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Revista Digital Valencia Escribe, número 9, 3ª era. Marzo 2024

Revista Digital de la Asociación Valencia Escribe, donde encontrarás relatos, poemas, reseñas de libros y noticias sobre el trabajo literario de los miembros.

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El comienzo

Francisco Pascual

Tengo unos instantes de desasosiego, las legañas me impiden abrir los

ojos. No es que desee fervientemente separar los párpados ni retornar a

la plena consciencia, nada de eso; es más bien un sentimiento ancestral

de querer sentirse vivo, una especie de instinto de supervivencia, como el

agónico ronquido después de una apnea. ¡Ufff! No empecemos otra vez;

algo me está diciendo que no hace tanto rato me harté de filosofar, cosa

que de vez en cuando tampoco está mal, pero cuando se hace entre copas

(innumerables, por cierto), uno corre el peligro de convertirse en una

especie de predicador mesiánico y trasnochado.

Pero es lo que tienen los bares, que se prestan a esas actividades, y

más con respecto a mí, que soy un tipo de lo más sociable, demasiado. Y

el caso es que no recuerdo bien con quien estuve, si éramos cuatro o cinco,

o si también había alguna mujer, aunque me suena que sí.

Poco a poco noto cómo se me aclara la mente y voy recordando más cosas. Por ejemplo, que bebimos

como cosacos sedientos, fumamos (no recuerdo qué, aunque lo sospecho), hablamos y arreglamos el país

no sé cuántas veces: que si la imaginación al poder, que si prohibido prohibir (qué poco originales), que

si lo mejor era cargarse directamente al estado e instaurar una anarquía en el sentido más estricto y dejarse

de opciones políticas. También hablamos sobre si era necesario nacionalizar la banca y, como mínimo

y que quedara ahí la cosa, desterrar a algún árido desierto a los grandes gerifaltes capitalistas. Alguien

dijo, quizá fui yo, que el Atacama es el más seco del planeta, el lugar ideal, aunque, en su defecto,

el Gobi, el Kalahari o el Sahara tampoco eran moco de pavo.

También hubo, creo recordar, intercambio de dudas y polémicas sobre qué hacer con la Iglesia y sus

acólitos, porque se demostraba a las claras que la separación de poderes no era suficiente para acotar su

malsana influencia. Alguien dijo, igual también fui yo, que un gulag en Siberia cercano al círculo polar

ártico no era mal lugar de confinamiento para el clero. Incluso oí algún grito de «¡A las trincheras!», con

evidentes connotaciones. Todo esto es un batiburrillo mezclado con eructos aguardentosos y asesina jaqueca.

Poco a poco noto cómo se me

aclara la mente y voy

recordando más cosas. Por

ejemplo, que bebimos como

cosacos sedientos

Sin embargo, algo comienza a tomar carta de naturaleza en mi

castigado cerebro; una fantasía que, sin yo ser consciente de ello,

está acabando de gestarse. Por fortuna, mi instinto de contador de

historias aún no se ha deteriorado, pese a todo. Sé que no va a ser

el principio de una gran amistad, como rezaba Claude Rains en

Casablanca, sin embargo…

Me despierto por completo, tengo los ojos como platos, las pulsaciones

disparadas y una orquesta de tambores y timbales en mi cabeza, pero las ideas me surgen con el

ímpetu de un géiser. Busco con desespero mi portátil, quién sabe dónde narices lo habré metido, ya lo

encontraré. El móvil, ¡vaya!, sin batería. Es igual, en un cajón encuentro unos cuantos folios un poco

arrugados y un Bic azul que está en las últimas y comienzo a escribir; soy un torrente, me tiembla el

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