Revista Digital Valencia Escribe, número 9, 3ª era. Marzo 2024
Revista Digital de la Asociación Valencia Escribe, donde encontrarás relatos, poemas, reseñas de libros y noticias sobre el trabajo literario de los miembros.
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Revista digital de
Valencia Escribe
Nº 9 Tercera Era
Marzo de 2024
Especial
Disfraces
Llegó la hermosa primavera; y cuando la naturaleza recupera su encanto,
el alma humana también puede revivir
Harriet Ann Jacob
© Todos y cada uno de los derechos de las obras literarias, fotograas o ilustraciones
publicadas en esta revista pertenecen en exclusiva a sus autoras y autores.
Colaboraciones: revistadigitalvalenciaescribe@gmail.com
EQUIPO RDVE
Coordinación, imágenes y corrección: Amelia Jiménez, Ana Marben y Luis Jurado
Ilustración portada: Vivian Rodríguez (Cas)
Maquetación: Ana Marben
Página 2
Revista digital de Valencia Escribe
Índice
Editorial ............................................................................................................ 5
Actividades de Valencia Escribe
II Encuentro de Valencia Escribe en la CASA de Patraix .................................. 8
Presentación de Oro parece ........................................................................... 11
Concurso de minicuentos kafkianos .............................................................. 12
MONOGRÁFICO: Disfraces
Los Robles, ¡qué pesadilla!, de Maria Grazia Scelfo ..................................... 19
Una buena imagen, de Rafa Blasco .............................................................. 20
La perseguidora, sociedad de cobros y recobros, de Pepe Sanchis ............. 20
Una más, de Isabel Juliá López ..................................................................... 21
Carnaval en Tenerife, de Ana Lozano .......................................................... 22
Bibliotecarios, de Aurora Rapún Mombiela .................................................. 23
Visto así, de Miguel Ángel Puerto ................................................................. 24
Apariencias, de Rosalía Guerrero ................................................................. 25
Papá Noel, de Amalia Martínez-Alia .............................................................. 25
POEMAS
La mirada, de Bienve Fajardo López ............................................................. 28
Sangre valiente, de Isabel Juliá López ......................................................... 29
MICRORRELATOS
Camino sin retorno, de Marisa Martínez Arce .............................................. 32
Noche de ilusión, de Ginés J. Vera .............................................................. 32
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Libros en peligro, de Víctor Calvo Luna ........................................................ 33
Traicionada por el olfato, de Manuel Serrano .............................................. 33
Teletrabajo, de Rafa Sastre .......................................................................... 34
Orgasmo, de Gema Blasco ............................................................................ 34
La póliza, de Inés Table ................................................................................ 35
Disimulo, de Ana Marben ............................................................................. 36
RELATOS
El comienzo, de Francisco Pascual ............................................................... 38
Un hombre ideal, de Mari Moliné ................................................................. 39
NOVELA POR ENTREGAS
Otra oportunidad. Capítulo 9. Primera cena..., de Lucrecia Hoyos ............. 44
LA ENTREVISTA
A Abel Rincón Escudero, por Luis Jurado y Ana Marben ............. ............... 48
CRITICAS DE CINE, SERIES Y LIBROS
La mejor persona, por Ginés J. Vera ........................................................... 52
El estrecho sendero entre deseos, por Luis Jurado .................................... 53
De bestias y aves, por Luis Jurado .............................................................. 53
BIBLIOTECA DE VALENCIA ESCRIBE ............................................................ 54
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Revista digital de Valencia Escribe
Editorial
A
stenia
¡Qué sopor! Otra vez aquí para exigiros más textos, más relatos, más cuentos.
Cuánta pereza. Con lo bien que se está en el sofá. Y la siestita. Cuando
la modorra te asalta la realidad te golpea. Reconozco que hemos tenido unos meses
ajetreados. Organizamos un encuentro en La CASA de Patraix a finales de enero y lo
pasamos muy bien. Se escucharon relatos que en breve serán premiados. Nos colamos
en la presentación del nuevo libro colectivo de Generación Bibliocafé, Oro parece. Esto
me recuerda que seguimos recopilando relatos para nuestro futuro libro sobre los objetivos
de desarrollo sostenible, no os olvidéis de enviarlos en tiempo y forma. Y ya metidos
en marzo, organizamos con, otra vez, La CASA de Patraix un concurso de minicuentos
kafkianos, dentro del III Encuentro de Libros y Autores celebrado allí (que no
os deberíais haber perdido). Quizás tanto ajetreo sea la razón de que este número salga
algo retrasado.
En nuestro nuevo número incluimos, además de los temas clásicos, relatos, microrrelatos
y poesía, el especial de disfraces en el que muchos de vosotros habéis participado.
También tenemos críticas, la siguiente entrega de la novela de Lu Hoyos y una
nueva entrevista.
Si vuestra ilusión es la controversia, os reto a comentar el nuevo engaño (libro) con
el que Patrick Rothfuss nos ha deleitado, escamoteando el esperado, y sin fecha, Las
puertas de piedra. Y si eres aficionado a la polémica, decide si el nuevo libro de Gabriel
García Márquez es una obra de suficiente entidad para su público o un simple saca
cuartos para llenar los bolsillos de la familia.
No me olvido de las escritoras. Pero en este caso comentaré sobre las nuestras. La
primavera nos trae dos gratas sorpresas, el primer libro de relatos de Sonia Mele, Miradas
a través del caleidoscopio, y la novela de la poetisa Alicia Muñoz, Mar de Coral.
¿Estáis preparados para leerlas?
Pero antes, leed este número de la revista.
Y disfrutad de las vacaciones de Pascua.
El equipo editorial
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Nº 9 Tercera Era
Imagen de Harish Sharma en Pixabay
Actividades de
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II Encuentro de Valencia Escribe en La CASA de Patraix
Acogedor encuentro de amigas y amigos amantes de la literatura.
Aunque esta vez la afluencia fue reducida, porque parece
ser que los jueves de enero la mayor parte de nuestras amistades
tiene clase y no hacen pellas (¡mira que sois aplicados!), pasamos
un ratito muy entrañable.
Disfrutamos de los textos de Ana Blanch, Francisco Pascual,
Consuelo Orias, Ana Lozano y Miguel Ángel Puerto, de la improvisación
inspirada de María Codoñer y de la presencia en el público
de Lou Valero e Isabel Cortijo. (Creemos que no nos dejamos a
nadie).
También Luis Jurado, Ana Marben y Amelia Jiménez
subimos al escenario, no solo porque había que rellenar la tarde
si no porque también nos gusta deleitaros con nuestras creaciones.
Al final del encuentro sorteamos una taza monísima que le tocó a Francisco. Si acabaremos por
dedicarnos al merchandising.
Aunque el tercer encuentro aún no tiene fecha, sabemos que tarde o temprano acabará realizándose.
De momento, os dejamos un pequeño reportaje fotográfico.
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Revista digital de Valencia Escribe
Igual seguimos necesitando una cámara nueva para los
reportajes. Habría que ir pensando en un crowdfunding.
En cualquier caso lo importante es ver lo entregados que
estábamos.
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El público siguió el
recital con atención
Con Carmen, gerente de La CASA de Patraix, entregándole su premio a Francisco Pascual. Fue
un sorteo, pero a la próxima nos pensamos si hacemos concurso…
Aquí abajo la taza en detalle:
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Presentación de Oro parece
Asistimos a la presentación del último libro colectivo de Generación Bibliocafé, Oro parece… 34 relatos sobre
las falsas apariencias en el que participamos un buen número de amistades de Valencia Escribe. Fue en la
librería Vuelo de Palabras, el último viernes de febrero. Estaba lleno hasta los topes y esta vez se encargaron
de la presentación algunos de los autores que venían desde fuera de Valencia. Tras ella, tuvo lugar una animada
cena de hermandad.
Os dejamos algunas imágenes del evento:
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Concurso de minicuentos kafkianos
Este año se celebraba el III Encuentro de Libros y Autores, organizado por La CASA de Patraix y el escritor
Eloi Yagüe. Si otros años nos habían pedido participar en una mesa redonda o hacer una performance con algunos
de nuestros textos, este nos propusieron organizar un concurso y no dudamos en hacerlo bajo el paraguas
de Valencia Escribe para contar con el apoyo y la experiencia de los que saben de esto.
