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Hilda Yaneth Sotelo
inminente. Frente al mar, profirió confesiones, una maraña
de secretos eran escuchados por San Nepomuceno el patrón
de la buena imagen, el santo sacrificado por guardar los
secretos de la reina. Arline elevaba sus palabras, develaba el
Ser, se desnudaba. Neptuno olfateaba en las fosas de la
mujer sin identidad. Lucy prerapraba enroscarse en Arline.
Se enamoraba.
El mar se aquietó para presenciar las formas eróticas en la
arena. Las tres mujeres fluctuaban en la identidad. Lucy
sugiere esculpir en la arena lo que está en la mente. La
Negrita forma unos senos, asemeja al desbordante deseo.
Arline trazaba un gigante pene le sugería a Marisol trazar un
pene. Tímida Marisol accede, su pene es pequeño, lo
direcciona a las piernas entreabiertas. Lucy observa la
complicidad de Neptuno. La fuerte y espumosa oleada
sumergió desde el fondo de sus secretos, la movediza arena
que casi la tumba. Marisol cruje los dientes, explota, afirma
que el mar la acaba de penetrar, gime asustada.
Mujeres cósmicas
-¿Qué me está pasando, Lucy? No puedo controlar esto, qué
es.
-Es un orgasmo, Marisol, se lo entregas al mar, has dejado a
la niña inmadura atrás, no lo controles, no deberías. De hoy
en adelante le pertences a Neptuno. Lucy se incrustó en los
tentáculos de Neptuno, morados de orificios absorbentes;
acomodó su vagina en la de Marisol entraron en la unidad,
volaron hacia la costilla izquierda de la mujer sin identidad. -
Me agrada la sensación y no debo preguntar qué pasa, lo sé-.
Aseguró que la violenta ola era Neptuno saciando el deseo,
sus incontables vidas pasadas sabían de lúgubres pactos,
espantaba su indolencia, nada la sorprendía, anhelaba
regresar al origen, borrar los hologramas pegados a sus
costados. Le tomaría varios años lograrlo. Ignorando la
maldad abrió sus brazos. La Negrita cerró su centro, le
sugirió retirarse y Neptuno se enfureció una vez más. La
clara y segura sonrisa de La Negrita al decretar que Neptuno
sólo había sido producto de su imaginación, retiró de
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