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Hilda Yaneth Sotelo
narratario. Pasaron las semanas y los planes entre mi nuevo
novio y yo adquirían efervescencia, mientras mi corazón
definitivamente se instalaba en él.
Mujeres cósmicas
músculos se contrajeron al sentir la ausencia de Dios. Ya
nada importaba, nada valía la pena, ni el recuerdo de aquel
amor reconfortaba. Ni siquiera quería casarme, ya qué.
Mi ahora ex novio quería verme, lo vi. Quería amarme, no lo
amé. Quería, quería, quería. Ya era tarde. Ya no. Lloró, lo
consolé. Me cuestionó, oculté todo. Ya no deseaba hablar
con él, me aflojaba su vida, su temple, su conversación, él
dirimía. Fuera de los dos, dentro de mí, estaba Hell. Hell
debería cumplir una misión en Irak, un buen día se apareció
con las nuevas, me molesté tanto que casi le rompo una
quijada de la tremenda cachetada que le propicié.
Muy agringado, planeador, frío, meticuloso y tonto prometió
regresar a mí en tres años.
-Dentro de tres años continuaremos este romance, hagamos
una pausa mientras cumplo con mi misión en Irak- dijo.
Atónita, boquiabierta regresé a mi departamento. El frío
afuera se trasladó hasta mis acongojados tendones, los
Llegué a mi casa presa del desasosiego, llamé a mi mejor
amiga quien recién terminaba su relación con su infiel
esposo. No me respondió. Después supe que ella estaba muy
entretenida experimentado el amor con mujeres. No le di la
menor importancia, la depresión pesaba tanto que arrastré
mis pies hacia la recámara. La idea del suicidio, la idea, la
idea. Estuve encerrada en ese oscuro lugar, en la recámara
sin ventanas, la recámara que no veía pasar el día ni la
noche. La recámara donde se anidaban toda clase de
imágenes vanas, borrosas, confusas. Ahí estuve no sé
cuántas horas, no sé cuántos días. Hasta ahí llegaron mis
visitas de Navidad, mi ex novio, mi madre, mi madre sin
serlo, mi madre que era mi amiga, mi hermana menor, sólo
eso. Las amigas de antaño, Sally, Fátima, Ramona, Giovana,
Diamante, Diana, Mesifag; las universitarias que se besan en
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