

de las poblaciones afectadas pudieron haber

presentado algún grado de inmunidad al hongo, y

con el tiempo se volvieron a encontrar entre ellos

(pongamos que el 1% de la población sobrevivió) y

67


a reproducirse, recolonizando las zonas afectadas. Es

probable que estos supervivientes y su descendencia

puedan ser infestados por el patógeno pero que

no les afecte mortalmente. Hemos encontrado A.

mucubajiensis en Venezuela, A. varius en Costa Rica y

A. “wampukrum” en Ecuador con marcas evidentes

de presencia de Bd (Barrio y Abarca 2016; Lampo

et al. 2007; Foto. 18).

¿Regresando de la extinción?

Ya en 2005, encontrar un Atelopus vivo era un evento

digno de mención y alegría para la comunidad

científica. Y es cuando Lotters et al. (2005)

comienzan a ver un patrón de recuperación en

algunas especies que se habían visto drásticamente

afectadas por las extinciones masivas de los años

80 y 90. Previo a ese año, unas pocas especies se

habían vuelto a ver después de ser consideradas

extinguidas, A. cruciger, A, mucubajiensis, una especie

no descrita de los Andes venezolanos y A. varius.

Se han reencontrado especies que se creían

extintas en varios países, incluidos Costa Rica (A.

varius), Panamá (A. varius), Venezuela (A. cruciger,

A. mucubajiensis, A. carbonerensis y una especie

no descrita), Colombia (7 especies), Ecuador (14

especies), Perú (5 especies) y Bolivia (A. tricolor). La

tendencia entonces, es contraria a la que existía

hace un par de décadas, cuando todas las noticias

que nos llegaban eran catastróficas. Actualmente

Jaynes y col. (2022) resumen el panorama de

redescubrimientos y lo que ello significa para la

ciencia actual. A la par que ha aumentado el esfuerzo

de búsqueda y la conciencia ambiental en cuanto a

estos anfibios, se siguen criando algunas especies

en cautividad e investigando cómo podrían ser

liberadas, aunque los pocos esfuerzos que se han

realizado no han tenido éxito (Estrada y col. 2022).

Liberar individuos cautivos de una especie que se

reproduce bien ex situ es aún un reto a superar,

que sólo ha tenido éxito en unas pocas especies

alrededor del mundo, como el ferreret (Alytes

muletensis) en Mallorca (Griffiths et al. 2008);

o el sapito Pseudophryne pengilleyi en Australia

(McFadden et al. 2016).

Comunicación

Solo se conocen los cantos de unas pocas especies

de Atelopus. Cocroft et al. (1990) describen

llamadas de A. cruciger, A. minutulus, A. nicefori, A.

senex, A. varius y A. zeteki; el canto de A. “varius”

grabado por Martha Crump proviene de Río

Lagarto en Monteverde, de donde se sabe ahora

que las poblaciones no representan a A. varius,

sino a una especie no descrita relacionada con A.

senex. El único canto descrito de A. varius en mi

conocimiento es aquél ofrecido por Starret (1967)

de la carretera entre San Isidro de El General y

Dominical, a 880 m, que debería corresponder a la

población A (Barrio-Amorós y col. 2021, y artículo

en esta revista). Lotters et al. (2019) describen los

cantos de Atelopus carbonerensis, A. mucubajiensis y

A. tamaense, aun suponiendo que se encuentran

ya extinguidos. Jaslow (1979) describió el canto de

A. chiriquiensis de Panamá, Sexton (1958) el de A.

cruciger del Parque Nacional Henri Pittier; Lescure

(1981) los de A. spumarius, A. flavescens, A. franciscus,

A. barbotini y A. hoogmoedi de la Guayana Francesa.

Pero, ¿cómo escuchan las hembras Atelopus y otros

machos los llamados, si carecen de oído medio

y externo en su sistema auditivo (McDiarmid

1971)? Está bien establecido que los Atelopus son

anuros diurnos, por lo que su actividad es muy

visual. Las llamadas quizás no estén destinadas

exclusivamente a atraer hembras, sino más

probablemente a delimitar territorios. Una vez que

un macho visualiza a otro, se acerca rápidamente

y se realizan señales visuales como agitar la mano

para establecer el territorio. Si el macho invasor

no se retira a tiempo, el dueño del territorio

procederá a atacarlo, en una especie de lucha libre,

hasta que el invasor huya o gane y se establezca en

el nuevo territorio. Un macho cuando encuentra

una hembra, casi inmediatamente se montará en

ella (usualmente son 1/3 más pequeños) y allí se

quedará guardándola hasta que ella decida poner

sus huevos, lo que puede tardar meses. El macho,

hasta que no complete su función, ni se moverá de

su amplexo. Se han registrado amplexos de hasta 3

meses en Atelopus carbonerensis.

68


¿Crípticos o aposemáticos?

Al ver fotos de diferentes especies de Atelopus, está

claro que la mayoría son sapos coloridos. Muchos

tienen rojo brillante, naranja, amarillo o rosa, con

fondo negro, lisos, manchados, rayados o con

reticulaciones, mostrando una coloración similar

a la de las ranas joya de la familia Dendrobatidae.

También es bien sabido que la mayoría de los Atelopus

tienen componentes tóxicos (tetradotoxina,

chiriquitotoxina, zetekitoxina, atelopodtoxina, etc.;

Pearson y Tarvin 2022) que pueden ser bastante

potentes. En A. zeteki, probablemente la más

aposemática y tóxica de todas las especies, la medida

MU/sapo puede ser de hasta 1200 unidades (una

medida estándar para establecer cuántos ratones

se puede matar con el veneno de un solo sapo)

(Yotsu-Yamashita et al. 2004).

Otros, sin embargo, son de color verde o amarillento

con negro y parecen bastante crípticos. Varias

veces me resultó difícil encontrar individuos de A.

pulcher, A. laetissimus, A mindoensis, A. aff. nepiozomus

(Foto 19) y algunos morfos de A. varius, incluidos

los metamorfos, que son sorprendentemente

crípticos. Mi predicción es que algunas especies

pueden ser aposemáticas o crípticas según sus

propias preferencias. Por ejemplo, Atelopus varius

de morfo A, negro y amarillo (Barrio-Amorós

et al. 2021) es más aposemático y suele pararse

sobre rocas expuestas, mientras que los morfos B

y C (tricolor, negro, amarillo y rojo o naranja) son

mucho más crípticos, por lo general fusionando sus

patrones con líquenes y musgo. Probablemente los

Atelopus más visibles sean los amarillos (A. zeteki y A.

epikeisthos, por ejemplo). Se sugiere que las toxinas

podrían tener funciones adicionales no relacionadas

con la defensa contra depredadores, incluida la

comunicación, la defensa contra patógenos y la

regulación fisiológica (Pearson y Tarvin 2022).

Amenazas

De las amenazas que históricamente se han

mencionado como posibles para el género (La

Marca y Reinthaler 1991; Barrio-Amorós1996, 2003;

este número) algunas se han determinado como

realmente a tener en cuenta, mientras que otras sólo

han sido correctas en determinados casos locales.

Destrucción de hábitat

Este es sin duda uno de los problemas más graves

que afrontan no sólo los Atelopus, sino toda la

vida en este planeta. La expansión incontrolada

y desmesurada de Homo sapiens deja sin hábitat

adecuado a miles, sino millones de especies, que

tienen que adaptarse al poco espacio que se les

deja, o simplemente se extinguen. En el caso de

Atelopus, esto afecta a muchas especies, entre ellas

a A. vogli en Venezuela (la única especie de Atelopus

considerada extinguida por esta causa), donde la

localidad tipo, la Hacienda La Trinidad en Maracay,

fue completamente “devorada” por la ciudad en

expansión; A. tricolor en Bolivia, A. seminiferus en

Perú, A. sorianoi en Venezuela, A. farci en Colombia,

A. balios, A. nanay, A. ignescens en Ecuador, etc…

La destrucción de hábitat es normalmente asociada

a actividad humana, pero también hay eventos

naturales que pueden acabar con zonas específicas

y especies enteras. Muchas especies de Atelopus

habitan solo arroyos y ríos caudalosos que sufren

inundaciones repentinas durante la temporada

de lluvias. Una de las situaciones más temidas es

cuando un río crece de repente debido a fuertes

lluvias o a la ausencia de bosques naturales que

asienten el suelo, llevándose todo a su paso. Estas

“cabezas de agua” (o tsunamis de río) son cada

vez más comunes debido al cambio climático y

la deforestación. Algunas poblaciones de Atelopus

(A. seminiferus en Perú, A. sorianoi en Venezuela o

algunas A. varius en Costa Rica) están totalmente

aisladas y rodeadas de campos de cultivo y pastos,

lo que reduce la fortaleza natural del bosque para

contener grandes cantidades de agua de lluvia

en unas pocas horas. Los toboganes de lodo en

laderas empinadas arrastran no solo suelo sino

también enormes árboles y modifican el terreno,

causando evidente destrucción a nivel local. Es

curioso, por no decir alarmante, que estas especies

hayan evolucionado para sobrevivir en lugares tan

riesgosos. ¿Cómo estos pequeños sapos pueden

sobrevivir a inundaciones repentinas que pueden

arrastrarlos una gran distancia río abajo? Una especie

microendémica de la Venezuela andina, A. sorianoi,

solo se conocía en un par de arroyos. Después de una

inundación desastrosa, no se vieron sobrevivientes

de esa especie, incluso antes de que la pandemia

zoonótica de Bd azotara el área. Estas inundaciones

69


Foto 18: Atelopus wampukrum con heridas. Foto: César Barrio-Amorós.

desastrosas son realmente terroríficas y pueden

acabar con toda la fauna asociada a la quebrada en

segundos. Sin embargo, hemos comprobado cómo

A. varius es capaz de dejarse caer a la corriente para

escapar amenazas, haciéndose una bolita y resurgir

metros más abajo, tras haber sido arrastrados por el

agua. Este mecanismo de defensa puede ayudarles

a sobrevivir en casos de crecidas repentinas. No

sabemos, por otro lado, si de alguna manera son

capaces de presentir cuando el riachuelo donde

habitan va a crecer de forma significativa (tal vez a

través de la presión atmosférica).

Crump (1986) demostró la capacidad de A. “varius”

para volver a casa después de haber sido extirpados

manualmente en un experimento. Después de

crecidas repentinas y un posible desplazamiento de

su territorio original, estos sapos tienen la capacidad

de sobrevivir a la conmoción del golpe de agua y

regresar a casa en unos pocos días como máximo.

Por lo tanto, de manera natural las poblaciones

afectadas por crecidas en su hábitat, deben ser

capaces de regresar a sus territorios originales y

proseguir con su vida.

Polución

Muy relacionada con el punto anterior, otro de los

efectos negativos que aflige a las poblaciones de

cualquier ser viviente, muy especialmente aquellos

que son microendémicos, es la contaminación

acarreada por el ser humano, que usa contaminantes

químicos como herbicidas, pesticidas, etc. aplicados

a sus cultivos, sin tener el menor cuidado para con

los seres que habitan la región, y que usualmente

alcanzan las aguas usadas por anfibios y otros seres

por escorrentía.

Enfermedades

Está claro que lo que más ha afectado a los anfibios,

aparte de la destrucción de su hábitat, en las últimas

décadas, es la zoonosis causada por el hongo quitridio

Batrachochytrium dendrobatidis. Ésta no ha afectado a

todos los anfibios de la misma manera, por ejemplo,

algunos pueden ser portadores pero asintomáticos,

otros inmunes, y otros sí son directamente

afectados de diversas maneras. Esta quitridiomicosis

causa normalmente inmunodepresión (y por

70


tanto mayor exposición a patógenos) y puede

inhibir la proliferación de linfocitos provocando su

muerte celular; sería también capaz de alterar la

regulación de ciertos genes necesarios para el buen

funcionamiento del sistema inmune adquirido. En

la práctica, esto se traduce en que el organismo es

más proclive a padecer enfermedades que podrían

ser normalmente controladas por el sistema

inmune. Los renacuajos suelen perder la queratina

de las líneas dentales en el disco oral, mientras

que los adultos pueden padecer lesiones dérmicas

evidentes y una imposibilidad de respirar por la piel.

Es importante entender que el hongo quítrido

puede estar presente en hábitats prístinos, afectado

o no a sus huéspedes anfibios. No está claro aún

de dónde procede la misma, aunque se ha sugerido

que el humano en sus movilizaciones además de

otros seres (como aves acuáticas migratorias)

han sido protagonistas involuntarios de transmitir

las zooesporas del hongo a través del mundo. En

Venezuela, se presume que muchas de las especies

andinas que desaparecieron, pudieron hacerlo

como resultado de visitas de herpetólogos que

en aquella época no practicaban protocolos de

bioseguridad. Actualmente, es raro el lugar sobre el

planeta donde no se haya detectado algún hongo

quitridio afectando poblaciones de anfibios.

Las especies de anfibios sensibles a la enfermedad

presentes en zonas de montaña, tanto en regiones

templadas como tropicales, y asociadas de alguna

manera a masas de agua permanentes, han visto sus

poblaciones esquilmadas y reducidas drásticamente.

Esto es así, puesto que la intensidad de la infección y la

prevalencia del hongo son mayores en zonas elevadas.

Un estudio publicado en 2019 eleva a 501 el número

de especies de anfibios afectadas, de las cuales han

desaparecido 90 y muchas de las restantes han perdido

hasta el 90 % de sus poblaciones (Criado 2019).

No obstante, hay que recalcar que, aunque Bd haya

sido y siga siendo el patógeno más peligroso para

la supervivencia de poblaciones y especies enteras

de anfibios, hay muchas otras enfermedades que

deben ser estudiadas, otros hongos, bacterias y

virus que pueden afectar y provocar mortalidad

masiva, por lo que debemos estar preparados.

Visitas incontroladas y tráfico

Actualmente, el saber que existen poblaciones

remanentes de especies de Atelopus, atrae al

turismo herpetológico controlado o incontrolado,

pero también a una actividad mucho más dañina, el

tráfico ilegal de especies. Mientras que el turismo

no debería constituir per se una amenaza, ya que

los visitantes deberían ser personas conscientes

del peligro en que se encuentran sus motivos de

interés, la realidad es otra. Mucho visitante hará lo

que sea para lograr su foto perfecta, aunque eso

signifique molestar a los animales de todas las

maneras posibles. Manejos indebidos y el no uso de

protocolos de bioseguridad pueden simplemente

acabar con estas poblaciones, que probablemente

han sufrido mucho en el pasado reciente y están

apenas empezando a recolonizar y resurgir. Lo que

menos necesitan son turistas que los molesten.

Sólo investigadores certificados y con permisos

de las autoridades locales deberían poder acceder

a dichos lugares para monitorear las poblaciones.

Esto está empezando a ocurrir con A. varius en

Costa Rica, A. seminiferus y A. pulcher en Perú, A.

“wampukrum” en Ecuador, etc.

Pero el verdadero peligro lo representan

recolectores sin escrúpulos que pueden acceder (a

veces mediante tours de guías inconscientes) al lugar

y regresar tiempo después a llevarse un número

significativo de ejemplares, que directamente puede

afectar a la población en recuperación, tanto como

para reducir su capacidad de reclutamiento y por

ende, destinarla a la extinción.

¿Nocturnidad?

La especie colombiana Atelopus nocturnus Bravo-

Valencia & Rivera-Correa (2011) fue descrita

pensando que podría ser el primer Atelopus

con comportamiento nocturno. Sin embargo, la

descripción original no da detalles sobre su historia

natural. Juan Forero (com. pers.) encontró un individuo

inactivo durante la noche, en posición de reposo.

Después de un par de minutos de iluminarlo con una

linterna, se despertó. Este mismo comportamiento

ha sido observado en varios individuos de Atelopus

varius de la población C2, que al ser iluminados con

linternas frontales inmediatamente despertaron y

71


comenzaron a escapar. Uno simplemente recorrió

toda la longitud de la hoja, mientras que el otro trató

de escapar trepando un árbol hasta 4 m. Quizás

algunas especies y/o poblaciones de Atelopus son

más fotosensibles durante la noche que otras. Al ver

A. varius en las poblaciones A, B2, B3 (ver artículo

sobre A. varius en esta misma revista) y en Santa Fe,

Panamá, nunca escaparon; algunos podrían moverse

un poco. El Atelopus mindoensis juvenil redescubierto

en Mindo, Ecuador (Barrio-Amorós et al. 2020)

permaneció por un tiempo en su posición original

mientras se iluminaba. Solo después de varios minutos

comenzó a alejarse lentamente. Gómez-Hoyos et

al. (2018) informó una observación anecdótica de

un individuo de A. varius en la población B1 que se

movía lentamente y comía hormigas por la noche.

Los sapos del género Atelopus son diurnos, aunque

durante determinadas ocasiones, pueden mantenerse

activos durante periodos nocturnos. Al relatar esta

observación, Gómez-Hoyos no menciona el sustrato,

el tiempo, la fase de la luna (sin embargo, el 14 de julio

de 2016 la luna era creciente, con solo el 9 % de la

luz de la luna presente) o, lo que es más importante,

cómo respondió el animal a la luz artificial cuando

fue sorprendido. En la población C2, como se ha

indicado, hemos visto sapos que se despiertan muy

rápidamente cuando son apuntados por un rayo

de luz, se activan, luego escapan lentamente, pero

incluso deteniéndose para atrapar y consumir presas

pequeñas, pero la fase lunar en una de esas ocasiones

(2 de mayo de 2020) era una gibosa creciente, con

un 75,2% de luz de luna, esta última en particular

posiblemente predisponiendo a los animales diurnos

a despertar, escapar e incluso alimentarse usando

la luz lunar ambiental. Rueda-Solano y Warkentin

(2016) aportan pruebas aparentes de cómo Atelopus

laetissimus se alimenta de noche.

¿Son efectivos los protocolos de

bioseguridad?

Hoy en día los protocolos de bioseguridad para las

partidas de campo exigen un minucioso lavado con

cloro u otros desinfectantes de las botas de hule y

otros materiales que se introduzcan en los hábitats

de anfibios amenazados (Lobos et al. 2013). Es muy

recomendable que las personas que manipulan

anfibios utilicen guantes de nitrilo y no directamente

con las manos, evitando cualquier tipo de infección

por hongos o bacterias. (Lobos et al. 2013).

72


Foto 19: Atelopus sp. Críptico. Foto: César Barrio-Amorós.

73


Pero existe una gran preocupación en el sentido de

que esos bien establecidos bioprotocolos podrían

tener ningún efecto. Solo en el caso de que cada

persona que ingrese a una población de una especie

en peligro de extinción los siga estrictamente podría

funcionar. Pero si en algún lugar están entrando

personas siguiendo protocolos y otros (campesinos,

cazadores, turistas) no los siguen por muchas razones

(no les importa, no saben, etc), entonces todo el

cuidado que tienen quienes los usan desaparece y la

población está en peligro por una sola persona que

no sigue las reglas. Entonces, ¿merece la pena seguir

practicándolos? ¿O simplemente abandonamos

la práctica aduciendo que cualquier otra persona

puede destruir fácilmente lo que hemos venido

cuidando respetuosamente?

Está claro que dependiendo de las actividades

que se realicen, algunas amenazas son mucho más

probables si no se siguen los protocolos. Por ejemplo,

en caso de capturar animales para proyectos ex situ,

translocar, y especialmente, liberar, sólo personas

siguiendo estrictamente los protocolos pueden

llevarlas a cabo. Pero, por otro lado, la crítica más

común es la cantidad de basura que genera el uso de

químicos y guantes de nitrilo o látex. Basura por otra

parte, difícil de erradicar. Hay maneras de eliminar

este tipo de basura, por ejemplo, introduciendo

los guantes usados en botellas de plástico y usarlas

como material de construcción o reciclado.

Al final, aplicar correctamente los bioprotocolos

disminuye las posibilidades de que entre algún

patógeno a la población, así que sí, sigamos

haciéndolo, aunque veamos que otras personas no

siguen ni se preocupan.

Agradecimientos

Sería infinita la lista de personas que en algún

momento han contribuido, más o menos, a

ayudarme a hallar, fotografiar o estudiar estos

fascinantes seres, tanto en Venezuela como en

Costa Rica, Perú, Colombia y Ecuador. Ellos saben

quiénes son, aunque muchos han sido mencionados

directamente en el texto. No es el objetivo aquí

crear una lista interminable, pero saben que sin

ellos no hubiera sido posible. Muchos de ellos los

conservo como amistades y colegas en la actualidad.

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75


Páramo del Tambor, estado Mérida. Hábitat de Atelopus

carbonerensis. Foto: Alberto Blanco Dávila.

76


De la Extinción a la Resurrección:

el caso del sapito amarillo de La

Carbonera, Atelopus carbonerensis

César L. Barrio-Amorós 1,2 , Denis Alexander Torres 1 y Fernando Dugarte 1

1

Fundación AndígenA. Mérida, Venezuela

2

CRWild, Uvita, Puntarenas, Costa Rica (dirección actual): cbarrioamoros@crwild.com

77


Foto 2: Ubicación del Área de Estudio en el estado Mérida. La investigación se concentró en los dos círculos destacados, donde

mediante entrevistas los pobladores habían avistado a la ranita amarilla en tiempos recientes (entre 1997-2004).

78


Durante los años 90 se notó una aparente

declinación en las poblaciones naturales de

anfibios en diferentes regiones del planeta. Esta

crisis advirtió a los herpetólogos en Venezuela

para activar la búsqueda de aquellas especies que

pudieran reforzar la percepción sobre el fenómeno

global detectado.

Tras haber transcurrido casi tres décadas el

fenómeno de la declinación global de los anfibios

sigue siendo un rompecabezas. En Venezuela las

especies que han sido mejor documentadas son las

pertenecientes al género Atelopus, unos pequeños

sapitos arlequines de coloraciones llamativas,

representados en el país por 10 especies de las

cuales 8 son exclusivas de la Cordillera de Mérida y el

Macizo de El Tamá. La declinación y desaparición de

los sapitos Atelopus es común en América tropical,

desde Costa Rica hasta Bolivia. De casi una centena

de especies, sólo unas pocas se hallan fuera de la

categoría de En Peligro Crítico según los criterios de

la Unión Internacional para la Conservación de la

Naturaleza (UICN).

En Venezuela, los investigadores Enrique La Marca

& Hans-Peter Reinthaler (1991) señalaron algunas

posibles causas para explicar la desaparición de

los Atelopus en la región andina del país, entre las

cuales destacan: 1) la destrucción y contaminación

de arroyos en hábitats naturales; 2) la introducción

de especies exóticas para el aprovechamiento de

madera, en particular coníferas que producen erosión

del suelo, y truchas (género Salmo y Onchorhynchus)

para la pesca, que depredan renacuajos y huevos

de anfibios nativos; 3) la deforestación que provoca

inundaciones anormales; 4) recolección excesiva de

individuos con fines científicos; 5) muertes causadas

por atropellos y 6) cambio climático. Sin embargo,

ninguna de estas causas ha sido confirmada como

la causa real del misterioso declive.

Históricamente, algunos investigadores podrían

haber diezmado poblaciones locales de anfibios

mediante la colecta excesiva de individuos. En este

sentido, Dole & Durant (1974), Durant & Dole

(1974) y Rivero (1974) reportaron cientos de

especímenes de Atelopus recolectados o vistos en

tan solo unas pocas horas durante sus trabajos de

campo. Esta apreciación se puede verificar en las

colecciones herpetológicas de todos los Museos de

Historia Natural de Venezuela y de otros países. De

esta forma, dos especies fueron particularmente

afectadas: Atelopus carbonerensis de Los Andes y A.

cruciger de la Cordillera de La Costa.

