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Hilda Yaneth Sotelo
Mujeres cósmicas
alcanzaba un Sal de Uvas para mí, remedio oportuno al
preguntarle por un chicle. La siguiente clave materna fluyó
horas más tarde.
-Ella pide una goma de mascar, veo el tejido verde de su
ropa, un pantalón ajustado, sus botas perfectas ciñendo sus
tobillos, esas botas negras me encantaban, quería unas igual
pero verlas en ella era mucho mejor.
-Por lo pronto el vestido rojo también le iba increíble, se lo
dije en repetidas ocasiones. Entre las dos existía una
profunda amistad que llamábamos amor puro, jamás
competíamos, muy rara vez nos molestábamos, apoyamos
nuestras ilusiones y ésta debió ser una de ellas porque una
vez en el restaurante, ella ordenó la botella de vino tinto,
frente a mí, un buen cuadro de Don Quijote de ojos
completamente oscuros observaba la escena. Platicábamos,
ella hablaba de José, yo le hablaba del capítulo del editor, le
presentaba, a tientas a San Hacedor de Hombres. Ella
con su actual amor.
- Ella pasea mis días desde mi doloroso divorcio, estar ahí,
escuchando sus palabras de consuelo, admirando mis ojos,
mi rostro, atenta a mis deseos, aliviando el dolor ofrece el
cielo en un instante; el halo y la magia merodeaban. La amo.
-Le dejé las decisiones de ordenar la cena, el vino, el menú
de los temas a tratar. Me enfoqué en el brillo especial de su
mirada esa tarde. Pedía ayuda a Saavedra , su creación, y el
bebé encuentro recién creado por mi amiga. De pronto,
clarito vi una chispa blanquiazul saltando de su ojo
izquierdo. -Mira tú ojo ha iluminado el cuadro de Don
Quijote.
-Ah, no lo había visto. Es un súper cuadro. Por cierto así me
dice José, dice que estoy iluminada toda, que soy la luna,
que brillo y luego me hace el amor.
-Qué bonito, pero en serio vi chispas saltando de tus ojos.
planeaba su futuro taller, la posibilidad de vivir en la playa
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