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Hilda Yaneth Sotelo
ahora en los empeines. La historia del ex novio y las
cósmicas debería percer, querdar encerrada en el Corralito de
la ciudad que la había llevado a conocer el infierno. En el
mismo espisodio encontraría la realidad de Marisol cuya
vida no se había transformado ni un ápice, tragaba
desesperada la carne, se veía exageradamente gorda, los
episodios de la novela de sus realidades paralelas solo habían
vivido en la imaginación de la hilvanadora y la realidad de
las libéluas.
-Oh, qué maravillosas coincidencias, te visitaron dos
libélulas; ¿has leído La muerte de la libélula?. Las cosas no
van a salir como las planeas, déjate llevar. Hay cuerdas de
vida afuera, amárrate a varias, siente el cosquilleo del sexo, a
tu edad deberías estar montada a diario. Don Miguel
cambiaba el tono de las voces; emulaba a las mujeres
cósmicas. Iba de un tema a otro sin aparente conexión. Lucy
abrió el radar, a menudo sus sentidos se agudizaban a tal
grado que penetraba la verdad del hablante. Escuchó la
Mujeres cósmicas
muerte que Don Miguel veía; le preocupó ignorar su propio
destino, el sobador tenía razón, había pedido morir,
desaparecer de la experiencia humana que le parecía
repetitiva y fastidiosa. -¿El sexo?. No yo odio la condición
humana, el sexo es para los pervertidos.
-No necesariamente, el sexo es hermoso es como morir cada
vez que lo tienes.
Cuando Lucy escuchó la palabra morir supo que el sexo
había sido el único lugar a donde no había ido a probar la
muerte. Lloró desconsolada por el pasado tormentoso que su
novio le dio, caminó varias cuadras hacia el éxtasis. La
libélulas la seguían y ahí rumbo a la vida, la sombra, movía
las ilustraciones de boas, linternas y variados encuentros en
lecturas que incorpora dimensiones psíquicas de la
experiencia entre lo inconsciente, lo real, lo imaginario y lo
arquetípico muy pronto se doctoraría empleando la linterna
que cada día crecía más y más.
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