Amplias extensiones de hábitat permanecen en

buenas condiciones naturales en las montañas

andinas de Venezuela, sin causas aparentes que

pudieran afectar a las poblaciones de anfibios, pero de

todos modos muchas especies han desaparecido o

declinado de manera patente. Hasta el momento no

ha sido posible comprobar las causas que explicarían

el declive de los sapitos Atelopus en el país; toda la

información disponible es especulativa sin una fuerte

justificación basada en evidencias científicas.

De las 8 especies de Atelopus andinas en Venezuela la

última en ser registrada visualmente con un soporte

fotográfico y audiovisual fue el sapito arlequín

de Mucubají (A. mucubajiensis) en el año 2004. El

ejemplar era una hembra cuya piel estaba infectada

por el hongo Batrachochytrium dendrobatidis (Lampo

et al. 2007) y algunas heridas cutáneas importantes

en cabeza y dorso; Foto 1 del artículo anterior).

Este ejemplar colectado y estudiado murió al poco

tiempo de su detección, con lo que se convirtió en

el último ejemplar de su especie (Lampo et al. 2007).

En el año 1999 se conformó la Fundación

AndígenA (www.andigena.org), una Organización

No Gubernamental con base en la ciudad de

Mérida, avocada a la conservación ambiental. Entre

las líneas de acción de esta organización destacaba

el “Proyecto Atelopus”, enfocado en documentar

el estado de conservación de las poblaciones de

los sapitos arlequines en los Andes Venezolanos al

tiempo de fomentar su protección a través de la

educación ambiental y la participación comunitaria.

La especie focal de esta iniciativa fue el sapito

arlequín amarillo de La Carbonera (Atelopus

carbonerensis), conocida locamente como “ranita

amarilla de La Carbonera”.

Entre los años 2002 y 2010, con apoyo financiero

de varias organizaciones internacionales el

Proyecto Atelopus llevó a cabo un trabajo de

campo intensivo que permitió detectar los últimos

lugares de avistamientos de estos sapitos a través

de entrevistas a lugareños. Así mismo, se realizó

la única campaña de divulgación enfocada en esta

79


especie en el país, atendiendo especialmente el área

de distribución natural del sapito y zonas aledañas.

Como parte de una estrategia de diseminación de

saberes, en el año 2004 el Proyecto Atelopus celebró

en la ciudad de Mérida un taller para compartir

información sobre el fenómeno de la declinación

del género Atelopus en el país al tiempo de motivar

la participación de entidades gubernamentales y

privadas, con las cuales se establecieron alianzas

estratégicas y apoyos de divulgación a través de los

medios de comunicación regionales.

Área de estudio

El Proyecto Atelopus se llevó a cabo en el estado

Mérida, tramo central de la Cordillera Andina

en Venezuela. El trabajo de campo se realizó

en La Carbonera” (8º 40’ N; 71º 30’ O) y sus

alrededores, caracterizada por poseer importantes

fragmentos de bosques nublados y páramos donde

la Universidad de los Andes mantiene la Reserva

Forestal Bosque de San Eusebio con una estación

de investigación de campo y donde también está

situada la Estancia La Bravera, un importante centro

para el fomento del ecoturismo con quienes fue

establecido un convenio de cooperación. La

Carbonera, San Eusebio y áreas circundantes

son la única zona conocida como hábitat de A.

carbonerensis. La zona se encuentra a unos 40 km al

noreste de la ciudad de Mérida con acceso a través

de una vía pavimentada que conduce al poblado

de La Azulita. El paisaje está dominado por un

agroecosistema integrado por bosques nublados,

áreas agropecuarias y páramos, donde aún es

posible encontrar una rica biodiversidad a pesar de

un gran proceso de fragmentación presente en la

región. Solo una pequeña parte del hábitat de A.

carbonerensis está protegida por el Parque Nacional

Sierra de La Culata.

Las temperaturas tienen una media anual de 15,6

ºC y las precipitaciones una media de 1504,17 mm.

Una “estación seca” está presente de diciembre

a mayo, mientras que la “estación húmeda” va de

junio a noviembre.

Es posible encontrar una serie de asentamientos

humanos en la región, como “La Carbonera”, “El

Suárez”, “San Eusebio”, “El Chorotal” y “San Benito”.

En estos lugares llevamos a cabo las entrevistas con

los pobladores locales, así como presentaciones

educativas públicas y la distribución de los materiales

informativos.

Todas las quebradas en el hábitat adecuado

exploradas tuvieron un rango de 4 a 7 pH.

Campaña de sensibilización

La experiencia acumulada por la Fundación

AndígenA en materia de Educación Ambiental nos

permitió identificar a la producción de un afiche

como material base para promover la conservación

del sapito arlequín de La Carbonera. Este material

debía destacar el fenómeno de declive de los

anfibios refiriéndose al caso local de Atelopus

carbonerensis.

Los afiches o posters suelen ser una de las

herramientas más llamativas para promover un

interés público hacia la conservación ambiental en

las zonas rurales, donde los medios de comunicación

son limitados. Estos materiales impactan visualmente

y captan la atención del público, especialmente del

infantil, y los costos de producción no son tan altos

como otras herramientas de comunicación.

Pero, ¿cómo proyectar un tema de conservación

enfocado en un sapo que no es a priori tan atractivo,

en un objetivo bastante interesante para un afiche?

Las ranas no se encuentran entre los animales

favoritos de la gente, ni siquiera de los más jóvenes.

Por lo general, la gente suele preferir animales más

carismáticos y de gran belleza como por ejemplo

los mamíferos carnívoros (felinos, lobos, osos), las

aves, cetáceos, elefantes, águilas, entre otros. Por

esta razón, buscamos la asesoría y asistencia de dos

talentosos ilustradores de la vida silvestre: Gabriel

Ugueto en Miami (EE. UU.) y Roger Manrique en

Mérida (Venezuela) y dos diseñadores gráficos:

Shaktimar Sánchez y Luis Márquez, con quienes en

conjunto desarrollamos un atractivo afiche para el

proyecto (Fig 3).

Se imprimieron mil (1.000) ejemplares y su

distribución se logró a través de una serie de

alianzas establecidas con varias organizaciones

ambientales regionales y empresas privadas, las

80


Foto 3: Afiche producido por la Fundación AndígenA para la campaña educativa del Proyecto Atelopus.

81


Foto 4

cuales entregaron los afiches sin costo alguno para

el proyecto. En retribución a su participación en

la campaña se destacó siempre el agradecimiento

público en los medios de comunicación.

Así mismo, se invitó a las organizaciones aliadas a

utilizar los afiches en el contexto de programas de

conservación más amplios los cuales incluían el tema

del cambio climático, extinción de especies, etc. Se

puso especial énfasis en distribuir el material como

parte de los programas de educación ambiental en

áreas rurales (colegios, tiendas de víveres, etc.) y en

usarlos para promover la conservación de anfibios

entre las agencias ambientales gubernamentales.

Un componente integral de la expansión del

proyecto fue el intercambio constante con los

medios de comunicación. De esta forma, se

establecieron contactos con reporteros de varios

medios de comunicación, periódicos, estaciones de

radio y televisión.

Foto 4. Jeison (†), el muchacho que halló el último ejemplar

vivo de Atelopus mucubajiensis, gracias al afiche y la campaña

de sensibilización propugnada por la Fundación AndígenA.

Foto: César Barrio Amorós.

Amenazas

Tras ver el estado de conservación del hábitat

de Atelopus carbonerensis (hasta 2010), podemos

valorar algunas hipótesis con una opinión mucho

más certera sobre las posibles causas de amenaza.

Pérdida de hábitat y muertes en las carreteras

De todo el hábitat conocido y potencial de A.

carbonerensis visitado, nos dimos cuenta de que

quizás un 15% ha sido destruido en el pasado

reciente (últimas 3 décadas). El efecto más agresivo

ha sido el asfaltado de la mayoría de las antiguas vías

de tierra, que en opinión de todos los entrevistados

fue el principal factor de muerte de Atelopus en los

primeros años. Así que el atropellamiento en este

caso ha tenido un impacto terrible en la declinación

poblacional de la especie, aniquilando una cantidad

82


considerable de individuos durante unos pocos

años, hasta volverse realmente rara. Los arroyos más

conocidos (los atravesados ​por la carretera) fueron

los primeros en ver desaparecer la especie. Durante

esos primeros años (digamos los años 80s), la gente

todavía veía frecuentemente (y en abundancia) a los

sapitos arlequines en el bosque nublado, a lo largo

de caminos y arroyos.

La deforestación para la siembra de pastizales

para la cría de ganado bovino claramente también

afectó a algunas poblaciones de sapitos, aunque

siempre estas poblaciones tuvieron la posibilidad

de desplazarse entre los arroyos que unían los

fragmentos de bosques.

Contaminantes químicos

Por supuesto, y también constatado por los

habitantes locales, el efecto más directo sobre las

poblaciones de Atelopus carbonerensis debió ser la

contaminación de su hábitat por el uso excesivo

de agroquímicos, especialmente los que vertían

a los arroyos. Según algunos entrevistados, en los

últimos años se habían usado muchos agroquímicos,

entre ellos los insecticidas: Vydate (para el ajo),

Curazin (para papas), Marshal, Karate Zeon,

Champion, Lannate; los herbicidas: Baron, Roundup,

Ally, Glifosan, Tordon, Gramoxone, Tornado y el

fungicida/bactericida WP Folicur y el nutriente foliar

Tricel, entre otros.

La fumigación intensiva en campos de cultivo de ajo,

maíz, papa y flores con todos estos agroquímicos

seguramente ha afectado la composición natural

de los suelos y el agua circundante. Durante los

muestreos de campo no vimos ni escuchamos

ninguna otra especie de anfibio en esos arroyos a lo

largo de transectos donde habitaba A. carbonerensis.

La mayoría de los agroquímicos deben permanecer

en el suelo y el agua durante muchos años, matando

infusorios y algas que probablemente alimentan los

renacuajos de A. carbonerensis.

Inundaciones repentinas

Vimos los efectos de algunas inundaciones repentinas

en los arroyos. En cuestión de medio minuto, un

riachuelo tranquilo y cristalino puede convertirse

en un furioso torrente de lodo, trayendo a su paso

troncos y piedras. Por supuesto, todos los animales

de movilidad lenta que estaban cerca de la corriente,

mueren al no tener la capacidad de desplazarse.

Estas inundaciones repentinas son comunes en la

temporada de lluvias, cuando A. carbonerensis se

está reproduciendo. Sin embargo, ésta siempre ha

sido una dinámica bioclimática en los ambientes de

montaña. Los animales que se encuentran en estos

hábitats deben estar preparados para sobrevivir

frente a tales eventos. Si no, ¡no sería posible

entender la evolución! Cabe destacar que, hemos

observado en algunas ocasiones a Atelopus varius

en Costa Rica, dejarse caer al agua corriente y

dejarse arrastrar haciéndose una bola para escapar

de amenazas (Barrio-Amorós et al. 2021) y estamos

seguros que los sapitos amarillos pueden sobrevivir

igualmente ante un peligro de esta índole.

También se ha mencionado el calentamiento global,

pero no hay forma de evaluar el efecto concreto en

el caso de A. carbonerensis.

Enfermedades

Esta es actualmente la hipótesis más popular

para explicar las disminuciones repentinas y las

extinciones locales de los anfibios (Young et

al 2004). El hongo quítridio Batrachochytrium

dendrobatidis se ha localizado en muchas especies

de Atelopus, así como en otros anfibios. El hongo

ataca las partes queratinizadas de la piel de los

individuos adultos, supuestamente afectando la

respiración dérmica y la osmorregulación. Aunque

no se conoce el mecanismo exacto de cómo afecta

al anfibio, lo cierto es que cuando se infecta, el sapo

muere rápidamente, en cuestión de días o, como

máximo, semanas. El quítrido se ha encontrado en

esta especie (M. Lampo, com. pers.), pero todavía

los resultados no han sido publicados formalmente.

Introducción de especies

Sólo una especie exótica animal ha sido introducida

en el hogar natural de A. carbonerensis; se trata de la

rana toro norteamericana (Lithobates catesbeianus).

Esta fue introducida durante los años 90 (Barrio-

Amorós 2001) y desde entonces, la especie ha

extendido su población, llegando a lagunas y

cualquier cuerpo de agua pequeño en el entorno

de La Carbonera. Pero la rana toro no se encuentra

83


Foto 5

en arroyos o dentro del bosque nublado, donde

vive Atelopus carbonerensis.

No obstante, durante los meses de lluvia, la

propagación de la rana toro es evidente, ya que

las crías deben abandonar los estanques donde los

adultos actúan como depredadores. Allí terminan

con todo tipo de vida animal, desde peces hasta

invertebrados, pasando por otras ranas nativas

(Dendropsophus meridensis) e incluso pequeños

mamíferos y reptiles. Sin embargo, se pone en duda

algún evento directo de depredación, debido a la

alta toxicidad de Atelopus. Hanselmann et al (2004),

muestran que la rana toro está altamente infectada

por Batrachochytrium dendrobatidis, aunque no

sufren ninguna patología.

Conclusiones hasta 2010

Existe una fuerte evidencia sobre el dramático

declive de Atelopus carbonerensis. Esto se puede

demostrar con los datos reportados y sustentados

aquí, y la información anecdótica que indica que

antiguamente (antes de los 90´s) la especie era

Foto. 5. Atelopus carbonerensis avistado y fotografiado en

agosto de 1998. Foto: Carlos Dávila.

abundante. El alto esfuerzo de búsqueda infructuosa

(alrededor de 2560 horas/hombre entre 2002

y 2010) indica claramente que la especie (antes

avistada en minutos en condiciones apropiadas) ha

sufrido una severa declinación o incluso extinción

en las localidades investigadas.

Los especímenes de museo en CVULA (Colección

de Vertebrados Universidad de los Andes, Mérida)

se refieren hasta junio de 1987. Las referencias

publicadas indican que la especie era abundante

por lo menos hasta principios de los años

noventa. La última observación directa sustentada

fotográficamente fue en agosto de 1998 por Carlos

Dávila (Torres y Barrio 2001)(Fig. 5). Desde entonces

la ausencia de registros posteriores sugería que A.

carbonerensis había desaparecido aparentemente

(Barrio-Amorós 2005), aunque afortunadamente

nunca fue declararada extinta oficialmente por la

UICN… hasta que ¡Lázaro resucitó!

84


Foto 6

Foto 6. A. Individuo observado en el año 2014. B. Amplexo

visto en el año 2021. Fotos: Fernando Dugarte.

Resurrección de Lázaro. Supervivencia

de Atelopus carbonerensis en 2014 y 2021

Por diferentes motivos, el Proyecto Atelopus de

la Fundación AndígenA terminó, pero muchos

contactos y lazos de amistad hechos durante el

trabajo de campo permanecieron, y el interés por

encontrar a la ranita amarilla se mantuvo vigente

entre algunos lugareños de La Carbonera. Fue

así como, la naturaleza premió el interés de uno

de nosotros, Fernando Dugarte, quien fungió

como guía local de campo del Proyecto, y tuvo la

fortuna de observar a un individuo de la evasiva

ranita amarilla el 23 de agosto de 2014 en un sitio

aledaño al Páramo el Tambor (Fig 6A). Este hecho

extraordinario ya de por sí pone en evidencia la

capacidad de resiliencia de esta especie, la cual había

logrado sobrevivir transcurridos 16 años desde

la última observación confirmada con evidencia

fotográfica (Torres y Barrio-Amorós 2001). Pero la

suerte volvió a sonreírle la perseverancia y Fernando

durante el año 2021 pudo encontrar esta vez una

pareja en amplexo en el mismo lugar (Fig 6B), lo que

indica que la especie ha logrado sobrevivir en este

páramo protegido por el parque nacional Sierra de

La Culata (Fig 7). No se proporciona la ubicación

exacta para asegurar la supervivencia de la especie.

Encontrar un amplexus da esperanza ya que es

posible que la pareja pueda reproducirse, aunque

no hay más detalles al respecto.

Discusión y recomendaciones

La ranita amarilla de La Carbonera es una especie

emblemática, endémica y muy amenazada de

extinción que merece mayor atención para

garantizar su supervivencia en el planeta. Es un

auténtico patrimonio natural de Venezuela y su

protección debería ser una prioridad. Mucha gente

aun desconoce la importancia de proteger a esta

criatura y por eso sería oportuno desarrollar un

programa de educación ambiental en el ámbito

local. Así mismo, sería recomendable fomentar

un seguimiento sobre el terreno para detectar

nuevos individuos, pero sin extraer alguno, que

pudiera servir de base para futuros programas de

restauración ecológica.

Se desconoce a ciencia cierta cómo ejemplares

de alguna especie de anfibio amenazada, criada en

cautiverio, podrían adaptarse a su medio natural

nuevamente, especialmente si en él está presente

Batrachochytrium dendrobatidis (Bd). Los únicos

experimentos realizados con Atelopus: A. limosus

(Estrada et al. 2022) y A. varius (Kuenemann 2022)

son poco determinantes, aunque ambos concluyen

que la microbiota dérmica de animales liberados

85


Figura 7

en el hábitat (el mesocosmos) se recupera en

aproximadamente un mes, el 15% se infectó con Bd

aunque de manera asintomática. Faltan estudios que

confirmen la factibilidad de liberaciones exitosas de

animales criados en cautiverio, en caso se iniciara un

proyecto de tales características.

Cada especie y entorno son diferentes y la

supervivencia respondería a muchas variables. Así,

no sería extraño que algunos intentos en ciertas

especies fueran exitosos (como el caso del Ferreret

–Alytes muletensis- en Mallorca, España; Griffiths et

al. 2008; o el del sapito Pseudophryne pengilleyi en

Australia; McFadden et al. 2016), mientras que otros

pudieran ser desastrosos (como el caso de Atelopus

limosus (M. Quiroz, com. pers.). Los animales criados

en cautiverio en ambientes aislados y estériles

no serían buenos candidatos a sobrevivir ante

la microbiota que les espera en el exterior, muy

particularmente si es un hongo patógeno y mortal

como Batrachochytrium dendrobatidis. A pesar

de esto Voyles et al. (2018) sugieren que algunas

poblaciones de especies de anfibios amenazados

muestran signos de recuperación. Por ello, no

Foto 7. Páramo el Tambor, hábitat de la población

superviviente de Atelopus carbonerensis. Foto: Denis Torres.

recomendamos hacer este tipo de experimento

(Kueneman et al. 2022) hasta no determinar

perfectamente la viabilidad de la manutención ex

situ y la posible reintroducción en su hábitat natural,

algo que aún no se ha logrado exitosamente con

ninguna especie del género Atelopus. Tampoco

está claro qué ocurriría si se trata de reforzar

poblaciones existentes con animales criados en

cautiverio, pues unos podrían afectar a los otros

de maneras insospechadas. Si se hubiera de realizar

una reintroducción lo mejor sería en una zona

donde se tiene conocimiento que existía la especie,

pero que ya no se ha avistado en mucho tiempo, sin

tratar de mezclar animales silvestres con animales

reintroducidos, al menos hasta que se vea que los

reintroducidos medran en libertad.

La población remanente del sapito arlequín de La

Carbonera debe ser monitoreada y el acceso al

lugar estrictamente regulado por las autoridades

locales. Si esta especie ha sobrevivido hasta ahora sin

86


ayuda del hombre, es muestra de su gran resiliencia

y una invitación para proteger su hábitat el cual

lamentablemente ha disminuido dramáticamente

en las últimas décadas.

Agradecimientos

Agradecemos profundamente la confianza y apoyo

ofrecido al Proyecto Atelopus por las siguientes

instituciones entre los años 2002 a 2010: IUCN/

SSC Declining Amphibian Populations Task Force

(DAPTF), IDEA Wild, Cleveland Metropark Zoo

y Cleveland Zoological Society. Nuestro especial

agradecimiento a la Estancia la Bravera, por medio

de su propietario Jorge Bravo, (QEPD), quien

siempre nos recibió de la manera más cariñosa y

estuvo dispuesto a colaborar con la conservación

de la fauna andina y en especial con la ranita amarilla.

Igualmente, nuestro reconocimiento a muchos

habitantes locales que se unieron a la búsqueda

de su ranita amarilla y siempre han mantenido el

interés por su conservación. En especial nuestro

agradecimiento a Ancelmo Dugarte. Gabriel Ugueto

y Roger Manrique quienes siempre apoyaron

y colaboraron con su maravillosa creatividad

artística. Erick Alí Romero fue parte fundamental

del proyecto y produjo la mayoría de los productos

cartográficos.

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limosus. Proceedings of the Royal Society B 289

20220586. https://doi.org/10.1098/rspb.2022.0586

87


88


Estado de conservación e historia

natural del sapito arlequín variable

Atelopus varius en Costa Rica

César L. Barrio-Amorós 1 , Gerardo Chaves 2 , and Robert Puschendorf 3

1

CRWild/Doc Frog Expeditions, Uvita, Puntarenas, Costa Rica (cbarrioamoros@crwild.com)

2

Centro de Investigaciones en Biodiversidad y Ecología Terrestre (Museo de Zoología),

Universidad de Costa Rica, San Pedro, Costa Rica

3

School of Biological and Marine Science, University of Plymouth, PL4 8AA, Devon, United Kingdom

Figura 1

89


Figura 2

De las 96 especies conocidas de anuros

neotropicales del género Atelopus (Frost 2022), una

búsqueda en la Lista Roja de Especies Amenazadas

de la UICN enumeró tres como extintas y 78 como

en peligro crítico o en peligro de extinción, lo que lo

convierte en el género de anuros más amenazado

en el Neotrópico (La Marca et al. 2005). De las

cuatro especies costarricenses del género (Savage

2002; Savage y Bolaños 2009; Köhler 2011), el

sapo arlequín de Chiriquí (A. chiriquiensis) y el sapo

arlequín anciano (A. senex) están catalogados como

extintos (EX), el sapo arlequín del Chirripó (A.

chirripoensis) de altitudes más altas está catalogado

como insuficientemente conocido (DD), y el sapo

arlequín variable (A. varius) de altitudes bajas a

medias, como en peligro crítico (CR) en la Lista

Roja de Especies Amenazadas de la UICN (UICN

2013, 2020a, 2020b, 2020c). Atelopus chirripoensis se

conoce a partir de un solo espécimen recolectado

en Fila Norte, cerca de Chirripó, Costa Rica en 1980,

y no ha sido visto desde entonces (Savage y Bolaños

2009). Sospechosamente se parece demasiado

a Atelopus ignescens de los Andes ecuatorianos, y

podría haber sucedido algún tipo de confusión en

Fig. I (Portadilla). Ejemplar de Atelopus varius del morfo B.

Fotografía de César Barrio-Amorós.

Fig. 2. Mapa de Costa Rica que muestra 166 localidades

históricas y ocho sobrevivientes donde se ha registrado

Atelopus varius. Para determinar la distribución histórica de

la especie, descargamos datos del GBIF (Global Biodiversity

Information Facility) y de la colección de herpetología del

Museo de Zoología de la Universidad de Costa Rica. Tres

morfos de color sobreviven en Costa Rica: el morfo A en la

vertiente suroeste de la Cordillera Brunca, el morfo B en la

parte más al suroeste del país y el morfo C en la vertiente

suroeste de la Cordillera Talamanca. Mapa generado por G.