La mañana del domingo 24 de marzo estábamos un poco nerviosos. ¿Vendría alguien? ¿Nos tendríamos
que beber el vermú y el vino de los premios para consolarnos mientras hacíamos una hoguera con las plantillas
sin utilizar?
Con Carmen, gerente de La CASA de Patraix, entregándole su premio a Francisco Pascual. Fue
No tuvimos que penar un sorteo, mucho, pero antes a la de próxima la hora nos de inscripción pensamos si ya hacemos estaban concurso…
llegando los concursantes, ansiosos
por inscribirse. Con la ayuda de nuestro Aquí abajo amigo la Pedro taza en Sánchez detalle: que realizó el trabajo administrativo con
gran rigurosidad, se apuntaron 18 personas, entre las que había amistades de Valencia Escribe, de La CASA y
de la que cuenta esta crónica que se dejaron llevar por la curiosidad. Fue un placer dar a conocer el formato
de los concursos de microrrelatos a los que nunca habían participado antes.
Junto con las normas, presentamos al jurado que tendría que valorar los relatos: Aurora Rapún, María Codoñer
y Eloy Yagüe.
Se trataba de escribir en 40 minutos, un cuento de 75 a 150 palabras, de tema y género libre, pero que
tuviera un componente kafkiano, es decir que describiera una situación absurda o angustiosa. Además, dimos
las palabras con las que debía empezar el texto, se trataba de:
Al despertar, tras un sueño intranquilo, se había convertido en
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Fotos de la inscripción, los participantes escuchando
atentos las normas, las palabras de inicio del relato y
muy concentrados escribiendo.
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Minicuentos ganadores
Hubo dos premios. El premio al mejor relato, que recibió dos botellas de vermú valenciano y el premio al
relato más kafkiano, que recibió una botella de vino ecológico, también de la tierra. Ambos, por supuesto,
recibieron un diploma conmemorativo.
El jurado aseguró que todos los relatos tenían una gran calidad. La organizadora (servidora) metió la pata
un par de veces por ser novatilla, pero todo quedó en unas risas. Lo pasamos la mar de bien, Carmen se alegró
de habernos liado para organizarlo y nosotros de que nos liaran. ¿Habrá más ediciones? Transcribimos a continuación
los minicuentos ganadores. Felicitamos a los premiados y os dejamos con algunas fotos de fin de
fiesta.
Primer premio
LA ESTRELLA DE DAVID
Teresa Rodríguez
Al despertar, tras un sueño intranquilo, se había convertido en
una silla, una silla vieja y oxidada abandonada en algún sótano
lúgubre y oscuro. Sus piernas, ahora convertidas en cuatro patas
mohosas y desquebrajadas, tenían rastros de sangre y odio. Sobre
su espalda sentía cada golpe, el peso de los cuerpos desnudos
cayendo desplomados y sin vida. Y en el respaldo, desdibujada
y medio roída, la figura de una estrella de seis puntas, esa
que tantas veces había tenido que ver sobre los cuerpos de sus
víctimas antes de encerrarles en aquel sótano lúgubre y oscuro
con aquella chimenea que nunca dejaba de funcionar.
Relato más kafkiano
DEMASIADO TIERNO
Rafa Sastre
Al despertar, tras un sueño intranquilo, se había convertido en
un precioso y aparentemente sabroso panquemado. Cuando advirtió
la transformación, supuso que la pesadilla proseguía, pero
no dejaba de sentir sobre él y su interior el peso y el volumen de
un incontable número de pasas y nueces. Achacó a su oficio de
hornero dicha mutación: tantas jornadas currando con trigo
machacado, uvas secas y pequeños cerebros comestibles habrían
provocado semejante reacción sobre su ser. Maldijo el día
que aceptó ese trabajo, él, que era Doctor en Filosofía gracias a
una magnífica tesis sobre Schopenhauer. Pero después de comprobar
que las ideas no te dan de comer, se vio obligado a buscarse
la vida.
Ahora se enfrentaba al terror de ser devorado por las mandíbulas
de vete tú a saber quién cuando, de repente, entró el jefe del
obrador y lo lanzó a la basura, diciendo: «demasiado tierno».
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Disfraces
Disfrazarnos. Por Halloween o en Carnaval. Por las fiestas navideñas o quizá en Fallas o en
Pascua. Cualquier momento es bueno para ponernos un disfraz. De manera festiva. O, como podremos
ver en las siguientes páginas, para ocultarnos. Para atrevernos o para ser perversos. Para
escondernos y fingir que somos otra cosa. O puedes ser, lo que todavía resulta más inquietante,
que vayamos disfrazados todos los días y nuestra realidad se oculte bajo la máscara.
Gracias por vuestras propuestas, por vuestras variadas visiones.
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Los Robles, ¡qué pesadilla!
Maria Grazia Scelfo
Una tranquila urbanización llamada Los Robles, muy tranquila en su
aspecto, con hermosas fachadas y aparentemente buenos vecinos, escondía
no obstante enrevesados secretos. Entre sus residentes aparentemente
amigables, había un grupo de personas malintencionadas, hábiles en el
arte del engaño. Se camuflaban detrás de sonrisas falsas y gestos amables.
En el edificio de la esquina, vivía Carla, una mujer que parecía inofensiva,
que se ganaba la confianza de sus vecinos con su encanto y aparente
generosidad. Sin embargo, su verdadero propósito era infiltrarse en las
vidas de los demás para descubrir sus debilidades y explotarlas sin piedad.
Al otro lado, con las fachadas orientadas hacia el sur, en el último piso,
residía Martín, un hombre de negocios, aparentemente exitoso, que organizaba
eventos caritativos para ganarse la admiración de los vecinos. Lo que
nadie sabía era que, tras su apariencia altruista, se escondía un estafador
astuto, maestro en manipular las emociones de los demás para su beneficio
personal.
El tercer integrante de esta malévola alianza era Juan, un joven y carismático
residente que se presentaba como el vecino perfecto. Ayudaba a
llevar las bolsas de la compra, ofrecía su ayuda en reparaciones domésticas
y siempre estaba dispuesto a brindar una mano amiga. Sin embargo,
sus buenas acciones eran actos para ganar la confianza de sus vecinos y
aprovecharse de ellos en el momento oportuno.
A medida que pasaba el tiempo, estos personajes, cada uno en su estilo, tejían una red de engaños y manipulaciones
que afectaban a todo el vecindario. Organizaban reuniones aparentemente inocentes para intercambiar
información y elaborar estrategias para estafar a los demás vecinos sin levantar sospechas. En otras
palabras, proponían a los supuestos amigos y a otros menos conocidos, realizar trabajos de mantenimiento en
el edificio y reparar las partes deterioradas. Los costos siempre eran muy elevados porque Carla, Martín y
Juan se llevaban un buen porcentaje de cada trabajo. Y por eso las cuotas de la comunidad siempre eran muy
altas.
Por esta razón, comenzaron las protestas de los demás vecinos con el administrador del edificio y la solicitud
de que revisara todas las cuentas. Pero el tiempo pasaba sin su intervención, y pensaron que quizás también
estaba él de acuerdo con los tres estafadores.
Sin embargo, María, una joven periodista que se mudó recientemente a esta urbanización, comenzó a notar
actitudes extrañas en el comportamiento de ciertos vecinos. Intrigada, decidió investigar más a fondo, indagando
en las relaciones y actividades de aquellos que parecían ser los responsables de la comunidad.
Con astucia y determinación, María desmontó el entramado de engaños y estafas que se gestaban en Los
Robles. Y descubrió las artimañas de Carla, Martín y Juan ante los ojos incrédulos de los demás vecinos. La
comunidad, indignada y sorprendida, decidió unirse para acabar con la manipulación de estos individuos.
