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Hilda Yaneth Sotelo
Mujeres cósmicas
pateaban mi presencia. Yo creí haber colgado el teléfono al
hombre viejo, el teléfono que se formaba con el dedo
meñique y pulgar de mis manos, no fue así, había dejado la
4 ¿MACHO YO?
bocina descolgada en dirección a mis labios, el hombre
seguía al otro lado, esperando, no moví nada, absolutamente
nada, indiferente fui directo al sillón, el colchón de un sueño
de fantasmas que balbucean. Mi mano derecha parecía
perder el meñique, estaba adormilado a sostener el libro de
mi vida. Ah, el fantasma casi lo olvido. Las claves de la
lectura de mi vida están en mis sueños, qué sueño, reposaré
antes de continuar.
Eloísa jugaba con el cigarillo al conversar en la mesa del
estómago; el diálogo se derretía a la versión del encuentro
de las mujeres en Huatulco. El fuego azul traspasa las
palabras en el corazón de Eloísa, mujer mestiza de curvas
pronunciadas, morena claro, perfecto rostro, en juventud, no
atinaba a entretenerse entre tanta magia en Arline. Llovía a
cántaros como ahora, se anunció la tormenta, saboreamos los
mismos tacos rodeados de aguacate, carne asada, tripitas,
queso, mucho queso, tabaco también, después del alimento,
del impresionante paralelismo, después de observarnos
detalladamente. Comíamos la gracia de Eloísa, ese perfil
zapotecto, la altura europea, el cabello lacio recogido, a la
manera de la maestra de español que es.
Comíamos sus experiencias en Puerto Rico, su visita a una
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