Chaves; fotografías de César Barrio-Amorós.

los datos; lamentablemente su colector falleció hace

tiempo, por lo que no se puede asegurar. Atelopus

chiriquiensis está restringido a Costa Rica y el oeste

de Panamá, no se ha observado en Costa Rica

desde 1996 (Lips et al. 2010; Grupo de especialistas

en anfibios de la SSC de la UICN 2020b), y los

registros de Panamá datan de finales de la década de

90


1990 (Lewis et al. 2019). ). Atelopus senex, endémica

de Costa Rica, no se ha encontrado desde 1986

(Bolaños et al. 2008).

La especie de distribución más amplia, Atelopus

varius, se encontraba originalmente desde el

noroeste de Costa Rica cerca de la frontera con

Nicaragua hasta el oeste de Panamá (Savage 1972,

2002; UICN 2020c). En Costa Rica, fue un elemento

abundante de los bosques de tierras bajas y de

media altura a lo largo de las cordilleras del Pacífico

y las vertientes del Caribe desde los 16 hasta los

2000 m (Savage 1972, 2002). Se conocían más de

100 poblaciones de A. varius en Costa Rica (UICN

2020c), pero en la década de 1980 y principios de

la de 1990 las poblaciones comenzaron a disminuir

drásticamente, incluidas las de localidades conocidas

como Monteverde (Pounds y Crump 1994; El sapo

arlequín variable se convirtió en un símbolo de

estas disminuciones, que afectaron principalmente a

las especies que se reproducen en los ríos, incluidas

aquellas en hábitats prístinos y protegidos que se

han relacionado con el cambio climático (Pounds

et al. 1999), y que se atribuyeron en gran medida a

la aparición de la quitridiomicosis (Lips et al. 2006).

Para 1996, A. varius se consideraba extirpado en

Costa Rica (UICN 2020c).

Un rayo de esperanza ocurrió en 2004 cuando se

descubrió una población de A. varius en las tierras

bajas del Pacífico central en Fila Chonta, a unos 12

km al NE de Parrita, Puntarenas (Ryan et al. 2005).

Sin embargo, salidas de campo específicas realizadas

en 2005 no arrojaron poblaciones adicionales

(Ryan et al. 2005). Luego, en 2008, González-Maya

et al. (2013) reportaron el redescubrimiento de

una población reproductora de A. varius en una

propiedad privada en la Zona Protectora Las Tablas

cerca de San Vito de Coto Brus, Puntarenas, a una

altura de 1300 m. Curiosamente, estudios previos

realizados entre 2002 y 2004 en la misma área no

lograron detectar esta especie (Santos-Barrera et

al. 2008). Solano-Cascante et al. (2013) informaron

haber encontrado un solo individuo de A. varius

cerca de Buenos Aires, Puntarenas, a una altura

de 840 m, mientras que Barrio-Amorós y Abarca

(2016) reportaron una población sobreviviente

cerca de Uvita, Puntarenas, la cual se describe en

detalle más abajo. Por último, Jiménez-Monge et al.

(2019) realizaron un relevamiento preliminar en

otra población cercana a San Isidro del General,

Provincia de San José. Barrio-Amorós et al. (2021)

proveen el más actualizado estado de conocimiento

y conservación de la especie para Costa Rica. Esta

contribución es una versión de ese mismo trabajo

en castellano y con algunos datos actualizados.

Atelopus varius estuvo presente y abundante hasta

principios de los años ochenta en el Valle Central

y en otros que se extienden hacia el lado caribeño

del país (Savage 2002). La única información

detallada publicada sobre A. varius proviene de

Monteverde, donde su distribución y dinámica

poblacional fueron documentadas durante varios

años (Pounds y Crump 1987, 1994; Crump y

Pounds 1989), y la mayor parte de la información

sobre la especie ha sido extrapolada de esta única

población (Savage 2002).

Se registraron un total de 751 A. varius en un año

en un transecto de 200 m a lo largo del Río Lagarto

(Pounds y Crump 1987). Los números de A. varius

a lo largo del Río Lagarto parecían estables hasta

finales de la década de 1980; sin embargo, las salidas

realizadas entre 1990 y 1992 no detectaron un solo

sapo (Pounds y Crump 1994). Desde entonces, no

se han registrado más avistamientos de la especie

en las cercanías de Monteverde, quizás uno de los

sitios tropicales mejor estudiados en Costa Rica.

Sin embargo, recientemente se ha demostrado que

los sapos arlequín de Monteverde representan una

especie distinta y no descrita de Atelopus que está

más estrechamente relacionada con A. senex que

con A. varius (Ramírez et al. 2020; Fig 1).

Puschendorf (2003) registró el primer A. varius

infectado con el patógeno Batrachochytrium

dendrobatidis (= Bd) en San Ramón (Provincia de

Alajuela) en 1986, y el segundo en Rivas de Pérez

Zeledón (Provincia de San José) en 1992. Lips y

Papendick (2003) informan sobre un brote de Bd

en algunas áreas cercanas a poblaciones conocidas

de A. varius, que afectó a muchas otras especies de

anuros. En Panamá, Hertz et al. (2012) reportaron

el hallazgo de cuatro individuos en Cerro Negro,

Provincia de Veraguas; ninguno parecía estar enfermo,

y un examen histológico no encontró evidencia de

Bd. Posteriormente, Pérez et al. (2014) encontraron

que A. varius persistía en múltiples sitios en el oeste

de Panamá donde el Bd era enzoótico. Lewis et al.

91


Figura 3

(2019) presentaron información sobre poblaciones

cautivas de A. varius libres de Bd. Barrio-Amorós et

al. (2023) reportan los últimos avistamientos de la

especie en Panamá.

Aquí reportamos el estado actual de las

poblaciones existentes de Atelopus varius en Costa

Rica. Evaluamos los tamaños, condiciones, historia

natural y hábitat de cuatro poblaciones existentes

y comentamos sobre las otras cuatro. También

describimos y comparamos patrones de color

dorsal entre poblaciones existentes.

Métodos

Sitios de estudio. La población A (Fig. 2) está ubicada

en terrenos privados en el área general de Uvita de

Osa, provincia de Puntarenas, a una elevación entre

350 y 480 m en la Fila Brunqueña (Fig. 3). Un

transecto de 780 m de largo se dividió en cuatro

secciones para facilitar el reconocimiento de los

individuos en cada sección. La Sección 1 tiene 225

m de largo y se encuentra cubierta por selva lluviosa

primaria; el tramo 2 tiene 140 m de largo e incluye

Fig. 3. Imagen de Google Earth© que muestra las ubicaciones

de 50 avistamientos de Atelopus varius en la población A.

Algunos puntos pueden indicar hasta seis individuos.

un deslizamiento de tierra (posiblemente del 2015)

y un cauce seco de 30 m de largo (durante los meses

de la estación seca –enero a abril-); la sección 3

posee 265 m de largo, enteramente dentro de selva

tropical primaria; y el tramo 4, de 150 m de longitud,

con tramos estrechos y empinados y pequeños

aludes recientes. Visitamos el sitio una vez cada mes

(excepto octubre) desde mayo de 2017 hasta mayo

de 2018, además de trece visitas adicionales antes

y después del año de monitoreo, realizando salidas

de dos personas durante uno o dos días de 8 a

10 horas, a veces pasando la noche, contabilizando

213 horas/persona. CBA pasó 69 horas buscando

otras poblaciones remanentes en otras 18 posibles

localidades con características similares en Uvita,

San Josecito, Dominical, Barú, Tinamastes, Ojochal y

Palmar Norte sin encontrar ninguna otra población.

Las poblaciones B1 y C1 fueron descritas por

González-Maya et al. (2013) y Jiménez-Monge et al.

(2019), respectivamente.

92


Fig. 4. Variación de Atelopus varius Morfo A en la población A: machos adultos (A–D, F) y hembras adultas (E, G–H); obsérvense

las marcas dorsales irregulares de color rojo anaranjado sobre el fondo amarillo (G) y las heridas (flecha roja) probablemente

atribuibles a Bd (H). Fotos: César Barrio-Amorós.

93


Fig. 5. Variación de Atelopus varius Morfo B: un macho adulto en la población B1 (A), machos adultos en la población B2 (B–F)

y macho adulto durmiendo en las hojas por la noche (G–H) . Fotos: César Barrio-Amorós.

94


La población B2 (Fig. 2) fue localizada por Solano-

Cascante et al. (2014). Se invirtieron 73 horas en

2017, 2019 y 2021 en el estudio del río principal

y cuatro arroyos tributarios dentro del bosque

tropical premontano muy húmedo en elevaciones

de 810 a 1086 m. El río principal tiene de 5 a 10 m

de ancho y de 30 a 130 cm de profundidad, y tiene

un cauce con muchas rocas grandes.

El acceso a la Población C2 (Fig. 2) es únicamente

a través de la propiedad privada que los

propietarios, conscientes de su importancia, están

conservando cuidadosamente. El río principal, que

fluye rápidamente, tiene entre 4 y 8 m de ancho

con un cauce rocoso cubierto de cantos rodados

rodeado de vegetación ribereña primaria en

elevaciones de 1000 a 1200 m snm. El único lugar

donde observamos sapos arlequín durante siete

visitas con un total de 52 horas-persona fue a lo

largo de una zona angosta de 2 a 4 m de ancho

con varias cascadas bajas y paredes cubiertas de

musgo bajo un dosel denso, a lo largo de 200 m

de río y una pequeña quebrada que es su principal

afluente. Aguas arriba del sitio, un camino de tierra

cruza tanto el río como el arroyo más pequeño y

esencialmente delimita un bosque primario bien

conservado a lo largo de los cursos de agua de

cultivos de banano, café y caña de azúcar. El parche

de bosque bien conservado no se extiende más allá

de 1,3 km, y esta población probablemente sea la

más amenazada de las existentes.

La población C3 está asociada con el río más

grande de cualquier sitio muestreado (tal vez con

la excepción de la población B1). El área principal,

con una elevación de 670 m, se localiza en selva

primaria. El río posee entre 8 y 15 m de ancho

con varias pozas profundas. En diversas partes del

río existen cañones sombreados bordeados por

altas paredes húmedas, hábitat ideal para A. varius;

sin embargo, otras áreas extensas que recibían sol

directo no eran adecuadas.

La población D se encuentra en las tierras bajas

del piedemonte noroccidental de la Cordillera

de Talamanca. Pese a ser la primera población

redescubierta (Ryan, 2005) no se han realizado

estudios en la zona hasta el momento y falta una

descripción del área.

Recopilación de datos. Utilizamos métodos de

encuentro visual mientras se camina río arriba y luego

río abajo. Cuando se localiza un individuo, se registran

las coordenadas y la temperatura del agua y del aire.

Se fotografía su dorso para generar una colección

de imágenes individuales etiquetadas para cada

localidad. Clasificamos a cada individuo de acuerdo

con los cuatro grupos de patrones dorsales (Chaves

et al., en preparación). Luego registramos el sexo y

medimos la longitud hocico-cloaca (SVL) con una

regla, en la mayoría de los casos sosteniendo la regla

cerca del sapo sin tocarlo. Aplicamos constantemente

los bioprotocolos apropiados (Phillott et al. 2010)

y, si es necesario manipularlos, se usan guantes de

nitrilo. Los individuos vistos durante el día no fueron

contados como recapturados cuando también

fueron encontrados durmiendo por la noche. Las

recapturas se confirmaron comprobando el patrón

dorsal único de cada individuo.

Resultados

Morfos de las poblaciones existentes. El Morfo A (Fig.

4) es una forma bicolor caracterizada por un color

de fondo amarillo pálido a vívido con un patrón

dorsal de manchas negras, cheurones invertidos a

veces interrumpidos y manchas; un solo individuo

contenía marcas dorsales irregulares de color rojo

anaranjado en el color de fondo amarillo (Fig. 4G);

la parte superior del brazo es amarilla, seguida de

una larga banda negra que conecta la parte superior

e inferior del brazo con una mancha amarilla en el

codo; el antebrazo lleva otra banda negra que se

extiende desde arriba hasta la parte inferior de la

muñeca; la parte superior de la mano es amarilla y

los dedos son en su mayoría negros con cantidades

variables de amarillo; las bandas negras en los muslos

y las piernas están más uniformemente dispersas,

aunque las bandas a menudo son de forma irregular

y contienen manchas amarillas; la parte inferior es

principalmente blanca, con o sin manchas negras o

marrones aisladas de varios tamaños; parte inferior

de las manos, pies, cloaca y porción posteroventral

de los muslos naranja en los machos, crema en las

hembras; el iris es amarillo verdoso. Este morfo

actualmente ocurre solo en una población cerca de

Uvita en la Fila Brunca (Poblacion A); históricamente

95


Figura 6

también se sabe que ocurrió en una población

cercana a Palmar Norte.

El morfo B (Fig. 5) es un morfo tricolor caracterizado

por un color de fondo dorsal de marrón oscuro a

negro con manchas irregulares, simétricas o franjas

anchas que forman cheurones abiertos o cerrados

de naranja a rojo; los dos tercios superiores de los

flancos son oscuros a negros, el tercio inferior es

amarillo, generalmente se extiende desde la punta

del hocico a través del labio superior (a veces roto

por una mancha negra debajo del ojo) hasta la

ingle; muchos tipos de intrusiones en los flancos

superiores oscuros incluyen manchas grandes de

color amarillo a naranja u ondulaciones amarillas;

los brazos y las piernas son negros con bandas

amarillas a naranjas de varios anchos; las manos

suelen ser amarillas pero los dedos son negros

con las puntas amarillas; la garganta, el pecho y

el vientre son blancos tornándose grisáceos o

con puntitos anaranjados tornándose el vientre

inferior anaranjado sucio, con o sin manchas negras

irregulares; la parte inferior de los brazos y las piernas

son de color negro con bandas estrechas de color

Fig. 6. Variación de Atelopus varius Morfo C: un macho adulto

en la población C1 (A), machos adultos en la población

C2 (B–G) y un aparente macho adulto en la población C3.

Fotos: César Barrio-Amorós (A–G) y Edwin Mora (H).

amarillo a naranja o totalmente amarillentas que se

vuelven más anaranjadas alrededor de la cloaca; las

palmas y las plantas son de color naranja intenso a

rojizo; el iris es verdoso. Este morfo está presente

en línea recta de al menos 35 km en la vertiente

suroeste de la Cordillera de Talamanca en Costa

Rica (no conocida en Panamá) desde los ríos Cotón

y Java hasta unos 25 km al este de Buenos Aires (los

límites no son claros). Se conocen y monitorean

dos poblaciones, pero ríos y quebradas adicionales

entre los dos sitios conocidos podrían albergar

poblaciones adicionales. Una nueva población B3 es

descrita más abajo.

Morfo C (Fig. 6) es un morfo tricolor caracterizado

por un color de fondo dorsal negro o marrón

muy oscuro con un número variable (casi ninguno

a muchos) de pequeñas manchas amarillas

redondeadas a irregulares, y manchas anaranjadas

96


Figura 6

más grandes y alargadas, dando la apariencia de

morfo B marcado con pequeños puntos amarillos; los

flancos son negros o amarillos con mayor o menor

número de manchas o rayas amarillas/naranjas o

negras, respectivamente; las extremidades son negras

con bandas estrechas amarillas, con o sin manchas

anaranjadas más pequeñas; la garganta y el pecho

son blancos (a veces con uno o unos pocos puntos

negros pequeños), tornándose amarillentos hacia

el dorso, con puntos negros en patrones únicos; la

cloaca, plantas y palmas son naranjas; el iris es verdoso.

Este es el morfo más ampliamente distribuido, con

cerca de 38 km entre las localidades más separadas;

también ocurre en la vertiente suroeste (Pacífico) de

la Cordillera de Talamanca. No está claro si el morfo

C está separado geográficamente del morfo B o si

el morfo C es simplemente un derivado del morfo

B con una profusión de manchas amarillas. Hasta

la fecha se conocen tres poblaciones, pero es posible

que haya más en hábitats similares en la misma

área general.

Morfo D (Fig. 7) de Fila Chonta (Parrita) es bastante

variable. Existen pocas fotografías publicadas de la

población de Parrita (UICN 2020c; Leenders 2016).

En colaboración con T. Leenders, quien visitó la

población en varias ocasiones, hemos notado que

algunos individuos se parecen mucho al morfo A

(Figs. 7C y F) y algunos al morfo B (Figs. 7A y E),

mientras que otros se parecen al morfo C (Figs. 7B

y G). La población de Parrita se encuentra en tierras

bajas (alrededor de 325–395 m snm) a lo largo de

un sector de un arroyo de 150 m de largo, pero

este sitio está separado de la Cordillera Brunqueña y

más conectado con las estribaciones de la Cordillera

de Talamanca, por lo que puede recibir influencia de

ambas. Sus límites bio y filogeográficos deben ser

probados. Esta población fue monitoreada en varias

ocasiones entre 2005 y 2007 por T. Leenders, quien

contó un total de 31 individuos.

Estado de las poblaciones existentes. De las ocho

poblaciones conocidas de Atelopus varius en Costa

Rica, CBA visitó todas excepto la población D en

2015–2021. La población D, que se encuentra dentro

de una reserva privada, está cerrada a los visitantes y

los propietarios no están abiertos a colaborar. CBA

encontró la especie en seis de los sitios visitados, y

97


98

Fig. 7. Variación de Atelopus varius Morfo D: A-G, machos adultos (A–G) y una hembra adulta (H).

Fotos: Twan Leenders (A–F & H) y R. Puschendorf (G).


no pudo detectar sapos solo en la población C3;

sin embargo, tres animales fueron fotografiados por

residentes locales (Henry Parra, com. pers.) Fig. 6H.

La Población A fue descubierta en junio de 2015 por

CBA y posteriormente ha sido visitada de manera

intermitente. Barrio-Amorós y Abarca (2016)

registraron nueve individuos vivos y un sapo muerto

(Fig. 8) durante la primera visita. El sapo muerto dio

positivo para Bd, mientras que un individuo vivo

dio negativo. Se completó un año casi completo de

monitoreo de esta población durante 2017-2019.

El arroyo es escarpado (38% de inclinación), con

muchas cascadas de 4 a 15 m de altura y zonas de

spray. A lo largo del transecto, el ancho de la corriente

es de 2 a 5 m con una profundidad de 15 a 30 cm

en secciones poco profundas a más de un metro

en pequeñas pozas, con una variación considerable

según la cantidad de precipitación. El fondo del

arroyo es principalmente rocas intercaladas con

arena, guijarros y cantos rodados más grandes. El

bosque primario (árboles de 20 a 30 m de altura,

la mayoría cubiertos de bromelias) rodea el arroyo;

la costa está dominada por Heliconia, Dieffenbachia

y Aráceas diversas. Una gran cantidad de troncos

caídos son producto de aumentos repentinos y

rápidos en los niveles de agua durante la estación

lluviosa. El acceso al transecto es a través de selva

tropical virgen, llegando a un sector medio del arroyo

a una altura de 460 m snm. Las partes más altas del

arroyo (por encima de los 690 m) son inaccesibles

debido a las muchas cascadas; nunca encontramos

sapos arlequín por debajo de la sección 1. Durante

las dos últimas salidas en el año 2021 y 2022, no se

han vuelto a observar individuos en el sector 1, sino

a partir del sector 2 río arriba.

Contamos 113 individuos, identificados únicamente

por patrones dorsales, y recapturamos siete

sapos una vez para un total de 120 avistamientos,

incluidos 79 machos adultos (Figs. 4A-D y 4F), 10

hembras adultas (Figs. 4E y G-H); 11 adultos fueron

clasificados tentativamente como machos pero para

los cuales no pudimos determinar definitivamente el

sexo. Los machos reproductivamente activos tienen

una almohadilla nupcial distintiva de color marrón

oscuro solo durante la temporada de reproducción.

Otros 13 individuos eran subadultos con SVL = 19–

25 mm y 11 eran juveniles con SVL = 12–18 mm.

No encontramos huevos, renacuajos, metamorfos

recientes o machos cantando. Las secciones 2 y 3

fueron las más productivas, con 32 (3 hembras)

y 43 (5 hembras) individuos, respectivamente.

La sección 1 tuvo 12 (1 hembra) y la sección 4

26 (1 hembra) individuos. Los encuentros fueron

más comunes durante la estación seca (eneroabril),

seguida de junio-julio cuando los juveniles

están presentes (Fig. 9). En abril, una agregación

aparentemente intencional de individuos, pero

especialmente hembras, fue evidente cerca de

cascadas o en cañones angostos donde la humedad

era más alta. Vimos tres hembras en un área de

menos de 2 m 2 en una pared húmeda casi vertical

cerca de una cascada de unos 4 m de altura, pero

no observamos interacciones. Pounds y Crump

(1987) observaron concentraciones similares en

Monteverde durante la estación seca.

Los sapos sobre un sustrato cubierto de musgo a

menudo eran difíciles de vislumbrar. Sin embargo,

los individuos de esta población no son tan crípticos

como los morfos de las poblaciones B o C (ver más

abajo).

De las siete recapturas (3 hembras, 3 machos, 1

juvenil), la distancia más larga recorrida fue de 27 m

por una hembra adulta, los demás se desplazaron

11, 9, 7, 4, 4 y 2 m, todos río arriba. Una recaptura

fue un mes después del primer avistamiento, cuatro

después de dos meses y dos después de tres meses.

Aunque no se cuenta como una recaptura, se vio un

macho a las 1323 h en una pared de roca cubierta

de musgo el 18 de marzo de 2018, y se encontró al

mismo individuo durmiendo sobre una hoja a 4 m

de distancia (3 m río arriba y 1,6 m al otro lado del

arroyo) a las 2047 h esa noche.

La mayoría de los machos de esta población estaban

activos durante el día, posados ​sobre rocas y peñascos

desnudos o cubiertos de musgo a lo largo del arroyo

o en paredes de la quebrada; algunos caminaban

sobre la hojarasca. De todos los machos observados,

62 estaban sobre rocas o troncos de árboles. La

mayoría estaban inmóviles pero en posiciones que

sugerían que se habían estado moviendo. Algunos

se movieron de 4 a 15 cm después de varios

minutos, con movimientos provocados en muchos

casos por el descubrimiento de una presa cercana.

Creemos que los machos posados ​en la cima de

99


Fig. 8. Un Atelopus varius muerto en la población A. El PCR resultó positiva para presencia de Bd (Barrio-Amorós y Abarca

2016). Foto: César Barrio-Amorós.

Fig. 9. Presencia por mes de Atelopus varius desde mayo de 2017 a mayo de 2018 en la población A cerca de Uvita de Osa,

provincia de Puntarenas, Costa Rica.

100


Fig. 10. Atelopus varius de la población A en amplexus: (A) amplexo axilar típico sobre un tronco horizontal seco en medio

del arroyo.; (B) este macho había agarrado a la hembra por el cuello antes de asumir una posición axilar típica después de que

la hembra se movió. Fotos: César Barrio-Amorós.

101


las rocas mantenían exhibiciones territoriales, pero

nunca vimos a dos machos interactuar a pesar de

esperar horas para que un macho cantara o iniciara

comunicación con sus manos. Vimos agitar las manos

mientras los machos se movían, pero no parecía

tener una connotación territorial. Por ejemplo, un

macho que se mueve y busca una presa agitaría

repentinamente su mano. Algunos machos se

dedicaban a agitar las manos con más frecuencia que

otros. Nunca vimos agitar los pies en ningún contexto

y nunca observamos a una hembra agitando la mano.