Con el respaldo de sus vecinos, María investigó los movimientos de los estafadores y, gracias a su buenas
gestiones, logró abortar sus planes. Los tres delincuentes, ahora desenmascarados, fueron apartados de cualquier
gestión que afectara a la comunidad y finalmente expulsados. La urbanización Los Robles, por fin, recuperó
la paz y la armonía que los residentes merecían.
Además, María y todos los demás vecinos denunciaron a los tres estafadores para tratar de recuperar el
dinero sustraído injustamente. Presentaron documentos que los comprometían y la justicia tomó cartas en el
asunto.
Aunque las máscaras de la maldad puedan esconderse tras caras sonrientes, la verdad siempre encuentra
su camino.
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Una buena imagen
Rafa Blasco
Desde el anfitrión hasta el último de sus compañeros de la oficina,
todos pensaron que sería divertido invitar a Jesús El Modosito a la fiesta de
disfraces. En sus catorce años como administrativo, Jesús jamás dijo una
sola palabra más alta que otra, y eso que era consciente de los chascarrillos
e insultos que lanzaban a sus espaldas. El día de la fiesta se presentaron todo
tipo de personajes: Drácula, Superman, varias vampiresas y una momia,
poco tardaron en danzar entusiasmados bajo los efectos del alcohol. Cuando
nadie lo esperaba, apareció Jesús vestido con su ordinario traje produciendo
una gran decepción. Caminó escuchando entre las miradas despectivas de
Spiderman, una amazona y la Mujer Maravilla diversos susurros de soso y
patético. Poco tardaron en preguntarle por qué no se había disfrazado. Él insistió
una y otra vez ante un guerrero cristiano que sí, que estaba disfrazado,
hasta que Conan el Bárbaro le gritó, amenazándolo: «¡¿De qué?!». «De buena
persona», respondió humilde. Todos estallaron en una brutal carcajada. En
un extraño movimiento, Jesús se desvistió de su invisible disfraz. Su rostro
mutó hasta una cínica sonrisa acompañada de una mirada perdida con sus
ojos apuntando hacia las cejas. Algunos imploraron, muchos lloraron, los
gritos de pánico se sucedieron, Jesús sacó un cuchillo jamonero de su chaqueta y comenzó la matanza.
Minutos más tarde se vistió con su disfraz imaginario, el mismo que usaría en la oficina al día siguiente.
Debía dar una buena imagen a sus nuevos compañeros.
La perseguidora, sociedad de cobros y recobros
Pepe Sanchis
El taller mecánico donde trabajaba cerró. El hijoeputa del dueño lo hizo sin avisar, con nocturnidad
y alevosía. Encima resultó que no nos había cotizado a la Seguridad Social desde que San Pedro fue
elegido Papa. Cuando acudí a las Oficinas del Paro me informaron de que el subsidio ascendía a poco
más de cuatrocientos euros. No tenía más remedio que buscarme algún trabajillo en negro. Hablé con mi
cuñado Paco, el marido de mi hermana Loli. Aunque sabía que era un liante de mucho cuidado, también
tenía sus contactos. En pocos días me había conseguido un empleo. Se trataba de una empresa de cobradores
de morosos. Algo así como el Cobrador del Frac, pero en más cutre… mucho, mucho más cutre.
Cuando llegué allí, había otros dos pardillos como yo, esperando instrucciones. El jefe nos saludó
con la mayor frialdad, dándonos un repaso de arriba abajo, para comprobar si dábamos el perfil. Cabrón.
Nos hizo pasar a un vestuario donde tenía preparados los disfraces. Nos dijo que el moroso al que debíamos
cubrir era muy escurridizo y que haría falta la colaboración de los tres en su seguimiento. Nos dispusimos
a cambiarnos. Al primero le tocó el papel del León, el rey de la selva. El segundo se puso un dis-
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fraz de la Hormiga Atómica. A mí me vistieron de troglodita, con una careta de
Pedro Picapiedra.
Fuimos al bar de mala muerte donde desayunaba el moroso. En cuanto nos pusimos
detrás, el tipo huyó como alma en pena, subiéndose a un Mercedes lleno
de polvo y arrancó un motor que lloró gimiendo de dolor, el pobre. Como nuestro
jefe ya nos había preparado la infraestructura necesaria, el León lo persiguió
subido a un Ford Ka descapotable, la Hormiga Atómica lo hizo a lomos de una
Vespino de color rosa. Y un servidor cerraba la comitiva con un patinete sin motor,
con tracción al pie derecho.
A los pocos metros, el Mercedes llorón nos dio esquinazo. Por suerte, estábamos
en mi barrio, cerca de mi casa. Aproveché la ocasión para entrar en el patio, procurando que no me viera
doña Virtudes, que es la cotilla oficial del edificio.
Por supuesto que no he vuelto a pisar tamaña empresa y encima, me he quedado con el disfraz.
Seguro que mi mujer le hace algún arreglillo y nuestro hijo, el Pablito, da el golpe en los próximos Carnavales
del colegio. No hay mal que por bien no venga.
Una más
Isabel Juliá López
Como cada día me levanté, me coloqué mis zapatos de ir por casa con
tacón que me había preparado la noche anterior y escogí el pijama negro con
purpurina colgado al final del armario.
Me pinté mis medias mariposas al final del rabillo del ojo, mis labios
rojos y salí a la calle.
Todo el mundo se giraba a verme, ¿qué pasaría? ¿Es que ese día iba
más guapa de lo normal? ¿Quizás no estaban acostumbrados a verme así?
¿Habría elegido mal el conjunto?
Al principio me dio igual, pero tras una hora con reacciones sorprendentes, extrañas y, tal vez,
intimidantes, le pregunté a mi amiga María en el café de las 11h: «¿Por qué la gente me está mirando?».
Ella me dijo: «Laura, cómo decirte esto... pero... ¡se te ha olvidado hacerte el pelo!».
Sorprendida a la par que avergonzada me dispuse a ir al baño y, entre espejos, me puse mi tinte
azulado, porque para algo llevaba siempre mi kit de emergencia en el bolso.
Así, al salir del WC, volví a la mesa. Para entonces, ya era una más en el mundo.
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Carnaval en Tenerife
Ana Lozano
En los Carnavales de Santa Cruz, la isla entera explota en una inmensa
y bulliciosa fiesta. El día de la cabalgata todas las peñas desfilan
exhibiendo coloridos y variopintos disfraces al son de los tambores
y de la música. Numerosas murgas y corales cantan por doquier letras
incisivas que hacen emitir más de una carcajada. Es tal el frenesí, que
es imposible escuchar de fondo otra cosa que no sea una persistente
algarabía.
Candela y César pertenecen desde chiquillos a la peña Los Cariocas.
Este año su disfraz es de aborigen canario. La larga cabellera de la
chica enmarca una careta de terracota, decorada con pinturas guerreras
en negro y rojo. Él, además de una máscara de guerrero guanche,
culmina su disfraz con un penacho de plumas multicolores.
César sube al escenario de la animada Plaza del Chicharro para
bailar con sus compañeros una danza tribal. Candela, su novia, prepara
la cámara de vídeo. Sin esperarlo, alguien se aposta a su lado y le
susurra:
—Mira panoli, prepárate: tu chico me gusta. Te aseguro que voy a pelear por él.
—¡Oye! ¿Quién eres para tomarte estas confianzas?
—Pregúntale a tu hombre. Me parece que te tiene muy engañada.
Candela intenta quitarle la careta de un tirón, aunque una mano más fuerte se lo impide. Quiere
perseguir a la atrevida, pero con la aglomeración la figura se escabulle entre la multitud.
Cuando César vuelve, le cuenta lo sucedido.
—No hagas caso, mujer, alguien con ganas de broma. ¿A quién voy a querer yo más que a ti? Venga,
déjalo ya, vamos a divertirnos —Le hace arrumacos para conformarla.
Candela está confundida, ha reconocido la voz que ayer telefoneó y no quiso darle a ella el recado. La
sorpresa y la indignación se podría ver en su rostro si no estuviese oculto tras la máscara. ¿Quién será?
¿Qué le oculta César?
