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Hilda Yaneth Sotelo
pestañas largas y claras, el cabello rizado rojizo, un lujoso
gorro, son perfectas, tan perfectas que creo, sólo existen aquí
en mí, frente al espejo.
Mi abuela continuaba su desfile de información hasta el fin
de la artesanía. Las muñecas iban directo a mí, con ellas
jugaba, me entretenía, las manoseaba tanto que duele el
pecho al recordarlo en cada una de las mujeres cósmicas. El
hombre ocupó nuestro lugar y nos ha fabricado la identidad
que fingimos aprobar, cargo en mis manos las leyes y debo
custodiar que se llevan a cabo muy a pesar de que mi
intelecto no está entre las páginas. Soy la muñeca vestida de
blanco con balanza en mano y ciega, soy la muñeca sin
manos ni cabeza, soy negra despreciada, soy bisexual, soy
indígena, soy brillante, soy escritora, soy maestra, soy líder,
soy investigadora, soy mujer, soy cósmica, soy humana.
Juego. Soy Mesifag.
Mujeres cósmicas
1. Y sí, al final comprendí que el poder transferido ha
enfermando, empañado la amistad expresión inequívoca de
Dios. Sólo los años, los eventos la maduran, como el fruto
que cae del árbol, pero este fruto del que hablo, se ha
podrido. Comprendo que no es desde afuera, tiene que estar
adentro, algo no funciona dentro, pero el orgullo me cegó, no
pude ver.
He soltado y los lazos podridos siguieron aferrados hasta el
mareo. La infidelidad dio paso al sosiego, la sinceridad en
mí, el temor sigue. Los delfines advertían el amor
incondicional, pretendo escuchar, sigo en el teatro.
Aquí voy. Juego el nueve en la cancha, soy de orgullo y
otros defectos espirituales, y en la cuarta ronda, me instalo
por ahora. Soy delantera, me han traicionado por ende ¿A
quién traicionar? Que aburrida la traición no es delicia
cuando a quien traicionas ni se percata. He decidido
liberarme, ver el humano a través del contorno del alma, los
destellos de cruzar el umbral de la cuadratura que no me
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