Encontramos tres parejas amplectantes, dos en

abril de 2017 y otra en abril de 2018, dos cerca de

cascadas (Fig. 10A) y una sobre un tronco horizontal

seco en medio del arroyo (Fig. 10B). El macho de la

primera imagen había amplexado inicialmente a la

hembra por el cuello; después de 14 min la hembra

se movió y el macho ajustó su agarre. Vimos otro

macho en el interior de un árbol hueco con una

hembra más profunda en la cavidad. Esperamos una

hora pero no vimos ninguna interacción. El macho se

acercó a la hembra, pero esta última aparentemente

no fue detectada o no manifestó interés.

Por la noche, machos y hembras dormían sobre

hojas a una altura de 0,5 a 2 m sobre el suelo,

siempre cerca del arroyo y generalmente colgando

sobre el agua. Encontramos individuos que no habían

sido molestados durante el día nuevamente por la

noche a unos metros de distancia sobre hojas. No

encontramos individuos, dormidos o despiertos,

en fitotelmata o grietas, según lo informado por

Gómez-Hoyos et al. (2018a) en una población

de Cotón (población B1). Rara vez vimos sapos

escalando; unas pocas hembras se movían hacia

arriba en cascadas verticales o muy empinadas de

hasta 4 m sobre el suelo y ocasionalmente machos

y juveniles buscaban presas o escapaban después

de que los perturbábamos.

El 2 de abril de 2017, encontramos el cadáver muy

fresco de una hembra ovígera adulta en el fondo

de un estanque rocoso poco profundo cerca de

una cascada (Fig. 11). La hembra fue cortada por la

mitad, exponiendo los huevos, pero la mitad anterior

(excepto por la falta de un antebrazo) y los huevos

estaban intactos. Supusimos por corte limpio que

el depredador en este caso podría haber sido un

cangrejo (Pseudothelphusidae) que, después de

probar el sapo venenoso y los huevos (i.e., Pavelka

et al. 1977), abandonó a su presa. No encontramos

el resto del cadáver. Solo se conocen dos reportes

de depredación sobre Atelopus, uno por una culebra

de vientre de fuego (Erythrolamprus epinephelus)

(Savage 2002) y otro por una chinche de agua gigante

(Belostomatidae) (González-Maya et al. 2019).

Durante una visita reciente al sitio en diciembre de

2020, encontramos que las tormentas y el huracán

de octubre de 2020 tuvieron un efecto dramático en

el hábitat. Dos deslizamientos de lodo relativamente

extensos habían ingresado al arroyo, afectando uno

de los puntos críticos de reproducción (donde se

encontraron varios juveniles en los últimos años).

Dichos eventos pueden alterar la dinámica de un

pequeño arroyo de un año a otro. Se desconoce

cómo esto podría afectar a las poblaciones de

Atelopus varius, pero sin duda están adaptados

a cambios tan dramáticos. No detectamos una

disminución importante en los números de población,

ya que encontramos seis individuos en diciembre y

11 durante una visita posterior en marzo de 2021

(números normales para esos meses), incluidos

juveniles (uno en diciembre, dos en marzo), una

hembra (en marzo), y el resto machos adultos. Sin

embargo, en mayo de 2021 sólo observamos dos

ejemplares macho. Estas oscilaciones en el número

de individuos pueden deberse a múltiples causas y

no tiene por qué ser objeto de alarma.

Detectamos varias otras especies de anfibios a lo

largo del transecto monitoreado. La más abundante

de las cuales fue la rana venenosa granular (Oophaga

granulifera), que con frecuencia se encuentra en los

mismos microhábitats que A. varius, pero es menos

propensa a estar expuesta en áreas despejadas.

En dos casos, vimos A. varius y O. granulifera a una

distancia de 5 a 10 cm entre sí (Fig. 12), pero no

observamos interacciones. También abunda durante

el día a lo largo del arroyo la rana cohete Silverstoneia

flotator y, en la hojarasca, la rana terrestre del Pacífico

(Craugastor stejnegerianus). Presente, pero en gran

medida limitada a las laderas boscosas del arroyo,

se puede observar la rana venenosa verde y negra

(Dendrobates auratus). Por la noche, durante la

estación seca, nos encontramos con ranas de lluvia

comunes (Craugastor fitzingeri), ranas de cristal de

cascada (Sachatamia albomaculata), ranas de árbol

102


Fugura 11

Fig. 11. El cadáver fresco de una hembra ovígera de Atelopus

varius presuntamente muerta y seccionada en dos por un

cangrejo. Foto: César Barrio-Amorós.

de arroyo gris (Smilisca sordida) y ranas de árbol

de arroyo granular (S. sila). Nunca pasamos noches

durante la temporada de lluvias para registrar la

presencia de otras especies de anfibios.

Tres visitas recientes, una en 23 de enero, otra el 23 de

abril y otra el 16 de julio de 2023, arrojaron resultados

negativos. Nunca antes habíamos reportado 0

encuentros hasta este año. El estado de la quebrada

después del invierno de 2022 (especialmente de

junio a octubre) es muy diferente al conocido en

años anteriores. Multitud de deslaves a lo largo de

los sectores estudiados han hecho que el dosel se

haya abierto dejando pasar mucha más luz y calor,

reduciendo significativamente el caudal del arroyo.

Lamentablemente, dos “data loggers” ubicados el

año 2022 en la quebrada han desaparecido con

datos valiosos que nos hubieran ayudado a entender

si incremento de la temperatura ha tenido que ver

en la aparente desaparición de esta población.

La Población B1 es la major estudiada de las

poblaciones existentes. González-Maya et al. (2013)

reportaron la sobrevivencia de la población desde

2008 y publicaron resultados preliminares de su

monitoreo. El hábitat principal (Río Cotón) es un

río montano de 6–15 m de ancho (obs. pers.). Los

estudios se realizaron a lo largo de un transecto

de 2,2 km de largo que incluía bosques primarios

perturbados (pastizales, hábitat degradado) y

bosques primarios no perturbados. Los censos

mensuales realizados entre 2011 y 2013 dieron

como resultado la identificación de 204 individuos

(222 avistamientos), 103 inmaduros (23 juveniles y

80 subadultos) y 113 machos y hembras adultos

(González-Maya et al. 2018), con 14 individuos

recapturados una vez y dos recapturados dos

veces. El número medio de individuos avistados

mensualmente fue de 21,50 ± 10,18 durante la

estación seca (noviembre-marzo) y de 6,25 ± 5,44

durante la estación lluviosa (abril-octubre). Dos de

15 individuos dieron positivo para Bd, pero no se

mencionó su condición de salud. Esa población aún

debe considerarse vulnerable a la extinción local

dadas las bajas tasas de reclutamiento y la alta

103


Figura 12

antigüedad (González-Maya et al. 2018). Sin embargo,

Gómez-Hoyos et al. (2020) reportan la presencia de

renacuajos a lo largo del río Cotón. Durante cuatro

meses en 2016 (dos en época seca, dos en época

lluviosa), Gómez-Hoyos et al. (2018a) registraron

el uso de fitotelmas (Araceae y Bromeliaceae) por

parte de algunos anuros, señalando que Atelopus

varius fue la especie predominante que utilizó estas

plantas como refugio. Atelopus varius usó Araceae

en áreas perturbadas más que Bromeliaceae, y

también usó muchos más fitotelmas como refugio

durante la estación seca que durante la estación

húmeda (24 vs. 1). En otro intento por determinar

la presencia de Bd, en 21 tests incluyendo 17 A.

varius, todos fueron negativos. Gómez-Hoyos et

al. (2018b) informó una observación anecdótica

de un individuo que se movía lentamente y

comía hormigas por la noche. Los sapos del

género Atelopus son diurnos con solo unas pocas

excepciones (Rueda-Solano y Warkentin 2016)

aunque durante determinadas ocasiones, pueden

mantenerse activos durante periodos nocturnos.

Al relatar esta observación, Gómez-Hoyos et al.

(2018b) no mencionaron el sustrato, el tiempo,

Fig. 12. El Sapo Arlequín Variable (Atelopus varius) es

microsimpátrico con la Rana Venenosa Granular (Oophaga

granulifera) en la localidad A. Foto: César Barrio-Amorós.

Fig. 13. Atelopus varius de la población B2 tienden a ser más

crípticos y menos propensos a moverse que las ranas en la

población A. Este macho permitió un acercamiento cercano.

Foto: César Barrio-Amorós.

la fase de la luna (sin embargo, el 14 de julio de

2016 la luna era creciente, con solo el 9 % de la luz

de la luna presente) o, lo que es más importante,

cómo respondió el animal cuando fue sorprendido

a la luz artificial. En la población C2, hemos visto

sapos que se despiertan muy rápidamente cuando

son apuntados por un rayo de luz, se activan, luego

escapan lentamente, pero incluso deteniéndose para

atrapar y consumir presas pequeñas, pero la fase

lunar en esa ocasión (2 de mayo de 2020) era una

gibosa creciente, con un 75,2% de luz de luna, esta

última en particular posiblemente predisponiendo

a los animales diurnos a despertar, escapar e incluso

alimentarse. González-Maya et al. (2019) registraron

la depredación de una chinche de agua (Abedus sp.:

Belostomatidae) sobre un adulto de A. varius el 11

104


Figura 13

de julio de 2012. Muy recientemente (mayo de

2021), durante una expedición al sistema superior

del río Cotón (a 2.000 m snm), R Fallas (com. pers.)

reportaron avistamientos de A. varius.

La Población B2 fue descubierta por Solano-

Cascante et al. (2013), quienes encontraron un

individuo a una altura de 840 m. Logramos llegar

a la localidad y CBA y colaboradores encontraron

cuatro machos (uno en mayo de 2017, ninguno

en febrero de 2018, tres en mayo de 2018) (Figs.

4B-D). En mayo de 2019, CBA regresó con cinco

colaboradores y encontró a lo largo del río y

varios afluentes pequeños 14 machos en 11 horashombre

(Figs. 4E y F). En unas pocas horas de abril

de 2021, encontramos un metamorfo reciente, tres

machos (dos con signos claros de Bd) y una hembra

sana. La última visita, en mayo de 2022 obtuvo el

avistamiento de 10 machos adultos y un juvenil. A

una altura de 800 a 1000 m snm, el río principal

(Coto), que fluye rápidamente, tiene una pendiente

del 25 % y tiene un ancho de 4 a 8 m. Esta población

exhibe el mismo patrón de morfología que B1 (Fig.

4A). Encontramos que estos animales son más

crípticos que los de la población A. Son mucho más

oscuros y menos propensos a moverse cuando

se les acerca. Algunos individuos permanecieron

quietos sobre rocas cubiertas de musgo cerca del

agua (Fig. 13), lo que permitió realizar observaciones

cercanas. Sin embargo, un macho que CBA estaba

fotografiando, probablemente en respuesta a su

presencia, se dejó caer a la corriente. Después

de 12 minutos de búsqueda, lo encontramos 10

m río abajo en el mismo lado del arroyo. Este

comportamiento puede servir como estrategia de

escape de posibles depredadores y como táctica

de supervivencia cuando los animales se ven

sorprendidos por una inundación repentina. Los

Atelopus tienen mucho éxito en regresar a un sitio

original después de haber sido desplazados natural

o artificialmente (Crump 1986). Encontramos

varios machos adultos durmiendo por la noche (sin

signos de actividad nocturna) en hojas de 0,5 a 1,5

m sobre el suelo a distancias de 0 a 2 m del río (Figs.

5G y H). Esta población está relativamente cerca de

un pequeño pueblo donde se están expandiendo

los cultivos de piña y palma aceitera. Es probable

que el uso extensivo de pesticidas y herbicidas y el

105


continuo aumento de las áreas cultivadas (Fig. 14)

tengan un efecto negativo en esta población.

Poblacion B3. En junio de 2021 nos informaron

de una posible nueva población (no se revela su

situación concreta por razones obvias) unos 20

km de al noroeste de B2. Fotos de dos individuos

pertenecientes al morfo B dispararon dos

expediciones seguidas en febrero de 2022, pero

ninguna tuvo éxito. Las condiciones del riachuelo

y el bosque son precarias, ya que se ha perdido la

conectividad con el bosque primario de Talamanca

y se aprecia en Google Earth que el bosque de

la zona está aislado y no tiene conexión con

otras poblaciones de Talamanca (del morfo B).

Sin embargo, hay múltiples ríos y quebradas de

difícil acceso en la región que podrían albergar

poblaciones viables. En una reciente visita el 30

de julio de 2022 se pudo observar la presencia

de una nutrida población al contar 39 ejemplares

en un solo día de búsqueda (36 h/h). Cinco

individuos fueron avistados durante el día, incluidos

dos amplexos, pero el mayor esfuerzo se realizó

durante la noche, cuando se contabilizaron 34

animales, la mayoría machos, sólo tres hembras, dos

con machos amplexados, y tres juveniles de 13 a 16

mm. En una más reciente visita el 4 de diciembre de

2022, contabilizamos 22 individuos de noche, todos

machos adultos menos dos juveniles.

En la Población C1, Jiménez-Monge et al. (2019)

encontraron 25 individuos (no se indican las horas/

persona), 13 en febrero, 6 en junio y 1 en agosto,

más cinco avistamientos incidentales en otros

momentos. Con permiso de los propietarios, CBA

visitó dos veces. En unas pocas horas el 15 de mayo

de 2019, encontró solo un macho inmóvil en una

roca cubierta de musgo adyacente al arroyo (Fig.

6A). El 2 de abril de 2021, encontró tres machos

activos durante el día a lo largo del río y dos machos

durmiendo muy cerca de la orilla del río sobre hojas

a unos 2 m sobre el suelo alrededor de las 19:00

h. Esta población aún está siendo monitoreada por

un equipo de la Universidad de Costa Rica y la

Universidad de York, Toronto, Canadá. Los animales

en este sitio son difíciles de detectar, ya que son

considerablemente más crípticos que los morfos

A y B. Jiménez-Monge et al. (2019) detectaron

machos en la hojarasca, mientras que las hembras

estaban en la vegetación y los cantos rodados

dentro y a lo largo del arroyo. En recientes visitas

en marzo y mayo 2022, sólo se pudieron detectar

ejemplares durmiendo por la noche, pero no de

día. Los individuos de esta población no parecen

agruparse cerca de las zonas de salpicadura como

las que se encuentran a lo largo del Río Lagarto

en Monteverde (Pounds y Crump 1994). Jiménez-

Monge et al. (2019) encontraron que tomar el sol

es más importante que el comportamiento de

búsqueda de humedad durante la estación seca.

Además, estos sapos parecían ser más arbóreos o

inclinados a trepar que los de otras poblaciones, y

adultos y juveniles se encontraban con frecuencia

lejos del río y a alturas superiores al nivel de los ojos.

Las entrevistas con los residentes locales revelaron

la posibilidad de que el rango altitudinal de la

población haya cambiado. En el pasado, nunca se

encontraron sapos en elevaciones superiores a los

600 m, pero ahora se encuentran en elevaciones de

hasta 1000 m. El cambio climático y las temperaturas

más cálidas en el área podrían haber llevado a las

poblaciones sobrevivientes a áreas más altas o más

frías. Alternativamente, los sapos siempre podrían

haber existido a elevaciones más altas pero no

fueron detectados. No se ha encontrado evidencia

de Bd en esta población, posiblemente porque

tienden a tomar el sol más que los sapos en otras

poblaciones, pero esa hipótesis requiere pruebas.

La Población C2 se descubrió en abril de 2020

gracias a un esfuerzo de ciencia ciudadana (K.

Venegas y F. Moya). Esto brindó la oportunidad de

interactuar con las comunidades rurales y comenzar

un proyecto local con personal interesado. Durante

dos visitas (21 de abril de 2020 y 2 y 3 de mayo de

2020) encontramos siete individuos, seis machos

adultos y un subadulto (Figs. 6B-G) dentro de una

sección de 200 m del río (de >500 m apropiados).

Once horas/persona durante dos visitas posteriores

(10 de agosto de 2020 y 29 de abril de 2021),

cuando los niveles de agua eran altos, las rocas muy

resbaladizas y el cielo nublado después de la lluvia

de los días anteriores, no lograron localizar a ningún

individuo adicional. Dos de los cuatro machos

encontrados durante la primera visita habían sido

vistos por nuestro guía local (reconocidos a través

de fotos que tomó) unos días antes en la misma

pared cubierta de musgo de una poza bajo una

106


Figura 14

Fig. 14. Imagen de Google Earth© que muestra la ubicación

de nueve avistamientos de Atelopus varius en la población B2.

Nótese la proximidad de terrenos dedicados al cultivo de

piña y palma aceitera.

cascada baja. Los otros tres fueron vistos durante

la segunda visita en el mismo sector. Los sapitos

de esta población son virtualmente invisibles, con

el patrón tricolor mezclándose en el microhábitat

cubierto de musgo (Fig. 15). Tienden a permanecer

inmóviles a menos que se les acerque mucho.

En una ocasión, un macho adulto, desplazado

unos centímetros saltó al agua, haciéndose una

bola (similar a los famosos sapitos tepuyanos del

género Oreophrynella; McDiarmid y Gorzula 1989),

solo para emerger tranquilamente a la orilla del

arroyo algunos metros aguas abajo. Otro individuo

escapó de manera similar saltando al agua y

desapareciendo. Después de buscar durante varios

minutos, encontramos que había emergido unos 7

m río abajo por debajo de una cascada de 2 m de

altura, lo que demuestra claramente su capacidad

para sobrevivir a las cascadas y, presumiblemente,

a las inundaciones repentinas. Dos individuos

dormían por la noche sobre hojas a unos 2 o 3 m

del suelo; uno de ellos estaba en el mismo lugar,

aunque en otra hoja, la noche siguiente, mientras

que el otro estaba a 30 m de la quebrada en el

bosque. Nuestras observaciones de esta población

coinciden en gran medida con las de Jiménez-

Monge et al. (2019), quienes realizaron el único

estudio de este morfo, aunque en la localidad C1.

Una diferencia fue que los sapos en esta población

nunca fueron vistos tomando el sol, lo cual es común

en la población C1. El morfo C parece depender

de la cripsis, y tiende a permanecer inmóvil a

menos que nuestra proximidad le moleste. Si se

les perturba, caminan o saltan en busca de un lugar

donde esconderse. Son muy buenos escaladores y,

a menudo, se pueden encontrar en lo alto de rocas

cubiertas de musgo o troncos de árboles. Por la

noche, se observó que los individuos duermen más

alto (2 a 4 m sobre el suelo, con mayor frecuencia

en las hojas de los arbustos) que las poblaciones de

morfos A y B. Los sapos durmientes se despiertan

rápidamente ​con las linternas, huyendo para evitar las

luces artificiales, a veces trepando a las alturas de más

107


Figura 15

de 5 m en árboles. Esta respuesta de estrés podría

explicar las observaciones de actividad nocturna

aparente en la especie (p. ej., Gómez-Hoyos et al.

2018). En condiciones similares, los morfos A y B no

se vieron tan afectados por la luz como el morfo

C. Dos últimas visitas, una el 5 de septiembre de

2022, con el nivel de agua bastante alto, sólo arrojó

un juvenil (el único avistado en esta población) de

unos 11 mm, por lo que podemos estar seguros que

existe reclutamiento, y en otra el 15 de enero de

2023 se divisaron un macho y una hembra adultos.

La Población C3 también se encontró gracias a la

participación de los residentes locales, cuando se

contactó a CBA para identificar algunas fotografías

de un anuro desconocido que de hecho era A.

varius de este morfo. CBA y un asistente visitaron el

área (no revelada intencionalmente) para verificar

la presencia de la especie. A pesar de ser una

expedición logísticamente complicada y costosa (2

días ida y vuelta a caballo), no encontramos ningún

Atelopus. Sin embargo, dos residentes locales nos

mostraron fotografías de tres individuos (Fig. 4H).

Figura 15. En la Población C2, Atelopus varius es muy críptico,

permaneciendo completamente inmóvil o escondiéndose en

las grietas. La flecha roja muestra la posición, por lo demás casi

invisible, de un macho adulto. Foto: César Barrio-Amorós.

Discusión

El sapo arlequín variable (Atelopus varius) y el

sapo dorado (Incilius periglenes) son los anuros

más usados para ejemplificar la disminución de los

anfibios a nivel mundial. Mientras que I. periglenes

se reconoce como extinta (Grupo de Especialistas

en Anfibios de la SSC de la UICN 2020d), A. varius

se considera una especie Lázaro (que ha regresado

de una aparente extinción). Aquí discutimos el

estado y la historia natural de las poblaciones

sobrevivientes de esta especie en Costa Rica, las

cuales, junto con las de Panamá, conservan un

acervo genético relativamente amplio (Ramírez et

al. 2020). Tres morfos distintos (A, B y C) sobreviven

en Costa Rica, cada uno con una a tres poblaciones

distintas, mientras que una sola población adicional

incluye individuos con patrones característicos

de tres morfos. La historia de las poblaciones

redescubiertas recientemente sugiere que podrían

existir poblaciones adicionales.

108


Es difícil evaluar si las poblaciones actuales son estables,

en declive o prósperas. La población parecía estable

hasta 2022, pero será necesario un seguimiento

continuo. La población B1 también parece ser estable

y ha sido monitoreada y estudiada durante al menos

12 años. Se sabe muy poco sobre la población B2

para hacer inferencias sobre su estado; preocupante

es el hecho de que parece tener una densidad

más baja que las poblaciones A y B1, y muchos

individuos, aunque aparentemente sanos, muestran

evidencia de infecciones por Bd. La población C1 ha

sido monitoreada solo por un período corto y se

necesita más esfuerzo para evaluar su estado; parece

ser estable pero la densidad de población es baja.

Recientemente, esta población ha estado recibiendo

la atención de los turistas que llegan y buscan estos

sapos para tomar fotografías. Se desconoce el efecto

de muchas personas que invaden el hábitat y tocan

animales sin seguir los bioprotocolos correctos. Esta

práctica es ilegal si no se cuenta con permisos de

SINAC (Sistema nacional de Áreas de Conservación,

Ministerio del Ambiente). La población C2 se ha

descubierto recientemente y es necesario realizar

un seguimiento, dado que las secciones superior e

inferior del sector donde se han localizado los sapos

se encuentran muy cerca de áreas con cultivos. La

población C3 también parece tener una densidad

muy baja y no se ha hecho ningún esfuerzo para

evaluarla. La población D no ha sido visitada por

ningún herpetólogo desde 2007 y se desconoce su

estado actual.

El Morfo A se conoce de una sola población y, si

no se redescubren otras poblaciones, el acervo

genético único asociado con esta morfología está

en grave peligro de extinción. Gracias a las notas de

campo de Eberhard Meyer y la documentación de

la UCR, se sabe que existió al menos una población

adicional cerca de Palmar Norte, provincia de

Puntarenas. Aunque actualmente se cree que está

extinto (última visita de CBA y col. el 4 de enero

de 2021 sin encontrar ningún Atelopus), Meyer

documentó la presencia de la especie en el área en

la década de 1990. Durante cuatro visitas (enero y

mayo de 1990 y dos en marzo de 1993), Meyer vio

nueve hembras y al menos 40 machos.

Aunque se conocen múltiples poblaciones de morfos

B y C, Meyer también documentó poblaciones

adicionales en la década de 1990 que actualmente se

cree que están extintas. Durante cuatro visitas (marzo,

dos en abril y julio de 1990) al Centro Biológico las

Quebradas (cerca de San Isidro del General), Meyer

vio “muchos” Atelopus (morfo C) en marzo, algunos,

incluido un par en amplexus, en abril y una sola

hembra en julio. Durante dos visitas de CBA a ese

sitio en abril de 2021, no encontró A. varius. Durante

dos visitas en noviembre de 1989, Meyer también

registró la presencia de la especie (morfo B) en el

Jardín Botánico Las Cruces en San Vito, Puntarenas,

donde vio un macho y tres hembras. Aunque las

visitas de CBA al sitio en diciembre de 2013, junio

de 2015 y junio de 2017 no lograron documentar

a ningún individuo, la población B1 existente se

encuentra en la misma Cuenca hidrográfica.

