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Hilda Yaneth Sotelo
Mujeres cósmicas
presentaban frente al espejo. Era un tipo de locura cuerda,
cuerda porque sabía exactamente cuando detenerla. La
primera vez que tomé la novela en mis manos, sentí una
tremenda flojera de abrirla e iniciar la lectura.
14 DE REGRESO AL NIDO
Casi a punto de destruir la novela de las tres mujeres
desnudas frente a la luna, llegué corriendo al teléfono a
contestar la llamada de mi amiga Mesifag, me advirtió no
arrancar ciertas páginas de las Mujeres cósmicas tampoco
quemar la novela entera. Tal vez suena raro, pero esos
personajes de las muñecas que tenían la capacidad de
voltearse en trescientos sesenta grados en unos instantes,
hipnotizaban. Había leído más de trece veces la novela del
autor que había fallecido congelado que al final resultó se
autora. Me atraía tremendamente el desafío a cualquier
expresión de amor, que el escritor con el método científico.
Las muñecas protagonistas de la novela, las trece muñecas
regresaban al cansado semi atroz corazón roedor, se
¿Por qué habría de leer si me gusta que me lean? Bueno,
finalmente comprendí lo circular del pensamiento de la
mujer, o sea, inicia un punto y tiende regresar al mismo
lugar, en fin, para ser leída tengo que leer y una mañana abrí
la primera página. La mujer morena que se veía como La
Negrita, después como La Yaya, la abuela fea y bella que
todos tenemos; más tarde un enredo que apenas alcanzo a
comprender, tuve que tomar un lápiz para hacer anotaciones
al margen, ah eso sí, color azul para no confundirme. Al
principio era una mujer llamada Marisol quien comió queso
y se le pegó al recordar su niñez, el mismo queso de
Giovana; después una vieja enfadosa oaxaqueña le vende a
Moctezuma, esa historia ya me la sé, varias hemos vendido
al país y qué. Párrafos más tarde, la misma Marisol llora la
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