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Hilda Yaneth Sotelo
el dormir se fugó, se largó hacia donde las ideas
devastadoras lo sustituyen, el sueño no conciliaba la tortura
sentimental del divorcio.
A su izquierda Marisol, le sugería escaparse de las A, las que
inician el abecedario, las causantes de su desgracia, las que
le habían quitado el sueño. Arline sonrió, no atinaba a
comprender la gestación mágica del momento. El celular
timbró, era su padre anunciando la reciente operación del ojo
izquierdo de su madre. Arline gimió sobresaltada, por
imaginarse algún desafortunado desenlace. Bajó apurada a
encender un cigarrillo para calmar su acelerado y fatídico
pensamiento.
Lucy frotando su ojo derecho intentando remover la
asquerosa pata de insecto incrustada por el tiempo. Arline
absorbía el cigarro, las manos se movían presurosas al
prender la punta del tabaco. Lucy escucha nombres y
diálogos por suceder.
Mujeres cósmicas
-Es urgente que sepas quién eres ¿Podrás? El acento era
extraño.
Arline molesta por la incomprensión, suplicó saber quién
era. Elevó su mirada desconcertada intentó descubrir su
verdad, a lo lejos la luna yacía pálida y transparente al igual
que la esquelética
figura de Arline; desconocía su función, su origen, su rol, su
plenitud, el vestido entallaba rayas negras y blancas, el preso
emergía. Conocía perfectamente la tragedia, el
entretenimiento, los colores, la bondad, el amor pausado, el
amor sufrido y entregado. Ese mismo amor que la orillaba a
seguir perdiendo el sueño; ignoraba quererse, amarse, vivir
apasionada.
Sin más, regresó a la camioneta verde que ahora se meneaba
por entre las inigualables vistas de la Sierra de Oaxaca.
Pasando La Ciénega la imagen dorada de una mujer indígena
fumando, plasmada en la madera, anunció el nombre del
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