Recomendamos encarecidamente un seguimiento

adicional de todas las poblaciones conocidas.

También instamos a la búsqueda continua de

poblaciones adicionales en localidades donde la

especie ha sido documentada en el pasado y en

nuevas áreas con hábitat adecuado.

Agradecimientos

Agradecemos a Remco Stuster, mediador de la

Dutch Dendrobatidae Association (Dendrobatidae

Nederland) y a Rogier van Rossem (Herpetofauna

Foundation), por el apoyo económico durante

campañas en 2017 y 2018 y 2023. Carlos Martínez-

Rivera (Philadelphia Zoo) proporcionó equipo

para el trabajo de campo; Tobias Bokesten de la

Sociedad Sueca de Dendrobatid, proporcionó apoyo

financiero para una expedición; Twan Leenders

compartió información sobre la población y el morfo

D; Eberhard Meyer proporcionó datos del trabajo

de campo en las décadas de 1980 y 1990; Óscar

Brenes (Reserva Playa Tortuga, Ojochal, Costa Rica)

ayudó con los datos de georreferenciación; Stefan

Lōtters y algunos colegas anónimos hicieron valiosos

comentarios que mejoraron el texto, a pesar de que

no todos fueron seguidos. Cristian Porras, Daniel

y Marvin Sandí, Niko Méndez, Henry Parra, Kevin

Venegas, Esteban Cordero, Rio Dante, Diego Gómez-

Hoyos, Juan Abarca, Josué Vargas, Jean Francisco

Montero, Diego Avilés, Francisco Moya, Edu Mora y

Brona Gabrysova fueron dedicados compañeros de

campo. Gracias a Adan Ortíz y Oscar Ortiz se pudo

ubicar la poblacion B3. Estos estudios se realizaron

bajo el permiso ACOSA/INV/014 17.

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111


112


Foto 1

Estudiando la Preferencia de Hábitat

de Atelopus glyphus, en el Darién, Panamá

Michelle Quiroz Espinoza, Fundación Los Naturalistas.

Instituto Interdisciplinario de Investigación e Innovación (i4), Vicerrectoría de Investigación

y Posgrado, Parque Científico y Tecnológico, Universidad Autónoma de Chiriquí, Ciudad

Universitaria El Cabrero, David, Chiriquí, Panamá.

Red Mesoamericana y del Caribe para la Conservación de Anfibios y Reptiles.

113


Foto 1

En el 2015 inicia mi aventura en la herpetología

estudiando una maravillosa joya de los bosques

darienitas, Atelopus glyphus, que se refugia en la

Serranía de Pirre, en el área protegida más grande

de Panamá, el Parque Nacional Darién (PND).

Este extenso parque es catalogado como un área

potencial de gran biodiversidad, presenta más de 85

especies de anfibios es un sitio de gran importancia

para la conservación al ser parte de unos de los

puntos calientes de biodiversidad, El Choco-Darién

(Flechas et al., 2017; Marchese, 2015; Parker et al.,

2004; Samudio et al., 2015). Como la mayoría de

sus congéneres, A. glyphus no se escapa de estar

presente en la lista de la IUCN, como especie En

Peligro Crítico, casi el 83% del género Atelopus

se encuentra en alguna categoría de esta lista

roja, han sufrido declives muy drásticos llevando

al 90% a un riego de extinción, ameritándose a

diferentes problemas como la pérdida de hábitat,

el cambio climático y el más problemático, el

hongo Batrachochytrium dendrobatidis (Coloma

et al., 2010; Flechas et al., 2017; IUCN, 2019;

Foto 1. Primera visita a Darién. De Derecha a izquierda Doc.

Abel Batista, Lic. Madian Miranda, Lic. Marcos Ponce y Msc.

Michelle Quiroz.

Foto 2. Primer Atelopus glyphus observado en mi gira al

Parque Nacional Darién. Foto: Michelle Quiroz.

La Marca et al., 2005; Ramírez et al., 2020; Valencia

& Fonte, 2021; Zumbado-Ulate et al., 2022). Existen

poblaciones en la parte baja de la Serranía de Pirre,

en el área de Rancho Frío que difieren en el patrón

de coloración descrito de su holotipo, color de

fondo marrón uniforme o marrón más claro con

pequeñas manchas de color blanco amarillento

que pueden tener centros marrones o una línea

que las atraviese con vientre amarillo (Dunn, 1931;

Savage, 1972) y las que se encuentran en la parte

baja poseen un color café uniforme o sobre un

color de fondo sepia; manchas amarillas, superficie

abdominal blanco-amarillentas, algunas veces con

manchas café oscuro, las mancha de color amarillas

son mucho más grandes (Batista, 2014). Desde el

114


Foto 2

115


Foto 3

116


Foto 4

Foto 3. Tomando datos de Intensidad lumínica dentro de uno

de los transectos establecidos para el estudio. Foto: Michelle

Quiroz.

Foto 4. Levantando la información sobre preferencia de

hábitat de Atelopus glyphus. Foto: Michelle Quiroz.

2013 al 2017 las poblaciones de Rancho Frío han

sido monitoreadas por El Grupo para la Educación

y Manejo Ambiental Sostenible (GEMAS) realizado

por la gestión del Fondo para la Conservación

del Parque Nacional Darién (FONDO DARIÉN).

Desde el 2018 al 2022 el proyecto Anfibios en la

Unión de las Américas: Ranas como Modelos de

Estudio para los Desafíos de Conservación en

Panamá, realizó estudios con A. glyphus.

Durante la ejecución del proyecto de GEMAS y

FONDO DARIÉN buscaban estudiantes tesistas

para ejecutar la investigación, y es ahí donde apliqué

a la convocatoria con el proyecto de investigación

“Preferencia de Hábitat y Conservación de A.

glyphus, Darién Panamá”, el cual fue aprobado

para el apoyo financiero de más del 80% de la

investigación. La primera gira a campo la realice en

junio del 2015 (Foto 1), como parte del equipo de

asistente del Doc. Abel Batista (Mi asesor de tesis

de grado) y él Lic. Marcos Ponce, los primeros días

los apoyé a tomar datos para el proyecto donde

ellos estaban trabajando, los últimos días visitaría

sitios potenciales para mí tesis. Darién me cautivo,

sin duda supe que mis próximas visitas iban a ser

muy placenteras. Recuerdo claramente esa primera

vez que vi A. glyphus, en el borde de una hermosa

quebrada con vegetación (Foto 2), quede cautivada

con su belleza, aún se me eriza la piel al recordarlo;

estaba muy emocionada porque sabía que sería

una de las quebradas a utilizar para desarrollar mi

investigación, en esa misma quebrada escuche por

primera vez el canto de este espectacular bufónido,

y pude ver sus movimientos con las manos al

comunicarse; fue magnífico, no solo estaban

cautivando a las hembras arlequines sino también

a mí. En la selva del Darién fue mi primera vez

acampando en una tienda; después del tercer día de

117


Foto 5

Foto 6

118


Foto 7

Foto 5. Fotografía dorsal de Atelopus glyphus, fotografía

tomada por Vincent Premel, durante una asistencia en campo.

Foto: Michelle Quiroz.

Foto 6. Preferencia de hábitat de A. glyphus. Afluente

monitoreado. Foto: Michelle Quiroz.

Foto 7. Afluente monitoreado para determinar la preferencia

de hábitat de Atelopus glyphus. Foto: Michelle Quiroz.

gira como asistente de Abel y Marcos acampamos

por obligación en el primer campamento camino a la

cima de la Serranía de Pirre. No fue muy placentera

ya que tuve que compartir la tienda con varias

personas, hacía un calor espantoso, mosquitos por

todos lados, aparte de los fuertes ronquidos que no

me dejaron descansar. Acampar en mis siguientes

giras fue mucho mejor ya iba mejor preparada para

los mosquitos y pude tolerar el calor (Foto 3).

Para realizar mi estudio sobre la Preferencia de Hábitat

de A. glyphus inicié monitoreando 3 afluentes dentro

de los límites de PND, realizado giras con muestreos

sistemáticos en los afluentes, en transectos de 400

metros (m) con la técnica de encuentro visual,

desde la orilla hasta dos metros afuera del margen

de la quebrada. Determiné la preferencia de hábitat

tomando en cuenta parámetros ambientales: tales

como intensidad lumínica, registrada a un metro

del suelo con un luxómetro PCE-170; temperatura

ambiental registrada a un metro del suelo; lecho

de afluente; estado del tiempo; transparencia del

agua, presencia de sedimento; velocidad del agua y

descarga. También tomé en cuenta parámetros de

microhábitat, posición vertical, altura con respecto

al afluente; posición horizontal: distancia con

respecto al afluente y tipo de sustrato donde fue

encontrado (Heyer et al., 1994; Vargas, 1999; Ward,

2008) (figura 4). Adicionalmente, cada individuo fue

medido y fotografiado (figura 5), con el propósito

de evitar tomar los datos del mismo individuo

durante el monitoreo, como también para registros

de recapturas en los siguientes monitoreos.

119


Foto 8

Realice pruebas de hisopados para determinar la

presencia del hongo patógeno B. dendrobatidis,

utilizando guantes de látex para cada individuo, tome

muestra de la piel y del sustrato donde se encontraron

utilizando el método descrito en Boyle et al., (2004).

Al iniciar y al finalizar el monitoreo y durante cada día,

tomamos medidas de seguridad y prevención para

evitar o disminuir la dispersión del hongo (figura 6).

Realicé un programa de educación ambiental en 3

escuelas aledañas al sitio de estudio y/o en la zona

de amortiguamiento del parque, ofreciendo talleres,

conferencias y entregando folletos informativos.

Durante las primeras gira se monitorearon 3

afluentes, en dos de ellos no se logró registrar ni

un individuo de A. glyphus, una de estas quebradas

presentaba aguas lóticas con pocas rocas, lo que

la hacía totalmente diferente a las características

de los afluentes descritos por Lötters, 2007 para

los Atelopus spp., debido a esto se tomó en

cuenta dos quebradas más que sí presentaban

estas características y ya se habían reportado

poblaciones de A. glyphus (A. Batista com. pers.

2017), por lo que al finalizar los estudios de

campo obtuve registros en 4 afluentes (figura 7).

Logré registrar hembras con huevos, pero no se

observaron posturas o renacuajos. Atelopus glyphus

tiende a posarse sobre rocas o arbustos al borde

del afluente (figuras 8 y 9). Pudimos confirmar la

presencia de B. dendrobatidis en 3 transectos y un

individuo muerto, pero sorprendente no resulto

positivo con quitridiomicosis. En el desarrollo del

Plan de Educación Ambiental capacitamos a 185

estudiantes y participaron 14 profesores, 99.5

% de las personas desconocían la existencia de

la rana arlequín de Pirre. Es sorprendente como

desconocemos lo que nos rodea, por lo que es

importante establecer estrategias de conservación

en donde se dé la participación de las comunidades

más activamente.

Como ya saben inicie a trabajar con A. glyphus en

el 2015 y termine las giras a campo en el 2016,

entre altas y bajas; frescura y dedicación; estudio y

trabajo, logre satisfactoriamente presentar mi tesis

120


Foto 9

Foto 8. Atelopus glyphus observado sobre una roca a orilla

del afluente. Foto: Michelle Quiroz.

Foto 9. Atelopus glyphus observado y registrado en uno de

los afluentes monitoreados. Foto: Michelle Quiroz.

de grado en el 2019, muy agradecida con Abel,

por esa paciencia y dedicación como asesor, sin

dudar a transmitir cada uno de sus conocimientos

conmigo, de igual forma agradecida, mis otros

asesores la profesora Lety de Wong y el profesor

Pedro Caballero, al ingeniero Gary Szrama y al

Club Soroptimist Internacional por apoyarme con

donaciones que me ayudaron a darle continuidad y

finalización a mi tesis, a mis guías Marco y Giovanni

Pacheco, también agradecida con amigos y familiares

que confiaron en mí y de una u otra forma me

motivaron a culminar, muy especial Vincent Premel

que me aporto algunas fotografías mientras me

asistía en el 2016, igual a Sam y Elven Remerand

por su apoyo, antes de terminar agradecer muy

cordialmente a Grupo por la Educación y Manejo

Ambiental Sostenible (GEMAS), Fondo Darién, y

al Sistema Nacional de Investigación y Tecnología

por la subvención que permitió la realización

esta investigación y al Instituto Smithsonian de

Investigaciones Tropicales, Gamboa, Panamá por su

apoyo en los análisis de los hisopos.

121


Foto 10

Foto 10. Atelopus glyphus registrado sobre un arbusto en uno

de los afluentes monitoreados. Foto: Michelle Quiroz.

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123


124


CUANDO ATELOPUS CHIRIQUIENSIS

AÚN ABUNDABA

Willem van den Berg

Viridifolia123@gmail.com

125


Atelopus chiriquiensis (considerado extinto). Foto: Willem van den Berg.

En el oeste de Panamá, cerca de Cerro Punta, en

el conocido Parque Nacional La Amistad, que se

extiende a lo largo de la línea divisoria entre Costa

Rica y Panamá., en noviembre de 1993 fue nuestro

primer y lamentablemente último encuentro con

esta especie de Atelopus probablemente extinta

que se encuentra allí a una altitud de 2100-2115 m.

La Expedición “Amistad 1993” siempre quedará

como un gran recuerdo para mí. Nuestra visita

fue por el lado panameño cerca de Cerro Punta,

provincia de Chiriquí.

Según los residentes que vivían a lo largo del camino

de tierra hacia el parque, a veces se avistaban

algunos anfibios parecidos a sapos a lo largo de las

orillas del río.

Teníamos grandes esperanzas de que Atelopus pudiera

ocurrir allí, y continuamos nuestra búsqueda hasta

la entrada del parque. Nuestro primer encuentro

con Atelopus chiriquiensis ya era un hecho. En el

camino encontramos una pareja recién atropellada,

de la que también se veían claramente los huevos.

Así que esperábamos encontrar más puesto que

eso significaba que estábamos en la temporada

de apareamiento. Los promedios de temperatura

se encontraban entre 10 y 20 C, a veces, incluso

ascendiendo hasta 27 C. Pero también es posible

que descienda por debajo de los 10 C. Según la

población local, a veces se encontraba escarcha en la

hierba a lo largo de los ríos.

El área tiene una apariencia exuberante con mucho

bambú y grandes cedros (Quercus sp) que están

llenos de epífitas. La bromelia Tillandsia biflora

demostraba que estábamos en elevaciones altas y

frescas. Después de solo media hora de búsqueda,

llegamos a un arroyo rápido de 2 metros de ancho

con un pequeño puente. Los sonidos de los machos

cantando ya revelaban que estábamos cerca de los

sapos. Después de una estancia de unas 3 horas,

pudimos contar 69 Atelopus chiriquiensis en unos

100 metros cuadrados, 11 hembras y 58 machos. Las

hembras poseen dimensiones claramente mayores

y tienen una forma más rechoncha, alcanzando los

40-47 mm, en diferentes colores, desde marrón

chocolate con blanco crema o naranja con beige

e incluso algo de rojo. Los machos son claramente

reconocibles por su tamaño más pequeño y forma

más delgada (entre 29-31 mm) y, a menudo, de

color uniforme, principalmente gris o, en ocasiones,

126


Atelopus chiriquiensis (considerado extinto). Foto: Willem van den Berg.

Atelopus chiriquiensis (considerado extinto). Foto: Willem van den Berg.

127


Atelopus chiriquiensis (considerado extinto). Foto: Willem van den Berg.

128


gris muy claro/casi blanco y un pequeño número

eran amarillos. La temperatura ese día nublado que

nunca se me olvidará (16-11-1993) a una altura

de 50 cm fue de 14.2- 14.8 C, mientras que la

temperatura del agua fue de 13 a 13.2 C

Después de este fantástico encuentro con esta

especie, volví a visitar la zona varias veces a

intervalos de varios años sin resultado positivo. Una

hermosa especie que puede haber desaparecido

para siempre, pero permanecerá en mi memoria y

en estas fotos.

Atelopus chiriquiensis (considerado extinto). Foto: Willem van den Berg.

Nota de los editores: Estas fotografìas de Willem van

den Berg, son consideradas las últimas tomadas en

vida de esta especie.

Hábitat de Atelopus chiriquiensis. Foto Willem van den Berg

129


Atelopus laetissimus: Foto: César Barrio-Amorós

130


En búsqueda de las ranas

arlequines de la Sierra Nevada de

Santa Marta, Colombia

Hernán Darío Granda Rodríguez

131


Foto 1

Iniciar un artículo científico es una tarea complicada,

ya que debemos tener muy claro qué presentar

siguiendo una metodología y que esta provea

resultados novedosos. Pero empezar un artículo de

divulgación científica para resumir casi 20 años de

experiencia en ranas arlequines es un gran desafío.

Les cuento que el inicio de las investigaciones y la

pasión hacia las ranas arlequines, tiene un nombre:

Juan Manuel Renjifo, ya que si no fuera por “el profe”

como lo llamamos cariñosamente, jamás hubiera

trabajado con este género. Por allá en 2005 empecé a

trabajar mi proyecto de tesis de biología junto con mi

compañero Adolfo del Portillo (Foto 1) con especies

de bosque seco en el Caribe colombiano (en los

alrededores de Santa Marta) pues queríamos ver la

variación espacio temporal de la herpetofauna en un

fragmento de bosque seco, ya que este ecosistema

es uno de los más modificados y afectados en

Colombia. Sin embargo, ese mismo año al Profe

le salió una beca de Conservación Internacional

Colombia para evaluar las poblaciones de Atelopus

en la Sierra Nevada de Santa Marta (SNSM) y nos

pidió que trabajáramos esa tesis para titularnos de

biólogos. Para su conocimiento en la SNSM hay

Foto 1: Discutiendo la metodología con Adolfo del Portillo.

Foto: Hernán Granda Rodríguez.

Foto 2: Ikakogi tayrona. Foto: Hernán Granda Rodríguez

5 nombres que posiblemente corresponden a 4

especies de Atelopus: A. laetissimus, A. nahumae, A.

carrikerri, A. arsyecue y A. walkeri, todas ellas endémicas

y distribuidas por encima de los 1500 msnm.

Luego de pensarlo varios días dejamos la tesis de

herpetofauna del Bosque seco para buscar Atelopus

a 2000 metros sobre el nivel de mar, ese diciembre

de 2005 subimos a una localidad llamada

San Lorenzo en el sector noroccidental de la SNSM

a buscar dos especies, A. laetissimus y A. nahumae.

Esta localidad guarda una cantidad de endemismo

de especies como, Serranobatrachus, Ikakogi tayrona

(Foto 2), Bolitoglossa y el género endémico Geobatrachus.

Esta zona ya había sido explorada por grandes

investigadores como Alexander Ruthven, Jhon

Lynch y Pedro Ruiz Carranza. Aunque hoy en día

es más fácil subir a esta localidad. A inicios del 2000

los grupos armados llamados paramilitares dominaban

esta zona y para poder ingresar era necesario

solicitarles permiso.

132


Foto 2

A finales del año 2005 invertimos 4 días de

muestreos tanto en el día como en la noche para

la búsqueda de las ranas arlequines, cabe resaltar

que diciembre es época seca en San Lorenzo con

presencia de fuertes brisas por los vientos alisios del

norte. Por consiguiente, los días son bastante fríos y

muestrear para esa fecha es bastante complicado y

más si ustedes son del caribe colombiano donde las

temperaturas son de 32 grados y allá baja hasta los

8 grados. Luego de realizar búsqueda de los Atelopus

en diferentes quebradas por 4 días no encontramos

ningún individuo llegando a pensar que estas especies

habían desaparecido como otras de su género. Sin

embargo, para mayo del 2006 el biólogo Juan Manuel

Carvajalino y funcionarios de parques nacionales

Colombia encontraron individuos de A. laetissimus y

A. nahumae en la Quebrada San Lorenzo (Foto 3),

siendo uno de los sitios más prístinos y cuidados en

la SNSM, paradójicamente esta zona no se encuentra

en área protegida.

Gracias a los descubrimientos de Juan Carvajalino

pudimos continuar con nuestra tesis y evaluar

el estado poblacional de A. laetissimus (foto 4) y

Atelopus nahumae (Fotos 5 y 6) por lo cual durante

8 meses entre 2006 y 2007 monitoreamos las

poblaciones de estas especies donde registramos

cantos, documentamos su comportamiento de

descanso nocturno subiendo a vegetación baja,

tal vez como medida antidepredatoria, y sobre

todo encontramos que las poblaciones no estaban

declinando como otras especies en Venezuela

o Costa Rica. Observamos que la especie era

territorial pero no teníamos la certeza de esta

hipótesis ya que no habíamos marcado individuos.

Este tema de territorialidad permitió que siguiera

muestreando estas dos poblaciones de Atelopus

entre 2008 y 2015 donde marcamos individuos

con Alpha numeric tag y empezamos a marcar

sitios de descanso de las especies, además de

medir la percepción de las personas sobre

esta especie. Encontramos que A. laetissimus

utiliza diferencialmente los sustratos disponibles

encontrándose con mayor frecuencia sobre rocas

y hojarasca en las horas diurnas y en las horas

nocturnas se encuentran sobre hojas de plantas.

El conocimiento de la especie por parte de los

133


Foto 3

Foto 4

134


Foto 5

Foto 3: Quebrada San Lorenzo. Foto: Hernán Granda

Rodríguez

Foto 4: Atelopus laetissimus. Foto: Hernán Granda Rodríguez

Foto 5: Atelopus nahumae. Foto: Hernán Granda Rodríguez

encuestados era escaso, pocos encuestados la

reconocieron, pero algunos declararon haber visto

individuos en viajes turísticos o académicos en la

quebrada San Lorenzo. Además de eso modelamos

el nicho de A. laetissimus el cual se encontró que

la distribución potencial se restringe a bosques de

zonas húmedas del flanco noroccidental y norte de

la SNSM con un área de ocupación que no supera

los 1200 km 2 donde consideramos que la especie

debía estar categorizada como En Peligro.

Al mismo tiempo que realizábamos estudios con A.

laetissimus y A. nahumae fuimos a buscar poblaciones

de otras especies en el sur de la Sierra de Santa

Marta, A. arsyecue y A. walkeri sin tener ningún éxito

ya que para acceder a las zonas donde se encuentran

estas especies hay que solicitar permiso a las

comunidades indígenas por ser sitios sagrados; estas

expediciones se realizaron con Jóvenes entusiastas

como Andrés Camilo Montes y Fredy Polo. Sin

embargo, no encontramos estas especies, pero en

una localidad reportamos una nueva distribución

de Atelopus nahumae en Nabusimake (Foto 7). A.

arsyecue fue reportado por la Fundación Atelopus

encontrándose poblaciones sanas y en buen estado,

pero cabe resaltar que el sur de la Sierra está

altamente deforestada comparada con otras zonas

por lo cual hay que prestarle gran importancia a

esta zona (Foto 8).

