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Hilda Yaneth Sotelo
Los errores de mis amigos aburrían, las pláticas también.
Negué a mi vida las experiencias propias de una joven, era
mucho mejor manipular el entorno, el microcosmos de los
adultos, vejetes maliciosos seductores de jovencitas.
Crecí, mientras mi anciano novio me enseñaba lo que saben
los adultos, las manías, los placeres, los miedos. Vivía por él
y para él. Me instó a estudiar, me construyó independiente.
Le agradecí haberme alejado de los peligros a que se
expondría una joven de mi edad. Le agradecía tanto que me
confundía al amarlo.
Estaba por terminar mi maestría, le supliqué permanecer
juntos por el resto de nuestras vidas. Lo seguía amando, le
rogaba una vida en
común, fuera de los moteles y su auto. Habían pasado nueve
años, su auto se convirtió en nuestra casa, pero yo quería una
casa de verdad, de esas que se ven en las novelas con
perritos y lujos. Terminé comprando la casa del fantasma,
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luego la abandoné porque se aparecía por doquier.
-Marisol, ¿recuerdas nuestro encuentro causal en Ardovinos?
¿ Cuando entré del brazo del fantasma?.
-Sí, lo recuerdo perfectamente. Te veías hermosa, radiante,
me dio mucho gusto verte después de años sin hablar.
-El hombre resultó casado, es mi fantasma. Yo creé la
experiencia previamente. Tú y yo nos volvimos a encontrar
porque tenemos una gran misión, fuera de nuestros egos.
-Lucy estás consciente de que interrumpes, permíteme
seguir.
-Lo que vas a decir es muy triste pero si esa es tu voluntad,
sigue.
En vano empleé todas las artimañas que me aconsejaban mis
amigas casadas. Me instaban a darle el ultimátum, lo hice y
no funcionó, porque el viejo ni me creía capaz de terminar la
relación. Un buen día me armé da valor y le leí la cartilla, le
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