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Hilda Yaneth Sotelo
constante deseo de complacerme, darse en los orgasmos, la
seguridad del varón.
-Entregué el momento, le entregué la pasión de la vida, la
inseguridad, la espontaneidad del hubiera, del haber. Es que
sólo se trataba de unos días, unas micheladas, un tequila,
miradas huidizas, risas eufóricas, toqueteos, jakuzi abrazado,
humedad movediza, besos muchos, muchos besos.
- Sueñas demasiado Marisol, lo has visto en tu pantalla
personal. Esa pregunta constante de ¿qué hubiera pasado sí?
Has llegado Marisol, has llegado a tus propias realidades
paralelas.
-Sí Lucy, aún así peleo ese mundo, el amor. ¿Y qué hago con
lo que siento por ti?, yo no soy lesbiana pero tú me
despiertas ira, pasión, comptenecia, odio.
-¿Quién entiende a las mujeres? Sólo nosotras mismas,
Marisol. No te enredes y si sientes que me amas, ámame,
cuál es el problema.
Mujeres cósmicas
-Amor, amor, el de mi esposo, eso digo pero para qué le
busco, no deseo pagar lo que hice, y eso del karma ¿qué?
¿Por qué existimos por y para? ¿Por qué no somos libres,
completamente libres?, mejor ahí le dejo.
Marisol intenta huir una vez más y entre pláticas insiste en
toparse con otra aventura, reflexiona. Admite haberse
enamorado, fue el primer paso al reencuentro con Marco
Vinicio, fue mucho más rápido que las lectura de estas letras,
fue a la velocidad del rayo que se anuncia. Marco Vincio
llama, habla. Él siente lo mismo. Marisol piensa en dejar a
su esposo. El ruido del mar golpeado la piedra está en su
corazón, no sabe cómo apagarlo, ha tomado alcohol harto
alcohol. Marco Vinicio estaba huyendo, dice que le dio por
jugar videojuegos, aventar la bola de golf, no sabe qué le
pasa, no atina. Admirablemente se refugia en su mujer, su
esposa. --Antes de lo nuestro, Lucy, él había sido uno en el
aire, deambulando complaciendo a sus jefes, fornicando en
cada esquina, borracho, imbécil. Desde nuestros besos, él
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