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En este libro orgánico cuento la historia desgarrada, o sea, con estilo tipo diarreico, la historia de varias dizque amigas que conocí en mis frescos veintes. Mi precepción sobre sus perfecciones me hace crear un personaje que lo juzga todo, se llama Lucy, es una serpiente bien linda que no tiene reparo en emplear todo, el poder femenino a su alcance.

En este libro orgánico cuento la historia desgarrada, o sea, con estilo tipo diarreico, la historia de varias dizque amigas que conocí en mis frescos veintes. Mi precepción sobre sus perfecciones me hace crear un personaje que lo juzga todo, se llama Lucy, es una serpiente bien linda que no tiene reparo en emplear todo, el poder femenino a su alcance.

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Hilda Yaneth Sotelo<br />

los decretos hacia la victoria. Se siembra la semilla del éxito<br />

en mexicanos que yacían dormidos en la pereza mental e<br />

irresponsabilidad Dioses, altares de milagros que no llegaban<br />

al individuo borracho centenario, adicto al estado alterado de<br />

consciencia, perdido en el mitote del fútbol y las telenovelas.<br />

La semilla trazaba un triunfo imaginario. Una vez trazada la<br />

realidad paralela pasada, futura del equipo. Abordé la<br />

camioneta verde sin mayor tropiezo, regresaba a mis<br />

asuntos, al amor la compasión y el perdón. El regordete<br />

chofer emitía peste por doquier, mi mal humor se propagó al<br />

verificar que efectivamente el viaje iniciaba caliente,<br />

húmedo y movedizo. No había aire acondicionado, me senté<br />

atrás, sintiéndome revolcada hasta el fondo. Grité meneando<br />

mi voz, mientras el trasero se aplastaba en el concreto que<br />

dio alivio y pausa para sacar mi Nuevo Testamento.<br />

Ahí estaban mis miedos una vez más volaban en alas<br />

devoradas por los salmos. Insté a mis amigas repetir con<br />

ahínco el Salmo 29. Mientras enunciábamos las buenas<br />

Mujeres cósmicas<br />

nuevas, el chofer parecía exorcizar su furia, esta vez no la<br />

vomitaba, la pronunciaba en cada curva que caía al<br />

precipicio de la sierra oaxaqueña. Frente a mí, una enfermiza<br />

indígena representaba a La Flaca, la muerte que latía cada<br />

vez más palpable dentro.<br />

La muerte de mis miedos se aferraban a la leyenda que<br />

hablaba diario desde la montaña en Ciudad Juárez: LA<br />

BIBLIA ES LA VERDAD, LÉELA. Mis pánicos no se<br />

achicaban, emergían gigantes culpando a Lucy de mi<br />

desgracia.<br />

La negra flaca se paladeaba del sabor de la incertidumbre<br />

que provoca la velocidad atropellada hacia el desenlace fatal.<br />

Los rezos la incomodaban, jamás se incorporó a ellos.<br />

Abrazó con fuerza la mochila que llevaba, el bulto de los<br />

conjuros de la muerte, la Santa Muerte.<br />

La joven flacucha ofreció nuestros miedos a su Santa, los<br />

ofrecía a cambio de unas estúpidas vacas, unos retrógrados<br />

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