Hace tiempo que son novios y sus planes consistían en casarse este año, aunque la crisis los obliga
a esperar. Candela trabaja de azafata en el Palacio de Congresos de la capital tinerfeña. César ocupaba el
cargo de gerente en una empresa de aluminio. Ahora que está desempleado le sobra tiempo y, aunque a
ella le haría mucha ilusión, nunca se le ocurre pasar a recogerla. No quiere admitirlo, pero la sospecha se
abre paso en su mente.
¡Qué imprudente has sido, Myriam!, se dice César, ¿cómo se te ocurre hacerme esto? Siempre pensó
que sería un capricho pasajero. La conoció en un pub de los muchos que frecuenta en sus ratos de ocio.
Es una mulata de origen venezolano con unas anchas caderas que quitan el hipo y que ella mueve con
gracia entre servicio y servicio. Lo cierto es que, por más que lo intenta, no se la puede quitar de la cabeza.
Y, lo peor, no sabe cómo planteárselo a su novia.
De hoy no pasa, tengo que hablarle. Julio, el tímido compañero de Candela, intenta infundirse valor
para abordarla. Le gusta verla llegar a trabajar tan guapa y sencilla. Allí va de uniforme: un traje de cha-
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queta azul marino con una rayita roja, altos tacones y el pelo sujeto en un severo recogido, pero se extasía
cuando la ve vestida de calle, con su bonita melena castaña al viento.
Hoy la encuentra por casualidad en la calle San José bailando samba con su comparsa.
—¡Hola Candela!
—Déjame en paz, te he dicho que no quiero saber nada de nada.
—Perdona, no sé de qué me hablas. Soy Julio, tu compañero de trabajo. Siento haberte asustado.
—Ah! Perdona, te creí otra persona. ¿Has visto a César, mi novio?
—Me parece que estaba por allí hablando con alguien ¿Quieres que lo avise?
—No, no déjalo. Me invitas a algo y así me tranquilizo un poco.
—Por supuesto, estoy encantado.
¿Será posible que esté hablando con la chica de mis sueños? ¿Y si no fuera tan inalcanzable como yo
pensaba?
Este chico que parecía tan tímido, de cerca es más guapo, hasta sabe conversar mejor que César.
Al otro extremo de la calle Myriam y César conversan.
─Te lo digo por última vez o hablas con ella o lo nuestro se acaba.
Por si no querías compromiso, ahora dos. Y Candela que sospecha algo. Pero, ¿con quién hablará tan
animadamente? A ver si ahora, voy a ser yo el cornudo.
Bibliotecarios
Aurora Rapún Mombiela
Ella se puso unas gafas sin graduación, se sujetó con horquillas un moño en la
coronilla y se tapó el top de cuero con una chaqueta de lana gris. Él, se cubrió la
melena con una calva postiza, se tapó las tachuelas con una bata blanca y añadió,
como complemento, un par de bolis en el bolsillo superior. Ella escogió un libro de
la estantería abarrotada; él, también. Salieron de sus respectivas casas con suficiente
antelación. Llegaron al desfile de Carnaval justo antes de que comenzara su
recorrido. Se sonrieron al reconocerse. La cantante y el bajo de la banda más heavy
del barrio representaron su papel a la perfección. Cuando alguna cámara los enfocaba,
abrían el libro y ponían cara de concentración. Ambos con un rictus aburrido.
Llevaban veinte años dedicándose a esa profesión, sabían exactamente lo que se
esperaba de ellos.
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Visto así
Miguel Ángel Puerto
—Disculpa mi retraso, Mariano. Tuve un imprevisto.
-—Siéntate, ¿no tienes nada que decirme?
La mujer permanece callada.
—Lo sé todo, Laura. Ayer te vi en el metro cogida del brazo de otro hombre.
—¡Ya! Mira que le dije al tonto de Roberto que no fuéramos al centro en un día de rebajas.
—¡Qué bonito!, ni siquiera te atreves a negarlo. Por lo menos podrías disimular. Ya veo lo poco que
te importo.
—Me importas y mucho. Digamos… que necesito un complemento. Eso es todo.
—¿Por qué no lo hablaste conmigo?
—Bueno, para no darte un disgusto, claro.
—¿No soy lo bastante para ti?
—Síííí, claro que sí. Confieso que no he conocido otro hombre como tú en la intimidad ¡Eres mi fiera!
—dice, levantando los puños.
—Ya está bien, Laura ¡Quítate la careta!
—¿Estás seguro de ello?
Mariano asiente con un movimiento de cabeza.
—Verás, no te estoy engañando.
—¡No me cuentes que el hombre que vi ayer es tu hermano! ¡Laura, por favor!
—El hombre que viste ayer es mi marido. ¡Mariano por favor! Es a él a quien engaño contigo. ¿Qué,
tengo buen gusto?
Mariano, con los hombros encogidos y la mirada vacía responde abriendo las manos:
—Bueno, visto así… pero entonces, ¿de verdad piensas que soy el mejor? —dice, esbozando una amplia
sonrisa.
—Mariano… ahora eres tú quien se debe quitar la careta.
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Apariencias
Rosalía Guerrero
Mamá tiene razón: las apariencias importan. Por eso, a veces
me disfrazo de ricachona y voy a sitios caros. Le cojo su abrigo
de visón y las joyas que no me deja vender, a pesar de las
apreturas, y me transformo en otra persona.
Lo que más me gusta es disfrazarme para probar menús de
boda en sitios de postín. Es muy fácil de hacer porque, además
de las cosas de mamá, te disfrazas con la actitud. Luego, con decir
que te han plantado, asunto zanjado. Solo necesito un novio,
y no siempre tengo uno a mano que me quiera acompañar. Por
eso últimamente voy con desconocidos que encuentro por la calle. Les digo que si me siguen la corriente
les invito a comer. En el restaurante se quedan patidifusos, y me miran ojipláticos por mi desparpajo al
hablar con el metre. Después huyen despavoridos, quizás pensando que estoy loca o que me quiero casar
con ellos. O las dos cosas.
Con el último mendigo que invité me he disfrazado varias veces. Y es que recién duchado, afeitado, y
con un traje del Zara parece otra persona. Además, se disfraza de novio mejor que yo, y hasta me hace
carantoñas durante la comida.
Mañana probamos un sitio nuevo. Creo que, para darle más realismo, le voy a comprar un anillo de
compromiso, aunque sea del chino.
Papá Noel
Amalia Martínez-Alia
Una nueva Navidad
vestirá su añoranza de rojo,
escondiendo la tristeza
bajo el blanco algodón.
Las sonrisas de los niños
devolverán su entereza,
y llenarán de esperanza
su afligido corazón.
Una nueva Navidad
dará miles de sorpresas
a los niños y ancianos,
esa siempre es su misión.
Una nueva Navidad
llorará contagiando la risa,
disfrazando de alegría
la pena de su aflicción.
Pasará la Navidad
como todos los años,
y sus sueños…volverán
de nuevo…a su rincón.
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Imagen de Senthil Kumar en Pixabay
Poemas
La mirada
Bienve Fajardo López
Capturando la belleza de la simplicidad.
Lo que me mueve y me motiva.
El batir de las alas de una bonita mariposa.
El olor a hierba, paz y tranquilidad.
No parará aunque no tenga alas.
Siempre supe volar.
En su búsqueda del equilibrio, la mente se
enfrenta a una batalla que muchos tal vez no
sepan cómo ganar.
Sin conflictos innecesarios, moldea tu alma
en la que solo puedan entrar las cosas que
traen paz.
Cuando aprendes a ver a través del tiempo y
la experiencia, lo que ves lo dice todo.
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Sangre valiente
Isabel Juliá López
He conocido otra parte de ti que hasta ahora no había conocido.
Te he mirado, te he analizado y te he comprendido hasta volverme loca.
Pero nunca te he tenido tan cerca, nunca había podido llegarte a oler.
He notado el miedo.
De forma extraña he sentido como el pánico iba recorriéndome cada apéndice de mi piel hasta llegar
a mi razón y encogerla.
Nunca he sido de sangre cobarde mientras no me mostrases una llama de fuego. Y ahora el fuego es
mi bálsamo de agua en esta circunstancia.
