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Hilda Yaneth Sotelo
que me subí a la cama a calmar sus ronquidos dando
pequeños golpecitos en el pecho para ayudarle a que no se
ahogase con su propio sonido, él despertó como traído del
infierno, sus ojos rojos, sus manos temblorosas buscaban
desesperadas los vestigios de la mariguana que solía fumar,
gritó muy alto hasta encontrar su vicio, después proyectó una
de sus películas y más tarde ya estaba desgraciando el resto
de mis días. Lo recuerdo encima de mi, ahogando mi
cuerpecito, hiriendo todo, jadeado cual engendro del Macho
Cabrío. 12.
Mujeres cósmicas
algunas imágenes se colaban a través de las rendijas del aire
acondicionado, yo veía un destello amarillo. Olía el cielo a
jabón espumoso que protegió mi inocencia, mi alma para no
verla perversa. Jamás traduje la malicia de aquel acto, jamás.
Tal vez por eso me fue fácil perdonar y seguir confiando en
el ser humano, yo era y soy pura. Creo en el amor y el
corazón humano, la agenda de los figurines del mal listos a
arrancarme la bondad no fue cumplida, al menos no en mí
porque sigo creyendo en la gracia de la vida, la maravilla de
la existencia.
¿Qué puede pensar o decir ante semejante atrocidad una
pequeña? El mundo le parecía normal. Ramoncita siguió el
día como si nada, hasta que lo platicó con gran naturalidad a
su madre, mi madre quien sorprendida llevaba las manos a la
mesa golpeando, caminaba a toda prisa, iba y regresaba al
mismo lugar, se jalaba con fuerza el cabello, sólo eso
recuerdo.
Durante la tarde mientras mi padre extraviaba su alma,
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Aquello que hacía daño no pudo haber sido mi propio padre,
estoy segura de ello lo comprobé años más tarde, cuando lo
reencontré en California. Él suplicó mi perdón y yo lo he
liberado, no le he perdonado completamente, hay vestigios
de daño en mi cuerpo que procesa lento, el estima no termina
por acomodarse, soy enfermiza,
quizá algún día logre borrar de mi historia la horrenda
experiencia pero por ahora me aseguro de no odiar al ser
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