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MujeresCosmicasPDF

En este libro orgánico cuento la historia desgarrada, o sea, con estilo tipo diarreico, la historia de varias dizque amigas que conocí en mis frescos veintes. Mi precepción sobre sus perfecciones me hace crear un personaje que lo juzga todo, se llama Lucy, es una serpiente bien linda que no tiene reparo en emplear todo, el poder femenino a su alcance.

En este libro orgánico cuento la historia desgarrada, o sea, con estilo tipo diarreico, la historia de varias dizque amigas que conocí en mis frescos veintes. Mi precepción sobre sus perfecciones me hace crear un personaje que lo juzga todo, se llama Lucy, es una serpiente bien linda que no tiene reparo en emplear todo, el poder femenino a su alcance.

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Hilda Yaneth Sotelo<br />

o mucho más que yo. Recuerdo perfectamente el tiempo<br />

turbulento en la familia. Vivíamos a escasos metros de una<br />

iglesia, de una panadería, de una calle repleta de talleres<br />

mecánicos, de esos que arreglan los detalles de los autos<br />

averiados, -qué basurero de coches- decía mi madre al<br />

momento de bajarnos del autobús que nos llevaba y traía a<br />

todos los lugares necesarios. Vivíamos en un espacio muy<br />

reducido, nos escuchábamos los respiros unos a otros, nos<br />

topábamos los alientos, las almas se fugaban a cada instante<br />

a tomar aire afuera del cuerpo. Debió haber sido en una de<br />

esas ocasiones en que el cuerpo de mi padre biológico quedó<br />

desocupado de él, que otra alma en pena, otro ser de baja<br />

calaña atrapó su cuerpo de hombre. Lo recuerdo grande,<br />

fuerte cuando me abrazaba, me protegía, recuerdo su bigote<br />

amplio, su morena piel, sus zapatos gigantes de trabajo, dos<br />

calcetines colgando y sus uñas salidas de la cama. Lo<br />

acompañaban ronquidos de cansancio extremo, no sé de qué,<br />

porque era medio flojo. Mi madre solía acusarlo de sangre<br />

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Mujeres cósmicas<br />

lenta, o sea, de arrastrado sin remedio.<br />

Solía dormir profundo y profuso, lo recuerdo claro en la<br />

niñez. Una mujercita de cinco años extraña la paz de donde<br />

viene, Ramoncita extraña la presencia de los ángeles, de los<br />

querubines y debe acostumbrase a los sonidos que taladran<br />

los oídos, los ecos de gargantas, y de corazones cansados, los<br />

ecos de sangre palpitante que circula incesante, envenenada<br />

ya de tanto odio, de tantas imágenes pornográficas. Además<br />

de ver los calcetines colgando de los enormes zapatos, mis<br />

ojitos vislumbraban las emociones de mi padre al ver<br />

películas raras que no se parecían en nada a las caricaturas<br />

que mi mamá me ponía los sábados y los domingos, cuando<br />

descansaba de su trabajo.<br />

Entre semana mi padre nos cuidaba mientras mi madre salía<br />

a trabajar en una fábrica de costura. El mamarracho se<br />

entretenía de una forma extraña. Acariciaba a mi media<br />

hermana, después a mi medio hermano y finalmente a su<br />

propia hija de escasos cinco añitos, yo. Esa tarde, la tarde<br />

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