Tuve que reunir mi corazón y el pequeño trozo de juicio que me quedaba para alimentar ambos.
Tuve que ver lo invisible y tocar lo ausente. Tuve que aprender de las flores.
Tuve que enseñar lo que aún no había aprendido.
¡Indomable utópica!
Descarada y voraz.
No tienes vergüenza y atacas a cualquiera con tal de ganar.
No te equivoques, los imposibles dijeron un día que la flor marchita ya no florecería.
Pero las valientes demostraron con sencillez que cortando los brotes ajados, eliminaríamos la tristeza
de un pétalo disecado y conservaríamos la belleza del tallo en crecimiento.
No es tiempo perdido.
Es una era destinada.
Aterrada del fuego, miro al frente y pienso: hasta los mayores incendios de la historia han sido apagados
por un bombero.
Me coloqué mi traje ignífugo transparente, cogí todo el h2o de mi cuerpo y con miedo y valor atravesé
el campo ardiendo.
Miré atrás y lo que fueron llamas ahora eran rastrojos secos.
Tenían razón las valientes.
Sabían que algún día, yo, te miraría a los ojos, imprudente y por sorpresa y
te diría basta.
Te di la mano, te la solté.
Por si vuelves,
Ya no busques mis miedos.
Por si vuelves,
Te batallaré.
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Microrrelatos
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Camino sin retorno
Marisa Martínez Arce
Ya veo que en diez años no ha cambiado nada en esta
casa. Vuelvo y te encuentro sentado en el mismo sillón y
que me sigues mirando con la misma cara de desprecio.
Soy yo, sí. Te he defraudado, lo sé, pero sabes qué te digo:
prefiero ser como soy, a convertirme en alguien como tú.
Nunca nos quisiste, ni a mí ni a mamá, la culpabas de
que fuera así. «Rarito». Eso es lo que pensabas, que era
un «rarito» y un enfermo. Demasiados mimos, le decías,
culpándola de lo que para ti era un fracaso.
Tanto sufrimiento la mató. Ella me quería como soy y
no pudo superar mi más que forzada marcha. Aunque
seguíamos en contacto, no era lo mismo; cuando hablábamos
lloraba mi ausencia y me informaba de tus continuos
reproches. Ella, por desgracia, ya no está. Su corazón no
aguantó más. Yo he encontrado mi camino, soy quien
siempre quise ser. ¡Ah! una cosa, a partir de ahora llámame
Carmen.
Noche de ilusión
Ginés J. Vera
Se había acostado nervioso, por eso, al oír ruidos en el salón, olvidó
la advertencia de su padre. Se levantó y se asomó de puntillas. Vio una
sombra junto al árbol de Navidad y regresó a su cama. Soñó con los regalos
del día siguiente. Su hermano mayor también se había acostado
inquieto. Oyó los ruidos, primero en el salón, luego en la cocina. Él, en
cambio, no se movió; sabía que no era Papá Noel. Le costó conciliar el
sueño. Su deseo, esa noche, fue que todo volviera a ser como antes de
las riñas y los gritos, antes del divorcio y el nuevo amigo de su madre.
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Libros en peligro
Víctor Calvo Luna
Era un libro bien plantao, con tapa muy dura, de casi mil páginas, impresas en papel edición de cien
gramos, portada a todo color en relieve y pliegos primorosamente cosidos. Pero tenía muchos más sentimientos
personales por expresar que historias por contar.
—Que sí, que nos estamos extinguiendo
—refunfuñó con voz de árbol centenario.
—Siempre existiréis. Recuerda que llevan
muchos años pronosticando vuestra desaparición,
pero seguís presentes en numerosos
concursos y en los escaparates de todas
las librerías —le animó su vecino.
Pero el bien plantao volvió a la carga con
más energía:
—Además, cada vez se lee menos y la
gente ya no disfruta acariciando y oliendo nuestra celulosa, prefieren el plástico y la lectura breve y poco
reflexiva. Y, para más inri, con la inteligencia artificial acabarán también con nuestros creadores ¡Habrá
que actuar y tomar medidas contundentes cuanto antes!
—Tranquilízate y no seas tan agorero y trágico. El mundo cambia y hay espacio para todos. Con el
tiempo mantendremos una coexistencia pacífica. Ya lo verás. Ten confianza.
Pero él seguía obcecado, y se cerró de tapas y en banda. No estaba dispuesto a seguir hablando de su
futuro con un traidor a su especie. Se dio un fuerte impulso, balanceó poco a poco su robusta envergadura
hasta perder la verticalidad expositiva, y consiguió precipitarse con precisión y contundencia sobre
la frágil pantalla del e-reader, que ya no pudo ni decir «esta palabra es mía».
Traicionada por el olfato
Manuel Serrano
Lo he dicho muchas veces: tengo algo con las moscas. Me parecen especiales. Con sus colores (verdes,
negras, pardas), sus alitas, sus patitas. Y los sitios en los que se posan. No diré más. Recordemos a Machado,
la película La Mosca, o el moscardón, o a su primo el mosquito… bueno, dejémoslo por ahora. Yo
era una, gorda y hermosa, de esas que hacen ruido de avión. Volaba libre cuando me llegó el olorcillo de
embutido recién puesto a secar. Llamada por aquella maravilla encontré un hueco en la mosquitera. La
longaniza sudaba grasa que caía sobre el suelo donde una salamandra se deleitaba. Sin pensarlo dos
veces me posé sobre la longaniza y comencé a picar, a comer
y a poner huevos. Estaba tan entusiasmada que no me di
cuenta de que cada vez estaba más cerca del suelo. De lo que
sí me di cuenta es de la pegajosa lengua de la salamandra.
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Teletrabajo
Rafa Sastre
Aunque a ustedes les parezca mentira, yo ya teletrabajaba
antes de que existieran los ordenadores personales e internet.
Incluso antes de que los científicos descubriesen las pruebas de
paternidad.
Mi labor consistía en escribir a señores adinerados con notables
tendencias casquivanas y hacerme pasar por su bastardo.
Sin revelar la identidad de mi madre, les dejaba bien claro que si
no recibía determinado estipendio mensual, revelaría a sus familias
mi existencia y exigiría mi parte legal de la herencia por anticipado.
Nunca fui consciente del peligro que entrañaba tan traviesa
actividad, a la que me impulsaron mi pereza congénita y una
avaricia desmesurada. Porque una vez, un aristócrata un poquito
canalla me envió a un sicario y me libré por los pelos de acabar criando malvas.
Ese día me vi forzado a cambiar de residencia, perdiendo el contacto con todos mis «benefactores».
Desde entonces me gano la vida (¡menuda expresión!) haciendo de negro para escritores de éxito.
Orgasmo
Gema Blasco
La excitación que siento no atiende a nimiedades. Solo tengo ojos para
su excelencia. Presumo que mi descaro será interpretado como un halago.
En estos trances se imponen los sentidos primitivos, aunque ayuden
las puestas en escena. Toco, huelo, ávida la consumación de su cuello.
Me da la señal que espero. Al abrazar el talle que lo retiene ambos nos
colmamos de vigor. Pretendo hacerlo bailar, mientras desnuda las capas.
Su carácter es de buena crianza, y aun así, me acomete. Al precipitarse
sus suspiros resultan densos. Con naturalidad su esencia me inunda. Lo
dejo infiltrarse larga y profundamente en mi ser. Volátil, su materia se
torna espirituosa, buscando añejarse en mí. El sugestivo orgasmo se hace
presente. Estoy llena y a un mismo tiempo me sé liviana. Quisiera retener
este instante, pero no, desaparece, para perdurar; sin duda es el
mejor vino que he catado.
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La póliza
Inés Table
Exactamente lo mismo que decía cuando estaba viva.
Que si estoy muy guapa, que si yo valgo mucho. Que
podría tener todo lo que quisiera solo con proponérmelo.
Y lo único que yo quería era perderla de vista. O, mejor
dicho, dejar de oírla. No soporto su tonito condescendiente.