Actualmente ya no estoy trabajando en la Sierra

nevada de Santa Marta, estoy dedicándome a

la docencia e investigación en la Universidad de

Cundinamarca, en Facatativá, Cundinamarca zona

central de Colombia. A unos 30 minutos de donde

vivo queda la localidad tipo de Atelopus farci la

cual he buscado desde 2019 hasta la fecha si

tener éxito con una inversión de casi 300 horas/

hombres; la última búsqueda la realicé junto a

Cesar Barrio Amorós en febrero de 2023 y solo

pudimos observar Dendropsophus padreluna otra

rana endémica de esa región de Colombia y muy

135


Foto 6

hermosa (Foto 7). No pierdo la esperanza de

encontrarla algún día y ver este maravilloso anfibio

endémico del país.

Agradecimientos

Agradezco estos casi 20 años de trabajo a muchas

personas que me acompañaron en campo: Liliana

Saboyá, Adolfo Del Portillo, Andrés Montes, Fredy

Duque, Víctor López, Vera Tatiana Martinez, Jorge

Beltrán y Vanessa Pacheco. Sobre todo, al profe Juan

Manuel Renjifo por sus grandes consejos y regaños;

sin su influencia tal vez no estuviera donde estoy hoy.

Foto 6: Medición de Atelopus nahumae por Adolfo del

Portillo. Foto: Hernán Granda Rodríguez

Foto 7: Atelopus nahumae de Nabusimake. Foto: Hernán

Granda Rodríguez

Foto 8: Sur de la Sierra de Santa Marta. Foto: Hernán

Granda Rodríguez

136


Foto 7

Foto 8

137


Foto: Juan Sebastián Forero.

138


RELATOS DE UNA NOCHE:

LAS BREVE HISTORIA DEL DESCUBRIMIENTO DE

LA RANA ARLEQUÍN NOCTURNA

ATELOPUS NOCTURNUS

Laura Bravo-Valencia & Mauricio Rivera-Correa

La sonoridad de los bosques y todos sus

protagonistas, sus coloridas aves, sus alados insectos,

el esquivo recorrer del viento, el crujir de la seca

hojarasca, las efervescentes aguas de sus riachuelos,

todo ese sinfónico conjunto de estímulos relata

la riqueza de la vida, de esa estrecha conexión de

sus interacciones en donde tantas cosas ocurren y

pocas veces nos detenemos a contemplarlas con la

evocación de su grandeza. Y es que los bosques y

su magnitud son a su turno la representación de la

inmensa creatividad del mundo natural.

Durante décadas los biólogos en su interés

de comprender la diversidad Neotropical, han

recorrido la geografía oculta de uno de los

países más maravillosos del hemisferio occidental,

Colombia, un país de bosques cargado de cromáticos

paisajes, relieves indomables, valles indescriptibles

y serpenteantes ríos, que, sumado a su posición

ecuatorial ha posibilitado la diversificación de

formas, tamaños, colores y comportamientos de

cientos de miles de plantas, hongos y animales,

entre otros. En esas búsquedas, los herpetólogos,

férreos documentadores de la historia natural

de los anfibios y reptiles, se han interesado por

comprender los intricados relatos evolutivos y

qué arcanos secretos nos ocultan, como el por

qué de tantas especies, cómo se relacionan, qué

atributos les son únicos, qué efectos les generan los

cambios climáticos globales, y un sin número más

de preguntas, la mayoría aún esperando respuestas.

139


En esa intricada búsqueda en las más recientes

décadas, las montañas andinas del departamento

de Antioquia una región al noroccidente de

Colombia, se ha constituido en un laboratorio vivo

de investigación, en donde decenas de especies se

han descubierto y descrito formalmente, tal que,

muchas de ellas se han constituido en objeto de

conservación y son la representación del patrimonio

natural de esta región.

En una de tantas expediciones científicas al inicio del

presente siglo en los bosques de esta región, hallaron

en el municipio de Anorí un individuo de una rana

que nadie conocía y este hallazgo llamó la atención

de los herpetólogos sobre estos fragmentos

boscosos relativamente poco explorados y que

parecían poseer una diversidad biológica asombrosa.

Es así como en el 2007, tres jóvenes entusiastas

estudiantes de biología motivadas por el hallazgo

de años previos y apoyadas por organizaciones de

conservación local, se suman y embarcan en un

viaje a través de las montañas de Anorí, en húmedos

paisajes que superan los 1600 metros de altitud. Ellas

recorrieron el interior de estos hábitats frondosos

de espesa vegetación, de olores indescriptibles

y melódicos sonidos. Realizaron durante algunas

salidas el reconocimiento de especies con el fin

de documentar la riqueza natural de aquellos

ecosistemas, puesto que esta información es de alto

valor para la constitución de reservas naturales, una

de tantas estrategias de conservación que busca

perpetuar la riqueza endémica de Colombia.

Con ahínco continuaban en la búsqueda por senderos

y cañadas de la esquiva rana, la protagonista de esta

historia. Previos relatos científicos revelaban que

en diferentes oportunidades las búsquedas habían

sido infructuosas, sin resultados alentadores, lo cual

no parecía extraño, y es que ya era bien sabido

que los sapos arlequines del carismático género

Atelopus y de la muy diversa familia de los sapos,

los bufonidos, enfrentaban serias problemáticas de

conservación. Existe evidencia que los Atelopus están

presentando disminuciones de sus poblaciones en

algunas especies, incluso, sin registros en campo por

décadas para muchas de ellas.

Todo parecía improductivo en la búsqueda de

estas ranas diurnas que habitan las márgenes

de los ríos y quebradas usualmente torrentosas

y con abundantes rocas donde sus renacuajos

aprovechando una morfología extraordinaria

permanecen adheridos, mientras transitan por

su desarrollo y metamorfosis. Los Atelopus han

despertado la fascinación de científicos y cada vez

más de la sociedad generalizada por sus aspectos de

la historia de vida poco conocidos, el limitado saber

sobre sus relaciones evolutivas, pero sobretodo

por su colorido, relativamente poco común en su

familia taxonómica, ya que la mayoría de los otros

géneros presentan aspectos rugosos y colores

menos vistosos.

Durante las últimas jornadas de dichas expediciones,

las investigadoras no descartaron la oportunidad

de ampliar la búsqueda al finalizar las tardes, donde

el ocaso era reemplazado por plena oscuridad,

y aunque su objetivo había sido parcialmente

reemplazado por caracterizar la diversidad de

especies de anfibios, pues la mayoría de las especies

de estos bosques, son de hábitos nocturnos, aún

conservaban la esperanza de algún nuevo hallazgo

de la rana arlequín de Anorí. Para inventariar la

diversidad de ranas de un lugar, es necesario hacer

recorridos diurnos y nocturnos dentro del bosque

y a lo largo de las quebradas y otras fuentes de

agua en donde muchas especies se pueden

encontrar forrajeando activamente, cortejándose

y apareándose, algunos combatiendo incluso, en

defensa de su territorio o cuidando su descendencia

de posibles depredadores o condiciones climáticas

desfavorables.

En una de esas últimas noches las investigadoras

recorrieron un pequeño arroyo con destreza, la

noche oscura significaba la luna nueva, y aunque la

lluvia estuvo ausente por días, el agua del arroyo

reflejaba la intensa luz de las linternas de las biólogas,

cuando muy cerca a la orilla, en la vegetación de

la ribera, la que bordea el cauce de la quebrada,

observaron un par de ranas posadas sobre las hojas

de arbustos a unos pocos centímetros del suelo. Su

coloración era café oscuro y su rostro relativamente

alargado, lo cual las llevó a pensar que se trataba de

juveniles de Rhinella macrorhina, el sapo narigón de

Antioquia, abundante en esa localidad. No obstante,

estos eran más esbeltos y lisos y al observarles el

vientre color blanco se enteraron que se trataba de

otra especie, quizá la observada años atrás. A unos

140


Foto: Juan Sebastián Forero.

metros de estos, encontraron otro individuo, esta

vez, un poco más grande y de vientre color naranja

intenso, como los atardeceres de los Andes. Entre el

asombro y la alegría tuvieron la certidumbre de que

se trataba de representantes de las ranas arlequines

que tanto esperaban encontrar, y sí, eran Atelopus,

uno de los géneros de anfibios más amenazados

del mundo. La diferencia de tamaños se debía a que

habían observado ambos sexos, muy afortunadas,

incluso una pareja en amplexo, la forma en que los

biólogos suelen llamar al abrazo sexual, sugiriendo

que se encontraban en plena actividad reproductiva.

caso esta rana arlequín, escurridiza por muchos

años, era una especie desconocida para la ciencia y

la sociedad, por lo tanto, merecía un nuevo nombre,

aludiendo a su inusual habito de ser una protagonista

de la noche.

Este deseado encuentro llamo la atención de

las investigadoras y es que hasta donde se había

documentado en su momento, los Atelopus eran

de actividad diurna, por lo tanto, encuentros

nocturnos era un hallazgo muy inusual, por no decir

único. Aunque en la actualidad esta conducta en el

género parece ser más común de lo previamente

sospechado, no dejó de ser muy significativo, tanto,

que derivó en el posterior nombre de la especie,

Atelopus nocturnus. Si bien no es frecuente describir

nuevas especies de las ranas arlequines, en este

141


142


Atelopus en Surinam

Dick Lock.

Herping Surinam

Foto: Dick Lock

143


Atelopus hoogmoedi. Foto: Jean Pierre Vieira

144

Atelopus hoogmoedi. Foto: Dick Lock


Atelopus hoogmoedi. Foto: Dick Lock

Surinam es uno de los países más boscosos del

planeta. Cubierto con más del 90% de bosque y

solo un poco más de medio millón de habitantes,

alberga un enorme potencial de vida silvestre virgen.

Con muy poca investigación realizada en el pasado

y muy poca tierra bien explorada, existe incluso una

alta posibilidad de descubrir nuevas especies.

En Surinam, Atelopus hoogmoedi Lescure, 1974 está

muy extendido, incluso puede ser relativamente

común en las tierras bajas. Se siguen descubriendo

nuevas poblaciones de este Atelopus. En 2006, se

describió Atelopus hoogmoedi nassaui Ouboter &

Jairam, 2012 en la montaña Nassau, en el noreste

de Surinam. Con una distribución muy limitada y

un aspecto similar al de Atelopus barbotini Lescure,

1981, justo al otro lado del río Marrowijne en la

Guayana Francesa, podría decirse que era una

subespecie. Investigaciones de ADN posteriores

establecieron que esta variedad rosada no era una

subespecie sino una mera variación de color de A.

hoogmoedi. Sin embargo, esta increíble variación de

color está al borde de la extinción. Solo se puede

acceder a estas áreas particulares en automóvil unos

pocos meses al año. Además de esto, el área está

fuertemente minada y contaminada, disminuyendo

su número rápidamente.

Herping Surinam, un operador turístico local de

herping (herpetofauna), encontró recientemente

nuevas poblaciones en sitios más accesibles, aunque

estas áreas también están muy afectadas por las

minas de oro ilegales y su contaminación.

Últimamente, varias poblaciones de Atelopus que

varían en colores como naranja, amarillo, verde/azul,

rosa/púrpura se han encontrado muy extendidas

en todo Surinam. Grandes diferencias de color,

otros patrones y más del doble del tamaño que

el A. hoogmoedi, ésta muy bien podría ser una

especie nueva para la ciencia. Herping Surinam visitó

recientemente una de estas áreas y descubrió que

incluso dentro de la población, los colores parecen

tener su propia distribución.

Muchos de estos animales se están exportando

ahora como A. hoogmoedi, y algunas poblaciones de

estas especies, posiblemente aún no descritas, se

están viendo afectadas y están disminuyendo.

145


146


Foto 1

JAMBATOS Y ARLEQUINES

EN LA MITAD DEL MUNDO:

una breve revisión a la diversidad y estado

de conservación de Atelopus en Ecuador

Mario H. Yánez-Muñoz

Unidad de Investigación. Instituto Nacional de Biodiversidad. Quito – Ecuador.

mario.yanez@biodiversidad.gob.ec

147


Los sapos arlequín (denominados jambatos en

Ecuador) pertenecen al género Atelopus, un linaje

monofilético y endémico del Neotrópico dentro

de la familia Bufonidae. Ecuador es el segundo país

en la región neotropical con mayor diversidad de

especies (25 sp.). Con 18 especies endémicas y

la totalidad de sus linajes en riesgo de extinción

este género es el grupo más emblemático de la

declinación masiva de anfibios en el mundo. En el

desarrollo de esta revisión, se realiza una reseña

histórica sobre las características del género

en relación a su comportamiento taxonómico,

diversidad, distribución geográfica y estado de

conservación. Las acciones para conservar y

concienciar sobre la desaparición de los jambatos

y sapos arlequines de Ecuador, han crecido

sustancialmente en los últimos años. Sin embargo,

las expectativas para conservar estas joyas de los

Andes se ven seriamente comprometidas por los

intereses económicos enfocados directamente en

el extractivismo de materias primas, el desordenado

y demandante crecimiento demográfico, así como,

el cambio global en general. La conservación de los

sapos Atelopus es un compromiso que involucra a

toda la sociedad y que busca dejar un legado respeto

y responsabilidad a nuestras futuras generaciones y

la vida que los rodea.

Presentando a los jambatos y sapos arlequines

Para los batracólogos, conservacionistas o biófilos

contemporáneos en Ecuador y el mundo, los

jambatos o sapos arlequines son prácticamente

un objeto de culto y veneración. Pertenecen al

género Atelopus, un grupo monofilético de anuros

de la familia de sapos típicos Bufonidae. Descrito

por los zoólogos franceses August Duméril y

Gabriel Bibron en 1841, es un linaje endémico

de Sudamérica. Con 99 especies formalmente

descritas para el género, habitan desde Costa

Rica hasta Bolivia al sur, incluyendo Brasil, Guyana,

Surinam y Guayana Francesa (Frost, 2022). Su

centro de radiación adaptativa es los Andes Norte

de Colombia, Ecuador y Perú, donde se aglutina

la mayor diversidad y endemismo de especies del

género (Guayasamin et al., 2010) (Fig. 1).

Comúnmente conocidas como sapos arlequines

debido a sus colores llamativos y diseños

espectaculares, han llamado la atención de

investigadores durante décadas. Hasta el segundo

cuarto del siglo XX, muchas poblaciones del género

Atelopus fueron comunes a lo largo de su rango

distribución (Ron et al., 2003; Lips. et al., 2005). Sin

embargo su dramática y evidente declinación en los

años venideros generó la alerta entre en los científicos,

identificando a este género, como el grupo más

amenazado de los anfibios Neotropicales (Young

et al., 2002; Stuart et al., 2004; La Marca et al. 2005;

Rueda-Almonacid et al. 2005; Pounds et al., 2006;

Coloma et al., 2010; IUCN, 2022). Se ha estimado

que el 83% de sus especies se encuentra en alguna

categoría de riesgo de extinción, 73% han declinado

poblacionalmente, 40% posiblemente están extintas

en vida silvestre y tres han sido declaradas extintas

(Valencia y da Fonte, 2021).

Históricamente Atelopus ha sido un elemento

conspicuo en la cultura andina ecuatoriana, al

extremo que su gran abundancia parecía que

duraría para siempre. Asociados a cuerpos de agua,

de actividad diurna y relacionados a la frase: “…

los sapitos que la mamá le cargaba al guagüito…”.

Una expresión de la cultura campesina andina en

Ecuador, que reconocía la presencia de este anuro

en su entorno y que, en su visión asociaba que

las hembras de la especie cargaban a sus crías tal

cual como las madres campesinas cargaban a sus

pequeños guaguas o hijos en la espalda. Incluso una

de las ciudades más importantes de la sierra centro

ecuatoriana, Ambato en la provincia de Tungurahua,

tiene su origen en la lengua Quichua Jambatu=rana,

una quichualización o españolización del idioma

Panzaleo, el cual era hablado por las etnias nativas de

esta provincia. Este término ampliamente difundido

y muy variado en los dialectos aborígenes en las

provincia de Pichincha, Cotopaxi y Chimborazo,

pudo tener un uso más exclusivo para designar

a Atelopus ignescens, una de las especies más

emblemáticas de los Andes ecuatorianos (Centro

Jambatu, 2021).

Foto 1. Esta especie de Atelopus del Ecuador aún no ha sido

formalmente descrita, pero se la conoce como Atelopus sp.

“wampukrum”, del piedemonte suroriental de los Andes. No

está evaluada por la UICN, pero se considera que también

debe presentarse como críticamente amenazada.

Foto: César Barrio-Amorós.

148


Figura 1. Diversidad del género Atelopus en Sudamérica y Ecuador. (A) Distribución del número de especies descritas y

número de especies endémicas por país, en su área distribución. (B) Distribución del número de especies en Ecuador, acorde

al total de taxa descritas, distribución en regiones naturales, endemismo y riesgo de extinción.

149


Figura 2. Diversidad del género Atelopus Ecuador. (A) Comportamiento y crecimiento taxonómico del género en Ecuador.

(B) Distribución del número de registros por especie en Ecuador y principales fuentes que custodian información del género.

150


Durante la mayor crisis de declinación del género

en la década de 1980, las capacidades académicas y

estatales de investigación en Ecuador prácticamente

fueron tomadas por sorpresa. Con un déficit en

el número de herpetólogos ecuatorianos a la

fecha y varios de los investigadores locales de la

primera generación en proceso de formación. La

declinación masiva de especies del género dejó

varias incógnitas sobre su diversidad y estado

poblacional. Tomaría cerca de una década procesar

y articular información, para difundir y popularizar

el llamado de alerta sobre la emergencia ecológica

progresiva que simultáneamente ocurría en otras

regiones del planeta (Stuart et al., 2004).

Posterior a la década de 1990 e inicios del nuevo siglo,

las Jambatos y sapos arlequines se popularizaron en

nuevas generaciones de investigadores y apasionados

por la conservación. Resultado del crecimiento

académico, fortalecimiento de colecciones científicas

locales en institutos de investigación públicos y

privados, así como, la reciente incorporación de

iniciativas de ciencia ciudadana, se ha alcanzado

la democratización del conocimiento sobre la

diversidad y el estado de conservación de las

poblaciones sobrevivientes en Ecuador.

Diversidad de jambatos y arlequines en la

mitad del mundo

Atelopus ignescens fue la primera especie descrita para

el género en 1849 (Figura 2A). Coincidentemente

también fue la primera especie de anfibio descrito

para Ecuador. A lo largo de la segunda mitad del

siglo XIX se describieron nueve especies por

investigadores europeos como George Boulenger,

Marcos Jiménez de la Espada y Mario Peracca.

Durante los primeros 50 años del siglo XX tan solo

se describieron dos especies. En el último cuarto

del siglo XX, James A. Peters permitió conocer el

primer compendio del género Atelopus en Ecuador

con la descripción de seis nuevas especies (Figura

2A). Ya en la última década del siglo XX, aparece en

la escena herpetológica del país, uno de los mayores

referentes de la investigación y conservación

del género, Luis A. Coloma. Sus aportes y la de

sus colaboradores, permitieron incrementar la

diversidad a 25 especies que formalmente son

reconocidas en la actualidad (Figura 2A, 3, Apéndice

I). Coloma, es el responsable de la campaña masiva

y más exitosa de sensibilización sobre la declinación

de anfibios en Ecuador, “SAPARI”. Su visión permitió

formar e inspirar nuevos investigadores, desarrollar

varias líneas acción para la conservación del grupo,

desde planes de conservación, manejo in situ y

bioprospección de varias especies del género.

Se disponen algo más de 772 registros de sapos

Atelopus para Ecuador (Ortega-Andrade et al.,

2021) que se encuentran depositados en al menos

26 repositorios que incluyen museos de historia

natural e institutos de investigación públicos y

privados. Las principales fuentes de información

incluyen a repositorios como en líneas como

GBIF, Vertnet, Bioweb, Red List, Base Nacional

de datos de Biodiversdiad de Ecuador (BNDB),

Museo de Historia Natural de la Universidad de

Kansas, Centro Jambatu e Instituto Nacional de

Biodiversidad (INABIO) e INaturalist.

Los datos en repositorios de diversidad, indican que

solo dos especies (Atelopus balios y A. ignescens) de

las 25 del género, disponen más de un centenar

de registros. Cerca del 56% de las especies (A.

longirostris, A. bomolochos, A. pastuso, A. elegans, A.

nanay, A. spumarius, A. exiguus, A. mindoensis, A. petersi,

A. coynei, A. planispina, A. podocarpus, A. nepiozomus, A.

boulengeri) acumulan decenas de registros de entre

10 a 50. Mientras que un conjunto de nueve especies

(A. arthuri, A. palmatus, A. guanujo, A. halihelos, A. angelito,

A. onorei, A. orcesi, A. pachydermus, A. lynchi) tan solo

está representadas por uno a siete registros (Fig.2).

Jerárquicamente, Ecuador es el segundo país con

mayor diversidad de Atelopus (25 sp.), superado

por casi el doble de especies en Colombia (46 sp.)

y seguido por Perú (19 sp.) (Figura 1). Todas las

regiones naturales continentales de Ecuador, están

habitadas por Atelopus. Correspondiendo a los

Andes y piedemonte amazónico como las regiones

de mayor diversidad (Fig. 1A). Con 18 especies

endémicas circunscritas exclusivamente a los Andes

de Ecuador (Atelopus arthuri, A. balios, A. bomolochos,

A. boulengeri, A. coynei, A. exiguus, A. guanujo, A. halihelos,

A. ignescens, A. mindoensis, A. nanay, A. nepiozomus, A.

onorei, A. orcesi, A. palmatus, A. petersi, A. planispina),

la fauna del género también se nutre de especies

endémicas de los Andes Tropicales y Chocó entre

el Suroccidente de Colombia y noroccidente de

151


Figura 3

Fugura 3

152


Figura 3b

Figura 3: Fotografías en vida de algunas especies del género

Atelopus Ecuador. (A) A. angelito, Carchi; (Doug Weschler);

(B) A. arthuri, Bolívar, (Felipe Campos Y.); (C) A. balios,Guayas

(Daniel Chávez); (D) A. bomolochos, Azuay, (Felipe Campos

Y.); (E) A. boulengeri, Morona Santiago (Stig Dalstrom); (F) A.

coynei, Carchi, (Mario H. Yánez-Muñoz); (G) A. exiguus (Juan C.

Sánchez-N.); (H) A. elegans (Edison Araguillin); (I) A. guanujo,

Bolívar, (Felipe Campos Y.); (J) A. halihelos, Loja, (Diego Armijos);

(K) A. ignescens, Cotopaxi (Juan Black); (L) A. longirostris, Carchi,

(Mario H. Yánez-Muñoz); (M) A. mindoensis, Pichincha (Felipe

Campos Y.); (N) A. lynchi, Carchi, (John D. Lynch); (O) A. nanay,

Azuay, (Jose F. Cáceres).

(P) A. nepiozomus, Azuay, (Morley Read); (Q) A. onorei, Azuay,

(SD); (R) A. planispina, Tungurahua, (Mario H. Yánez-Muñoz);

(S) A. pastuso, Carchi, (Felipe Campos Y.); (T) A. petersi, Napo,

(Felipe Campos Y.); (U) A. spumarius, Morona Santiago, (Mario

H. Yánez-Muñoz).

Ecuador (A. angelito, A. elegans, A. longirostris, A. lynchi,

A. pastuso) y en los Andes orientales hacia Perú

(A. pachydermus, A. podocarpus). Solo una especie

(A. spumarius), se encuentra ampliamente distribuida

en la cuenca del Amazonas.

