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Hilda Yaneth Sotelo
desde sus archivos memoriales. Era ella doblada encima de
la piedra, sus firmes pienas, su cintura ataviada de un cordón
morado que prometía expulsarla al umbral de la muerte, fue
visto por la inocencia de los presentes. Alberto enterraría el
filo justo en el pecho. Arline abría sus manos entregando la
palma al cielo. Salía airosa, regresaba en el halo índigo. Su
belleza acentúaba. Cuando regresó aseguraba haber visitado
Venus pero no dio detalles, gemía de placer. Se percató del
sacrificio ejercido desde entonces por su ex marido. Él
seguía aferrado a dominarla, a dominar la blancura del baño
nocturno de la luna. Ella sufría por él, lloraba el matrimonio
disuelto, las frustradas ilusiones, el dolor de saberse sola con
dos críos, el dolor de saberse menos, gracias a él. Alberto
estaba enamorado de otra, una china encantos que le hizo
feng shui al hacer el amor la primera vez. Una ambiciosa y
aseñorada china que lo motivaba a ganar 4000 dlls al mes.
Esos 4000 dlls que Arline jamás había visto en Alberto
mientras vivían juntos. -¿Por qué conmigo no pudo ser
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exitoso, por qué?- . Arline se escabuía en sus reproches,
deseaba controlar hasta último pensamiento de Alberto, ya
era demasiado tarde. Al salir del Temazcal decidió apartar el
sufrimiento. Las abejas hacían lo suyo frente a la mesa de la
comida, el mar observaba. Arline recordó el consejo de
Marisol, deshacerse de las A en su vida empezando por
Alberto, desordenar el abecedario de su pensamiento y
reiniciar.
Recordó el origen de su aberración a las abejas. Una le había
picado ferozmente en el dedo pulgar, les temía, las odiaba,
las apartaba bruscamente. Las abejas la seguían mientras el
celular timbraba insistente. Era Alberto reclamando y
gritando, macho, feroz, inseguro y dominante. Presentía la
partida de su presa en esta vida, en este presente. Arline
había destrabado el misterio. En silencio el macho no lo iba
a permitir, se aferraba. Arline contestó la llamada sin
alterarse, se refugió en el tabaco. Neptuno y Nepomuceno la
esperaban. Ya no había tiempo, la transformación era
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