Pero no, no ha habido manera. Contrató un seguro
muy especial. A su muerte, la empresa se comprometía
a mandarme audios con su voz todos los días, por
correo electrónico y por wasap. Póliza de amor, la llaman.
Para que no puedas olvidarte de tus seres queridos
ni después de muertos.
Disimulo
Ana Marben
Qué gusto da verlo todo recogido. Hasta se respira mejor
cuando huele a limpio. Esta vez he ayudado a María a
recoger los cristales rotos. Por nada del mundo querría que
se clavara uno de esos fragmentos en sus delicadas manos.
Podría hacerse un tajo profundo y quién sabe si necesitar
puntos. Y eso no ya no sería tan fácil de maquillar.
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Relatos
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El comienzo
Francisco Pascual
Tengo unos instantes de desasosiego, las legañas me impiden abrir los
ojos. No es que desee fervientemente separar los párpados ni retornar a
la plena consciencia, nada de eso; es más bien un sentimiento ancestral
de querer sentirse vivo, una especie de instinto de supervivencia, como el
agónico ronquido después de una apnea. ¡Ufff! No empecemos otra vez;
algo me está diciendo que no hace tanto rato me harté de filosofar, cosa
que de vez en cuando tampoco está mal, pero cuando se hace entre copas
(innumerables, por cierto), uno corre el peligro de convertirse en una
especie de predicador mesiánico y trasnochado.
Pero es lo que tienen los bares, que se prestan a esas actividades, y
más con respecto a mí, que soy un tipo de lo más sociable, demasiado. Y
el caso es que no recuerdo bien con quien estuve, si éramos cuatro o cinco,
o si también había alguna mujer, aunque me suena que sí.
Poco a poco noto cómo se me aclara la mente y voy recordando más cosas. Por ejemplo, que bebimos
como cosacos sedientos, fumamos (no recuerdo qué, aunque lo sospecho), hablamos y arreglamos el país
no sé cuántas veces: que si la imaginación al poder, que si prohibido prohibir (qué poco originales), que
si lo mejor era cargarse directamente al estado e instaurar una anarquía en el sentido más estricto y dejarse
de opciones políticas. También hablamos sobre si era necesario nacionalizar la banca y, como mínimo
y que quedara ahí la cosa, desterrar a algún árido desierto a los grandes gerifaltes capitalistas. Alguien
dijo, quizá fui yo, que el Atacama es el más seco del planeta, el lugar ideal, aunque, en su defecto,
el Gobi, el Kalahari o el Sahara tampoco eran moco de pavo.
También hubo, creo recordar, intercambio de dudas y polémicas sobre qué hacer con la Iglesia y sus
acólitos, porque se demostraba a las claras que la separación de poderes no era suficiente para acotar su
malsana influencia. Alguien dijo, igual también fui yo, que un gulag en Siberia cercano al círculo polar
ártico no era mal lugar de confinamiento para el clero. Incluso oí algún grito de «¡A las trincheras!», con
evidentes connotaciones. Todo esto es un batiburrillo mezclado con eructos aguardentosos y asesina jaqueca.
Poco a poco noto cómo se me
aclara la mente y voy
recordando más cosas. Por
ejemplo, que bebimos como
cosacos sedientos
Sin embargo, algo comienza a tomar carta de naturaleza en mi
castigado cerebro; una fantasía que, sin yo ser consciente de ello,
está acabando de gestarse. Por fortuna, mi instinto de contador de
historias aún no se ha deteriorado, pese a todo. Sé que no va a ser
el principio de una gran amistad, como rezaba Claude Rains en
Casablanca, sin embargo…
Me despierto por completo, tengo los ojos como platos, las pulsaciones
disparadas y una orquesta de tambores y timbales en mi cabeza, pero las ideas me surgen con el
ímpetu de un géiser. Busco con desespero mi portátil, quién sabe dónde narices lo habré metido, ya lo
encontraré. El móvil, ¡vaya!, sin batería. Es igual, en un cajón encuentro unos cuantos folios un poco
arrugados y un Bic azul que está en las últimas y comienzo a escribir; soy un torrente, me tiembla el
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pulso (claro, demasiado alcohol), pero continúo. Con el rabillo del ojo atisbo en una
mesa próxima una botella de coñac de garrafón por la mitad (qué sorpresa tan agradable),
y no puedo evitar que la zarrapastrosa boca se me haga agua. Me levanto
entre tambaleos, la agarro con ambas manos, trasiego un tiento y enseguida noto
cómo el magma volcánico viaja por mi mortificado esófago.
Habrá sido de puñetera casualidad; no obstante, sé que estoy en el camino correcto,
aunque mi hígado, últimamente muy rebelde y contestatario, esté a punto de
interponerme una demanda formal en toda regla.
¡¡¡Pero estoy seguro de que esta borrachera va a ser el comienzo de una gran historia!!!
Un hombre ideal
Mari Moliné
—Me encanta Ferrán.
—A ti y a todas, bonita —respondió mi amigo Jaime—. Ese acento de Gandía nos tiene locas.
Ferrán se encaminó hacia la puerta del colegio, con esos andares de estrella de rock, mientras acabábamos
de almorzar en un parque cercano. Ser de segundo de bachillerato nos daba permiso para salir
durante el recreo y espiar a los profesores que tomaban café en un bar cercano.
El primer día que nos dio clase, en 4º de la ESO, nos quedamos embobadas. Metro ochenta y cinco,
pelo castaño, ojos de color azul mar enmarcados por unas gafas de Adolfo Domínguez, bigote y perilla y
un cuerpo atlético… Sus alumnas no podíamos pensar en nada más. Cosas de las hormonas.
Cuando escribía frases para analizar en la pizarra o explicaba la teoría sobre autores valencianos del
siglo XX, mirábamos de arriba abajo a aquel hombre que daba clase
como nadie. Deteníamos la vista en sus glúteos, casi siempre marcados
por unos pantalones demasiado ceñidos. Los chicos de la clase bufaban
cuando nos veían tan atentas, envidiosos quizás de aquel Hombre (sí, ¿Qué habrá que hacer para
con mayúscula), que vestía tan moderno.
conseguir un hombre así?
Guapo, inteligente,
Nos gustaba sobre todo cuando se ponía una camiseta con un lema
encantador…
escandalizador y provocativo en defensa de la lengua valenciana. Solía
acompañarla de una chaqueta desgastada con una chapa que decía
Som valencians y unos vaqueros que le sentaban genial.
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Solo podíamos soñar con que nos tocase el hombro y
nos explicase bien de cerca els pronoms febles, la deixis o los
poemas de Vicent Andrés Estellés. En nuestro colegio hay
clases desde primero de primaria hasta segundo de bachillerato
y algunos profesores traen a sus hijos. La hija de Ferrán
cursaba quinto y, según decía algún maestro con el que nos
llevábamos bien, era tan lista como su padre, aunque algo
más callada. Unas veces la traía al cole solo él y otras lo hacía
acompañado de su mujer. También nos quedábamos
subyugados por aquella belleza rubia, de senos prominentes
y cuerpo de escándalo. Su hija apuntaba maneras. Era monísima,
como su madre.
—¿Qué habrá que hacer para conseguir un hombre
así? Guapo, inteligente, encantador… Seguro que tiene que
ser buen padre y mejor marido. Me apuesto lo que quieras —
decía Jaime.
—Los dos lo tenemos difícil. Hombres como él no crecen
en los árboles.
Nos hacía sentir pasión por su asignatura. Su voz de
locutor radiofónico nos leía el Tirant, Terra baixa o El llibre
de les dones y nos sumergía de lleno en aquellos mundos de los escritores de nuestra lengua. Algunas
nos quedábamos a las clases de repaso extra por las tardes, solo para disfrutar de sus explicaciones,
aunque nuestras notas ya fueran excelentes.
Un día me dirigía al colegio sobre las nueve menos diez, a la hora que entraban los niños de primaria,
porque había ido a hacerme unos análisis. Ferrán venía tirando de su hija. O la niña se negaba a ir al
cole o tenía demasiada prisa por llegar y deshacerse de su padre. Cuando llegaron al portón de acceso de
los alumnos de primaria, Ferrán consiguió que la niña entrase. En el instante en que iba a darle un beso
de despedida, ella se apartó de manera brusca y se fue corriendo a la fila.
