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Hilda Yaneth Sotelo
videojuegos, unas arracadas de oro, una ropita de marca.
Vaya tontería ofrecer nuestros miedos por nada.Un
tremendo, oscuro, zancudo y un pegajoso mosco se
encubaba en mi brazo derecho. Le supliqué a Lucy, retirarlo
de mi presencia mientras pensaba en cómo deshacerme de
esa cápsula asfixiante. Lucy abordaba a mi amiga sin
identidad.
-¿Por qué no tienes identidad amiga, por qué cargas ese
espejo tan grande y estorboso, retíralo de mí, por favor,
ahora no me siento bien.? ¿tus ojos son gigantes, se elevan,
qué te pasa?- 1.
A lo lejos vi a la mujer de rosa, una regordeta mujer que
acompañaría la furia del chofer que vestía de azul. La mujer
abordó la camioneta verde, ocupó el asiento del copiloto e
inició la anécdota de su tío muerto en las curvas, mientras el
chofer influido por las féminas palabras decidía disminuir la
velocidad. Mi enfado aumentaba. Llevé las manos a la boca
en señal de vómito y el chofer hizo una mueca de
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comprensión, detuvo el auto, abrió las ventanas y aseguró
que la parada de descanso estaba muy próxima.
Creo que algunos de mis miedos se despiden, la inocencia
regresa aunque esta niña es caprichosa y testaruda. Me
sorprendió mi ausencia de apetito, pero igual ordené un rico
atolito de maizena para aplacar mi revolcado estómago. En
cuanto probé el primer sorbo divisé una camioneta azul a lo
lejos, mi corazón se consoló pensando en abordar el
ordenado vehículo. Planeé en silencio mientras Arline y
Lucy pedían sendos platotes para comer. Igual el disimulo se
asomó a mí, mis movedizos pensamiento delataban. La niña
hablaba sin mi consentimiento.
Lancé el deseo al viento, sugerí mudarnos de transporte. Uno
de los comenzales dijo ser el coordinador de la salidas, le
supliqué averiguar si había lugar para tres, el joven giró
afirmativo, dijo que en tres minutos debería estar afuera, lista
con maletas. Apuré a mis féminas, grité que necesitaba una
de ellas por acá.
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