MujeresCosmicasPDF

Hilda Yaneth Sotelo
imbéciles en esas realidades que no veo, no palpo.
Desde que me inicié en el periodismo responsabilizaba a este
de haberme extraviado y en cuanto podía repetía la misma
frase una y otra vez -a mí el periodismo me perdió, me
perdió hoy. Ya estaba algo distante de la niña que buscaba
piedras, muy seguido la olvidaba por completo, ni que decir
de aquellas escenas parisinas de vidas pasadas que ni por
error admito en mí.
Seguí frotando con fuerza la vena verde que salta de mi
frente y el dedo índice dejó de circular, se sentía adormecido,
lo chupé, quería regresarle la vida, lo volví a mi frente, ahora
al centro y nada, nada de nada.
-¿Qué juego perverso es este, quién me roba el alma?
De pronto el flash azul saltó de la cobija café oscuro, era yo,
juro que era yo platicando con una maestra, la fastidiosa, la
odiosa juzgoncita. No lo podía creer, mi objetividad se
esfumaba, planté los dos pies para asegurarme de evidenciar
Mujeres cósmicas
los datos. Estaba tan acostumbrada a comprobar cada
renglón de mis reportajes que la información suelta carecía
de importancia. Quise evidenciar lo que veía, cerré los ojos
con fuerza para que la imagen no se escapara, la voz, la voz
me asaltó de pronto. Era la voz de mi amiga propinando
tremenda regañada a una de sus alumnas de nombre Jazmín.
Relacioné el nombrecito con las flores preferidas de una
mujer de mi familia, no recordé de quién en el instante.
Levanté el micrófono del panel de la presentación de mi
reciente libro La Guerra por Juárez Toda mi familia estaba
presente, eso me llenaba de orgullo, y felicidad. Le compartí
a mi amiga la experiencia mientras ella complaciente
sonreía, satisfecha de verme protagonista, rodeada de mis
seres queridos. Comprobaba una vez más su capacidad de
predecir el futuro durante el dormir. Recordé a la princesa
Jazmín de la infancia, me había identificado con ella desde la
primera vez, era independiente romántica, le agradaban las
cosas verdaderas, tenía el don de hablar, era por eso que en
188
189