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Hilda Yaneth Sotelo
es mujer disfrutando de los placeres, el momento. Arline
lleva la algarabía, las voces de su cabeza, se ensimisma. Se
pinta las uñas de rojo, los labios chillan al deshacer el beso
de José ardiendo. Es egoísta, no hay tal conexión. Toma los
hilos de las imágenes de Eloisa, los enreda en forma de
esfera pesada, por ahí los deja abandonados. En unos días el
pecado de omisión regresa en forma de pelos que se enredan
en sus corvas. Ella lo ignora. Se ignora.
La otra historia, el otro estambre color amarillo, color
naranja, también la sustrajo Arline. Marisol y Marco Vinicio
no se llaman, no se saben. Han terminado a voluntad de la
bruja.
-Tú has sacado del juego a Marisol, eres una estúpida
vengativa, ahora expulsas a Eloisa.
-Pero yo qué hice.
-Qué dejaste de hacer mejor dicho. Tan sencillo como
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que antes ella lo había visto en sus sueños.
-Yo no soy casamentera, además, a mí qué me importa esa
tipa, a ella le sobran galanes y propuestas.
-Entonces, no juegues Arline, deja de cabecear el balón
asistiendo a las reuniones y escuchando las historias de otras.
Has de despojarte de esa estorbosa envidia que está
pudriendo el encuentro. Ve a lo tuyo alejate del chisme,
queda en casa, pule tu vida, tus talentos, entra en la
prudencia y no intervengas ni con el pensamiento.
-Lucy, yo te admiro, eres mi Diosa, me encantas. Te seguiré
en silencio.
-Arline, tú puedes hacer de tu tiempo lo que te venga en
gana, eres libre; mientras no admitas haberte enamorado
locamente de mí, tu vida seguirá siendo un infierno.
Continuarás odiando a tu vástago, repetirás los errores de
antaño. Arrepiéntete, absurda.
advertir a Jacinto de la presencia de Eloisa en el Dreams y de
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