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Hilda Yaneth Sotelo
sabíamos, Lucy percibió en Rita a una niña que veía el azul
en su hermana, y el rosa en ella, la abuela esperaba, la niña
se ve afuera con sus alumnos. Arline la envidia a morir,
porque Rita es hermosa, cuerpo escultural, mirada
nostálgica. Arline se muerde los labios de celos al saber que
Rita ocupa la atención de Lucy, Marisol y Eloisa. La cascada
de imágenes son regaladas voluntariamente a Lucy quien
complaciente abre sus delicadas manos a tocar la suavidad,
lo áspero, siente un vuelco en el centro al saberse dentro de
Rita, la ama, la adora, desea depurar los recuerdos malos,
recuerdos de sólidos cubos que Rita lleva impregnados en el
alma.
Marisol está entretenida bebiendo cantidades exórbitantes de
vino. Lucy ve escaleras tiesas, forman estatuas de su
presente dibujado paz en su rostro. Ha decidido no moverlas,
no bajan, no suben. Se expresan con fastidio, indiferencia.
La pasión en la camisa roja de Rita, solamente. El abismo en
su mirada, que succiona a Lucy la lleva, la absorbe. Trago
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saliva al recordarlo. El momento fue la prosa del cabello
ondulado que ahora busco en mi cabeza e imprimo. Esa
prosa dedicada a la mujer de las piedras en el camino, ahora
es de Rita. Rita ausente de magia, dolida. Rita en casa de
Eloisa y Eloiso el escultor zapoteca del chamancito estático
listo a tomar vida en ese lugar. Lucy levanta los delicados
pies, vuela unos metros, le urge salir del fuego rojo que la
impulsó directo al noveno infierno, el hielo quemaba, la
belleza de las mujeres engaña. Juntas burlan el cinismo de
saberse deseadas. Miran, por encima, no les gusta
profundizar, les da pavor, verse adentro. Es que sí hay hielo
que transmite frío, escalofrío atorado en algún punto. Lucy
deduce congelarse un tanto, las piernas son frías, la sangre
arrastrada en reptil, eleva el rostro mostrando unas pequeñas
y perfectas marcas de que un día fue víbora, fría, movediza,
escurridiza, calculadora, sin corazón. Debe tener cuidado
Lucy cree saberlo todo, confía en Júpiter enamorado de
Venus. Arline no la asiste, los celos enfermizos la encerraron
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