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MujeresCosmicasPDF

En este libro orgánico cuento la historia desgarrada, o sea, con estilo tipo diarreico, la historia de varias dizque amigas que conocí en mis frescos veintes. Mi precepción sobre sus perfecciones me hace crear un personaje que lo juzga todo, se llama Lucy, es una serpiente bien linda que no tiene reparo en emplear todo, el poder femenino a su alcance.

En este libro orgánico cuento la historia desgarrada, o sea, con estilo tipo diarreico, la historia de varias dizque amigas que conocí en mis frescos veintes. Mi precepción sobre sus perfecciones me hace crear un personaje que lo juzga todo, se llama Lucy, es una serpiente bien linda que no tiene reparo en emplear todo, el poder femenino a su alcance.

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Hilda Yaneth Sotelo<br />

inocencia. También mi mente escondió los vestidos blancos,<br />

y los jugueteos ilustrados de aquella encantadora casa del<br />

pasto verde y la mujer desmayada. Mi hermana volvió presa<br />

de un tremendo llanto al saberse perseguida por varios<br />

hombres jóvenes, no entendía qué le estaba pasando, pero mi<br />

madre si lo supo, el día que mi hermana volvió ya tenía<br />

preparado un mega discurso de las relaciones entre los<br />

adolescentes, le advirtió los peligros de ser una mujer joven<br />

y de la persecución varonil que se manifiesta a esa edad.<br />

Yo no entendía muy bien las palabras porque mis hermanos<br />

ya preparaban la Tv para ver el encuentro de México<br />

Alemania. Recuerdo aquel año, 1986, apenas tendría 12.<br />

Comprendía el ambiente futbolero y de cuando en cuando<br />

me dejaba llevar, pero lo mío, lo mío, era la imaginación y<br />

las aventuras. Soñaba con los príncipes encantados de los<br />

cuentitos, soñaba con encontrarme gigantes a mi paso,<br />

gigantes que a veces eran de piedra y me hipnotizaban a la<br />

vez que me otorgaban poderes para embelecar a los demás,<br />

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Mujeres cósmicas<br />

entre ellos a mi hermana quien recién recibía un regaño.<br />

El tiempo se detuvo, no me di cuenta, el mundial del 86<br />

había perecido, habían pasado casi veintiséis años cuando<br />

conversaba con mi amiga. Supe con agrado que el tiempo si<br />

era plausible, tan plausible como el antojo. Íbamos rumbo a<br />

la calle Juárez, ahí había dejado estacionado mi coche, frente<br />

al Yanquees, el lugar que vio mis cantos, mis bailes, mi corte<br />

de cabello que apenas estrenaba, mi falda negra atada en la<br />

cintura, mi delgado lazo negro cromado, mi diminuta blusa<br />

de cuadros blancos.<br />

Iba sentada en el copiloto, escuchaba los grupos, esos grupos<br />

que ahora me encantan y los promuevo. Hablábamos de<br />

nuestra amiga rubia en común, Miara, común porque recién<br />

yo hablaba copioso con ella, la guapa, la del centro de<br />

atracción, la que se pasa de víctima. Planeaba una salida<br />

triple borrachera para ese mismo día en la noche, le dije a mi<br />

amiga conductora que por favor la invitáramos a pasear por<br />

la tarde. Fue tanta mi insistencia al divertirme con la rubia<br />

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