Ferrán se encogió de hombros y se dirigió a la puerta por la que entraban los profesores
Vinieron las notas y con ellas mis sobresalientes y dos suspensos para Jaime, uno en Valenciano. Por
más que se esforzara, no tenía ni idea de hacer comentarios de texto.
—No te preocupes, Jaime. A la vuelta de las vacaciones de Navidad te ayudaré —dijo Ferrán, dándole
una palmadita en el hombro—. Necesitas mejorar para sacar una buena media.
Jaime sonrió de satisfacción y alegría. Algunas de nosotras casi quisimos cambiar los aprobados en
Valenciano por un suspenso, para poder disfrutar un poco más de nuestro profesor favorito.
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A la vuelta de Navidad, Ángel, el profesor de 4º de ESO, vino a darnos clase.
—Ferrán va a estar unos días sin venir, por asuntos familiares. Hasta que encontremos sustituto, os
daré clase yo —anunció, ante nuestras caras de sorpresa, empezando a borrar la pizarra.
Días después, en las noticias de la Comunidad Valenciana:
«Profesor de Secundaria acusado de abusar sexualmente de su hija». La Policía llevaba esposado a un
hombre, con la cara tapada. Vestía una camiseta con un lema en defensa del valenciano y una chaqueta
desgastada, con una chapa que decía Som valencians.
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Novela
por entregas
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Otra oportunidad
Lucrecia Hoyos
Capítulo 9
PRIMERA CENA COMUNITARIA
Juan salió abatido de la cocina y fue a su habitación en el primer piso. Comprobó con alivio
que Bárbara no había encontrado su cajita de la risa. De haberlo hecho, esa mujer era capaz de
aderezar un pollo al horno con la hierba. Se la metió en el bolsillo y salió de la masía. Anduvo un
buen rato hasta que encontró un lugar agradable en el que sentarse y proceder al ritual de liarse
un buen porro. No sabía por qué la llamaba así, para seguir la costumbre, porque a él le daba de
todo menos risa. Se acomodó poniendo su chaqueta de almohada y fumó lentamente. Le producía
un placer indescriptible, sus músculos se relajaban y pasaban por su cabeza retazos de su
vida que, en ese momento, veía desde otra perspectiva. Una brisa suave le acariciaba y voló con
ella a su primera juventud, ese tiempo en el que tenía todas las posibilidades de ser alguien diferente
a lo que acabó siendo. Eso no podía quitárselo de la cabeza. No hay perdón para uno mismo
por mucho que hubiera pagado ante la justicia con unos cuantos años de cárcel. Ahora tenía
una libertad que no sabía cómo utilizar y una reconciliación consigo mismo que tampoco sabía
cómo conseguir. Sin embargo, encontraba un poco de paz con el subidón de la marihuana. Estuvo
imaginando su vida de otra manera. Siempre había tenido el deseo de conocer otros mundos y
vivir otras experiencias.
Abrió los ojos justo a tiempo de ver la caída de la tarde, se apresuró a llegar a tiempo a la
cena. Tenía sentimientos muy contradictorios hacia Bárbara en los últimos días: por un lado, le
molestaba con sus manías de ordenarlo todo; pero algo en ella le inspiraba cierto respeto y temía
disgustarla. Además, empezó a notar rugidos de hambre en su estómago, apenas había probado
bocado en todo el día. Cuando entró en la cocina se quedó boquiabierto: la mesa le pareció todo
un espectáculo sobre un mantel blanco. Empezó a flipar de tal manera que no sabía cómo comportarse.
Esperó las indicaciones de Bárbara. Cuando por fin pudo apartar sus ojos de las viandas
y la miró a ella, también se quedó perplejo. Vestía una túnica blanca larga con aberturas
laterales hasta media pierna. Se había recogido el pelo negro en un moño alto y toda ella resplandecía
de manera asombrosa, parecía una mujer completamente distinta a la que había conocido
hasta ese momento.
—Toma asiento —le dijo.
—Gracias —contestó aturdido.
Le sirvió una copa de vino blanco frío y le advirtió que lo administrara bien pues no tendría
otra. Empezaron a cenar, ella despacio; él intentaba seguirle el ritmo, pero se le caían las lágri-
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mas mientras comía y no tuvo tiempo ni de hacer un cumplido. Esa mujer lo había embrujado,
nada de lo que allí estaba pasando le parecía normal.
Cenaron sin cruzar una sola palabra. Juan, de vez en cuando, tenía que parar a limpiarse
los mocos, la emoción salía a borbotones por sus ojos y su nariz, mientras que por la boca le
entraba la exquisita cena. Así que era incapaz de hablar al mismo tiempo. Bárbara tampoco dijo
nada. Evitaba mirarlo, pensaba en la extrañeza de las reacciones humanas. ¿Qué le estaría pasando
a ese hombre para ponerse así? No daba crédito al numerito y lo ignoró. Después del postre,
se levantó de la mesa y, mirando por la ventana que daba a la luna, le encargó que recogiera
la cocina y la dejara lista para el desayuno. Se fue a pasear. Dio unas cuantas vueltas sin
alejarse demasiado, era miedosa, aunque intentaba aparentar todo lo contrario.
Luego se sentó en una mecedora. Componía
una bella figura espectral que Juan observaba desde
la ventana que había delante del fregadero.
Antes de retirarse a dormir entró en la cocina
para inspeccionar el trabajo de su compañero. Lo
encontró todo limpio y recogido. Los restos de la cena
convenientemente guardados en el frigorífico.
Bueno, pensó, no entiendo a este hombre, pero al
menos sabe complacer a una mujer que le ha preparado
la cena.
....continuará
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La entrevista
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Entrevista a
Abel Rincón Escudero
Por Luis Jurado y Ana Marben
Quedamos con el escritor Abel Rincón Escudero
a mediados de febrero en La CASA de Patraix, que empieza
a ser nuestro segundo hogar literario. Abel no solo
llega a tiempo, sino que se adelanta unos diez minutos,
impidiéndonos adjetivarle como tardón, desconsiderado
o poco comprometido con la entrevista. Encima, lo primero
que nos muestra es una sonrisa que luego mantiene
en toda la charla, algo realmente desagradable cuando
nuestra única intención es criticarle, lo que viene a
ser el deporte nacional en este país de envidiosos.
Un par de cervezas y un café nos acompañan, en
un cómodo sofá, que Carmen amablemente nos ha recomendado
para hacer la entrevista.
Abel llega de promocionar su último libro, El
cuarto eco, en Andalucía, su tierra natal. Este jerezano
afincado en Valencia nos cuenta que la experiencia ha
sido muy intensa. «Poco tiempo y muchas cosas que hacer
—dice—, mucha gente a la que saludar, amistades a
las que hacía mucho tiempo que no veía». Viene satisfecho de la firma en Sevilla y la presentación en Jerez.
Y se le nota la alegría.
—Llevas 4 novelas y, por lo que veo en las sinopsis, te atrae el terror.
—No es exactamente terror. Es cierto que la temática es inquietante, pero en El cuarto eco el miedo
es más cotidiano que sobrenatural. El otro lado —la segunda de sus novelas— es la que más puede calificarse
de terror. En cambio La soledad de las estrellas errantes es inclasificable, una temática diferente
que, sin embargo, ha tenido muy buena aceptación.
—¿Y cómo empezó todo? ¿Escribes desde pequeño?
—No, para nada. Siempre me ha gustado mucho leer, eso sí, y en el colegio no se me daban mal las
redacciones, pero nunca me había planteado escribir ficción. Hasta que en 2016 un día soñé que era escritor
y me dije ¿por qué no? Puede sonar un poco pretencioso, pero nada más lejos de la realidad. Me
puse a escribir sin ninguna expectativa, solo por el placer de hacerlo, y cuando terminé la primera novela
me pareció que no estaba tan mal. A mi primera lectora, mi novia de entonces, también le gustó y decidí
lanzarme, un poco a lo loco, lo reconozco.
