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Hilda Yaneth Sotelo
Después el día, el desayuno que consistió en un medio
pasado tomate y pastel de carne, dos huevos estrellados y un
rico espagueti acompañado de café veracruzano,
conversábamos de las recientes vacaciones a la sierra de
Oaxaca y Huatulco, el electo presidente municipal, algunas
lecturas recientes, la tremenda borrachera del día anterior y
lo sacrificado y riesgoso de ser periodista en la ciudad más
violenta del mundo. Al unísono la distante voz y el apuro
veían el reloj, tendría que estar en la redacción del periódico
muy pronto. Supliqué por una liga para el cabello
repartiendo mi atención entre la cotorra de mi amiga, el
sorbo del aromático café veracruzano y mis ganas de zurrar.
De un santiamén abandoné la silla de la mesa redonda
dirigiéndome al baño, le dije a mi amiga que aprovechara el
tiempo, que siguiera la conversación que recién me llevaba a
casi no comprenderla. Salí del baño muy aliviada de haber
sacado la piedra café oscuro de mi estómago. Confundida en
la magia imaginaria y el temor de verme obligada a cambiar
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mi estilo de vida que adoraba. Rendía pleitesía a las
aceleradas imágenes de “buen periodismo”. La delicada y
café cobija llamó mi atención, yacía en la alfombra de la
sala, junto con una almohada. Con el dedo índice froté mi
sien queriendo robar algo que ahí se posaba, ahí en ese lugar
en esa estancia estaba la imaginación de aquella niña de la
piedra en el zapato. Ni tanta exigencia pudo regresar a mi
mente los símbolos una vez dominados en la infancia., los
sueños escapados entre tantísimos reportajes dedicados a
esclarecer la verdad, la versión objetiva, esa versión que
concluía después de infinidad de vueltas, preguntas, sagaces
preguntas, miradas exploradoras, intuición femenina bien
dirigida a sustraer la verdad de los fulanos, féminas que
entrevistaba, nada en mi profesión había sido ingenuo,
blanco, rosa, salmón, nada de eso, pero el vestido que ahora
llevo sí; los vestidos del pasado destellaban inquietando mi
certera mente, no renunciaré a la razón, la creatividad es para
pendejos, yo soy muy inteligente para caer en esas curvas
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