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Hilda Yaneth Sotelo
grotescas de locos masturbado a la orilla del mar y en la
línea que divide a los dos países, locos vestidos de azul
fuerte con dos o hasta cuatro pistolas que sostienen su
camisa de fuerza, no deben salir de la cuerda idea del
Holocausto, su programa es revisar los papeles para que el
mojado no los bañe y vayan a despertar.
El masturbado del mar de Huatulco, el mar que un día
respondió a la peticiones de Arline y Marisol, ese bendito
mar que manifiesta toda clase de alucinaciones, las que
quieras ver, las que decidas ver. Ahora no es puro no es
santo, ahora es libidinoso, lujurioso, decidido a la propuesta
indecorosa hacia Eloisa y Rita. El mar vive en el desierto, a
diario lo circula la larga, larga extensa y colorida serpiente
de automóviles mofos prometedores de sueños Americanos.
El masturbador frente al mar se retira sin éxito, se pierde de
la vista cuando una gigante ola lo madrea y lo manda al otro
lado de su propia psique, lo manda a la tiznada de cangrejos
que trepan sus sucias piernas. Las pistolas caen, y el
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uniforme vuela, deja al descubierto las verdaderas
intenciones del los oficiales de inmigración, vivir en santa
paz, amar al prójimo y dejar de servir a lo absurdo.
Rita se retira. Odia a los hombres con todas sus fuerzas los
quiere harto lejos. Rita ritualiza en las horas en Huatulco,
acude al yoga en sánscrito que le ayuda a desahogar el
mareado pasaje de sus cortas experiencias de amor y vivir en
la frontera del caos. Abre su espacio en la mesa redonda, me
permite penetrar, lo que se ve por fuera se parece mucho a lo
que hay adentro; escalofriante belleza detectada por los
presentes. En la primera mirada, el saludo familiar, el
reencuentro nublado; en la segunda, la conexión impregnada
del más allá. Algo, había algo qué hacer en ese instante. Mis
anteojos fueron a dar a su operada vista, adivinaba con atino
el alcance de mi miopía, lo sabía. Es que Rita llegaba y se
iba, nos permitía ver el hielo a través de su verde mirada. La
noche fue de ella. Rita es hermosa, bellísima, atolondra y da
escalofríos al menor recuerdo de su estampa. La 5 lo
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