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Hilda Yaneth Sotelo
Arline había ordenado una carne exquisita, el restaurante era
argentino, el paladar fue universal, la combinación dio paso
al orgasmo gastronómico. Las delicias subían de tono, los
labios del Quijote se movían y dictaban las siguientes líneas.
Sin ser consciente de mí, ni del tiempo, ni del físico, inicié la
ilusión de mi mejor amiga.
-Tus dientes son pequeños, blancos y perfectos.
Contuve el deseo sobresaltado al beso en sus labios rojos
mientras ella se llevaba las manos a los ojos diciendo . . .
-Creo que te estoy usando, siempre había soñado con un Día
de San Valentín así ¿Tú no?
Asentí creyéndolo. Yo ya estaba en el papel que debería
seguir, no dudé de las sensaciones diferentes que emanaban,
no sé exactamente de dónde ni por qué. Suspiré sin tensión,
segura de mí, segura de que aquella mujer no era mi amiga;
se había convertido en un personaje cósmico que de pronto
entra a la cuarta dimensión a cumplir sus anhelos, ella me
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Mujeres cósmicas
había escogido a mí. Me sentí honrada al saberme objeto de
sus experimentos. -¡No hay problema! Me encanta este
momento.
Jamás imagine el desenlace. Me entregué al amor,
especialmente en esa fecha. Era día del amor además yo
solía vivir dentro de él..
La observé con detenimiento, el vestido rojo llamaba
poderosamente mi atención. Remonté la plática hacia
nuestro reciente viaje a Huatulco, intenté complacerla ya lo
dije, pero al parecer recordar algunos detalles enfadosos la
molestaba. Me vi gozando su enojo, a cada minuto observar
su femineidad extasiaba. No sé en qué momento ella confesó
el sueño erótico, dijo haber besado las tetas de Marisol y
tímidamente cambió la conversación, ahora traía la sensación
de la temperatura perfecta que experimentó al amamantar a
sus dos críos, esa confesión subía y bajaba la barba del Don
Quijote, deseaba volverse loco una y otra vez. La calidez de
la confesión obligó a seguir el asunto con más seriedad.
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