Desde el punto de vista biogeográfico, el género

Atelopus en Ecuador, tiene una mayor radiación

hacia la vertiente occidental o Transandina de la

cordillera de los Andes con 13 especies (A. angelito,

Atelopus arthuri, A. balios, A. coynei, A. elegans, A. exiguus,

A. guanujo, A. longirostris, A. lynchi, A. mindoensis, A.

nanay, A. onorei, A. pastuso). En contraste la vertiente

oriental o Cisandina de los Andes ecuatorianos, es

hábitat de nueve especies (A. boulengeri, A. halihelos,

A. nepiozomus, A. orcesi, A. pachydermus, A. palmatus,

A. petersi, A. planispina, A. podocarpus). Tan solo dos

linajes (A. ignescens y A. bomolochos) presentan

distribuciones en ambos lados de la cordillera andina.

Latitudinalmente, cerca de la mitad de especies (11

sp.) se distribuyen en el sur Ecuador (A. balios, A.

bomolochos, A. boulengeri, A. exiguus, A. halihelos, A.

nanay, A. nepiozomus, A. onorei, A. orcesi, A. pachydermus,

A. podocarpus). Nueve están reportados hacia el

norte, (A. angelito, A. coynei, A. elegans, A. longirostris, A.

lynchi, A. mindoensis, A. pastuso, A. petersi, A. planispina)

y cuatro especies en el centro del país (A. arthuri,

A. guanujo, A. ignescens, A. palmatus). Solo Atelopus

spumarius habita al norte y sur de la Amazonía

ecuatoriana.

El género Atelopus en Ecuador, tiene una gran

preferencia por los ecosistemas de bosques

montanos (Fig. 4). Entre los 1200 m y 3600 m de

elevación 24 especies habitan estos ecosistemas.

El piedemonte andino en sus dos vertientes, entre

los 600 m y 1200 m de elevación concentra 10

especies. En contraste los bosques de tierras bajas

entre 0 m a 600 m de altura contienen seis especies,

un número igual a las especies que alcanzan los

153


Figura 4

ecosistemas de los Altos Andes, sobre los 3500 m

de elevación hasta los 5294 m (Fig. 4).

Los datos sobre el género Atelopus en Ecuador,

muestran que solo el 16% de las especies (A.

ignescens, A. mindoensis, A. pastuso y A. nepiozomus)

tienen una gran amplitud altitudinal alcanzando

un promedio de 2500 m. Así, especies como A.

mindoensis habitaron desde bosques tierras bajas

a 500 m de altitud, alcanzando los ecosistemas

montanos hasta los 2174m. Otro ejemplo es

el famoso Atelopus ignescens distribuido en los

bosques montanos a los 2500 metros y ascendiendo

a los altos Andes a 5294 m de altura. La mayoría

de especies, 72% (A. elegans, A. halihelos, A. exiguus,

A. coynei, A. longirostris, A. spumarius, A. onorei, A.

podocarpus, A. planispina, A. bomolochos. A. guanujo, A.

petersi, A. boulengeri, A. arthuri, A. nanay, A. balios, A.

palmatus, A. angelito) tienen un promedio de 1212

m de amplitud altitudinal, concentrándose en los

ecosistemas piemontanos y montanos de los Andes.

Tres especies (A. pachydermus, A. lynchi, A. orcesi)

presentan una restringida amplitud altitudinal con

un promedio muy reducido de 10 m de elevación

Figura 4: Distribución y amplitud altitudinal del género

Atelopus Ecuador. AA= Altos Andes, AM= Andes montanos,

PM= Piedemonte andino, TB= Tierras bajas.

en amplitud, para los ecosistemas montanos.

La lucha por la sobrevicencia de los jambatos

y sapos arlequines en Ecuador

La crisis de declinación de anfibios neotropicales

en las últimas cuatro décadas, ha sido atribuida a

eventos sinérgicos que han actuado recíprocamente

en la extinción de varios linajes (Pounds et al., 2005).

Esta sumatoria de efectos en el cambio climático,

enfermedades epidemiológicas, introducción de

especies y conversión agresiva de ecosistemas

naturales en áreas productivas ha sido el detonante

para la extinción masiva de las poblaciones de

Atelopus en los Andes. Gran parte de los estudios,

apuntan a que en la década de 1980, Ecuador

experimentó uno de los mayores picos de

aumento de temperatura ambiental (Merino, 2001).

154


Sincrónicamente, la epidemia de Batrachochytrium

dendrobatidis (Bd), un hongo patógeno en anfibios,

incidió aceleradamente en la desaparición masiva

de varias poblaciones, tanto en áreas protegidas

como fuera ellas (Menéndez y Graham, 2013).

Adicionalmente, esta década alcanzó en el país, la

mayor tasa de transformación de hábitats naturales,

debido a la apertura de las principales vías y masiva

conversión de ambientes naturales en Ecuador

(Sierra, 1999). Finalmente, al parecer la introducción

de la trucha (Onchorhynchus mikyss), potencial

depredador, también alcanzó su mayor difusión y

colonización en todos los ambientes andinos, en

esta década (Krynak et al., 2020).

El primer llamado de alerta sobre este grave

efecto, fue observado en Atelopus ignescens. El

jambato ecuatoriano más popular de los Andes,

repentinamente de alcanzar una densidad de hasta

50 individuos por metro cuadrado en el páramo de

Cotopaxi a principios de 1980, había desaparecido casi

en su totalidad al finalizar la década (Black, 1980; Ron

et al., 2003). Un patrón de desaparición muy similar

en todo el Ecuador y en todas la especies del género.

Al menos todas las especies eran relativamente

frecuentes hasta antes de la década de 1980.

Los resultados de posteriores evaluaciones del

estado de los anfibios de Ecuador (Young et al.,

2003; Ortega-Andrade et al., 2021), determinó que

Atelopus es uno de los géneros en mayor riesgo de

extinción. La totalidad de sus especies (25 sp.) se

encuentran amenazadas. El 94% en Peligro crítico

de extinción (CR) y una en riesgo Vulnerable (VU).

Cerca de 12 especies de Atelopus (A. petersi, A.

pastuso, A. bomolochos, A. onorei, A. arthuri, A. angelito,

A. guanujo, A. orcesi, A. pachydermus, A. planispina,

A. lynchi, A. boulengeri) no han sido registrados

en una ventana de tiempo de 25 a 45 años. Las

restantes 13 especies del género en Ecuador (A.

coynei, A. ignescens, A. elegans, A. balios, A. exiguus, A.

longirostris, A. mindoensis, A. nanay, A. spumarius, A.

palmatus, A. podocarpus, A. halihelos, A. nepiozomus)

a partir del año 2010 se ha caracterizado por una

serie de redescubrimientos y hallazgos de nuevas

poblaciones de Atelopus en Ecuador (Yánez-Muñoz

et al. 2010; Barrio-Amorós et al., 2019; Tapia et al.

2020; Jervis et al. 2020).

Los investigadores han determinado que las

mayores fuentes de amenaza que enfrentan las

especies de Atelopus ecuatorianos, pueden afectar

al 100% de todos sus linajes como la creación

de vías de transporte y la conversión de hábitats

agrícolas (Fig. 5). Otras fuentes como deforestación

y productividad inciden entre el 84% y 96% de

las especies. Mientras que entre el 48% y 56%

pueden ser afectadas por eventos estocásticos e

introducción de especies (Fig. 5).

Menos de la mitad de especies (44%) se encuentran

dentro del Sistema Nacional de Áreas Protegidas del

Ecuador. El 64% de todas las especies de Atelopus

se encuentran en Bosques Protectores, 20% en

humedales prioritarios o sitios RAMSAR y 24% en

áreas prioritarias para la conservación. Un cuarto

de las especies se encuentran en áreas bajo ninguna

categoría de protección. Solo el cuatro por ciento

de las especies habitan en áreas del patrimonio

forestal del Estado (Fig. 5).

Las acciones para conservar y concienciar sobre la

desaparición de los sapos arlequines de Ecuador,

han crecido sustancialmente en los últimos

años, permitiendo mitigar en cierta medida la

declinación de algunas especies. Desde el aumento

de especialistas y capacidades institucionales, hasta

la gestión de diversos programas de monitoreo,

educación y conservación. Los esfuerzos han

logrado como principales hitos el manejo ex situ

e in situ de varias especies, la libre disponibilidad

de datos en repositorios de biodiversidad y la

vinculación de la comunidad en la conservación de

sus especies.

Sin embargo, las expectativas para conservar

estas joyas de los Andes se ven seriamente

comprometidas por los intereses económicos

enfocados directamente en el extractivismo de

materias primas, el desordenado y demandante

crecimiento demográfico, así como, el cambio

global en general (Tarvin et al., 2015; Menéndez et

al., 2019; Menéndez et al., 2020).

Para quienes hemos sido privilegiados con la

oportunidad de apreciar un sapo Atelopus en su

ambiente natural, es una de las sensaciones más

gratificantes que un biólogo, conservacionista y/o

naturalista puede experimentar. No obstante la

155


Figura 5

sensación de preocupación y responsabilidad de

mantener este grupo vertebrados a largo plazo, es

un compromiso que involucra a toda la sociedad

(entes públicos, privados y personas) y que busca

dejar un legado respeto y responsabilidad a nuestras

futuras generaciones y la vida que los rodea.

Agradecimientos

Dejo constancia de mi agradecimiento a todos

los fotógrafos y naturalistas que han contribuido

con el valioso material fotográfico del género

Atelopus: Felipe Campos Yánez, Mateo Vega Yánez,

Juan Sánchez-Nivicela, Daniel Chávez, Doug

Weschler, Morley Read, Edison Araguillin, Juan Black,

Diego Armijos, José F. Cáceres, John D. Lynch, Stig

Dalstrom, Lou Jost. Diego Inclán y Francisco Prieto

del Instituto Nacional de Biodiversidad (INABIO)

por su apoyo institucional.

Figura 5: Estado de conservación del género Atelopus

Ecuador. (A) Porcentaje de especies de acuerdo a su

distribución política: EC= Ecuador, Co= Colombia, PE= Perú;

(B) Distribución del número de especies acorde al último

año de avistamiento; (C) Porcentaje de especies acorde a su

categoría de riesgo de extinción; (E) Porcentaje de especies

afectadas por diferentes fuentes de presión; (D) Porcentaje de

especies representadas en diferentes escalas de conservación

de hábitats.

156


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157


Apéndice I. Lista de Chequeo, de distribución regional y conservación de los sapos arlequín (Atelopus)

de Ecuador.

Especie Author último año de

avistamiento

Distribución Andes

1 Atelopus angelito Ardila-Robayo & Ruiz-Carranza,

1998

1988 TRASANDINO

2 Atelopus arthuri Peters, 1973 1959 TRASANDINO

3 Atelopus balios Peters, 1973 2019 TRASANDINO

4 Atelopus

bomolochos

Peters, 1973 1990 TRASANDINO Y

CISANDINO

5 Atelopus boulengeri Peracca, 1904 1975 CISANDINO

6 Atelopus coynei Miyata, 1980 2021 TRASANDINO

7 Atelopus elegans (Boulenger, 1882) 2020 TRASANDINO

8 Atelopus exiguus Boettger, 1892 2019 TRASANDINO

9 Atelopus guanujo Coloma, 2002 1988 TRASANDINO

10 Atelopus halihelos Peters, 1973 2010 CISANDINO

11 Atelopus ignescens (Cornalia, 1849) 2021 TRASANDINO Y

CISANDINO

12 Atelopus longirostris Cope, 1868 2019 TRASANDINO

13 Atelopus lynchi Cannatella, 1981 1977 TRASANDINO

14 Atelopus mindoensis Peters, 1973 2019 TRASANDINO

15 Atelopus nanay Coloma, 2002 2019 TRASANDINO

16 Atelopus

Peters, 1973 2010 CISANDINO

nepiozomus

17 Atelopus onorei Coloma, Lötters, Duellman &

Miranda-Leiva, 2007

1990 TRASANDINO

18 Atelopus orcesi Coloma, Duellman, Almendáriz

C., Ron, Terán-Valdez, &

Guayasamin, 2010

1988 CISANDINO

19 Atelopus

(Schmidt, 1857) 1985 CISANDINO

pachydermus

20 Atelopus palmatus Andersson, 1945 2016 CISANDINO

21 Atelopus pastuso Coloma, Duellman, Almendáriz

C., Ron, Terán-Valdez, &

Guayasamin, 2010

1993 TRASANDINO

22 Atelopus petersi Coloma, Duellman, Almendáriz

C., Ron, Terán-Valdez, &

Guayasamin, 2010

1996 CISANDINO

23 Atelopus planispina Jiménez de la Espada, 1875 1985 CISANDINO

158


24 Atelopus

podocarpus

Coloma, Duellman, Almendáriz

C., Ron, Terán-Valdez, &

Guayasamin, 2010

2016 CISANDINO

25 Atelopus spumarius Cope, 1871 2019 CISANDINO

Apéndice I. continuación…

Especie Distribución Latitudinal Bioregión Distribución

1 Atelopus angelito Norte Andes montanos

occidentales

2 Atelopus arthuri Centro Andes montanos

occidentales

3 Atelopus balios Sur Andes montanos

y piemontanos

occidentales

4 Atelopus

bomolochos

Sur

Altos Andes, montanos

occidentales y orientales

5 Atelopus boulengeri Sur Andes montanos y

piemontanos orientales

6 Atelopus coynei Norte Andes montanos

y piemontanos

occidentales

7 Atelopus elegans Norte Andes piemontanos y

Chocó

8 Atelopus exiguus sur Altos Andes y montanos

occidentales

9 Atelopus guanujo Centro Andes montanos

occidentales

10 Atelopus halihelos Sur Andes montanos y

piemontanos orientales

11 Atelopus ignescens Centro Altos Andes, montano

occidental y oriental

12 Atelopus longirostris Norte Andes montanos

y piemontanos

occidentales

13 Atelopus lynchi Norte Andes montanos

occidentales

CO-EC

E

E

E

E

E

CO-EC

E

E

E

E

CO-EC

CO-EC

14 Atelopus mindoensis Norte Andes montanos

E

y piemontanos

occidentales

15 Atelopus nanay Sur Altos Andes E

159


16 Atelopus

nepiozomus

Sur

Andes montanos

orientales

E

17 Atelopus onorei Sur Andes montanos

occidentales

18 Atelopus orcesi Sur Andes montanos

orientales

E

E

19 Atelopus

pachydermus

Sur

Andes montanos

orientales

EC-PE

20 Atelopus palmatus Centro Andes piemontanos

orientales

21 Atelopus pastuso Norte Altos Andes y montano

occidental

22 Atelopus petersi Norte Altos Andes y montano

oriental

23 Atelopus planispina Norte Andes montanos y

piemontanos orientales

E

CO-EC

E

E

24 Atelopus

podocarpus

Sur

Altos Andes y montano

oriental

EC-PE

25 Atelopus spumarius Norte-Sur Andes piemontanos y

Amazonía

AA

Apéndice I. continuación…

Especie IUCN Criterio Número de puntos en

Ecuador

1 Atelopus angelito CR A2acB1a(1)b(iii) 4

2 Atelopus arthuri CR A2acB1a(≤5)b(iii) 7

3 Atelopus balios CR A2acB1FRAGb(i)b(iii)

b(iv)c(i)c(iii)

4 Atelopus

CR A2aceB1a(≤5)b(iii) 48

bomolochos

5 Atelopus boulengeri CR A2acB1a(≤5)b(iii) 11

6 Atelopus coynei CR A2aceB1a(≤5)b(iii)c(i)D 16

7 Atelopus elegans CR A2aceB1a(≤10)b(iii)c(ii)

c(iii)

8 Atelopus exiguus CR A2aceB1a(≤10)D 24

9 Atelopus guanujo CR A2aceA3cB1a(≤5)b(i)

b(iii)b(v)c(i)c(iii)c(iv)D

164

40

6

10 Atelopus halihelos CR A2aceB1a(≤5)b(i)b(iii)

b(v)c(iii)c(iv)D

6

160


11 Atelopus ignescens CR A2aceB1a(≤10)b(i)b(iii)

c(i)c(iii)C2a(ii)bD

139

12 Atelopus longirostris CR A2aceB1a(≤10)b(i)b(iii)

54

b(iv)c(i)c(iii)c(iv)C2a(ii)

bD

13 Atelopus lynchi CR A2acB1a(1)D 1

14 Atelopus mindoensis CR A2aceB1a(≤10)b(iii)b(iv)

c(i)c(iii)C2a(ii)b

15 Atelopus nanay CR A2aeB1a(≤10)b(v)c(iv)D 35

16 Atelopus

nepiozomus

CR

A2aceB1FRAGb(i)b(iv)

c(i)c(iii)c(iv)

17 Atelopus onorei CR A2aeB1a(1)b(v)c(iv)D 2

18 Atelopus orcesi CR A2aceB1b(i)b(iii)b(v)c(iv) 2

19 Atelopus

CR A2aceB1b(i)b(iii)b(v)c(iv) 2

pachydermus

20 Atelopus palmatus CR A2aceB1FRAGb(i)b(iii)D 7

21 Atelopus pastuso CR A2aceA3cB1a(≤10)b(i)

b(iii)b(iv)c(i)c(iii)c(iv)D

24

13

47

22 Atelopus petersi CR A2aceB1FRAGb(i)b(iii)

b(iv)b(v)c(i)c(iii)c(iv)D

23 Atelopus planispina CR A2aceB1FRAGb(i)b(iii)

b(iv)b(v)c(i)c(iii)c(iv)D

21

15

24 Atelopus

podocarpus

CR

A2aceB1FRAGb(i)b(iii)

b(iv)b(v)c(i)c(iii)c(iv)D

14

25 Atelopus spumarius VU A2ac 64

161


162


Apuntes sobre

los Atelopus del Perú

Bernardo Roca-Rey Ross

Instituto Peruano de Herpetología / www.bernardorocarey.com

Foto 1: Atelopus sp. Tahuayo. Foto: Bernardo Roca-Rey Ross

163


Foto 1: Atelopus pulcher. Foto: Bernardo Roca-Rey Ross

Definición “Atelopear” (de Atelopus).

Verbo intransitivo. Trasladarse de un lugar a otro,

generalmente a lugares alejados, como bosques y

quebradas, buscando ranas arlequines, del género

Atelopus. ¿Qué haces en esa quebrada?... Estoy

atelopeando.

No recuerdo cuándo fue la primera vez que escuché

hablar de un Atelopus, pero seguramente fue hace

más de 20 años, cuando ya tenía una gran afición

por la herpetofauna de mi país, el Perú, y buscaba

información sobre las diferentes familias de ranas,

serpientes y lagartijas que se encontraban dentro de

sus fronteras. Lo que sí recuerdo es haber leído sobre

los históricos declives de los anfibios en los años 90

debido a una nueva enfermedad en ese entonces

producida por un hongo, llamada quitridiomicosis.

También recuerdo que los sapos del género Atelopus

habían sido uno de los anfibios más gravemente

afectados por esa epidemia, hasta el punto de casi

desaparecer en la mayor parte de su extensión

geográfica; es decir, desde Costa Rica hasta Bolivia.

El Perú no fue ajeno a esas catastróficas

desapariciones y es así como, sin antes haber

podido ver un Atelopus en vida, estos animales se

convertirían para mí en una leyenda, en personajes

de carácter cuasi mitológico, como si se tratara de

encontrar nada menos que al unicornio...

A pesar de haber acabado la carrera de Biología en

París, los caminos de la vida me llevaron a trabajar

en un ámbito muy diferente al de las ciencias, pero

mi afición por la naturaleza -y en particular por su

fauna- nunca marchitó. Hoy en día, sigo saliendo en

diversas expediciones, durante mis tiempos libres,

con miras a documentar ese mundo animal con mi

cámara de fotos.

Las ranas no fueron ajenas a ese interés y fue a

un amigo guía, Ángel Chujutalli, experto en aves y

ranas venenosas de la región de San Martín, a quien

pregunté si aún era posible ver un Atelopus pulcher…

164


Foto 3: Atelopus sp. Itaya. Foto: Bernardo Roca-Rey Ross

Atelopus pulcher

A pesar de su gran experiencia con los

dendrobátidos, Ángel tampoco había visto antes un

Atelopus vivo, y es así como empezamos a buscar

juntos nuestro primer ejemplar. Primero empezó

como una búsqueda alternativa y complementaria

a los dendrobátidos, sin mucha esperanza de poder

ver a ese animal casi legendario. Pero, poco a poco,

el deseo de encontrar a ese sapito empezó a

volverse cada vez más fuerte, sobre todo sabiendo

que otras personas habían logrado toparse, de

casualidad, con esa pequeña rareza! Después de 3

expediciones y varios días de búsqueda, una noche

en la que, por el cansancio y la deshidratación, me

encontraba al borde del desmayo, Ángel logró

encontrar a una hembra de Atelopus pulcher… mi

primer Atelopus! Su bello vestido, el mismo que

simula un traje militar de camuflaje, y su vientre de

color rojo intenso me hizo revivir.

El encuentro con esa rana fue simplemente lo

que se llama amor a primera vista! Además, fue un

punto de quiebre, cargado de esperanza, ya que

se demostraba que ese ser mítico del que tanto

había leído existía de verdad en la vida real, y tal

como el ave Fénix que renace de sus cenizas,

minúsculas poblaciones de estos anfibios -que

habían prácticamente desaparecido- aún podían

encontrarse, resistiéndose heroicamente a la

extinción. Y con perseverancia, y no poca suerte,

uno podía aún encontrar a esos seres maravillosos.

Complejo Atelopus spumarius

De las aproximadamente 100 especies de sapos

arlequines descritas existentes en todo su rango, el

Perú es oficialmente hogar de 19 de ellas, aunque

la realidad es que posiblemente aún existan varias

por describir.

En la región amazónica del Perú, por ejemplo,

existe el Atelopus spumarius, descrito en 1971

por el científico Edward Drinker Cope, en base a

especímenes recolectados cerca de la localidad de

Pebas, a unas horas de la ciudad de Iquitos. En la

misma región, existen varias poblaciones de Atelopus

genéticamente distintas entre sí. El problema es

que durante muchos años no se logró encontrar

165


poblaciones de Atelopus spumarius de la zona

original de Pebas que permitan analizar su ADN y

compararlo con las otras poblaciones de Atelopus

de esa región. Este enigma ha imposibilitado la

descripción de nuevas especies de Atelopus de la

región amazónica, no sólo del Perú sino también

del Ecuador y posiblemente del Brasil, generando

que todas esas especies deban clasificarse como

del “complejo” Atelopus spumarius. Sin embargo,

noticias del reciente redescubrimiento de una

población en la localidad tipo de Pebas genera

esperanza de que este rompecabezas taxonómico

se pueda resolver próximamente.

¿Pero, cómo era posible que en el Perú, teniendo

casi el 20% de las especies de Atelopus del mundo,

tan poco se sabía sobre estos animales, y que haya

más bien muchas más publicaciones sobre las

especies de Atelopus en Colombia, Ecuador, Costa

Rica o Panamá?

Pocos meses después de mi primer encuentro con

este sapito, y un intento fallido por encontrar otra

especie de Atelopus, Ángel me comentó que se

iba con unos amigos a Iquitos para observar aves

en el Área de Conservación Regional Comunal

Tamshiyacu-Tahuayo. Allí, tenía conocimiento de la

existencia de una de esas poblaciones de Atelopus

del complejo spumarius. No lo pensé dos veces y

me reuní con Ángel y sus amigos para una nueva

expedición, esta vez en el corazón de la selva

amazónica, que implicó más de 11 horas navegando

por el Amazonas y sus tributarios hasta llegar a

dicha reserva. Luego de varias horas en bote y una

larga caminata por el bosque amazónico, me volví

a encontrar con una especie de Atelopus, esta vez

nueva, pero igual de impactante. La pasión, que se

estaba convirtiendo en obsesión, crecía…

Antes de finalizar ese viaje, escuché de la existencia

de otra población distinta de Atelopus, en otra zona

no muy lejana. Como comprenderán, luego de

morder la manzana del deseo, a las pocas semanas

me encontraba nuevamente en Iquitos en busca

de esa población diferente de Atelopus: una más

pequeña que las anteriores y de un bello color

dorado chocolate.

