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Hilda Yaneth Sotelo
rostro. Un mal día una de mis compañeras de juego, víctima
de mis dotes, se molestó tanto por mis gracias en línea hacia
su cara, que un filoso broche de cabello fue incrustado en mi
mejilla, en forma de curva, hasta sangrar. Recuerdo, me
sostuvo con fuerza bruta de violador, se montó encima de
mí, me sometió con una mano mientras con la otra me
marcaba profundo y profuso el moreno y pequeño rostro.
Fue tanto el impacto de mi madre al verme herida de tal
forma que decidió enviarme a casa de mi tía hasta la
desaparición de las marcas, temerosa de que mi padre
descubriera el descuido y sangrantes rayones y no atinara
otra cosa que culpar a mi Yaya de haberme permitido la
amistad de Rosario. La tía cuidaba mi rostro con
desenfadado esmero, sugería ponerme avena y canela molida
para regresarle a la cara su natural lozanía.
Veo perfectamente ese día. Chayo llegó a buscarme muy
temprano, solía aparecerse de la nada, exactamente como lo
hace en este momento años después del devastador
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Mujeres cósmicas
asesinato. Me dice que la recuerde bien. En este momento
estoy pensando en las enseñanzas de mi Yaya, tengo que
traer los días del accidentado aprendizaje, cuando Chayo
dibujó tremendos surcos en mi rostro.
Le sugiero a Rosario desaparecer, le digo que me despeje el
campo para ver el día de la batalla que sostuvimos, le
prometo verla más tarde, infinitas horas después. Otro día la
encuentro y le sano la herida que alguien le propició hace
mucho tiempo. Le advierto que estoy lista para llevarla al
color rosa y azul, le suplico ser paciente.
Al parecer comprende porque en este momento se esfumó
del dolor. La visión ha sido desbloqueada. Rosario regresará
exactamente siete días después.
Doy paso al momento de las marcas en mi rostro, tienen
todavía las heridas que brotan a ser apagadas por las bellas
manos de la aquella Negrita linda que aprendió tantas
destrezas en la tierna edad. -No, no, no, oh mi rostro, siento
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