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Hilda Yaneth Sotelo
Arline se había decidido ser feliz sólo por unos días, dejó sus
hijos a cargo de Alberto, eso, le había costado lágrimas,
dudas, eternas dudas. De pronto se sentía mala madre, sentía
que faltaba a su sacrificada misión.
-Creo que estás confundiendo las imágenes. Siento que ese
bebé que has abrazado es el joven de anoche, el sentado
frente a ti en el restaurante Dreams. Le hablaste con infinita
ternura, le dijiste que debería encontrarse a sí mismo y que
se cuidara. Ese bebé de blanco rostro a quien abrazaste con
bañada luna, es Marco Vinicio el amigo menor de José.
Quita la culpa que te carcome por ser feliz, borra ese
sentimiento de extrañeza que tu hijo está bien resguardado.
Lucy ejercía un extraño poder sobre Arline, la convencía
plena e inmediatamente.
-Sí, es cierto, ese bebé se parece al amigo menor de mi José,
tienen la misma sonrisa. Es que ahora entiendo, yo vine aquí
para encontrar quién soy, soy la femineidad, la mujer, la
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-¿Cuántas verdades somos, Lucy?
-Somos dos, amor, odio, luz, oscuridad, sólo hay dos
verdades. Cónocete.
-Será muy difícil. ¿Y después?
-Ahora estoy aquí, conociéndome a través de ti.
La próxima verdad seguía ignorándose. Las tres regresan a
El Paso, Tx y en su taller de pintura en su mesa redonda,
Arline huye, traza en el lienzo la escala hacia la sofisticación
llevando consigo el detalle, unos meses la perdieron, está
entretenida en la celebración, el vino, los labios rojos, el
sexo. Los placeres inmediatos la atrapan antes que la
búsqueda del origen divino, el arte del trazo. Se ha negado a
besar a Lucy y con ello ha renunciado a la puerta de una
dimensión bañada en ríos fluidos, libertad al resquebrajar las
ataduras de la ilusión. Sufre del incontenible dolor en el
centro del pecho.
protectora.
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