—¿Y conseguiste publicar?
—Sí, bueno, sabía que el mundo de las editoriales es muy complicado, por no decir inalcanzable para
los escritores noveles, y además yo soy muy impaciente, así que decidí autopublicarme. Contacté con
la editorial Letrame, me gustaron sus condiciones y con un crowdfunding pude conseguir los fondos para
que mi primera novela viera la luz.
—¿Y sigues con ellos?
—Sí, sigo con ellos. Me dan lo que necesito. El crowdfunding, además, me permite hacerme una idea
de cuántos libros puedo vender y así no quedarme ni muy corto, ni con cajas de libros almacenadas. Es
verdad que no estoy en librerías porque no he elegido esa opción, pero es que, con la cantidad de libros
que se publica actualmente, lo más seguro es que acabes en una estantería que nadie ve. Es muy difícil.
Hay que encargarse también de la autodifusión. Incluso con una editorial tradicional. Así que, ya que me
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tengo que esforzar, la ganancia es mayor.
—¿Y cómo haces para darte a conocer?
—Hay que trabajar duro. Contactar con librerías que te permitan firmar tu libro o ir a ferias, hacer
presentaciones. Una parte fundamental son las redes. Yo soy muy activo en Facebook. Cuento mis inquietudes
diarias, comparto críticas literarias, llego a los lectores a través de los grupos de lectura. Es
muy bonito y muy cercano.
—Explícanos eso de los grupos de lectura.
—Sí, hay varios grupos en Facebook como Pasión por la lectura, Ladrones de libros o Volando entre
libros, por citar algunos, donde los autores podemos promocionarnos directamente, hablar de tú a tú a
los lectores. Yo no soy de reels ni esas cosas en Instagram o en otras redes. Es en estos grupos donde me
siento cómodo.
—Hablemos de tu libro actual, El cuarto eco. ¿De dónde sale ese título?
—El cuatro es un número fundamental en toda la novela, son cuatro historias, cuatro épocas, cuatro
estaciones, cuatro personajes cuya relación se va revelando. El eco también es una parte importante
en la narración. Encuentro los títulos así, relacionando esas palabras clave hasta dar con la combinación
más atrayente.
—¿Y la portada? ¿También es cosa de la editorial?
—Las dos primeras novelas sí fueron propuestas por la editorial, me mandó imágenes para elegir.
Sin embargo, estas dos últimas son de mi amigo Jona Díaz, que es diseñador gráfico, y aunque no se dedica
al mundo del libro, captó enseguida la esencia de la trama que le conté.
—¿Cómo eres como escritor? ¿Eres de los que no se pone a escribir hasta que no lo tiene claro? ¿O
escribes todos los días a ver qué sale?
—Cuando estoy con una novela soy muy constante. Me gusta levantarme muy temprano y soy mucho
más eficiente por la mañana. En cualquier caso, soy un escritor muy lento, muy perfeccionista, treinta
y cinco líneas al día es lo que tengo un buen día. Y eso es apenas una página. Reviso y corrijo cada
capítulo hasta que me satisface antes de pasar al siguiente. Normalmente, tengo una idea final de hacia
dónde va mi historia, pero cómo voy a llegar, por dónde irán mis personajes, eso lo voy descubriendo.
—¿Y cuál será la próxima novela? ¿Ya tienes algo entre manos?
—Tengo algunas ideas, pero ahora mismo no estoy escribiendo. La promoción de mi última novela, y
también de las anteriores, porque siempre hay lectores que me acaban de descubrir, ocupa todo mi tiempo.
Ten en cuenta que me lo tengo que hacer todo yo y, aunque la experiencia te va dando muchos contactos,
no deja de ser un trabajo a tiempo completo.
—Dices que eres un gran lector. ¿Alguna recomendación? ¿Algo que hayas leído últimamente?
—Me gusta mucho leer, aunque es verdad que los últimos años lo
hago más con ojos de escritor, para aprender. Aun así, por decir alguno,
puedo recomendaros Las despedidas de Jacobo Bergareche y Donde haya
tinieblas de Manuel Ríos San Martín que me han encantado.
La entrevista se ha alargado casi dos horas, ha dado para una segunda
cerveza y para que el grupo de canto que ensaya en La CASA de Patraix
los lunes nos amenice de fondo con sus voces. Nos despedimos de
Abel deseándole suerte en la presentación que está pergeñando en Bilbao
para el mes de mayo y aceptamos difícil como la palabra clave para publicar
novelas.
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Críticas de cine,
series y libros
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La mejor persona, de Xavi Puig
Ginés J. Vera
Qué interesante debut literario el de Xavi Puig con esta primera
novela titulada La mejor persona (Temas de Hoy). Está narrada
en forma de diario, de diario electrónico, entre su protagonista y
Natalya. De él, de Antonio Camuñas, sabremos por él; como también
de Natalya, ya que distinguiremos dos partes en cada capítulo,
la que le contesta a ella y la que le cuenta su vida, nunca mejor
dicho. Natalya está lejos de Antonio y pronto querrá reunirse con
él, pero habrá una serie de inconvenientes cuanto menos graciosos
y sorprendentes. Llegué a sentir el impulso de leer solo los inicios
de cada capítulo para descubrir justo esa misteriosa y desazonadora
intriga. No diré más. En cuanto a la otra parte, en la que Camuñas
cuenta desde algunos de sus traumas infantiles a los actuales,
veremos que es un ser frágil, temeroso, algo sociópata, rayano en la
neuropatía, pero un buen tipo..., aunque eso quedará a criterio de
los lectores. Como humilde escritor, además de lector, me ha gustado
la manera en que Puig va ensamblando las piezas del puzle, dotando
de fondo al protagonista, hasta lograr que empaticemos con
él, con Antonio. Creo que en el fondo hay también algo de crítica a nuestra sociedad, una mirada reflexiva
hacia el interior de esas personas con las que a veces convivimos: ese amigo rarito, ese compañero
de trabajo huraño, ese familiar algo especial… Quizás porque todos somos en esencia algo especiales,
huraños o raritos, a nuestra manera. Como decía R. L. Stevenson, viajar nos enseña que las personas
más extrañas viven al lado de nuestra casa, o algo así. Espero que, si os llama Antonio Camuñas
para quedar, le digáis que sí. En el fondo, no es mala persona.
Valoración
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El estrecho sendero entre deseos, de Patrick Rothfuss
Luis Jurado
Este hombre se demora tanto entre obra y obra, que acabo
por devorar y no disfrutar, del último de sus libros cuando cae en
mis manos. Rothfuss nos devuelve a la historia de Kovthe, el asesino
de reyes, contándonos esta vez una historia de su aprendiz
del mundo Fata, Bast. El autor tiene el don de contar historias y
lo vuelve a demostrar en esta historia corta, preciosa y que aporta
muy poco a todos los que deseamos leer el tercer libro que concluirá
la trilogía de la historia de Kovthe. Seguiremos esperando.
Prosa cinco, historia tres.
Valoración:
De bestias y aves, de Pilar Adón.
Luis Jurado
Atraído por un libro multipremiado, así me sentía yo ante la obra
de Pilar Adón, De bestias y aves. Ahora, tras leerla, siento una ligera traición
ante el momento de escribir una crítica. Escribir y terminar un libro
es un esfuerzo hercúleo para que un iletrado como yo ose a criticar a un
autor, pero no engañaré a nadie si digo que me he encontrado ante una
historia que según se adentraba en el final se deslavazaba. Prodigiosamente
escrita, la autora domina el castellano como uno no logrará jamás,
la historia desfila por unos recovecos que yo no alcanzo a entender. No
soy un experto en nada, ni tampoco estoy aquí para sentar cátedra. Pero
no he comprendido a dónde se dirigía la historia, que clase de congregación,
o de secta, involucra de esa manera a una mujer con un momento
vital de gran dependencia. ¿Y dónde termina todo eso? ¿En un pozo? Habla
de inestabilidad mental, de pérdida, o quizás habla de otra cosa y yo
no he entendido nada. Un cinco en la prosa y un dos en la historia.
Valoración:
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