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Hilda Yaneth Sotelo
Rosario lleva la sonrisa de La Negrita, es eterna, es rosa, es
azul.
-Lucy, ahora comprendo cuando dices de nuestra misión
más allá del bien y del mal. Debo enfocar mi atención a la
Luz que te brinda el trabajar en los talentos. La dualidad
poco a poco se desvanece, pero esto es nuevo y no sé cómo
manejarlo, estoy desorientada.
La Negrita llegó a la Macro Plaza caminado en búsqueda de
algo, no sabía de qué. El sol penetraba implacable por sus
ojos. Se cubrió el rostro con las manos y rogó ser sacada de
ese lugar. Brillos saltaron de sus ojos al observar la rapidez
del crecimiento de sus uñas. Asustada escondía las manos
para no darse cuenta de su madurez mientras se quejaba
amargamente del calor. Las uñas continuaron creciendo las
adornó con girasoles.
Ella adjudicaría poderes a las plantas y animales; adivinó el
pasadizo de su amargura al encarar el agobio, el fuego en su
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cuerpo. Apretó el paso hacia la sombra que la esperaba
ansiosa por acogerla. En la sombra extendió sus manos,
juegan a atrapar demonios. Mueve sus brazos saturados de
capas de la defensa, las deja caer, eran tres. La primera había
cubierto a La Negrita, la segunda había protegido el dolor, la
adolescencia, y la tercera se aferró de esquina pegada al
pecho sin terminar de desperenderse, le sigue siendo
necesaria. En su rostro, la risa del humor negro típico del
juarense. Humor confiado que entregaba los secretos para
formar una nueva identidad.
El viaje a Oaxaca le indicaba a Lucy cómo crear nuevas
identidades; ella debería deborar las almas de las incautas,
¿cómo lo haría?. Tara Ma, le instruyó usar la energía sexual
a cambio de comunicación telepática. Al concluir el último
intento de relación amorosa, Lucy sufrió tremenda
desepción, pidió morir. Su corazón fue carcomido por la
serpiente y dos cuernos de chivo casi le vuelan los sesos.
Estuvo en coma varios meses y los tratos arriba hechos no
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