Atelopus seminiferus

¡Pero buscar un Atelopus no siempre es fácil! todo

lo contrario, como muchos de los lectores lo deben

saber… Luego de toparme cara a cara con mi

primer sapito arlequín, el Atelopus pulcher, la idea

de poder ver otra especie de Atelopus se volvió

de pronto menos remota y mucho más verosímil.

Ese primer impulso me hizo pensar que no era

tan descabellado encontrar estos famosos alfileres

dentro de esos bosques que fungen de pajares; razón

por la cual, escasas semanas después, decidí buscar a

otro Atelopus que llevaba años imaginándomelo: el

Atelopus seminiferus, un sapo negro con apariencia

casi de murciélago. La expedición a la región del Alto

Mayo, donde existen registros de ese sapo, no resultó

como lo habíamos planeado. En primer lugar, la

negociación con las comunidades de colonos no fue

nada fácil pues estas no siempre son muy amigables

con los extraños, debido a los conflictos existentes

con las autoridades gubernamentales que se oponen

a la deforestación de los bosques causada por dichos

colonos. Luego, están las interminables horas de

caminata que implican subir y bajar cerros, en caminos

de herradura, muchas veces fangosos y que, por

cierto, también incluyen cruzar ríos. Finalmente, está la

etapa más crucial: buscar el Atelopus en las quebradas.

Dos expediciones y varios días de búsqueda en la

zona no permitieron lamentablemente encontrar el

famoso sapo murciélago.

Por otro lado, había escuchado de otra población

de un Atelopus muy diferente a este que, según

algunos rumores, había sido visto en la zona y que

podía tratarse de una nueva especie. Consulté con

dos amigos y reconocidos herpetólogos peruanos

del Instituto Peruano de Herpetología (IPH), Pablo

Venegas y Germán Chávez, que me confirmaron

no sólo la existencia de esa población colorida

de Atelopus, sino que ya habían tomado muestras

genéticas de algunos individuos que habían

demostrado que no era una nueva especie por

describir, como muchos creían, sino que se trataba

de una morfo diferente del Atelopus seminiferus.

La primera expedición para buscar ese Atelopus, la

hice nuevamente con mi amigo Ángel Chujutalli,

acompañado de Juan Alfaro, un funcionario del

Servicio Nacional Forestal y de Fauna Silvestre

(SERFOR), interesado en realizar un estudio de esa

166


Foto 4: Atelopus seminiferus “El Dorado”.

Foto: Bernardo Roca-Rey Ross

población. Lamentablemente, la búsqueda en esa

oportunidad no dio resultados. Sin embargo, no

pasó mucho tiempo para que finalmente se lograra

ubicar a dicha población y empezó entonces un

monitoreo, con el apoyo de la comunidad local de la

etnia awajún, la misma que convive con dicha especie

en la misma zona. Este morfo de Atelopus seminiferus,

que hace recordar un poco al Atelopus varius de

Centroamérica, cuenta con una gran diversidad de

patrones y colores, lo cual lo hace no sólo atractivo

sino también facilita el monitoreo de individuos.

Atelopus epikeisthos, Atelopus pachydermus y

Atelopus peruensis

En la filogenia del género de los Atelopus, los

ejemplares que hemos visto hasta ahora en este

artículo son del clado Amazónico-guyanés. A pesar de

haber sido también afectados por la quitridiomicosis,

se cree que el impacto de la enfermedad ha sido

menor debido a que se les encuentra en zonas de

menor elevación y, por ende, más calurosas, lo que

haría que la enfermedad sea menos mortífera en

comparación con los de mayor altura.

Entre las especies de Atelopus que viven a mayor

altura, se encuentran las extremadamente raras

Atelopus peruensis, Atelopus pachydermus y Atelopus

epikeisthos, del clado Andino-Chocó-Centroamericano.

El Instituto Peruano de Herpetología (IPH),

organización científica dedicada a la investigación,

educación y protección de la herpetofauna del Perú,

ha dado particular atención a la búsqueda y estudio

de las últimas poblaciones de estas especies.

El IPH, con el apoyo financiero del Zoológico de

San Antonio (Estados Unidos), viene monitoreando

lo que podría ser la última población conocida

de Atelopus epikeisthos o Sapo Arlequín de

Chachapoyas, en las alturas de la región Amazonas,

en el norte del Perú, donde un puñado de

individuos aún se resiste a la extinción. En el marco

del monitoreo periódico realizado por el IPH, tuve

la oportunidad de buscar y encontrar a estos raros

y únicos sapos, donde las hembras lucen colores

que van del verde al amarillo con manchas negras, y

algunas pueden llegar a tener un ropaje espectacular

completamente dorado, mientras que los machos

lucen un color verde menos llamativo, tal vez un

fino detalle de galantería para no sustraerles el

merecido protagonismo estético…

Por otro lado, en una reciente expedición del IPH,

pudimos encontrar igualmente a unas poblaciones

reliquias del raro Atelopus pachydermus o Sapo

Arlequin de Cutervo, considerado por la IUCN

como “posiblemente extinto”. Este ejemplar es

probablemente el más grande de todos, cuyas

hembras pueden superar los 5 cm de largo. Reportes

esporádicos en los últimos años convencieron a

167


Foto 5: Atelopus epikeisthos. Foto: Bernardo Roca-Rey Ross

Foto 6: Atelopus pachydermus. Foto: Bernardo Roca-Rey Ross

168


Foto 7: Atelopus peruensis. Foto: Cesar Barrio-Amorós

Pablo Venegas, Presidente del IPH, y con el apoyo

del Zoológico de San Antonio, de organizar una

serie de expediciones en los bosques montanos

de Cajamarca para buscar a este sapo de color

amarillento-verdoso y negro.

Finalmente, el IPH lanzó una campaña de búsqueda

del Atelopus peruensis, un sapo que en su momento

fue considerado muy común en diversas partes de

las montañas peruanas pero que no ha vuelto a ser

visto oficialmente desde 2002. Si bien aún no se

ha logrado reencontrar a esta especie “perdida”,

existen fundadas esperanzas de que puedan aún

existir algunas poblaciones relictas en alguna parte

del Perú.

Diversas búsquedas sin resultado realizadas en

los antiguos dominios del Atelopus epikeisthos y

del Atelopus pachydermus, confirman la nefasta

constatación del avance inexorable de la deforestación

en su área de distribución original para dar paso a las

zonas agrícolas y a la ganadería; ello, sumado a la frágil

condición de las poblaciones sobrevivientes, hacen

presagiar un futuro desolador para estas especies.

Por esa razón, el IPH viene estudiando la posibilidad

de realizar proyectos de conservación ex situ para

estas dos especies frente a las graves e implacables

amenazas que vienen sufriendo.

Finalmente, si bien el redescubrimiento de varias

especies relictas de Atelopus puede generar

una breve brisa de esperanza, su futuro no

está garantizado y sólo se podrá salvaguardar a

este grupo de sapos con el involucramiento y

participación de autoridades locales, instituciones

científicas y las comunidades donde estos llamativos

anfibios aún sobreviven. La creación de la Iniciativa

de Supervivencia Atelopus (ASI), una alianza de más

de 40 organizaciones en 13 países, que tiene como

fin proteger a las ranas arlequín de Centroamérica

y Sudamérica, es una muestra del creciente interés

y esfuerzo en la región para poder proteger y

conservar los sapos arlequines, con la esperanza

de que las futuras generaciones puedan salir a

“atelopear” y tener el privilegio de encontrar a esos

fascinantes anfibios.

169


Foto 1

170


Atelopus tricolor

Vuelto a la vida

Mauricio Pacheco (pachecosuarezm@gmail.com)

171


Foto 2

Nos tomó algo más de cuatro horas, en la tercera

noche de búsqueda, encontrar lo que fue el primer

ejemplar vivo de Atelopus tricolor, que nadie había

visto en décadas. A eso de las 8 de la noche

entramos en un complejo de pequeñas quebradas,

desde el lugar en que un camino rural las cruza en

dirección a la pequeña ciudad de Caranavi, en el

norte tropical de Bolivia.

Esas cuatro horas, se sintieron como el fin de

una espera interminable, cuando al borde de una

pequeña cascada perchaba este sapito colorido

del que había escuchado tanto cuando empecé a

documentar los anfibios y reptiles de las selvas de

montaña bolivianas. Una especie que temíamos, se

hubiera llevado para siempre el hongo quítrido,

esa devastadora enfermedad que ha diezmado

poblaciones enteras en las laderas templadas de

Los Andes.

Atelopus tricolor es la única especie de su género que

conocemos con certeza en Bolivia, y habitaba un

rango amplio de bosques montanos entre los 500 y

más de 2000 metros de altura, en la ecoregión que

Foto 1: Este es el primer Atelopus tricolor, hallado luego de 17

años. El sitio del hallazgo se encuentra en la porción de menor

altura de todo su rango de distribución en Bolivia.

Hemos podido observar, que de la misma forma que como

ha ocurrido con otras especies que han sido fuertemente

afectadas por el hongo quítrido (en Bolivia, por ejemplo, ranas

de los géneros Hyloscirtus, Hyalinobatrachium o Cochranella),

las poblaciones de tierras más bajas y cálidas parecen haber

sido menos impactadas que las de zonas más altas y templadas,

o presentan una recuperación más acelerada.

Foto 2: Cuando Atelopus tricolor dejo de encontrarse, se especulaba

con la posibilidad de que más de una especie se

encontrara bajo ese nombre. Sus poblaciones han sido documentadas

a muy diversas alturas, desde el pie de monte

amazónico, a menos de 500 metros de altura, hasta el bosque

nublado del centro del país, a más de 2000.

Además, el rango de distribución de la especie es particularmente

amplio, considerando las distribuciones de otras similares.

Recientemente se han descrito en Perú algunas especies nuevas,

al parecer cercanamente emparentadas con A. tricolor

(véase, por ejemplo, Atelopus moropukaqumir, 2020), lo que

devuelve el interés en estudiar las poblaciones y los ejemplares

colectados en décadas anteriores, para resolver la taxonomía

de los sapos arlequines en la región más meridional de su

área de distribución.

172


Foto 3

Foto 3: Cada familia con ingresos en el sector rural, posee

entre 3 y 12 hectáreas de terreno. En este sentido, casi todo

el territorio municipal se encuentra bajo algún tipo de uso y

propiedad, ya sea individual o comunitaria.

A pesar que es verdad que los sistemas de producción tradicionales

favorecen el desarrollo de una agricultura que requiere

descansos largos de la tierra, lo que permite el desarrollo

de una cobertura vegetal permanente. También es cierto que

cada día, la presión de nuevos cultivos y nuevas formas de

producir, están reduciendo el hábitat disponible en las laderas

más accesibles, e incrementando el uso de pesticidas en las

fuentes de agua.

aquí conocemos como Yungas, un vocablo quechua

que hace referencia a los valles cálidos que sirven

de transición entre las cumbres frías de la cordillera

andina y las tierras bajas amazónicas.

Desde siempre, estos valles fueron la principal fuente

de alimentos complementarios para los habitantes de

tierras más altas. Aquí se cultivan maíz, cacao, racacha

y diversos tipos de chiles, pero sobre todo, son tierras

conocidas por sus cultivos de coca, siendo el centro

de provisión de este producto desde la época en que

era una exclusividad de los jerarcas incas.

Los cultivos de coca, no tienen rival en cuanto a

su rentabilidad, pero han fomentado una economía

diversa y muy dinámica. En las últimas décadas, la

frontera agrícola en estos valles se ha expandido

descontroladamente para ir incorporando a su

matriz, café, arroz y ganado vacuno. Caranavi

ha pasado de ser un pequeño pueblo de paso, a

convertirse en una de las ciudades intermedias de

mayor crecimiento de toda la región, y aun así, a

muy pocos kilómetros de este centro poblado, las

encontramos.

173


Foto 4

Hoy, todos los ejemplares que sabemos que han

logrado sobrevivir, se encuentran en esos dos

pequeños afluentes permanentes, que resaltan

en medio de laderas llenas de cultivos de café y

maíz, y cuyo sitio exacto se ha decidido mantener

en reserva. Las amenazas son muy grandes.

No existe en la zona la selva vieja de antes. Las

laderas de bosque secundario más alto son taladas

rápidamente, mientras la necesidad de mayores

rendimientos agrícolas incrementa el uso de

pesticidas. Incluso el punto en que la quebrada es

atravesada por el camino se usa como un lavado

de carros. No encontramos Atelopus río abajo.

Tampoco los encontramos en Taypiplaya o en Suapi,

dos sistemas de valles cercanos y muy parecidos,

pero mucho mejor conservados.

Desde ese primer encuentro, hemos tenido

que volver a aprender muy rápidamente todo lo

relacionado con nuestros Atelopus. Sabemos que

son nocturnos, a diferencia de la mayoría de sus

parientes; que perchan sobre plantas de hojas

anchas, al borde de sitios con mucho torrente,

mientras parecen evitar otros de aguas calmas.

Foto 4: Son pocos los sectores con bosque primario en el

municipio, y normalmente se encuentran fragmentados, y en

los lugares más aislados. Son más comunes “manchones” de

bosque secundario que ha madurado lo suficiente para mantener

una alta diversidad biológica. Sin embargo, son también

estos sitios donde se concentra la mayor presión por la expansión

de la frontera agrícola en Caranavi.

Foto 5: A pesar de buscársele con mucha insistencia en sitios

apartados y remotos, donde la actividad humana ha tenido

poco impacto, Atelopus tricolor ha aparecido en una de las

zonas más fuertemente impactadas de las selvas de montaña

bolivianas.

Además de la ciudad de Caranavi, con casi 14.000 habitantes;

más de 50.000 personas viven en el municipio, concentradas

en innumerables pequeños poblados como Choro, en la fotografía.

Caranavi tiene una de las densidades poblacionales más

altas de los valles tropicales de Bolivia, y esto implica, por supuesto,

que el destino de las poblaciones de anfibios no pueda

desligarse del de la población humana con la que cohabita.

Foto 6: Este tipo de quebradas parecen ser actualmente las

preferidas de Atelopus en Bolivia. Cursos de agua permanentes,

con fuerte caudal, caídas de agua pronunciadas, y en general

mucha dificultad de acceso. En los tramos en que estas

quebradas calman sus aguas, los sapitos son muy escasos, si

acaso pueden encontrarse.

174


Foto 5

Foto 6

175


Foto 7

Hemos sido capaces de encontrar varios ejemplares

más, y sabemos que se están reproduciendo;

conocemos los patrones de sus manchas y estamos

llevando un registro detallado de cada sapito que

encontramos. Todo esto lo hacemos un grupo

grande de personas, y gracias al apoyo desinteresado

de varias instituciones que están haciendo posible la

implementación de un proyecto de conservación,

que tiene por objetivo comprender las dinámicas de

esta población, y lograr el apoyo de los habitantes

de la zona.

Foto 7: Las observaciones históricas de Atelopus, se dieron en

quebradas más o menos accesibles, normalmente de noche,

pero también de día, probablemente, porque se reporta a la

especie como la más abundante en esos cuerpos de agua.

En 2002, se reportó a Batrachochytrium dendrobatidis por primera

vez en Bolivia, en un tipo de sapo de quebradas que se halla

en el centro del país (Rhinella quechua). Este hongo se considera

responsable de las declinaciones catastróficas del género.

En 2003, se documentaba el último Atelopus de Bolivia. En

esta ocasión, ya se le reporta como una especie rara, con una

notable disminución en los encuentros, respecto de lo que

ocurría en los años noventa.

Hoy, a pesar que el encuentro con ese primer

ejemplar, ha sido un momento tan inolvidable como

indescriptible, no he dejado de buscar. El nuevo sitio

no está muy lejos de las localizaciones donde, en

los noventa, este sapito era una especie abundante.

Durante más de diez años, he recorrido todos

esos arroyos marcados por otros herpetólogos y

naturalistas, con la esperanza de encontrar alguna

señal que revele su existencia, y lo voy a seguir

haciendo. La única población conocida de Atelopus

tricolor es demasiado frágil como para que dejemos

de buscar.

176


Foto 8

Foto 8: Todos los ejemplares de Atelopus tricolor tiene una

serie única de marcas en la espalda y los flancos. A pesar que

se parecen mucho entre si, esas marcas son suficientemente

diferentes como para individualizar cada hallazgo. Durante la

semana en que se encontró el primer ejemplar, pudimos documentar

otros tres, algunos de los cuales han sido hallados

de nuevo en los trabajos de campo de los siguientes años.

177


Atelopus cruciger. Venezuela. Foto: Javier Mesa

178


179


Lista de especies del género Atelopus por países

CR: Costa Rica / PNM: Panamá / COL: Colombia / EC: Ecuador / PE: Perú / BR: Brasil

BL: Bolivia / VZL: Venezuela / SR: Surinam / GY: Guyana / FG: Guayana Francesa.

Species CR PNM COL EC PER BR BL VZL SR GY FG

Atelopus andinus

Atelopus angelito X X

Atelopus ardila X X

Atelopus arsyecue

X

Atelopus arthuri

X

Atelopus balios X X

Atelopus barbotini

Atelopus

bomolochos

X

Atelopus calima

X

Atelopus

boulengeri

X

Atelopus carauta

X

Atelopus

carbonerensis

Atelopus carrikeri

X

Atelopus certus

X

Atelopus

chiriquiensis

X X

Atelopus

chirripoensis

X

Atelopus

chocoensis

X

Atelopus

chrysocorallus

Atelopus coynei

X

Atelopus cruciger

Atelopus

dimorphus

Atelopus

ebenoides

X

Atelopus elegans X X

Atelopus

epikeisthos

Atelopus

eusebianus

X

Atelopus

eusebiodiazi

Atelopus exiguuus

X

Atelopus famelicus

X

Atelopus farci

X

Atelopus

flavescens

Atelopus

franciscus

Atelopus

galactogaster

X

X

X

X

X

X

X

X

X

X

X

180


Species CR PNM COL EC PER BR BL VZL SR GY FG

Atelopus gigas

Atelopus glyphus

Atelopus guanujo

Atelopus

guitarraensis

Atelopus halihelos

Atelopus

hoogmoedi

Atelopus

ignescens

Atelopus

laetissimus

Atelopus limosus

Atelopus loettersi

Atelopus

longibrachius

Atelopus

longirostris

X

Atelopus lozanoi

X

Atelopus lynchi X X

Atelopus

manauensis

Atelopus

mandingues

X

Atelopus

marinkellei

X

Atelopus

mindoensis

X

Atelopus minutulus

Atelopus

mittermeieri

X

Atelopus

monohernandezii

X

Atelopus

moropukaqumir

X

Atelopus

mucubajiensis

Atelopus muisca

X

Atelopus nahumae

X

Atelopus nanay

X

Atelopus

nepiozomus

X

Atelopus nicefori

X

Atelopus nocturnus

X

Atelopus onorei

X

Atelopus orcesi

X

Atelopus

oxapampae

X

Atelopus

oxyrhynchus

Atelopus

pachydermus

X X

Atelopus palmatus

X

Atelopus pastuso X X

X

X

X

X

X

X

X

X

X

X

X

X

X X X X

X

X

X

181


Species CR PNM COL EC PER BR BL VZL SR GY FG

Atelopus

patazensis

X

Atelopus

pedimarmoratus

X

Atelopus peruensis

X

Atelopus petersi

X

Atelopus petriruizi

X

Atelopus

pictiventris

X

Atelopus pinangoi

X

Atelopus

planispina

X

Atelopus

podocarpus

X

Atelopus pulcher

X

Atelopus

pyrodactylus

X

Atelopus quimbaya

X

Atelopus

reticulatus

X

Atelopus sanjosei

X

Atelopus

seminiferus

X

Atelopus senex X

Atelopus sernai

X

Atelopus simulatus

X

Atelopus siranus

X

Atelopus

sonsoensis

X

Atelopus sorianoi

X

Atelopus

spumarius

X X X

Atelopus spurrelli

X

Atelopus

subornatus

X

Atelopus tamaense X X

Atelopus tricolor X X

Atelopus varius X X

Atelopus vogli

X

Atelopus walkeri

X

Atelopus zeteki

X

Total 4 6 44 25 15 4 1 9 1 1 3

182


Atelopus varius. Foto: Cesar Barrio-Amorós

183


184

Atelopus mindoensis. Ecuador. Foto: Jose L. Vieira


Epílogo

El epílogo, el final. Nos quedan en la retina y en la

memoria las historias de un grupo de anfibios fascinante,

cada una con un destino distinto, cada destino ligado a

un planeta que ya no es lo que era.

Los sapos arlequín eran talvez los batracios más comunes

de América Latina. Esa historia de abundancia ha hecho

que, todavía, cuando nuestros mayores piensan en un

anuro, la imagen mental inmediata suele ser la de un

Atelopus. Sus cantos venían con las lluvias y las lluvias

venían con sus cantos. Dicen que ahora cuando llueve,

nada crece igual porque se fue la música.

En los páramos del Ecuador, cualquiera que tuviera los

ojos abiertos en los 1980s notó el derrumbe de las

poblaciones del jambato (Atelopus ignescens). Quedaron

para siempre las explicaciones de estas extinciones (o

casi extinciones)… Se los llevó el Papa Juan Pablo II,

que estuvo en Ecuador en 1985. O se fueron entre las

grietas que dejó el terremoto de 1987. Y aunque todavía

existe una extraña localidad donde, por razones que nos

sobrepasan, todavía existen jambatos (el poblado de

Angamarca), no cabe duda que esos paisajes repletos de

sapos negro azabache son, con pesar, cosa del pasado.

La extinción es el final más triste imaginable (similar a la

muerte). Representa la desaparición de un experimento

evolutivo irrepetible, que duró lo que ha durado la

vida en la Tierra, desde ese primer ancestro hasta ese

Atelopus. Es peor cuando sabemos que ese final tiene el

sello humano. Ahora que estamos en un mundo post-

Covid, entendemos mejor lo que significa una pandemia.

Y la pandemia de la quitriodiomicosis, que ha afectado

a más de 500 especies de anfibios en el mundo, tiene

un facilitador, un Caballo de Troya clave, este primate

bípedo y lampiño que somos nosotros.

Y aunque en toda historia hay villanos, también hay héroes

y heroínas. Se han multiplicado los batracólogos y hay

esfuerzos inmensos que han logrado lo impensable…

Mantener, y en ciertos casos reproducir, a estas especies

que sobreviven al límite del eterno abismo que es la

extinción. Es difícil terminar con positivismo porque,

aunque la vida es alucinante, el día a día nos muestra un

mundo quebrado, de prioridades inentendibles y de una

muy generalizada (y peligrosa) dejadez.

Quedan estas hojas con las historias de estos pequeños

vertebrados, fragmentos de la naturaleza, para ser

absorbidas por los sentidos, para maravillarnos y, ojalá,

emocionarnos. Y las siguientes hojas quedan en blanco,

para reflexionar (y mucho).

Juan Manuel Guayasamin

Universidad San Francisco de Quito

jmguayasamin@usfq.edu.ec

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186

Atelopus laetissimus. Colombia. Foto: José L. Vieira


Atelopus cruciger. Venezuela. Foto: Javier Mesa

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